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El país|Sábado, 9 de agosto de 2008
El surgimiento de un nuevo lenguaje e historias del vicepresidente

Construcciones mediáticas

Los comentarios de los lectores en los diarios digitales dan cuenta de una forma de expresión afirmada en la denigración. Un perfil de Julio Cobos en base a un desmayo y a su decisión de no abandonar un cargo.

La estructura de la injuria

Por Horacio González *

Hagamos la prueba de leer este párrafo, con su parejo mayusculado y su desaliño ortográfico: “TE DESEO DE TODO CORAZON Y DESDE HOY EMPEZARE A REZAR, PARA QUE UN INFARTO TE DEJE SECO !!!POR FAVOR A TODOS LOS QUE ESTEN DE ACUERDO HAGAMOS UNA CADENA DE RESOS, PARA QUE EL HITLER DE ARGENTINA, DESAPAREZCA POR LA MANO DE DIOS!!!!”. Textual, estamos ante uno de los miles y miles de comentarios que a diario se arrastran como coletazo desdichado cuando finalizan los artículos de muchos periódicos consultados por Internet. Los escriben lectores en general anónimos y presuntamente en el ejercicio de la opinión ciudadana que tradicionalmente se alojaba en las cartas de lectores.

El personaje al que alude el escrito que hemos copiado, apenas uno entre miles y miles, es el ex presidente Kirchner. Podría ser éste, otro o el de más allá. Lo notable es la estructura de la injuria que regula hoy los intercambios políticos de trinchera y la opinología informática en general. ¿Fue siempre así? De alguna manera, sí. La Argentina atravesó la época de Borges y Jauretche con la idea de que el lenguaje es un acontecimiento terrible pero sutil. Se podía hablar en medio de simulacros de guerra lingüísticos. Para Jauretche, las “zonceras” eran un dispositivo irónico con el cual se calificaba a pensamientos aparentemente serios pero inconvenientes para el país.

Había en ese calificativo un algo de intencionalidad descalificatoria, pero con los recursos elaborados por la lengua y la imaginación. Jauretche, sin duda, lo había tomado de Agustín Alvarez, que con perspectivas políticas diferentes también había hecho un Manual de Zonceras, aunque más directo, llamando “patologías argentinas” a las apreciaciones erradas que se debían combatir. En cuanto a Borges, sin intentar una asociación del error político con dolencias o afecciones morales, llamó a un uso estético de la injuria, sometiendo el lenguaje a torsiones inesperadas que eran tan insultantes como creaciones de profundo ingenio, asimismo renovadoras de la lengua literaria.

Pero todo eso se acabó, y con ello resultó afectada toda la vida política. ¿Cuándo ocurrió el desvío? Por mucho tiempo lo prepararon ciertos usos de los medios de masa, que creyeron conveniente quitar las membranas protectoras de los diferentes planos del lenguaje. Se trataba de llegar a infinitas audiencias que festejaran bajo la causa del “fin de las trabas” la ascensión de las lenguas prohibidas a su universalización sin más. Al retirarse la hipótesis pudorosa que sostenía que había zonas veladas y zonas públicas a ser consideradas con distintos tratos de ceremonialidad, el lenguaje que ya parecía liberado por ser meramente naturalista permitió intervenciones aparentemente sinceradas y gozosamente plebeyas –en el sentido de adversas al acartonamiento o al academicismo–, que le daban a la escena conversacional, periodística y telecomunicacional argentina (en verdad esto ocurre en todo el mundo) un aire de jocosidad liberada y de estudiantina que ya puede escribir en el espacio público el graffiti sigiloso de los retretes.

Todos leemos los periódicos electrónicos y no osamos interferir en los nuevos pasatiempos de muchos de ellos, salvo con un interés asombrado. Se trata de las ristras de comentarios escatológicos dirigidos sañudamente contra las figuras políticas más expuestas del país, no como mero discurso opositor, sino como linchamientos sintácticos o gramaticales que prometen una nueva inquisición con tormentos incluidos, nuevas desapariciones, deportaciones o suplicios sin fin que ni siquiera parecen alegorías, aunque lo sean. Es el infierno del Dante, pero en algún círculo que no habíamos previsto en los siglos de su lectura, reescrito por anónimos verdugos de la justicia rápida por Internet. Muchos periódicos nuevos parecen apenas una sección agregada a lo que verdaderamente interesa, esos escritos clandestinos sedientos de sangre. Otros diarios tradicionales no van a la saga, aunque en este caso es más pronunciada y llamativa la distancia entre su versión light o “en papel”, donde aún predomina la prosa culta y la fórmula doctoral, incluso en exceso, y la lúgubre sentina a disposición del lector de la red, que envía al cadalso en general usando mayúsculas –el herida vil de la tipografía– y bruscas onomatopeyas –¡ja, ja, ja!– a la manera de una orgía de insensatos frente a un cadáver despellejado.

No se sabe hoy –y no pretendo cuestionar la seducción del cambalache febril y la mescolanza problemática de situaciones– si es más interesante la cuidada ironía del breve ensayo de algún novelista que entrega su contribución semanal a esos diarios, o los escritores secretos del lodazal de su complemento digital, que liberan las zonas más oscuras de la conciencia con pócimas de racismo en algunos casos, o corrientemente con pasiones rencorosas y fervores de repulsión. Es la locura en el lenguaje. Es la locura que acusa de locura. Es la continuación del periodismo clásico “por otros medios”, medios de guerra que tienen su facilitación en la revolución de las comunicaciones, la consiguiente mutación de las escrituras y el desliz de las tesis sobre la nueva subjetividad hacia un individualismo posesivo feroz, donde lo único que se posee es el signo pletórico del nuevo yo amedrentado: “estigmatizo, luego existo”.

Los teóricos del “humor social” o los gerentes de “mediciones cualitativas” estarán de parabienes. Por fin, el periodismo logró el lector activo instantáneo que puede comerle las vísceras al correo electrónico que le precede y a la vez lanzar su ponzoña sin los resguardos de ninguna fe idiomática ni ningún recurso heredado para el uso del lenguaje. Este aquelarre es la culminación del fervor encuestológico, de la “participación” de la audiencia como control del mercado de signos y del levantamiento de la sabia heterogeneidad de los planos de expresión sobre los usos de la lengua en pos de la invención de una nueva entonación uniforme, recreada desde la vejación, el exabrupto y el vértigo de la degradación sistemática.

Todavía algunos pueden creer que son hábiles en el manejo de la doble cuerda, por un lado esa imagen de peoncitos de campo en procesión, paseando a la Virgen en su sagrada tarima ante los señores y señoras de la Rural, y la del denuesto soez y pornográfico del andarivel profano. Pero esa comprensible bifurcación ya fue. Las luchas políticas confiadas a este nuevo sistema, que desarticula el lenguaje común y lo pone como acto de guillotinamiento –pueden gozar aquí los partidarios del speech act–, también amenaza al propio periodismo. Quizá no amenace a los símbolos religiosos, pues éstos tienen una plasticidad infinita y aspiran a veces a un trato místico con las jergas demoníacas del subsuelo. Sin embargo, ahora se trata de otra cosa. Como diría Martínez Estrada si hubiera visto todo esto, quizá ya el anónimo del escarnio regula la lógica expresiva del resto de las escrituras, haciendo olvidar sus antiguos recursos. Quizás se escriban los comentarios anónimos del martirio para que puedan seguir existiendo los diarios. No son los escribas del suplicio para los diarios. Serán los diarios para los escribas de la panlengua del ultraje.

Y conste que no son las escrituras del Infierno de la Divina Comedia ni El Fiord de Osvaldo Lamborghini. No hay autoconciencia literaria aquí, aunque estos escritos puedan ser estudiados. De hecho, estamos haciéndolo. Pero, antes que eso, es necesario preguntarnos qué clase de instrumento político emerge con ellos. Quizás en el futuro evolucionen desde la cloacalidad hacia un parlamento virtual ciudadano que haga resurgir formas nuevas del periodismo. Pero hoy son meramente degradatorios, encarnación alegórica de la Inquisición. Basta cotejar estos documentos con algún auto de fe del siglo XVI. Son poderosos en su acción destructora de la creencia pública, en escala superior a la que se les atribuye a las dudosas cifras del Indec. O la política los discute con superioridad conceptual, o desmontarán los cimientos de la escritura pública y de la propia política. Ni siquiera hay que invitar a que se retiren o morigeren. Mientras ellos proceden con su diario golpeteo, hay que empezar a diseñar la pregunta por los actos de denigración en el plano de un nuevo lenguaje de movilización social. Es por esto que también se está discutiendo en la Argentina.

* Sociólogo, director de la Biblioteca Nacional.


Cobos, del desmayo a Menem

Por Roberto Follari *

Me tocó ser designado, en 2001, miembro de una Comisión Nacional para el Mejoramiento de las Universidades. La decisión fue del ex ministro Andrés Delich, e incluyó otros mendocinos, entre ellos Julio Cobos. Viajamos a Buenos Aires, fuimos recibidos en la primera reunión –en la que nada sustantivo se habló– por el entonces presidente Fernando de la Rúa. Volvimos juntos en avión, charlando sobre lo ocurrido.

Al día siguiente, los diarios porteños propalaban en titulares que la comisión había recomendado el arancelamiento de las carreras de grado; es decir, que los alumnos pagaran sus estudios. Nada de eso se había hablado en la reunión. Coincidimos con Cobos en que se trataba de una maniobra en la cual se nos involucraba, por declaraciones del coordinador de la comisión, el también ex ministro Hugo Juri. Hicimos juntos una conferencia de prensa –documentada por algunos medios de Mendoza– denunciando la situación.

En orden al grosero trato recibido, yo elevé mi renuncia. Cobos me dijo que no lo hacía porque –como decano de la regional Mendoza de la UTN–, él tenía un lugar institucional que resguardar.

Pasemos a hace un par de años, Cobos gobernador. Recibe críticas, sobre todo desde la derecha, por problemas graves de seguridad en la provincia. Señoras de la Sexta Sección –sus vecinas– que hoy lo aplauden, fueron a su casa a insultarlo y repudiarlo. Hecho muy sonado en Mendoza: el gobernador quiere salir a dar explicaciones y se desmaya en la puerta de su casa. Es el mismo al que hoy la Sociedad Rural le asigna tenencia de “huevos”.

Varios medios locales –de por entonces maniqueo anticobismo, hoy súbitamente cobistas–, aprovecharon la ocasión para descargar munición gruesa sobre el ahora vicepresidente. No toleraban su alianza con el kirchnerismo.

Este fin de semana –y después de que Cobos la favoreciera en el Senado– la Sociedad Rural, aliada de no pocos golpes de Estado y representación de los intereses económicos más añejos del país, es escenario para ovacionar al político mendocino. El envía una afectuosa carta de salutación, y dos días después recorre el predio junto a Luciano Miguens y Hugo Biolcati. Completa el panorama con insólita llamada telefónica a Carlos Menem, expresión pura de los años de decadencia política y empobrecimiento generalizado de la población.

Sinuosa trayectoria la de Cobos, cuyo “voto no positivo” ha quedado más claro tras su abrupta entronización como héroe de la derecha argentina, y su acercamiento a quien fuera fiel realizador de esa postura ideológica. Ahora, tardíamente, acabo de entender por qué no estuvimos juntos para renunciar en la circunstancia compartida del año 2001.

* Director de la maestría de Estudios Latinoamericanos de la Univ. Nac. de Cuyo.

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