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El país|Domingo, 29 de marzo de 2009
OPINION

Los colores y la atmósfera

El mapa electoral, un pasatiempo dominical. Una oposición distinta en cada comarca, el desafío al oficialismo. El adelanto: ni perjuicio para toda la oposición ni pura ganancia para el kirchnerismo. La alquimia en Santa Fe. La polarización en cada provincia: una tendencia posible.

Por Mario Wainfeld
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Supongamos que, a falta de un pasatiempo mejor y de fútbol de primera, el lector trazara un mapa que expresara el poderío opositor en distintos distritos. Que adjudicara un color a cada fuerza política, que pintara con él cada provincia en la que tiene perspectivas de ganar las elecciones de junio o de competir por el primer puesto. Así las cosas, el color de Luis Juez decoraría sólo Córdoba, la tonalidad socialista sería exclusiva de Santa Fe, tanto como el tinte sanluiseño de los Rodríguez Saá. El amarillo de PRO valdría para Capital y Buenos Aires. El mix entre el radicalismo que se quedó y el cobismo pródigo es, comparativamente, numeroso aunque habría sido irrisorio en el siglo XX: Catamarca, Río Negro, Mendoza, Corrientes.

La panorámica reseña la fragmentación del abanico opositor, uno de los objetivos perennes de Néstor Kirchner. Pero también su vastedad, un dolor de cabeza para los pingüinos.

A su vez, si se resaltara con algún color a los territorios en el que el Frente para la Victoria (FPV) estuviera comandado por el kirchnerismo puro y duro, quedarían en rigor dos, Buenos Aires y Santa Cruz. En muchas provincias existen aliados peronistas con enormes chances de vencer con la fusta bajo el brazo, pero son taitas locales que aspiran a quedarse con todo el capital simbólico del resultado y con todas (o casi todas) las bancas en disputa.

En 2007 el kirchnerismo tampoco corría tanto con escudería propia. Pero tenía pactos electorales con la mayoría de los gobernadores, pejotistas y radicales K, cimentados en la gobernabilidad y la utilidad mutua. La imagen de hoy devela, por si hace falta, cuánto se ha desmantelado el dispositivo político del oficialismo. La mayor baja fue la Concertación, un ambicioso contrato de conveniencia que garantizó el éxito de Cristina Fernández de Kirchner. Era una cosecha promisoria, que debía ser regada todos los días. Néstor Kirchner descuidó ese flanco, de inmediato. No prestó atención a sus socios minoritarios ni les dio cabida en el Gobierno. La Concertación flaqueaba desde mucho antes del voto no positivo de Julio Cobos, pero los minoritarios radicales no tenían cómo hacer valer su frustración. Los avatares del debate le pusieron un arma letal en la mano, lo demás se conoce.

Hace dos años, los Kirchner disponían de un dispositivo institucional formidable, a la vez que consensual. La narrativa vulgar describe al ex presidente látigo en mano desde 2003, sojuzgando a gobernadores e intendentes débiles y puros como doncellas de fábula. En verdad, esos seres no son indefensos ni es simple someterlos. Se plegaron por interés, porque la política económica nacional les valió también a las provincias. Su reputación creció, como regla ganaron las sucesivas elecciones. Antes estaban a tiro de escrache o defenestración, sudaban la gota gorda para pagar en término sueldos congelados. Con los años, las cosas mejoraron y las economías regionales florecieron como nunca en más de dos décadas. No apoyaban al kirchnerismo por masoquismo ni los aquejaba el síndrome de Estocolmo: el acuerdo era funcional a su propia acumulación. Claro que el fortalecimiento alteró la correlación de fuerzas, como sucedió con otros tantos actores sociales o económicos. Los gobernadores tienen mayor volumen propio, menos dependencia política de la Casa Rosada. Como en otros tableros, el éxito del oficialismo lo puso frente a una contingencia difícil, más desafiante, con menos poder relativo.

Ahora, cada “goberna” amuralla su ciudadela electoral, cada cual atiende su juego, con más piné que antaño. Esto vale aun para los más afines al gobierno nacional, prestos a ser grandes electores (o ¿quién le dice? candidatos a presidente) el mero día después.

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Lo apodaban Plebiscito. La palabra “plebiscito” quizá no sea estricta pero es un hecho que las elecciones de medio mandato tienen epicentro en el gobierno, inciden sobre su legitimidad, rearman la escena política. Los líderes o los comentaristas podrán decir lo que les plazca (De la Rúa negó la vigencia de esa ley de gravedad) mas la historia reciente demuestra que las votaciones que anteceden en dos años a las presidenciales son cruciales. No por cómo se las definió a priori, sino por sus secuelas políticas. En un sistema democrático estable, las votaciones giran en torno del gran protagonista, el oficialismo. Lo será ahora como lo fue antes con Alfonsín, Menem (dos veces, con distinto score), De la Rúa y Kirchner. Esa tendencia constante se conjuga con un dato propio de este siglo: hay una sola coalición implantada en todos los distritos, la que aúna al PJ y el FPV. Se expondrá a 24 contiendas, enfrentando a paladines (ya se dijo) con variadas camisetas. Como en un videogame, el jugador se topará con rivales distintos, según la pantalla. En el conteo de bancas, juega contra todos. En la suma total de votos, los rivales se diseminan y porotean cada uno por su lado.

A tres meses vista, con cien operaciones pendientes ante un colapso capitalista mundial, es absurdo hacer profecías. Vale osar algunos apuntes sobre escenarios posibles, hipótesis de trabajo basadas en la empiria y el sentido común. Si se formulan bien no son predicciones cerradas, ni tiros en la penumbra. Vaya una: en un contexto de alta polarización y antagonismo es factible que aquel que quiera castigar al Gobierno ejercite el voto útil, mejorando al candidato opositor mejor posicionado. Las identidades partidarias están en baja, la atmósfera dominante entre sus críticos instiga a poner por delante de todo la derrota del kirchnerismo. El discurso de la mayoría de los líderes del sector discurre por ese lado. Casi podría decirse que la exaltación del Frente del Rechazo y la fascinación por las patronales agropecuarias son el común denominador de todos los que colorean el mapa fantaseado en el primer párrafo.

Si el electorado “contrera” privilegia el voto útil, podría limitarse algo el usual sesgo expresivo y favorable al pluralismo de las elecciones parlamentarias. Sería mala noticia para alternativas opositoras no papabiles. Algunas encuestas de la provincia de Buenos Aires, que muestran una polarización más cercana entre Kirchner y De Narváez, en detrimento de la intención de voto a Margarita Stolbizer, apoyarían la hipótesis.

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Buena nueva transversal. El adelantamiento hecho ley en el Senado fue buena noticia para el kirchnerismo. También favoreció a muchos mandatarios provinciales, al mismísimo Macri, a quien la retirada de Carrió le abre un horizonte muy propicio a Gabriela Michetti. La unificación en Capital tampoco les vendrá mal a Pino Solanas y Aníbal Ibarra, cabezas de lista que no cuentan con adláteres locales de similar predicamento. Así el referente podrá arrastrar las boletas de candidatos locales.

Carrió y Solá perdieron lugar protagónico, con las encuestas a la vista. Nadie cree en ellas (y sobran precedentes para desconfiar) pero son indispensables y algo informan. “Felipe”, a regañadientes, tuvo que optar entre quedarse afuera de un partido que mide bien o ir de segundo de Francisco de Narváez, a quien menosprecia íntimamente. Optó por la segunda jugada, le pareció el mal menor.

Estos comicios son el arranque de la primaria opositora y allí van tomando posiciones. En los aprontes Mauricio Macri quedó mejor plantado que Elisa Carrió o Felipe Solá y hasta que Julio Cobos. Está más arraigado, gobierna una provincia importante. El ágora mediática es generosa para los referentes opositores, pero “los fierros” pesan y ser jefe de Gobierno porteño es un capital más sólido que algunas palabras felices pronunciadas en un canal de cable.

El kirchnerismo, mentor del adelanto, por un criterio general, no tiene la vaca atada en el conjunto de las provincias. Sus armados en Córdoba, Mendoza y Capital dejan mucho que desear, hacen temer una cosecha floja. Y Santa Fe, irresuelta y con mal diagnóstico, es un mundo aparte, digno de un parrafito aparte.

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Exotismo santafesino. Es difícil exagerar cuán importante es Santa Fe para la estrategia de Kirchner y cuán exótica es su táctica allí. El folklore criollo da para todo, hasta para un matrimonio de conveniencia a plazo fijo: la noche del 28 de junio. Un rejunte para ganar en la provincia socialista, engordar el total nacional del FPV y dejar a Lole como presidenciable... del peronismo disidente. Raro, como encendido. Difícil, todavía no imposible. París bien vale una misa, acaso llegar a presidenciable amerite comulgar unos meses con el kirchnerismo, guiñando el ojo a sus antagonistas para el día después.

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Atmósfera. Los discursos no son el único factor que determina las adhesiones. Pesan también imaginarios, identidades históricas, pertenencias de clase. Pero las narrativas en pugna tienen su influencia y describen la atmósfera de época. El oficialismo se autorretrata como garante de la gobernabilidad y confina a sus adversarios en la incompetencia, la imposibilidad de aglutinarse, les pone el sayo de la Alianza.

La oposición sindica al Gobierno como el mayor escollo (si no el único) a la paz social. La jerarquía de la Iglesia Católica, que se afana por ser jefe de campaña del archipiélago opositor, en joint venture con los medios dominantes, clama añoranza por la “amistad social”. Su reciente conversión republicana seguramente excusa que no haya pedido eso en tiempos de dictadura. Pero no que siga sin desayunarse de la condena al sacerdote Von Wernich, dictada por la Justicia en cumplimiento de leyes vigentes. Las instituciones se ensalzan, no se acatan cuando se juega de local.

La descalificación entre Gobierno y pretensas alternativas es, en sustancia, clásico. El grado de exasperación y simplismo con que se expresa hoy y aquí, no.

El simplismo exacerba autorretratos inverosímiles. En el Gobierno no se toma razón de sus retrocesos en los últimos años. La oposición con mayor virtualidad electoral se coloca como ante una dictadura o un invasor colonial: el rechazo es su programa y se da por dispensada de tirar líneas sobre otras aristas de su proyecto, un bosquejo de medidas, un discurso abarcador. Hay cálculo en esa sustracción, ocurre que ésta es la hora de una extraña victoria compartida entre competidores. La interna vendrá después, hay dos años por delante.

Claro que alguno de sus avales del establishment, del poder real, están más apurados. Tanto, que analizan si es falible que se adelante el recambio. Queda feo decirlo cuando los medios y periodistas que apoyaron la dictadura, la Iglesia que la bendijo y las corporaciones que la instigaron a la matanza y la loaron hacen profesión de fe republicana. Así que el cronista no insiste en ese detalle indigesto. Aunque, como dicen de las brujas, que lo hay, lo hay.

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