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El país|Jueves, 16 de abril de 2009
Opinión

El héroe relativo

Por José Luis Petris *

La noche del 31 de marzo, con lágrimas en los ojos, muchos se acercaron al lugar donde pocas horas antes había fallecido el ex presidente Raúl Alfonsín. Frente a su hogar comenzó lo que muchos preguntan y se preguntan: ¿por qué tal reacción de la gente (evidentemente inesperada)?, ¿cómo debe leerse?, ¿qué dijo, qué pidió, qué exigió la ciudadanía saliendo a la calle a despedir a Alfonsín?

Esa noche, principalmente radical, aunque no sólo, en uno de los muchos momentos de respetuoso y doloroso silencio una mujer gritó: “¡Raúl! ¡La casa no está en orden! ¡La saquearon, la saquearon toda Raúl!”. Los sentidos abiertos por la muerte de Alfonsín están todos en ese grito, están todos condensados en esa frase incómoda, contradictoria, evidente. Nadie dijo nada. Casi nadie se animó a mirar siquiera a esa mujer. Todos comprendieron o creyeron comprender qué quiso decir, pero nadie se animó a refrendar ese grito, tampoco a refutarlo.

La mujer corrigió a Alfonsín. Corrigió su frase más criticada, corrigió desde el hoy una frase cristalizada en el tiempo, la despertó. La mujer no refutó a Alfonsín, lo corrigió, y al hacerlo le dio la razón. Hoy “la casa no está en orden”, ayer sí, ayer con vos lo estaba. No era una casa sana, pero estaba en orden; hoy no queda nada, dijo. El tiempo histórico le da la razón a Alfonsín, dice la mujer, pero no porque era imprescindible esa casa enferma pero ordenada, sino porque lo que vino después fue peor.

Muchos elogiaron de Alfonsín su honradez, por su honradez lo presentan como un modelo a seguir. ¡Qué poco les pedimos hoy a los políticos! El hombre honrado no hace al estadista; quiero creer que el gran estadista sólo puede ser honrado.

La mujer no perdonó a Alfonsín. No le perdonó su muerte, no le perdonó que la/nos dejara sola/os. La mujer no pide un héroe absoluto, pide un héroe posible. Grita su soledad, su dolor, al hombre ausente, porque los héroes posibles se encarnan en hombres. Los héroes absolutos apenas tienen vida en los relatos (el problema es que les creemos más a los relatos que a la vida). Hoy muchos se sienten incómodos ante Alfonsín: quieren elogiarlo pero se tropiezan con las leyes de obediencia debida y punto final, la hiperinflación, el Pacto de Olivos. Quieren criticarlo pero recuerdan la Conadep, el Juicio a las Juntas, su lucha desigual contra las corporaciones, su honestidad política (Antonio Cafiero lo despidió resaltando al militante, su ética militante; la militancia política hoy tiene mala prensa; es un valor perdido, moderno, en estos tiempos individualistas posmodernos). Alfonsín no es un prócer ni puede serlo, si mantenemos la idea de que los próceres son semidioses. Alfonsín es un padre, y a nuestros “viejos” les perdonamos casi todo. Y con nuestros “viejos” también nos enojamos.

“La casa está en orden”, dijo entonces Alfonsín, y empezó allí su declive. Pero no porque fuera criticable en sí la decisión política de ese Alfonsín presidente, sino por culpa de Alfonsín. Se ha hablado mucho de la ética de la responsabilidad que le cabría a los gobernantes por sobre la ética de las convicciones. Se habla hoy de que los tiempos históricos le dan la razón a Alfonsín, ya que de esa república injusta pero con democracia hoy conseguimos una república algo más justa con una democracia fortalecida. Pero una pregunta incómoda: ¿se podría sostener lo mismo de Alfonsín sin Kirchner? Porque esa república algo más justa es a partir de la derogación del indulto y de las leyes de obediencia debida y punto final, que posibilitaron los actuales juicios contra los asesinos de la última dictadura. Con Menem no parece que la historia le estuviera entonces dando tanto la razón a Alfonsín.

La “culpa” de Alfonsín fue su discurso ético. El Preámbulo de la Constitución como parte de su campaña llevó al poder a la ley (pisoteada por los militares). Y “la casa está en orden” de Alfonsín fue el abandono de la ley (la aparición de la legislación ad hoc para que la justicia fuera incompleta). Menem podría haber dicho “la casa está en orden”, su pragmatismo lo permitía, la ética de Alfonsín no.

La mujer lloró a Alfonsín. Pero no lloró sólo su muerte, lloró su abandono. ¿Qué hicieron durante todos estos años con Alfonsín quienes lloraron estos días su muerte? Alfonsín no tenía en vida, estos últimos años, el poder de corregir el camino del país. Veinticuatro horas después, muerto, sí tendría ese poder. Los argentinos desconfiamos de los hombres que tienen poder. Queremos que el poder esté en manos de quien no lo tiene, hasta que lo tiene, entonces desconfiamos de él. Hoy Alfonsín tiene más poder que vivo porque ya no puede ejercerlo. ¿Qué hizo el radicalismo durante todos estos años con Alfonsín? Lo mismo que quienes festejamos con Alfonsín la democracia recuperada sin necesidad de ser radicales.

La mujer enterró sus utopías. No sólo reivindicando el pragmatismo de la casa ordenada de Alfonsín, no sólo prefiriéndola en comparación con su denunciado saqueo posterior, sino también gritándole a Alfonsín que su casa ordenada no alcanzó, que lo que vino después no fue sólo una declinación, también fue la cruda realidad contra la que se destrozaron nuestros sueños. Con Alfonsín, con la democracia, cobraron vida e impulso sueños y utopías no sólo alfonsinistas. Con la democracia todo se puede, decía Alfonsín, y no lo creía sólo él. Hoy sabemos que sin la democracia nada se puede, pero que con ella sola no alcanza. Y descubrimos que la última dictadura militar triunfó donde pareció perder: la dictadura hirió tanto al sistema y a la actividad política que todavía están enfermos, y cada vez más solos y cada vez más sospechados. Y sin política no hay país. Y sin políticos difícilmente haya política, y difícilmente país. Sin política los sueños sólo son sueños, o sólo sueños individuales y nunca colectivos. La muerte de Alfonsín es el fin de una agonía, el de nuestras utopías del ’83, utopías alfonsinistas y no alfonsinistas. La mujer les gritó a sus correligionarios, y a sus conciudadanos. “¡Raúl! ¡La casa no está en orden!”, es necesario, aunque más no sea, ordenarla. Y Alfonsín ya no está. O tal vez gritó: ¡La casa nunca estuvo en orden!, ¿no es tiempo de hacernos cargo de nuestros deberes cívicos? ¿No es tiempo de dejar de vaciar a la política escondiendo y negándole nuestros cuerpos? La política nunca fue sólo lo que los políticos quisieron, siempre fue lo que todos los ciudadanos quisieron que fuera (por acción u omisión). En realidad la mujer gritó “¡Raúl! ¡La casa no está en orden! ¡La saquearon, la saquearon toda Raúl!”. Y en ese grito se fundieron y confundieron todos los significados de la muerte de Alfonsín. Significados confusos, contradictorios, polémicos, ambiguos, abiertos, muy abiertos. Nunca transparentes. Porque la muerte de Alfonsín se convirtió en un espejo donde mirarnos, donde mirar qué hicimos por nuestra democracia en estos 25 años.

Alfonsín fue un héroe relativo. Su muerte no lo enaltece. Su muerte (lamentablemente su muerte) lo recupera. Recupera un político imperfecto, un militante obstinado, un héroe relativo. Nuestros “próceres” también fueron imperfectos pero obstinados. Ellos construyeron nuestro país.

* Semiólogo, profesor del IUNA y la UBA.

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