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El país|Martes, 16 de junio de 2009
La Presidenta firmó un acuerdo con el titular del Cern

Visita a la “máquina de Dios”

Cristina Kirchner recorrió el proyecto conocido como “la máquina de Dios”. Allí trabaja una veintena de científicos de universidades argentinas. Firmó un protocolo de colaboración para desarrollar equipos de alta tecnología.

Por Nora Veiras
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Cristina Kirchner y Lino Barañao frente a la máquina de Dios.

Desde Ginebra

“Esta es la máquina de Dios”, decían en la comitiva. A cien metros de profundidad, un entramado de tuberías de 27 kilómetros de circunferencia reproduce las temperaturas más frías y más calientes del universo. El objetivo es lograr la colisión de partículas que permita emular, en forma controlada, la gran explosión que dio origen a todo. Treinta y ocho países integran el proyecto que pone a prueba la investigación de punta. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner firmó ayer con el director del Consejo Europeo para la Investigación Nuclear (Cern), Rolf Heuer, el protocolo de colaboración que permitirá el desarrollo de equipamiento de alta tecnología para el Gran Colisionador de Hadrones (LHC). Una veintena de científicos de las universidades de Buenos Aires, La Plata y Mar del Plata están ya participando del proyecto bajo la dirección del ingeniero Mario Benedetti.

“Es homónimo de un gran escritor y poeta uruguayo que acaba de morir. Un artista, un creador, claro que él como científico también es un creador”, le comentó la Presidenta a Heuer mientras firmaba junto al ministro de Ciencia y Tecnología, Lino Barañao, el Libro de Oro de la organización europea para el desarrollo nuclear.

Después de un didáctico power-point que intentó esclarecer sobre los alcances del experimento, la comitiva en la que se mezclaban investigadores, ministros, sindicalistas como el taxista Omar Viviani y diputados como José María Díaz Bancalari bajó a conocer al Gran Colisionador de Hadrones (algo así como ínfimas partículas producto de las múltiples divisiones de los protones).

Las medidas de seguridad imponían el uso del casco. Cristina Fernández de Kirchner resistió ese atentado a la estética pero tuvo que claudicar ante la insistencia de los anfitriones. Al terminar el recorrido alguna foto la había registrado antes de ponerse el casco y estalló no una explosión sino un revuelo controlado. Hace poco, la presidenta alemana Angela Merkel había visitado el Gran Colisionador y también había intentado preservar su peinado. La posibilidad de que trascendiera un privilegio en ese sentido puso nerviosos a los hombres del Cern.

La experimentación sobre la existencia de más de tres dimensiones, la posibilidad de desentrañar la naturaleza de la materia oscura presente en la estructura del universo aparecieron como incomprensibles para la mayoría de los legos.

“Insisten tanto, hacen tanto, que al final van a demostrar la existencia de Dios”, ironizó el embajador argentino en los Estados Unidos, Héctor Timerman, inerme ante tanta ciencia dura.

“Estamos participando en un proyecto que avanza sobre el origen del universo y la descomposición de la materia. Argentina se ubica así entre los países capaces de proveer alta tecnología para esta clase de experimentos”, explicó Barañao.

Mientras tanto, tres físicos argentinos –Karina Loureiro (formada en la Universidad de Columbia), Valeria Péres Reale (egresada de La Pampa y posgraduada también en Columbia) y Ariel Schwartzman (graduado en la UBA y docente en Stanford)– trataban de traducir la complejidad del experimento. Forman parte de un grupo que llegó al Cern desde casas de estudio estadounidenses.

Antes de despedirse, la Presidenta charló con algunos de los investigadores argentinos y se llevó una sorpresa.

–¿Dónde está Díaz Bancalari? Acá hay un profesor de San Nicolás –-dijo mientras buscaba con la mirada al diputado bonaerense.

–Eramos vecinos, vivíamos enfrente –recordó Germán Martínez, un físico que dejó la Argentina hace veinte años y recaló en Ginebra.

–El Mono ha estado años invirtiendo para esta foto –concluyó un conocedor de las picardías del puntero bonaerense. Una casualidad con la que se ganó una postal del viaje.

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