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El país|Martes, 22 de septiembre de 2009
El debate sobre la ley de Servicios Audiovisuales

Los medios y la política

El papel jugado por el vicepresidente Cobos, en una sugerente mirada comparativa con sus colegas norteamericanos, o la forma en que se reorganizó el sistema político alrededor de las últimas batallas parlamentarias contribuyen a explicar la dureza de la actual polémica.

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Disputar la hegemonía

Por Mario Toer *

Todavía falta la definición del Senado, pero lo que se ha venido gestando en torno de la ley de medios audiovisuales resulta ejemplar en lo que hace a la manera en que se debe construir un bloque que pueda disputar la hegemonía y aislar con nitidez a los mezquinos servidores del orden vigente.

Como nunca antes quedaron desplegados en el escenario político las representaciones que tienen que ver con el campo popular, de un lado, y las diferentes variantes que se someten a los dictados de quienes ejercen la dominación, del otro. Con todas las imperfecciones del caso, porque en esto no hay artefactos selectores precisos, quienes podían y tenían que quedarse en el recinto y votar en un sentido lo hicieron. Y como secuela benéfica que acompaña estos deslindes, los más remolones que aún siguen posando como barniz progre del bunker conservador se vieron solos y confundidos y hasta expresaron sus dudas sobre si debían haberse retirado o quedado junto a otros, sus socios recientes. De excepción.

Por supuesto, nadie nace sabiendo y menos en una Argentina que en demasiadas ocasiones sufrió dolorosas disociaciones que dejaron huellas por mucho tiempo. Pero en este año y medio tan intenso, con el incremento de quienes han hecho un notorio aprendizaje y aspiran a más, atravesando sectores sociales y generaciones, estamos alumbrando otro país.

Uno de los primeros y más sostenidos indicadores de lo nuevo en ciernes fue la conformación del espacio de Carta Abierta, con toda su amplísima gama de historiales y trayectorias y su sorprendente despliegue por todo el territorio. En diferentes ámbitos se comenzó a superar la mera y cauta satisfacción expectante por las imprevistas iniciativas que jalonaron los primeros años K y ante el desparpajo del alzamiento agromediático las voces se alzaron y se cerraron filas. El arraigado escepticismo empezó a retroceder y la confianza en la posibilidad de condensar fuerza propia apareció como un inesperado retoño llamado a crecer. Y esto a pesar de la formidable avalancha mediática que aún pudo maniatar a considerables legiones de incautos. Pero la esperanza fue más fuerte, y a pesar de los resultados de fines de junio se conjuró a no retroceder. Entonces fue quedando claro que había una comunicación y una empatía entre lo nuevo que se ha venido gestando y quienes concentran la conducción de este nuevo rumbo. Detenerse es retroceder.

Y así fue que finalmente se desplegó lo que aún no había madurado. Lo que aún era confuso e incipiente. Fue como una sigilosa irrupción que recorrió insospechados recovecos. Porque no fue sólo invención de imprescindibles y lúcidos negociadores palaciegos. Afloró la primordial sabiduría que requiere poder conjugar y elevar una diversidad que, aun con sus letargos, olvidos, parcialidades y limitaciones, no está modelada para la sumisión. En algún lugar atesora la vocación de ser Pueblo. Y se encontraron. Por arriba y también por abajo. Esto puede tener otra consistencia. Es diferente de las convocatorias para la galería en las que pueden aparecer oportunistas de toda laya y hasta mediocres vicepresidentes. Son otras las trayectorias, es otro el motivo, puede ser otro el compromiso. Para adelante pero no de cualquier modo. Escuchando, aprendiendo, sumando. Si seguimos en este camino va a ser difícil que nos puedan detener.

* Profesor titular de Política Latinoamericana, Facultad de Ciencias Sociales (UBA).


Hipocresía política

Por Dag Mossige *

Vista desde afuera, Argentina vive una situación política institucional extraordinaria por la persistente y activa oposición del vicepresidente Julio Cobos a iniciativas claves del gobierno nacional. Creo instructiva una mirada comparativa con los Estados Unidos cuya Constitución en buena parte inspiró a la argentina.

Antes de la Enmienda XII de la Constitución estadounidense, ratificada en 1804, el vicepresidente de aquel país era el segundo candidato presidencial más votado, quien había llegado al segundo lugar en la elección presidencial. Seguramente esta práctica contenía cierto grado de valor democrático, al permitir la representación y articulación del proyecto perdedor con la mayoría. Pero la gente pronto se dio cuenta de que esta práctica básicamente producía dos efectos indeseables. Primero, en un país que recién había conseguido su independencia, era bastante claro que tener un presidente y un vicepresidente representando dos proyectos distintos era concentrar todos los ingredientes para causar un desastre. Se facilitaban situaciones en las que el vicepresidente podría activamente debilitar la presidencia por ser fundamentalmente opositor.

Segundo, y más grave aún, siendo el vicepresidente la primera persona en la línea de sucesión, si algo pasara con el presidente, tenía un incentivo directo para forzar un golpe de Estado y reemplazarlo.

No acusaría a Julio Cobos –como sí, vale recordar, hizo Elisa Carrió en 2008– de ser un “golpista”. Pero con su oposición directa y cada día más activa a los proyectos claves de la presidenta Cristina Fernández, está perjudicando la función principal de su cargo.

Cuando los Kirchner lo eligieron para acompañarlos en la fórmula presidencial en 2007, parecía una decisión muy lógica. Una fórmula peronista-radical representaba una gran novedad política. Cobos ya tenía la reputación de haber sido un gobernador progresista (al menos no conservador) junto con varios de los otros llamados radicales K. Tal vez estaba ideológicamente más cerca del entonces presidente Kirchner que una gran parte del aparato político llamado “Partido Justicialista”, en muchas maneras una fuerza conservadora.

Todos recordamos su voto sobre las retenciones que no fue “positivo” para el gobierno nacional. Además de hundir la Resolución 125, su voto causó la primera derrota significativa no ya de la presidenta Cristina Fernández sino del kirchnerismo desde su llegada al poder en 2003.

Su acción opositora no fue un hecho aislado. Cobos continuaría su oposición a las políticas de la Casa Rosada, como en el caso de las AFJP, y ahora con la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.

Cobos ha dicho muchas veces que él también fue electo democráticamente. Es verdad y tiene derecho como ciudadano libre a expresar sus opiniones políticas. Pero hay un océano de diferencia entre el extremo de expresar sus pareceres personales y el de activar minando los proyectos de un gobierno que él fue elegido para apoyar.

Más allá de dañar la calidad institucional, es un caso de hipocresía política ver a un vicepresidente juntando la oposición en su propio despacho contra el gobierno nacional. La paciencia de la Presidenta ha sido nada menos que impresionante.

El vicepresidente después de votar contra las retenciones móviles admitió que institucionalmente debió haber “acompañado” al Gobierno pero que su “corazón” lo animó a votar contra su Presidenta, a pocos meses de asumir. Hoy, en contraste con la Resolución 125, ya advirtió que luchará y votará contra el proyecto de los medios, en contraste, por cierto, con otros radicales K. Pero aunque Cobos realmente siguiera los dictados de su corazón en cuanto a su definición política, la vicepresidencia no debe estar reducida a una tribuna pública de aspiraciones personales. Desde mi punto de vista, si el vicepresidente quiere construir su candidatura presidencial sería mejor, por respeto a su cargo, que lo hiciera fuera del gobierno nacional.

* Davidson College, Carolina del Norte, EE.UU. De origen noruego, con Doctorado en Ciencia Política en The Ohio State University.

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