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El país|Lunes, 14 de diciembre de 2009
Opinión

Los apócrifos

Por Horacio Verbitsky

En su agobiante serie sobre el peronismo, José Pablo Feinmann cuenta que en 1973 creía que los editoriales firmados por Dardo Cabo en la revista El Descamisado no los escribía él sino Rodolfo J. Walsh. No ofrece un solo indicio y sin embargo insiste en que “aún hoy lo creo”, porque Cabo “no puede escribir tan bien”.

Ahora que ya no puede defenderse, Walsh se ha convertido en la tabla rasa sobre la que otros inscriben sus fantasías. Como si no fuera poco la obra de David Viñas, ahora le cae encima la divagación de Feinmann.

En el caso de Viñas, al menos, se trata de una pieza teatral, de ficción. Pero es un desafío para especialistas discernir lo real de lo imaginario. Un personaje llamado Rodolfo Walsh ha desafiado a un gobierno sangriento y mientras espera que lo vengan a buscar a un domicilio que todos conocen dialoga con un canario llamado Gardel. Quienes poco y nada saben de la historia pueden creer que el verdadero Walsh envió su Carta Abierta a la Junta Militar y se sentó en su casa a mirarse el precioso ombligo intelectual y esperar la consumación del suicidio por mano ajena. Esas reflexiones son parte de la problemática personal e intransferible de Viñas, que es trágica sin necesidad de pedirle nada en préstamo a Walsh.

El caso de Feinmann tiene menos espesor. “Rosendo García cayó en una bronca entre pesados”, dice el editorial de El Descamisado que transcribe. Walsh escribió una serie de artículos en el Semanario CGT, en 1968, y luego un libro, titulado ¿Quién mató a Rosendo?, para demostrar que no se trató de una bronca entre pesados sino del ataque de un grupo de dirigentes de primera línea, entre ellos el propio Augusto Vandor, contra otro de militantes de base, que personificaban dos concepciones antagónicas de la práctica sindical y política. Eso basta para desechar la atribución de Feinmann, quien de un solo saque destrata a Walsh, haciéndolo autor de un modelo de política y de prosa política que detestaba, y a Cabo, al presentarlo como firmante de lo que otros escribían.

“Los viejos peronistas” dice en primera persona el editorial al describir a los dirigentes sindicales que después de 1955 “ponían bombas con nosotros”. Esa es la historia de Cabo, hijo de uno de esos gremialistas, cuyo rol en el tiroteo de la pizzería La Real de Avellaneda Walsh presentó bajo una luz muy cruda en su investigación.

Walsh nunca se identificó como un viejo peronista. Por el contrario, cuando Cabo le hacía el aguante a Vandor en la UOM, Walsh se ilusionaba con la Revolución Libertadora de Aramburu y Rojas, cuyo verdadero rostro descubriría muy pronto, el día en que supo que “hay un fusilado que habla”. Cuando Raimundo Villaflor lo invitó a sumarse a las Fuerzas Armadas Peronistas, tardó en decidirse porque aún no se sentía peronista. Difícil imaginar mayor distancia de biografías e incompatibilidad de visiones sobre el mismo episodio. Esto no implica restarle a Cabo nada del mérito de su evolución desde mano de obra sindical hasta militante revolucionario, asesinado en una cárcel de la dictadura.

Pero además, Walsh participó en la creación del diario Noticias, cuya historia acaba de escribir con delicadeza Gabriela Esquivada. Quería que fuera un órgano de información y no de propaganda, al servicio del pueblo y no de un puñado de agrupaciones de militantes. Todo lo contrario del estilo bochinchero y retumbante de El Descamisado, con el que nunca tuvo nada que ver y que ponía como ejemplo de lo que no había que hacer. Por eso Noticias padeció las presiones de una conducción que se sentía mucho más a gusto con la historia y la prosa de El Descamisado.

La asombrosa persistencia de los apócrifos se explica por la forma inequitativa en que se distribuye la capacidad de lectura. Internet es el caldo de cultivo ideal para estas argucias, como el testamento del cacique que reclama la deuda externa a los españoles o la falsa despedida de García Márquez, redactada en tono plañidero y ampuloso. Es tan imposible que él la haya escrito como que Walsh tuviera algo que ver con los editoriales de Cabo.

El tema no vale gran cosa y la repetición será inevitable, pero valga esta aclaración para que alguien repare que esta enormidad no gozó de silencioso asentimiento.

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