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El país|Domingo, 27 de diciembre de 2009
OPINION

Instantáneas navideñas

Posse anticipó los pronósticos, casi ni empezó el verano. Duhalde, un regreso promovido por una pareja. El peronismo federal, como con bronca y junando. Kirchner movilizando a la fuerza propia. Obama, un avance en política doméstica. El devenir real de la república del Norte versus los mitos republicanos del Sur. Y un saludo merecido.

Por Mario Wainfeld

Posse, el fugaz: Estaba cantado que Abel Posse no pasaría el verano siendo ministro de Educación. Su inviabilidad era palmaria, la fecha tope la delimitaban las paritarias docentes y la conmemoración del golpe de Estado del ’76. Intratable, impolítico, exasperante para sus contrapartes, Posse no daba el perfil para conducir las difíciles tratativas con el abanico de sindicatos de maestros. Por otra parte, sus declaraciones sobre la tortura, el terrorismo de Estado, el rock y la cultura juvenil en general auguraban un horizonte abrumador hasta el 24 de marzo. Sería el tópico central de cuanto recital se realizara por ahí, amén del blanco de los reproches en actos escolares de todo jaez. La silbatina colosal que recibió en una celebración de las escuelas ORT activó una alerta entre sus compañeros de gestión, alelados ante su falta de timing y su capacidad para aunar opositores.

Mauricio Macri caviló antes de tomarle juramento, optó por hacerlo para no parecer dubitativo, con lo que consiguió el milagro de equivocarse dos veces en menos de dos semanas.

Posse, cuya soberbia le impide hasta notar que siempre habla fuera del tarro, exacerbó las internas del elenco macrista. Proliferaron cultores del noble deporte de prorratear culpas y serruchar el piso de despachos cercanos. Gabriela Michetti y Marcos Peña, dos pilares del macrismo cool, padecieron los embates de sus pares, trastabillaron un poco. Horacio Rodríguez Larreta avanzó algunos casilleros, aunque dista mucho de su objetivo de ser candidateable a jefe de Gobierno en 2011. Para eso no bastan las intrigas y las jabonadas del piso en Palacio, también interviene el favor popular, tan esquivo. Mientras espera que se alineen las constelaciones respectivas, Rodríguez Larreta consiguió colocar a Esteban Bullrich en reemplazo de Posse. Bullrich es joven, con más cintura política que el ministro fugaz (no es muy difícil), carece de saberes específicos en materia educativa y casi no tiene experiencia de gestión.

El jefe de Gobierno consulta con fervor y desazón las encuestas entre los porteños. Mes a mes le dan peor, su buena imagen e intención de voto cayeron en tirabuzón, acentuado en diciembre. A nivel nacional los rechazos son menores, aunque la intención de voto no da para ilusionarse. Se han empiojado las perspectivas presidenciales de “Mauricio”, en tanto se ensombrece el panorama de retener la Jefatura de Gobierno, máxime si él no es candidato.

Macri había construido una mayoría imponente en 2007, llegó al sesenta por ciento en segunda vuelta. Ese número (que seguramente también habrá obtenido entre los papás de los pibes de la ORT) dista de expresar un conjunto congruente de ciudadanos de centroderecha. Es demasiado audaz consignar porcentuales, pero es evidente que una fracción muy alta la formaron votantes no encuadrados, ni encasillados ideológicamente. Se los suele motejar de “independientes”, designación capciosa que supondría que aquellos que tienen convicciones políticas o alineamientos partidarios no lo son. Sería mejor llamarlos electores flotantes o fluctuantes, proclives a ser incorporados mediando destreza y seducción políticas. Imaginar que toda la población está emblocada ideológicamente es una desviación corriente entre dirigentes o analistas políticos. Edgardo Mocca la calificó de “pregramsciana”, con buena razón. Ese error, en el que incurre a menudo el kirchnerismo, induce a bajar los brazos a la hora de persuadir a los no convencidos, a dar por hecho que la mayoría de la ciudadanía está cristalizada en sus convicciones, a abandonar intentos inteligentes de construir (con perdón de la palabra) hegemonía. O a sesgarse mucho hacia la tropa propia, ahuyentando aliados transitorios o compañeros de ruta, que fue lo que hizo Macri al promover a un dinosaurio de derechas, corto de entendederas por añadidura.

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Duhalde, el tenaz: Eduardo Duhalde realizó infinidad de actos para anunciar su retirada de la política y su zambullida en la actividad inmobiliaria, un sexenio atrás. Tantos, que él mismo se tomó en solfa, diciendo que parecía Los Chalchaleros, que se pasaban de gira, despidiéndose por doquier. Sus amagues de regreso son asimismo recurrentes, aunque los anunciantes son muy pocos. Nula agrupación, nula unidad básica, apenas una pareja, la que también integra la senadora Hilda González. La plataforma de lanzamiento es poco imponente, también chuequea en el reclutamiento de adhesiones. Tras azuzar sin éxito a Carlos Reutemann (que, debe reconocerse, es duro de estimular), el ex presidente verbalizó que desea ir por la revancha, en afán de llegar a la Casa Rosada merced al voto popular. Desbancar a los Kirchner es, para Duhalde, un aliciente adicional, un bonus millonario.

Los embates de Duhalde tienen recepción muy distinta en los medios dominantes y en la dirigencia peronista: excitan a aquéllos, desorientan o fastidian a ésta. Para algunos sectores del establishment todavía fulguran cenizas de los fuegos alumbrados en 2002, cuando la devaluación asimétrica, la licuación fenomenal de pasivos, la ley de bienes culturales. La memoria agradecida se trasunta en una cobertura desproporcionada a la virtualidad electoral del ex presidente.

Entre los popes del peronismo federal, en cambio, las precoces incursiones de Duhalde producen escozor o incordio. Presidenciables ya hay de sobra, con mejores pergaminos: legitimidad medida en elecciones recientes, control territorial, imagen pública alta, menos rechazos, menos edad, mochilas más livianas de pasado. Los contendientes virtuales alzan la guardia y muestran los dientes (Mario das Neves o Felipe Solá) o directamente ignoran la salida al ruedo para zafar del abrazo del oso. Nuestro hombre, en tanto, anuncia su gabinete en las sombras, un rebusque para seguir logrando repercusión mediática. Su abanico de colaboradores remite al pasado, ni a la hora de imaginar amplía su espectro.

Duhalde es más un síntoma de la falta de liderazgo que debilita al peronismo federal que su solución. Así supone el cronista, para nada en soledad. Husmean lo mismo dirigentes peronistas de peso territorial: miden la sensación térmica en el Conurbano, lo “caminan”, no se privan de hacer sondeos. Según ellos, el contendor de los Kirchner no es su ex aliado y ahora principal enemigo, sino Francisco de Narváez. Nula novedad, ya se patentizó el 28 de junio. Mucha agua corrió desde entonces bajo los puentes, pero (tal parece) hubo pocos cambios en las percepciones populares.

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Kirchner, sin reposo: Néstor Kirchner recorre escenarios, palcos, geografías desde la Biblioteca Nacional hasta Rosario, pasando (claro) por el conurbano bonaerense. Se dedica más que de costumbre a cónclaves empresarios, participa en cenas o largas sobremesas contra su costumbre y su gusto. Le harán falta muchas reiteraciones, muchas acciones, mucha perseverancia para que esas novedades alivien la suspicacia y mala onda de los hombres de negocios.

De cualquier modo, destina su mayor esmero a sus aliados activos: núcleos militantes de vieja o nueva forja. Ocurre algo curioso, no muy analizado: entre 2003 y 2007 el kirchnerismo concitaba adhesiones masivas, como norma poco entusiastas y sólo congregaba un núcleo reducido de militantes fervorosos. Durante la presidencia de Cristina Kirchner, la ecuación varió, invirtiéndose en buena medida. La polarización y politización parieron adhesiones grupales más fervorosas, mientras disminuía la aceptación social previa, seguramente basada (no toda, pero sí una buena ración) en consideraciones pragmáticas, ligadas a la satisfacción de intereses.

Una crítica asidua, y atinada, al kirchnerismo es que desaprovechó su mejor momento para “construir” una fuerza política, convocar y formar cuadros, ir promoviendo eventuales reemplazos en las primeras líneas. Los conflictos por las retenciones móviles y por la ley de medios audiovisuales no repararon esas falencias pero sí estimularon adhesiones e incorporaciones comprometidas. A esa tribuna, propia y fiel, le habla mayormente Kirchner en sus periplos cotidianos. Ratifica identidades, anuda solidaridades... es cuanto menos dudoso que seduzca a los no iniciados o persuadidos. Más aún, en un ágora mediatizada, siempre se habla para variados auditorios, que decodifican cada mensaje según su propia lógica. Es dudoso o, peor aún, improbable que sectores alejados o desencantados del kirchnerismo o en tránsito se sientan interpelados por el mensaje que el ex Presidente comparte con su propia, enfervorizada, tribuna.

Todo un dilema del líder del Frente para la Victoria que necesita tanto de un colectivo organizado y encuadrado que lo apoye como de ampliar su base social y cultural de sustentación.

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Obama, el progre doméstico: El presidente Barack Obama consiguió su primera victoria importante en 2009, salvo que se considere un éxito el oxímoron del premio Nobel de la Paz. La reforma del sistema de salud, que le hizo sudar tinta, es un cambio cualitativo en las políticas sociales (acaso en el imaginario político) norteamericano. Logró lo que no pudiera Hillary Clinton durante la exitosa presidencia de su esposo Bill. Dejó jirones en el camino, hizo concesiones que le fueron reprochadas por sus aliados más progresistas. Ese es, quizás, un sino habitual de los avances reformistas en democracia: enardecen a las derechas sin terminar de convencer a las izquierdas más consistentes.

Obama plasmó los cambios que más le importaban y remachó su perfil “liberal” en la política doméstica, en las relaciones exteriores amagó gestos innovadores pero no giró el timón del imperio. Seguramente es muy difícil, también es factible que esa combinación (más solidaridad en las propias fronteras, floja innovación extramuros) sea el mandato de sus votantes, entre quienes hay más símiles de Homero Simpson que de Woody Allen.

Observada desde acá, la negociación por la reforma ilustra acerca de numerosos mitos urbanos argentinos. La oposición republicana es cerril y organizada, no cede un jeme, obstruye todo lo que puede, trata de diferir las votaciones. ¿Les suena? Los republicanos ocupan cuarenta bancas en el Senado, todos obran en sintonía, con disciplina castrense. Mantener al conglomerado demócrata, al que se suma un puñadito de independientes, es más costoso. Obama canjea beneficios por votos, trafica por encima de la mesa. Se vale (aj) de la caja estatal, préstamos van, puentes vienen. O compromete adhesiones para medidas antiabortistas. En una cultura pragmática, las negociaciones no son tabú, lo que sí los distingue de este Sur.

El debate parlamentario es enardecido, hasta desorbitado. Un programa social que no emparda los standards de muchos países capitalistas europeos es definido como comunista. Los intercambios en el Capitolio no suscitan consensos ni desplazamientos. La mitología republicana, tan de moda en Argentina, no encuentra asidero en este hecho histórico: no hay parlamentarios persuadidos por la narrativa de los otros, ni conductas cooperativas entre los bloques adversarios, ni tolerancia, ni redención de las corporaciones.

El primer presidente negro marca su primer triple y puede irse de vacaciones, con la patrona y las hijas.

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El sueco, auditado: El politólogo sueco que hace su tesis de posgrado sobre la Argentina es pesquisado por sus compatriotas, el comisario Kurt Wallander y el intelectual Henning Mankell. El decano de la Facultad de Sociales de Estocolmo, padrino de tesis de nuestro académico, ha ordenado el seguimiento y la auditoría académica. Desconfía de todo el material enviado en el año por el politólogo y, en particular, de sus rendiciones de gastos. Tal vez al estudioso se le fue la mano cuando propuso investigar el caso Pomar, por derivaciones políticas que le inventó. A las divagaciones policiales y periodísticas le añadió las propias: fatigó entonces caminos y hoteles de Las Leñas, El Calafate y Cataratas aduciendo que iba tras pistas certeras. Se propasó cuando quiso trasladarse a un resort cinco estrellas en la isla de Paquetá. Una carta intención para contratar a la pelirroja progre como asesora psicológica fue la gota que rebasó el vaso. Ahora debe andar con pies de plomo, mientras Wallander no le pierde pisada y Mankell revisa sus textos y su papelería comercial.

Son momentos fastidiosos, pero el politólogo avizora un feliz y próspero 2010. Malicia que su decano no desamparará las investigaciones en esta tierra feraz, pródiga en fenómenos únicos. Para tentarlo, comienza a tipear un correo electrónico: “hay que comenzar un estudio profundo sobre Ricardo Fort, profesor. Elementos empíricos, a corroborar, probarían su enorme potencial electoral. Su nivel de conocimiento público equipara al de Maradona. Y es notoria la afición del electorado argentino por los herederos de millonarios carentes de espiritualidad y poco aptos para el manejo del idioma castellano. Hay amplia oferta de candidatos parecidos pero Tinelli obra milagros, este muchacho no tiene techo”. Da enter, sonríe. Sale a la calle, se da vuelta de sopetón, encara a Wallander, que está unos pasos detrás de él, y lo invita a comer carne de primera, regada por vino acorde en Puerto Madero.

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Protagonistas: El Congreso cerró, las playas y las montañas imantan a los protagonistas de la política. Los tribunales ganan la portada de los diarios, acumulando capital simbólico antes de la feria. Las fiestas alivian un poco la agenda cotidiana. Quién le dice, bajará el decibelímetro y el ecosistema será menos ominoso. Vendría bien.

El cronista escribe casi todos los domingos, recorriendo vida y trabajos de protagonistas como los reseñados en esta columna. Tales son sus fuentes y su objeto de información. El de sus afanes es usted, lectora o lector. Cada crónica procura atraer su interés, aportar a su comprensión, nutrir su saber, por qué no hacer sonreír a veces. Si el escriba acierta, su interlocutor dispondrá de mejores medios para aplicar a sus propios fines. Todo el tiempo se piensa en las personas que leen las crónicas. Una vez al año, ésta, se puede sincerar esa prioridad y desearle (como a buenos compañeros que son) felices fiestas y un buen año.

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