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El país|Domingo, 14 de marzo de 2010
DOS ENFOQUES SOBRE EL ENFRENTAMIENTO EN EL SENADO

Diálogos y rupturas

Muestra de soberbia o simple obediencia a intereses dominantes, la actitud de la oposición ante los pliegos de Mercedes Marcó del Pont es observada y criticada sin sorpresas. Los mecanismos que deja al descubierto el conteo de votos.

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Por Washington Uranga

Los zapatos del otro y el martillo

Michelle Bachelet, la presidenta saliente de Chile, dejó el poder contando con una aprobación popular del 84 por ciento. Cuando se le pregunta sobre el “secreto” de su éxito como gobernante, responde, siempre con la misma certeza, que la clave para entender lo que pasa y para encontrar las mejores soluciones está en “ponerse en los zapatos del otro”. Este pareciera ser un criterio que no se aplica en la política argentina. Ni siquiera se recurre a este principio tan sencillo para construir los escenarios que permitan tomar las mejores decisiones tácticas, evitar derrotas coyunturales y afrontar papelones históricos.

La sucesión de episodios generados en el Senado en torno del acuerdo para la designación de Mercedes Marcó del Pont como presidenta del Banco Central habla a las claras de lo anterior. No es de buenas costumbres, pero tampoco de inteligencia y racionalidad política, que los senadores se sienten frente a la economista nominada y omitan hacer preguntas porque “ya está elaborado el dictamen”. Quizás haya que pensar que más que una estrategia política, la actitud de estos senadores de la oposición fue en realidad una forma de autopreservarse para no quedar en ridículo por el contenido de los mismos interrogantes o eventualmente descolocados por el tenor de las respuestas de Marcó del Pont.

La política es un ejercicio complejo, que combina discernimiento acerca del escenario, de los actores en juego y del poder que cada uno de ellos ejerce en situaciones determinadas. Un error de apreciación respecto de cualquiera de estos aspectos conduce casi inevitablemente a estrategias desacertadas y, en la mayoría de los casos, a derrotas. Quien participa del juego de la política tiene que mirar también a través del cristal de todos los actores para poder entender otras miradas y situaciones. Y esto vale para los adversarios como para la ciudadanía en general.

No bastan las estadísticas del Indec para asegurar que no hay inflación. Hay que ponerse en la situación y en el bolsillo del asalariado, porque ahí está la otra mirada, la que surge de las necesidades cotidianas. Tampoco basta con proclamar a los cuatro vientos una victoria por mínima diferencia de votos, cuando en realidad no se han analizado todas las variantes en juego. Y es de mala fe suponer que quien cambia de posición para adherir a la mía lo hace como resultado de un inteligente discernimiento y que toda modificación de perspectiva en el sentido contrario es consecuencia de la corrupción. El mundo es redondo y da vueltas, y nadie resiste un archivo: los mismos argumentos pueden revertirse en cualquier momento en contra de quienes hoy son acusadores. Precisamente porque la política no es una ciencia exacta, sino el arte de la negociación y del juego de las posibilidades.

Para comprender la situación, lo que pasa y lo que nos pasa, hay que “ponerse en los zapatos del otro” y no pretender explicaciones salidas únicamente desde nuestras categorías o intereses particulares. “Con frecuencia, pensamos que sólo a partir de lo que creemos podemos explicar los fenómenos. Así, porque tenemos un martillo nos pensamos que todo se arregla a martillazos”, sostiene el antropólogo español Juanjo Gabiña (Prospectiva y planificación territorial, Alfaomega/Marcombo, México, 1999, pág. 7).

La dirigencia política no parece entender que hay que ponerse en los zapatos del otro para comprender la complejidad de las situaciones y los puntos de vista. E insiste en resolver todo a martillazos porque ésa es la única herramienta que conoce, sin ni siquiera explorar las posibilidades de otros instrumentos. La situación requiere de innovación, de búsqueda de alternativas y de una mirada desde el otro, sea éste el adversario político o, principalmente, el ciudadano común que está demandando respuestas a su condición de vida.

Porque ése es el sentido de la democracia. La democracia exige compromiso con las personas y con un proyecto de futuro. No se hace construcción política apenas con estrategias parlamentarias para obtener mayorías circunstanciales. El sentido de la política está en la construcción de escenarios de futuro que incluyan a todos con igualdad. ¿Qué futuro queremos y qué acciones nos demanda eso en el presente? Sabiendo además que no hay disociación posible entre contenido y método y que no se puede pretender un fin noble con métodos reñidos con la honestidad y la ética.

Como bien lo reclamó en su momento el educador brasileño Paulo Freire, “es preciso que asumamos la radicalidad democrática, para lo cual no basta con reconocer alegremente que en tal o cual sociedad el hombre y la mujer son tan libres que tienen derecho hasta de morirse de hambre, o de no tener escuela para sus hijos e hijas, o de no tener casa para vivir” (Pedagogía de la esperanza, Siglo XXI editores, Buenos Aires, 2002, pág. 151). Asumir el juego de la democracia es así de exigente, ética y políticamente; necesita de un proyecto político que imagine una sociedad mejor para todos y para eso no alcanzan las maniobras con fines meramente electorales.

Por Hugo Yasky

Encrucijadas y dilemas

La asunción de Piñera en Chile y la consolidación del proceso que destituyó a Zelaya en Honduras son señales claras de que se activó la cuenta regresiva de los grupos de poder que en Latinoamérica vienen apostando todas sus fichas a dar vuelta la página de lo que ellos denominan el ciclo de gobiernos populistas. Para lograr ese objetivo, se ha demostrado, no descartan ningún curso de acción. Puede resultar válido un acto electoral como en la nación trasandina o métodos más expeditivos como los utilizados en Centroamérica.

La actual escalada protagonizada por las distintas vertientes políticas que se postulan como garantes de los intereses de los grupos dominantes en torno de la pretendida intangibilidad de las reservas del Banco Central, no está ajena a esta realidad.

Este gobierno cometió grandes errores y se le pueden achacar enormes incongruencias y contradicciones, pero siempre que la derecha lo atacó fue cuando avanzó con medidas de contenido popular. Eso sucedió al principio con la derogación de las leyes que garantizaban la impunidad de los genocidas, con los cambios en la Corte Suprema y con la orientación progresista de las nuevas leyes de educación. Después pasó lo mismo con la reestatización del sistema jubilatorio, con Aerolíneas Argentinas, con las retenciones al sector del agro y con la derogación de la ley de medios de la dictadura.

Pero de cuantos errores se le pueden achacar a las políticas del kichnerismo quizás el más grave sea no propiciar un amplio proyecto capaz de convocar a expresiones progresistas, populares y de izquierda, imprescindible para construir la correlación de fuerzas necesarias para hacer sustentable este rumbo transformador. Por el contrario, en lugar de eso siguió negándole reconocimiento legal a la CTA e impulsó una ley de reforma política que, en la práctica, fortalece el esquema de un bipartidismo conservador.

Los factores de poder y los grupos dominantes creen que están a tiro de piedra de recuperar el terreno perdido. Manejan resortes económicos, mediáticos y ahora parlamentarios. La exasperada y patética embestida contra Mercedes Marcó del Pont en el Senado es una clara señal de que ni siquiera están dispuestos a guardar las formas, a la hora de defender el instrumento que José Alfredo Martínez de Hoz convirtió en el engranaje fundamental de la patria financiera.

Se acabaron los tiempos de seducción con gente del palo como Prat Gay y Redrado. En este punto del camino el Gobierno se enfrenta a una encrucijada. Sigue atrapado en la soberbia de una política que lo debilitó despreciando la construcción de alianzas por fuera de los límites del PJ y la CGT, o hace el intento de articular alianzas para profundizar el rumbo transformador. Esto supondría convocar a discutir un proyecto que en el contexto del Bicentenario plantee las bases de la Segunda Independencia. Esa discusión debería incorporar temas que han sido banderas históricas de los movimientos sociales y de los partidos de la izquierda y del progresismo, como por ejemplo la derogación de la Ley de Entidades Financieras de la dictadura, una reforma tributaria que avance sobre activos financieros y riqueza concentrada, la revisión de la política minera y de hidrocarburos y la investigación de la deuda externa, entre otros.

Pero también a los distintos sectores del campo popular la posibilidad cierta de un avance de la derecha que signifique un retroceso en relación con los logros de esta etapa nos enfrenta a una situación dilemática. La disputa del rumbo es lo que, en definitiva, debe definir nuestra opción. Ante ello no podemos confundir autonomía de clase con neutralidad. Y lo dramático es que no se trata de una cuestión meramente teórica. De que se profundice el proceso transformador o suceda lo contrario depende que haya más o menos hambre, más o menos libertad para seguir luchando, más o menos posibilidades de seguir construyendo una vida mejor para nuestros hijos. Y también, porque no nos podemos desentender de que somos parte de una disputa en el terreno regional, de ello dependerá que haya mejores o peores condiciones externas para los procesos populares de Bolivia, Paraguay y el resto de la región. Ese es nuestro dilema.

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