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El país|Domingo, 15 de diciembre de 2002
LA LLEGADA DE PRAT GAY AL GOBIERNO.
OPTIMISMOS OFICIALES. LA CORTE EN JAQUE

El lento regreso de la política

La distensión y el humor en la Rosada. Prat Gay puso contentos a todos. Las razones de Lavagna. Los instrumentos que recuperó el Gobierno y, algo, de lo que podría hacerse. ¿Una ofensiva en ciernes contra dos cortesanos? Recelos y esperanza en las vísperas de la movilización del 20.

Por Mario Wainfeld
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Duhalde de visita, ayer, en las minas de carbón de Santa Cruz: contacto con los obreros.
La distensión de los gobernantes se percibe como un fenómeno físico, como el frescor que sigue a la lluvia. Unos pocos días sin sacudones despejan los ceños y hacen renacer el sentido del humor. El índice de autoestima en los despachos de la Rosada es alto. Y hasta tiene sus explicaciones. Un ministro enlaza dos anécdotas ante Página/12. “Hace unos días fui a comer a ... (un conspicuo restaurante de la Recova). La gente entraba, me veía, era ostensible que me reconocía y no me hacía ningún comentario, ni me miraba mal. Hace cuatro meses yo no hubiera ido ni, de haberme atrevido, habría sido tratado con tanta consideración”. Las expectativas han mejorado, interpreta el hombre y no sólo entre quienes pueden pagar un almuerzo de cuarenta pesos. “Estuve con Duhalde en un par de fábricas y por un rato -se auto ironiza– me pareció estar con un presidente peronista. Los obreros lo saludaban, querían tocarlo, alguno lo abrazó”.
–¿Están contentos con el Gobierno? ¿Votarían a Duhalde para presidente?, explora, chicanea, aventura este diario.
–Ni ahí. Recelan menos, nos tienen menos bronca, tienen menos miedo al futuro. Eso solo.
–Y eso solo ¿para qué le sirve al Gobierno?
–Por ahora –baja a la realidad el ministro– para que yo pueda ir a almorzar afuera sin temores ni sobresaltos.
Y ríe. La risa cesa cuando la conversación vuelve a esa noria interminable que es la interna del partido justicialista. Las semanas discurren y todo sigue igual, el Gobierno más afiatado (hasta confiado) pero la ausencia del candidato oficialista no sólo enrarece el futuro sino que lo hace inimaginable. Acaso el acercamiento del Presidente a Néstor Kirchner (ver página 8) dé más certeza a ese inconsistente magma.
Los que conocen el mercado
El optimismo del Gobierno, que lo lleva a creer en la (sospechosa) sinceridad de fotos como la que ilustra esta columna, no abreva apenas en un par de anécdotas impresionistas. En Trabajo, en Economía y en la Rosada “gastan a cuenta” de los próximos índices de desempleo. Aseguran que serán –decir “mejores” suena ofensiva– menos afrentosos que los precedentes. “Hay que desagregar bien el impacto del Plan de Jefas y Jefes de Hogar -proponen en Hacienda– pero habrá una importante mejora”. Cuentan sus allegados que Roberto Lavagna tiene especial interés en corroborar si -como indican las primeras cifras– ha subido la Población Económica Activa. Ese colectivo, según el Indec, está integrado por las personas de entre 14 y 65 años que tienen trabajo o que lo buscan “activamente”. Un incremento de entre quienes procuran un conchabo, gastando un par de pesos que casi no tienen en el empeño revelaría, a ojos del ministro, que los laburantes perciben tener más chances en el mercado de trabajo. “Nadie conoce mejor el mercado de trabajo que los trabajadores,” propone Lavagna. Una alabanza del sentido común de cuño jauretcheano aunque no pinta que Arturo Jauretche sea uno de sus autores de cabecera.
Sí puede que pase a serlo el Plan Fénix a cuyos gestores Lavagna recibió y con quienes dialogó en un gesto que habla bien de uno y de otros. Un gesto que jamás hubieran osado ni el medroso José Luis Machinea ni el arrogante Domingo Cavallo. Quienes proponen ese plan alternativo, opinable pero racional, están convencidos de que, variando el rumbo, la Argentina podría crecer a un sostenido 6 por ciento anual (mínimo), con mucha mayor equidad en la distribución de las cargas y la riqueza.
Cuesta suponer que la Argentina pueda salir de su constante caída y crecer con cierta continuidad. Una de las consecuencias evidentes de la crisis es la consiguiente depresión emotiva y una creciente dificultad a trascender el presente. Y, sin embargo, muchos piensan que es posible. Juan Llach se ha atrevido públicamente a suponer que, con mayor protagonismo estatal, reforma impositiva y recaudadores más aguerridos podría aspirarsea un crecimiento del 10 por ciento anual. Visto desde hoy, parece una desmesura. Para darle contexto cabría explicar que, si desde 2003, creciéramos al 10 por ciento anual a fines de 2005 tendríamos un PBI per capita similar al de 1997.
La virtualidad del crecimiento tiene en parte que ver con la caída de la economía, con la capacidad instalada ociosa pero también con un dato de actualidad que Lavagna ha hecho valer y que Aldo Ferrer explicó consistentemente en un artículo publicado en Clarín el jueves pasado: la recuperación de la posibilidad de hacer política económica. La convertibilidad –esa regla de coyuntura que economistas y políticos argentinos fingieron creer eterna– suprimía la política monetaria y, a su vera, la política económica. Roto ese corsé, se recupera la posibilidad de optar, sí que dentro de un menú propio de un país escuálido y dependiente. Haciendo de la malaria virtud Argentina tiene un gran superávit comercial (hijo de las ventajas para exportar y de la consunción del mercado interno) y un alto superávit de cuenta corriente algo achicado porque durante este año pagó buena plata a los organismos internacionales. La primera decisión de política económica propia fue la de no seguir pagando a los organismos internacionales de crédito. Lavagna sigue convencido de que fue un acierto porque era absurdo que Argentina siguiera siendo, en las actuales condiciones, “un pagador neto”. Lo que enfada al ministro es que a cada rato se ponga nuevamente el tema como item de agenda, sugiriendo que se está en vísperas de una nueva decisión. “Nosotros decidimos no seguir pagando en noviembre y no lo haremos en tanto no haya un acuerdo con el FMI. Sin acuerdo, nada cambiará ni nada tenemos que decidir el 14 de diciembre ni el de enero” bronca ante el tratamiento periodístico del tema. Al sensato argumento de que es mejor vivir con lo nuestro, lo que le permite incluso desde agosto un financiamiento ordenado de las provincias por cuenta y orden del fisco nacional, Lavagna añade otro de orden político. “Si nosotros pagamos, el próximo gobierno se encontrará en el peor de los mundos: sin reservas y sin poder resolver otro camino. Si no pagamos, y el próximo quiere hacerlo, le basta hacer una notita de tres líneas ordenando liberar los fondos. Que lo hagan si quieren”.
Lo cierto es que la, sensata, política económica del Gobierno puso fin a un dislate que la propia administración Duhalde alimentó, suicida, en sus primeros meses.
“El país que más necesita de los prestamistas de última instancia es el que más les pagó. Nunca efectuó la Argentina más pagos a los organismos multilaterales de crédito como durante 2002, precisamente el peor año de su historia. Todos sabemos los errores que hemos cometido puertas adentro. Lo que estos números demuestran es que tanto el sistema financiero internacional como los organismos que velan por él necesitan una reforma no menos seria que le tocará encarar a nuestro próximo presidente,” escribió, con tino, a fin de septiembre en La Nación, un joven brillante egresado de la facultad de Económicas de la UCA, ámbito que no descuella por ser una cantera de pensamiento crítico. El joven se llama Alfonso Prat Gay y esta semana pasó a jugar en ligas mayores.
La llegada a Prat Gay a la presidencia, en comisión, del Banco Central (BC) obró un efecto más o menos asombroso y peliagudo de sostener en el tiempo: varias facciones del Gobierno y del establishment se muestran igualmente satisfechas. Su curriculum tranquiliza a la City (cuyos diarios de negocios lo recibieron en triunfo), su buena relación con Lavagna y Alfredo Atanasof hace suponer, en ciertas oficinas de la Rosada, que cesó la lógica de la interna estrepitosa que puso en distintos extremos del ring al ministro de Economía y a Aldo Pignanelli. Prat Gay tenía, antes de su designación, buen diálogo con el Jefe de Gabinete en cuyo entorno serespira un aire de triunfo con el nombramiento. Para redondear Lavagna no está apenas aliviado, computa como un triunfo la llegada del flamante funcionario. Alguien que lo conoce muy bien asegura que el ministro le entregó al Presidente una lista de cuatro candidatos al cargo, en su orden de preferencia. El primero era Juan Carlos Mercier y el segundo Prat Gay, a quien Duhalde no conocía personalmente. Lavagna, cuyos amores y odios políticos no son pocos, recuerda que Prat Gay lo llamó para felicitarlo y darle apoyo minutos después de que hiciera pública su decisión de no seguir pagando la totalidad de la deuda a los organismos internacionales. Mientras eso ocurría, Aldo Pignanelli hacía públicas sus críticas, memoran en Hacienda y se solazan pensando en que el ex mandamás del BC haya vuelto a su fábrica de burletes para autos en el Sur del conurbano. “Le tocó un buen momento –chancea un Lavagna boy– durante diez años Burletex vivió en la cuerda floja y ahora las autopartes se exportan a lo pavote”.
Lo real es que Lavagna y Pignanelli compartieron cartel en una interna expuesta y brutal, algo no demasiado usual en la administración Duhalde. No es que no existan reyertas, pero sí que en general se reservan entre cuatro paredes y que su tono es marcadamente menos estentóreo y brutal que las que amenizaron los gobiernos de Carlos Menem y Fernando de la Rúa. Duhalde mantiene a su tropa relativamente ordenada, una aptitud (¡ay!) que no puede, ni por asomo, exportar al peronismo extra bonaerense.
El jaqueador jaqueado
Cuando afloja la presión, el gobierno no se consagra apenas a disfrutar de almuerzos sosegados y abrazos proletarios, también se propone eventuales ofensivas. Una, por ahora virtual, tendría como blanco a los jueces de la Corte. Adolfo Vázquez difundió en estos días una nota cursada a sus colegas que, a los ojos de más de un jurista consultado por el Gobierno, lo pone a tiro de recusación por haber emitido prejuzgamiento. El cortesano no sólo explicó cómo quiere fallar respecto de la pesificación sino cuán urgido está por hacerlo. En alguna computadora se está tipeando una recusación aunque aún no está plasmada la decisión política de presentarlo.
Por cuerda separada “en alguna oficina” de Gobierno se avanza en la investigación acerca de un posible plazo fijo en dólares que tendría como beneficiaria a la cónyuge de otro supremo, deportista quizá, también integrante de la mayoría automática.
El Gobierno, que se sentía jaqueado por la Corte, desde hace dos semanas percibe que han cambiado los roles. Sin embargo, parece dudoso que la ofensiva de la que algunos hablan trascienda el campo de la virtualidad y se plasme en los hechos. Es que muchos estrategas oficiales piensan que renovar el sitio a la Corte volvería a abroquelar la unidad de sus integrantes hoy en estado de anarquía y asamblea permanente. Tal vez lo que mejor convenga al Ejecutivo es dejar que avance el juicio político al inexplicable Carlos Fayt (que metió solito la cabeza en las fauces del león) y dejar que la entropía del tribunal obre el resto.
Los tribunales son para el oficialismo zona de riesgo. Si los cortesanos les dieron resuello, otros magistrados les frenaron el aumento de tarifas, a pedido de la ombudsman porteña y su par nacional. En Economía bufan por la irresponsabilidad institucional de los jueces y en la Rosada explican lo módico del aumento. Lo cierto es que el Ejecutivo no cumplió con todos los recaudos legales y que, para colmo, afronta una decisión esencial como afronta todo huérfano de apoyos políticos que trasgredan los arrabales de su ombligo.
Antes de enojarse por tener que confrontar con jueces individualistas y con funcionarios que sólo representan intereses difusos habría que asumir que ese escenario es hijo de la dilución de la representatividad política de la que el Gobierno fue antes coautor que víctima.
Las vísperas
Hablando de responsables que se trasvisten de víctimas, está por cumplirse un año de la ominosa caída de Fernando de la Rúa. La masacre del 20 de diciembre debe ser recordada como cuadra, con multitudes en la calle repudiando el salvaje accionar de Gobierno y fuerzas de seguridad y asegurando con su presencia vigilante que esas terribles horas no se repitan.
Se ha especulado mucho sobre eventuales saqueos. Quienes apuestan a la desmovilización cuentan como socio invisible al miedo a la represión policial. Los responsables de los gobiernos nacional y de la provincia de Buenos Aires afirman que, a diferencia de lo ocurrido en 2001, están sobre aviso y con sus uniformados preparados y capacitados. El poder político, sin ser gran cosa, no padece al grado de licuación que aquejaba a De la Rúa. Es dable esperar una actitud más sensata que la que produjeron el psicótico presidente y su sanguinario e ignorante ministro del Interior Ramón Mestre.
Pero lo que origina más tranquilidad es la conducta previa de toda la sociedad civil. La templanza y organización que han demostrado, sin mella de su capacidad de lucha, los movimientos de desocupados es un ejemplo para la cultura política local. Sobrellevaron sin perder ni la voluntad ni la chaveta hasta el asesinato de sus cuadros en las calles de Avellaneda. Y pudieron, merced a su tenacidad y su constancia ir ganando consideración entre los vecinos de clase media que, otro logro de la crisis, los reconocen como sus compañeros antes que como invasores de un improbable territorio propio.
También conforta la actitud de varios organismos de derechos humanos y ONGs que decidieron dialogar con el Gobierno, exigiendo garantías. Con la autoridad moral que le confieren sus años de trayectoria prefirieron participar de acciones preventivas a ponerse a esperar una hecatombe. La Mesa del Diálogo ampliada también produjo una convocatoria por la Paz que aduna a distintos credos y organizaciones de la sociedad civil en una jornada por la paz que no apunta a que ésta vaya de la mano del silencio sino de la activa presencia popular en las calles.
Estos signos, más la descontada participación de los asambleístas en las marchas, dan cuenta de lo mucho que ha crecido en número y en conciencia el activismo político en el mínimo lapso de un año. La sociedad se ha avispado, no cree en espejitos de colores y reclama su lugar. Un crecimiento que no tiene su correlato en la política institucional, cada vez más degradada y alejada de las necesidades y los anhelos de las personas de a pie.
En medio de esas paradojas bien merece la sociedad argentina vivir una jornada de movilización multitudinaria sin barbarie, lo que depende en buena medida de la sensatez de sus gobernantes. Que así sea.

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