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El país|Viernes, 6 de agosto de 2010
OPINION

Buen provecho, compañeros

Por Mario Wainfeld
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La militancia empresaria produjo dos reuniones llamativas, indudablemente ligadas. Una fue pública y profusamente difundida: la de los popes de la Asociación Empresaria Argentina (AEA) con los de la Unión Industrial Argentina (UIA). La otra se mantuvo en secreto, por un tiempito: la cena que convidó el CEO de Clarín, Héctor Magnetto, a cinco precandidatos del espacio PJ federal-Unión PRO. Hay, para empezar, un común denominador (para nada mínimo) entrambas: es la centralidad de Magnetto, un protagonista que antaño curtía el perfil bajo. A más de un año de las elecciones, se repite un rol playing consabido: las corporaciones toman la vanguardia del archipiélago opositor, hacen campaña contra la continuidad del oficialismo, le dan letra y regañan a la dirigencia del grupo A. Estos son actores de reparto, cuando no claque, pero (¡ay!) resultan imprescindibles para el ansiado recambio electoral.

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Almorzando el capital: El almuerzo en la paqueta sede de la UIA estaba pautado desde hace un tiempo, pero se le asignó un sentido peculiar en los últimos días. La cúpula empresaria había fallado a la hora de dar quórum a dos ensambles corporativos en los meses recientes. Dejaron de garpe a la jerarquía de la Iglesia Católica cuando ésta, con la batuta del obispo Jorge Casaretto, tramaba un documento común fulminando contra la pobreza y a favor de la república, esas banderas tan sentidas de la derecha nativa. Luego, una fracción de la UIA consiguió vetar un encuentro entre el empresariado industrial y la Mesa de Enlace. Para anteayer, los referentes de las grandes empresas se empeñaron en reparar esos fracasos parciales. A la hora de resolver prevalecieron sobre algunos dirigentes de la UIA, en especial pequeños, medianos y del interior, para nada convencidos de la movida.

Pero el capo de la Fiat, Cristiano Rattazzi, se encargó de definir el tono del encuentro: “Por suerte acá estamos los grandes –adujo–, porque la UIA es una bolsa de gatos”. En verdad, la AEA no tiene socios “chicos”, pero sí vasos comunicantes con la UIA. Hay patronales que están en las dos, aplicando la máxima de no poner todos los huevos en la misma canasta. El dueño de Techint, Paolo Rocca, revista en la AEA, mientras que Luis Betnaza trajina en la Unión Industrial. Algo similar hacen por Arcor Luis Pagani y Adrián Kauffman Brea, respectivamente.

Según chimentaron a este cronista dos asistentes, que exigieron reserva de sus nombres, Rattazzi transitó como de costumbre el borroso límite que separa la locuacidad de la incontinencia verbal. Lo hizo con su estilo habitual, que evoca a tantos personajes del cine italiano de la época de oro, encarnados por Alberto Sordi o Vittorio Gassman. Fue uno de los primeros en parangonar al kirchnerismo con el chavismo, visión reduccionista que fue acogida con marcado éxito, corroborando una vez más las limitaciones conceptuales de los mayores capitalistas argentinos. Ese cuestionamiento, el incorregible autoritarismo K, fue uno de los ejes argumentales recorridos. De eso no se vuelve, agregaron otros, esas tendencias más bien se agravan con el tiempo y tienden a perpetuarse. Algunas anécdotas sobre el hipersecretario Guillermo Moreno aderezaron el intercambio. Magnetto –refieren los testigos– trataba de volver la conversación al cauce.

Entre otras quejas y preocupaciones se aludió a la inflación, que según algunos se ha agravado a la categoría de inflación en dólares. La carencia de seguridad jurídica y la falta de apoyo oficial a las inversiones sumaron rubros al menú. Uno de los empresarios pyme que se franqueó con este diario despotricó por lo bajo: según él, a esos gorditos no les ha ido tan mal con la odiada “caja” oficial. La empresa de Rattazzi y la del presidente de la UIA, Héctor Méndez (artífice de la reunión), recibieron y reciben generosos préstamos de la Anses y del Banco Nación, masculla. Por lo visto, no son suficientes.

El comunicado de las dos centrales es tan ampuloso en los objetivos a que apunta cuan escaso de mención a instrumentos requeridos. La seguridad jurídica, la calidad institucional y el clima de negocios sirven para un barrido como para un fregado. Por lo general, cerca de una elección para presidente, los planteos gremiales (así sean VIP) son más precisos: tipo de cambio, esquema salarial, distribución del ingreso, reformas al sistema impositivo, cien etcéteras. La laxitud lleva de la mano a dos conclusiones de manual. La primera es que el primer reclamo de las corporaciones patronales, el segundo común denominador aludido en esta nota (se promete que el último) es desplazar a este gobierno de la Casa Rosada, lo demás vendrá por añadidura. La segunda es que muchos de esos instrumentos (más tangibles que las declamaciones huecas) son peliagudos para mostrar a la opinión pública. Es mejor callarlos y mostrar las barajas cara a cara con los dirigentes orgánicos de la derecha. Y ya que de eso hablamos, derivemos del almuerzo masivo y bullanguero a la cena reservada. ¿Reservada?

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Los compañeros van al pie: Magnetto recibió en su domicilio particular a Mauricio Macri, Carlos Reutemann, Eduardo Duhalde, Francisco de Narváez y Felipe Solá. Los agasajó con una cena, que fue discretamente divulgada después por los diarios La Nación y Ambito Financiero. Los diarios propiedad del Colorado y de Magnetto nada dijeron. Esa delicadeza no priva, más bien fuerza, al observador suspicaz a suponer que fue el propio anfitrión quien develó el supuesto misterio. En la praxis cotidiana, La Nación y Clarín actúan en tándem cuando se trata de defender intereses empresarios comunes: Papel Prensa, Expoagro, Ley de Medios, Fútbol para Todos. Las piruetas de la historia hacen que la causa penal contra Ernestina Herrera de Noble integre ese kit de asuntos empresarios comunes.

De la tenida poco se sabe. Se ignora qué les propuso (u ordenó) Magnetto a cinco emergentes del voto popular, lo que no impide que su participación en esa cena dé lástima o bronca o las dos cosas a quienes creen en la preeminencia de la política. A estar a la crónica oficial del espacio multimediático, Lole reiteró su negativa a postularse para la Presidencia y los otros comensales no comprometieron unidad para el futuro. La comida no resultó tan sabrosa, cabe concluir.

El cuadro replica lo que ya es un clásico. Los dirigentes son sumisos con las corporaciones (rural, industrial o eclesiástica), pero preservan su juego propio, la competencia interna. Para los poderes fácticos, esas diferencias son adjetivas, dejando la sensación de que cualquier bondi electoral les viene bien. Es razonable si la plataforma política la disponen ellos o, al menos, si incluye una licuación del poder relativo del gobierno a favor de las corporaciones. El sistema político de fines del siglo XX puso en acto ese paradigma.

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En procesión: La falta de fotos de la cena no impide que la imagen se vincule con la de tantas figuras del Grupo A fichando en la Rural, incluyendo la patética mesa sobre las retenciones. Habrá que esperar al fin de semana para saber si alguno se costea hasta San Cayetano, en la siempre multitudinaria convocatoria. La jerarquía católica –vapuleada en el debate por el matrimonio igualitario, en el que mostró en exceso su hilacha autoritaria y discriminatoria– acaso busque revancha con demandas sociales. La voz cantante, seguramente, será la de Casaretto, que esquivó embarrarse en la polémica sobre la ampliación de derechos, en la que se empeñaron (hasta el caracú y de común acuerdo) el cardenal Jorge Bergoglio y el obispo Héctor Aguer. Los purpurados, como los gremialistas patronales, ansían una oposición unida, deponiendo vanidades, pertenencias y lógicas partidarias. Un oxímoron, si se quiere, pero nada les está vedado a los poderosos a la hora de desear.

“Compañeros”, propone la etimología, son quienes comparten el pan. Buenas enseñanzas deja analizar quiénes fueron compañeros, en almuerzo y cena de alto vuelo, sí que manducando manjares más refinados.

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