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El país|Domingo, 12 de septiembre de 2010
Cómo es el circuito de las “casas de fiestas privadas” que en realidad funcionan como boliches

La noche que nadie controla

La tragedia de Beara puso al descubierto que muchos locales eluden controles al programar shows en vivo y bailes. Y también evidenció que, a pesar de lo extendido del fenómeno, en el gobierno porteño nadie lo detectó.

Por Luis Paz
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Toda casa está construida sobre un espacio físico, sobre un terreno. Pero las “casas de fiestas privadas” están construidas además sobre las zonas grises de la legislación. En el cuadro de usos pertinentes del Código de Planeamiento Urbano (5.4.12.1b) se tipifica a la “casa de fiestas privadas” junto a actividades de café-concert, boîte y salón de baile, dentro de la categoría “Locales de diversión”, del apartado “Cultura, culto y esparcimiento”. De allí que el titular de la Agencia Gubernamental de Control Javier Ibáñez y el jefe de Gabinete de la ciudad, Horacio Rodríguez Larreta, digan que Beara estaba “correctamente” habilitado.

Pero propietarios y programadores culturales de una decena de otros espacios de cultura y entretenimiento porteños alertaron a Página/12 que “este local debería haber estado habilitado como Club de Música en Vivo”, una figura creada por la ley 2324, sancionada en mayo de 2007 y promulgada un mes más tarde, como consta en el Boletín Oficial de la ciudad. Explicaron que lo que sucedía en Beara era que se programaban conciertos y que esto “era posible porque la figura de la casa de fiestas privadas permite muchas trampas a las que los bolicheros se acostumbraron” desde su creación. Trampas que, llamativamente, ningún control detectó, hasta que la tragedia volvió a mostrar su ineficacia.

Beara estaba habilitado desde el 28 de agosto de 2009 como “restaurante, café y casa para fiestas privadas”. Las casas de fiestas privadas tienen permitida la música en vivo, es decir, la realización de conciertos desde solistas a bandas, como ocurrió con el del grupo tropical de los ex Ráfaga, que se presentó allí el jueves, rato antes del derrumbe. Mientras que en los clubes de música en vivo el cálculo de capacidad se da por una ecuación que incluye tanto las vías de acceso como el espacio disponible para ver el show –la pista de baile–, en las casas para fiestas privadas “las proporciones son distintas; entonces muchos optan por habilitarse con esa figura para poder meter más personas y zafar de los controles de baile. Es una trampa”, explican otros bolicheros.

Entre las 22 condiciones de seguridad, 6 de higiene y 15 de funcionamiento que la Agencia Gubernamental de Control determina para las salas de fiestas privadas, figuran el acceso al sótano y las características de las escaleras, de haberlas. Pero no se contemplan requisitos para entrepisos ni niveles varios por fuera de los planos del sitio y los de evacuación. En ese sentido, la existencia de espacios como el VIP de Beara no contradice la legislación, pero sí suma requisitos para la habilitación de reformas o de espacios nuevos. “Le permitía al lugar cargar más gente de la que podría sin ese espacio”, señalan los consultados.

En la última inspección al local, realizada el domingo según lo informado, era imposible pasar por alto la existencia del entrepiso. Lo que el gobierno porteño propone para desentenderse del problema es que la resistencia del entrepiso al peso estuvo documentada por un profesional que consignó que el espacio de ocho por quince metros soportaba un peso de hasta 400 kilogramos por metro cuadrado. Es decir, 48 toneladas (400 kilos por 120 metros cuadrados). En lo que atinaron a decir Rodríguez Larreta e Ibáñez se ve un desatino: si efectivamente había alrededor de 160 personas en Beara en la madrugada del viernes, a un peso promedio (algo excesivo incluso) de 80 kilogramos, eso serían 12 toneladas. Pero eso implicaría que todos estaban en el VIP. Es difícil concebir qué agregó las 36 toneladas faltantes para que el entrepiso cediese.

Lo público y lo privado

En una investigación publicada el 27 de agosto de 2009 en el suplemento No, curiosamente un día antes de la habilitación de Beara, un grupo de managers de bandas, dueños, gerenciadores y encargados de bares y boliches porteños denunciaba que si bien “los inspectores se cuidan más”, por otro lado “generan al perseguir a los lugares la necesidad de generar contactos con la Municipalidad para saber cuándo ocurrirá un control”. Revelaban que existía una estructura de contactos en la que, “por entre mil y tres mil pesos”, eran avisados de cuándo ocurriría un control. Consultados estos días, varios reafirmaron que “aún sucede”. Pero no se apunta a que en Beara haya habido “una situación corrupta sino una incorrecta aplicación de las tipificaciones vigentes para locales nocturnos”.

“La trampa más común es comenzar como bar, que podés hacerlo sin inspección previa”, explican. Sucede que un bar se habilita con menor cantidad de documentación y recibe inspecciones “a la semana de estar funcionando”. Luego, “los que se anotician de la posibilidad de sacar rédito al moverse por lo gris del Código suelen habilitarlo como sala de fiestas privadas y simulan ofrecer el modelo de llave en mano”.

Precisamente con ese modelo es que Beara promocionaba sus servicios para fiestas de egresados, cumpleaños y festejos varios. Así, con estructura de fiesta privada, en las redes sociales y foros de Internet figuran numerosos casos de fiestas con nombres distintos y con contactos diferentes para las “listas de invitados”, ocurridos en Beara al menos desde hace once meses. Con conciertos en vivo a veces jueves, otras viernes, sábados o domingos. Incluso, en ocasiones hay registros de más de una noche de música en vivo a la semana. “Si programás música en vivo más de una vez por semana, lo correcto es que tengas la figura del Club de Música en Vivo”, reconocen los bolicheros.

La discusión que plantean es hasta dónde lo que ocurría en Beara y “en decenas de otros lugares en la misma y en otras zonas” eran fiestas privadas con bandas convocadas por sus organizadores o un modo “de ocultar que en esos espacios se programan conciertos directamente desde la dirección del local”. Los consultados ponen en crisis el hecho de que “una fiesta privada pueda convocar a Amar Azul, La Champions Liga y los ex Ráfaga (bandas que, según consignaba el sitio del local hasta horas después del derrumbe, habían tocado allí) en un lapso de seis meses”. Si se contempla que las listas de invitados a este tipo de fiestas son para entradas gratuitas, porque en las casas de fiestas privadas no se puede cobrar entrada, dicen que es la única hipótesis posible. “Eso o hay algún pibe con 20 lucas por mes para contratar esas bandas y convocar abiertamente, por Internet, a que vaya cualquiera.”

Allí aparece otra cuestión: así como existen muchos otros lugares con entrepisos frágiles, donde en distintas ocasiones son varios los espacios porteños donde es posible ver bandas tocar con todos sus equipos sobre esos improvisados escenarios, en ocasiones construidos arriba de las barras de tragos y hasta por sobre las mesas, para ganar espacio, es común enterarse de fiestas y conciertos que “no pueden ser publicados en los medios”. Página/12 consultó también a bandas que recién irrumpen con sus primeros recitales en vivo, y lo que informaron es revelador: “Siempre que te dicen eso es porque se promociona como fiesta privada y no quieren que se entere alguien del gobierno y mande una inspección”, dicen.

Competencia desleal

Esta figura de la casa de fiesta privadas permite otra libertad: el baile. Mientras que en los clubes de música en vivo no se permite el baile, en una fiesta privada “el que no baila no es por la ley sino por aburrido o tímido”. El grado de interés que despiertan así estos lugares es mayor, mencionan, y allí radica parte de lo “desleal” de la competencia en la noche porteña. “Yo tengo un bar en San Telmo con más de 100 metros cubiertos donde puedo meter no más de 36 personas. Entrás y parece vacío. Y si, por ejemplo, una chica está parada y de la mano con su novio, que está sentado, y se mueve, ya tengo que mandar a algún empleado a que le diga que no puede bailar”, mencionó una de las fuentes. Luego existe el modelo del local de baile, aplicable para boliches de mayor convocatoria y también con sus determinadas condiciones de higiene, seguridad y funcionamiento mayores.

Así, entre habilitaciones más simples y la posibilidad de una oferta más integral, las fiestas privadas han ganado mucho espacio en el post-Cromañón, aunque existían desde antes de aquel fatal diciembre de 2004. Si bien es cierto que las más convocantes dejaron de existir o debieron “legalizarse” luego de la tragedia de Once, en los últimos años volvieron a proliferar y la mayoría de los jóvenes conocerá algún caso de un bar con un salón con DJ y pista de baile, o de fiestas donde tocan bandas amigas pero “que no se puede publicar ni en redes sociales, sólo de boca en boca o por mail”.

Página/12 dialogó con un promotor de este tipo de fiestas, que informó la dinámica: “Hacés un arreglo o trabajás con el lugar. Es decir, les dejás la barra a cambio de consumiciones o trabajás como RR.PP. pero admitiendo que la fiesta es tuya, privada, que la organizás para tus amigos para celebrar lo que se te ocurra”. Ahí se corre aún más la línea de lo privado de estas fiestas, que no sólo son convocadas por Internet a cualquiera, sino que además no terminan de existir con el modelo de llave en mano que, por ejemplo, existe en un salón de fiestas de 15. “Acá la barra la siguen manejando el bolichero y su gente, el patovica es el del lugar, solamente te encargás de convocar”, menciona quien también solicitó ser citado sin precisar su identidad.

“Ahora se viene una ola de cierres a lugares, lamentablemente, por un lado, porque no todos los espacios funcionan mal, y por suerte, por otro, por los que sí lo hacen”, coincidieron las fuentes. ¿Qué ocurrió efectivamente en Beara, qué tan privada era la fiesta, qué tan resistente el entrepiso? Son interrogantes que deberá definir la Justicia.

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