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El país|Lunes, 1 de noviembre de 2010

Las certezas del Flaco

Por Mario Toer *
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Se fue un tipo entrañable. Vino del sur sin avisar y allá regresó siete años después, de la misma manera. Siete años que dejan una marca muy profunda. Con su entrega prodigiosa le cambió la vida a mucha gente, entre los que se encuentra quien esto escribe. Los monopolios que pretenden secuestrar la imaginación de la gente no le dieron tregua. Pero les ganó. Ya venía haciéndolos retroceder de manera notoria en los últimos meses. La ley de medios fue un legado colosal. Y quizá por eso eligió el día para marcharse. Sus fuerzas se aflojaron como reconociendo que comenzaba un día en extremo especial. El día del Censo Nacional. Un día en que millones de argentinos no tenían otra cosa que hacer que sentarse a ver televisión. Y entonces se produjo un curioso fenómeno. El efecto sorpresa hizo que la cizaña de los editores se encontrara distraída. El mínimo decoro les impidió marcar el ritmo de la manera usual. Por algunas horas muchos periodistas pudieron volver a hacer periodismo. En algunas horas se vio mucho de lo ocultado en años. Quienes condensaron imágenes para las pantallas no tuvieron encima la pertinacia de la censura. Y por todos lo canales pudimos volver a ver al Flaco jugando con el bastón con su comunicativa sonrisa, la cara inolvidable de Bush en Mar del Plata cuando le decían no al ALCA, el gesto con la mano y el rostro entre impertérrito y gozoso indicando que quitasen el cuadro de Videla, e incontables escenas que lo pintaron de cuerpo entero. Pudimos ver entonces a una señora reporteada en Callao y Santa Fe balbuceando que no sabía que había tanta gente que lo quería, que lo visto en esas horas daba para repensar... Los medios internacionales también sintieron el impacto de la momentánea fractura del cerco. The Guardian, de Londres, lo llamó “héroe de la independencia” y el oficialista La Nación, de Santiago, Chile, sostuvo: “Algunos medios deberían leer y hacer una autocrítica sobre el fracaso de su política de desgaste del gobierno, que como se manifestó en el duelo popular, no hizo efecto”. Porque, además, el testimonio de la multitud inacabable, llorosa pero decidida a ocupar su lugar, no dejaba margen para las dudas. Los gestos de determinación de tantos jóvenes permiten que tengamos la sensación de que está asomando una nueva era. Un antes y un después. Un parteaguas. Como fue el 17 de octubre de 1945. La gran diferencia es que el conductor nos dejó. Pero quedan dos cosas que aquella vez no estaban. El “proyecto”, más claro esta vez, que innumerables voces recordaron ante las cámaras. Y el relevo, de quien nadie duda que cuenta con la capacidad para seguir al frente.

Porque si algo tuvo como más notable el Flaco que se fue era la certeza de hacia dónde quería ir. Con quiénes quería marchar. La amalgama podrá lucir desprolija para algunos. No faltaron los censores presuntuosos que imaginaron caminos diversos con convocatorias escuálidas. Pero si miramos de dónde venimos, nos daremos cuenta de que no podía ser de otra manera. Y él lo supo conjugar. Sin presumir de infalibilidad, dejó muy poco margen para los especuladores que pretendan “interpretarlo” para llevar agua para otros molinos. Los “colados” están obligados a hacer muy buena letra para no ser prontamente expelidos por las mayorías que fraguaron en su despedida. Por eso lo odió la reacción. Por eso y por su coraje lo levantan como bandera los jóvenes que lo fueron a despedir.

Se dice que el carisma no se hereda. Puede ser. Lo recordaba Sarlo en TN. Pero ¿no decían que estábamos bajo los designios de la “pareja gobernante”? Quizás algunos cientistas sociales descubran ahora que hay carismas biplaza. Los escribas de la reacción ya se lamentan de los signos que prenuncian que habrá más de lo mismo y que no se aprecian los llamados a consensuar con lo establecido.

Pero en definitiva, sabemos que los herederos son los que cerraban el puño o ponían los dedos en V en las plazas y en los cortejos. Es el Pueblo, pocas veces tan digno de ser renombrado como ahora. Con todas sus incontables tribus, que habrán de seguir y aun incrementarse. Lo que sí habrá que ejercitar es el arte de concordar, coordinar, conjugar, organizar, para que las pequeñas y atendibles ambiciones, y aun diferencias, no impidan rodear a la Presidenta sin resquicios y golpear todos juntos en el lugar apropiado. Que nadie nos quiera sorprender. La América latina, que también se sumó al duelo con sus máximos representantes, sigue esperando mucho de nosotros.

* Profesor de Política Latinoamericana, Facultad de Ciencias Sociales (UBA).

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