Imprimir|Regresar a la nota
El país|Lunes, 29 de noviembre de 2010
Un testimonio en la causa ESMA aportó datos sobre el operativo en 1977 y la ocupación de la propiedad

La historia de la casa de Rodolfo Walsh

La propiedad donde vivía el escritor y militante, en San Vicente, cuando fue asesinado, está ocupada por familiares de un policía. Una declaración presentada la semana pasada permitió abrir nuevas líneas de investigación.

Por Alejandra Dandan
/fotos/20101129/notas/na10fo01.jpg
Walsh fue asesinado después de difundir su Carta a la Junta Militar.

Primero entraron a una casa equivocada. Era la madrugada del 26 de marzo de 1977. Yolanda Mastruzzo dormía con su esposo y sus hijos. Ante la presencia del grupo de tareas, intentó decir que eran un matrimonio con niños pequeños. Uno de los represores entró a corroborar la presencia de los chicos e intentó prender la luz en una casa que formaba parte de un barrio donde no había luz eléctrica. Mientras pasaba la mano por la pared, a tientas, uno de los niños pudo decirle al hombre que no había perillas, porque no había luz, que en esa casa no había electricidad. Ni en esa casa ni en las otras.

El dato es mucho más que una anécdota sobre el derrotero que siguió la casa de Rodolfo Walsh después de su secuestro y asesinato. Ese elemento que aquella vecina declaró hace años ante el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas acaba convertirse en indicador de que una parte de la patota que poco después bombardeó la casa de Walsh no era de la zona, porque desconocía que no había luz, una de las características del barrio.

El dato reapareció el jueves pasado a partir de la declaración de Patricia Serrano, una periodista de San Vicente, en el juicio oral por los crímenes en la ex Escuela Mecánica de la Armada. Serrano habló sobre su investigación de más de dos años en el barrio, entre archivos. Contó qué pasó con los vecinos, explicó de la lenta reconstrucción de esa noche aún plagada de miedos. Y explicó la historia de la casa, primero ocupada por la madre del policía Rubén Oscar Salas, de San Vicente, y ahora por la hermana. A partir de su declaración, la causa incorporó el listado de los integrantes de la comisaría 2ª de Almirante Brown en 1977, donde Salas figura como oficial ayudante. La querella que representa a Patricia Walsh –hija de Rodolfo– solicitó a los integrantes del Tribunal Oral Federal Nº 5 incorporar además esa misma nómina de manera oficial con un pedido al gobierno bonaerense. Y para confirmar los nombres de los otros policías que participaron del operativo –según el relato de varios vecinos entrevistados–, pidió el listado de todo el personal de la comisaría de la zona del primer trimestre del año 1977. Un elemento que, además, permitirá terminar de entender el rol de Salas.

La reconstrucción

Patricia Serrano nació después del comienzo de la democracia en San Vicente, ese lugar al que Rodolfo Walsh llegó en diciembre de 1976, bajo el nombre de Norberto Freyre, a vivir con su compañera Lilia Ferreyra. En la casa de la calle Triunvirato escribió la Carta a la Junta de Militar, a un año del golpe, y desde ahí salió el 25 de marzo de 1977 rumbo a la avenida San Juan, donde le dispararon y se lo llevaron a la ESMA.

Como el resto del pueblo, Patricia sabía de la casa de San Vicente lo que muchos de sus vecinos: que la madrugada del 26 de marzo se había hecho un gran operativo en uno de los barrios, que habían destruido una casa y que a esa gente no se la había visto nunca más. Cuando creció, supo que había sido la casa de Walsh y cree que la primera vez que leyó la Carta a la Junta fue en la escuela. Esa carta y la vida del periodista, escritor y militante se convirtieron en una de sus grandes motivaciones para estudiar periodismo, explicó. Se fue a La Plata, volvió y, alrededor de 2006, empezó a caminar por el barrio: “Walsh decía que para hablar de un lugar hay que recorrerlo, hablar con la gente”.

Y empezó. Visitó a los vecinos de la calle Triunvirato que ahora lleva el nombre de Walsh, los alrededores. Golpeó las manos. Esperó. Tomó mates. Les habló de quién era esa persona. Y empezó a vencer esos miedos.

La casa era parte del barrio El Fortín, dijo, un barrio obrero como en ese momento. Las calles todavía son calles de tierra, donde crece el pasto porque no pasan autos y no hay cloacas en las casas. Los únicos cambios son que ahora hay luz eléctrica, y todo está poco más poblado. “La mayor parte de la gente de esas cuadras cercanas recuerda la noche del 26 de marzo como un hecho trágico en sus vidas –dijo–, como una noche terrible para ellos, para sus hijos, por el miedo que tuvieron. No querían hablar demasiado, sobre todo porque nunca nadie antes les había ido a preguntar lo que había pasado.”

Varios de los antiguos habitantes todavía siguen ahí: muchos están viejos o están solos. Otros eran niños y se acuerdan de que esa noche se asustaron, que lloraron por los ruidos, que sus padres los hacían callar y meterse debajo de las camas. El barrio quedó paralizado. Los que estaban adentro de sus casas ese sábado se acuerdan de que no pudieron irse a trabajar porque el barrio estaba complemente cercado. Los que estaban trabajando afuera del barrio no pudieron volver.

“Muchos habían estado sin hablar durante más de treinta años y otros, además, son gente muy mayor que tiene muchos recuerdos y les pasaron otras cosas. Remover un poco lo que ellos vivieron en un momento a veces cuesta.” Uno de los primeros lugares que visitó fue la casa. La casa estaba ahí, o más bien su reconstrucción después del bombardeo. Adentro había gente. Patricia llamó y salió una mujer, María Salas, con varios nietos.

“María me dice que ella no piensa dar nada ni sobre la casa, ni sobre la historia de la casa, que no quiere que la muestren; que está cansada de que la gente vaya a sacarse fotos y que le pidan entrar, y que no sabe qué pasó.” Obviamente, dijo Patricia, en ese primer momento no la dejó entrar. Así que reconstruyó la historia con planos y datos del catastro de la municipalidad local, que aún figura a nombre de Norberto Freyre, y fueron incorporados a la causa. En el ’77 tenía pisos de ladrillos y las paredes no tenían revoque porque eran de adobe pintado de blanco. Sólo había una pared de ladrillo donde estaba la chimenea, aclara ahora Lilia Ferreyra. El espacio formaba una “L”, con una minicocina y un baño, y no había luz eléctrica. En el terreno sólo cortaba el pasto y, antes del secuestro, Walsh había plantado unos almácigos de lechuga. Pero de lo que más se acuerda Lilia es de una línea de eucaliptos, un cerco enorme de árboles altos y viejos que le daban espesura. Al fondo estaba la copa de un laurel inmenso, y en el terreno había un aljibe. Todo estaba devastado la última vez que volvió, después del exilio.

La casa con la que se encontró Patricia parece producto de ese desguace. Describió los cuatro terrenos, en uno ubicó la casa, una casa de ladrillos, baja, con una palmera al frente muy característica de la zona. Dijo que los vecinos la reconocen así: por la casa de la segunda palmera. Que San Vicente era un pueblo de muchas palmeras hasta que una vez un intendente ordenó talarlas, convencido de que eran las culpables de una invasión de ratas.

Y de la mano de una de las hijas de María Salas conoció el nombre de Rubén Salas. Policía retirado de la Bonaerense, Salas aún vive a unas veinte cuadras del lugar hacia el centro. De unos setenta años, alto, grandote y morocho, ella logró encontrarlo. En una reunión, el policía le dijo que conocía la historia de la casa, que no recordaba bien, pero que alrededor del ’77 o el ’78 a su madre Margarita se le había metido en la cabeza que quería vivir ahí. Le dijo que no pudo convencerla de lo contrario. Y que él la ayudó a rearmarla.

“La casa había sido destruida”, le dijo. Que había pasado una cosa terrible. Que estaba volada una parte del techo. También le dijo “que él no tiene nada que ver con la casa, que nada más ayudó a su madre, que él tenía miedo, porque era policía retirado y ya sabía cómo eran éstos de los derechos humanos que iban a querer inventar cosas por eso de que era policía”. En el discurso de Salas, agregó Patricia, se afirma que en la vida existen dos bandos: uno está en el Gobierno y quiere buscar venganza.

La relación de Salas con la causa será ahora materia de investigación. Pese a que los comentarios del pueblo decían que, por entonces, él aún no era policía, Patricia supo que ingresó en la Escuela de Policía Juan Vucetich en 1974, que para 1976 había egresado y que un año después cumplía destino en Almirante Brown.

Los vecinos

Otra parte de esa reconstrucción apareció entre los vecinos. Carlos Prada vivía atrás de la casa de “Beto”, como le decían a Walsh. Solo y viejo, el hombre está en la misma casa. Prada lo visitaba y Walsh visitaba también su casa. A eso de las tres de la madrugada de ese 26 de marzo, le dijo, se despertó por los ruidos y las luces. Aunque su casa estaba a una cuadra, los efectivos habían rodeado la manzana, y entraron a los terrenos de la gente.

Los Herrera eran vecinos inmediatos, pese a que estaban a varios metros. Uno de ellos ya declaró en el juicio sobre ese hombre al que veía pasar con el changuito de compras. También en su casa esa madrugada hubo efectivos. El había hablado de la explosión y de los ruidos. A Patricia también le contó que a eso de las cinco de la mañana, cuando todo quedó más o menos en calma, reconoció a un policía de la zona al que le pidió permiso para acercarse a la casa. El policía que ahora será objeto de la investigación le impidió el paso. Y al mediodía volvió a salir, esta vez acompañado por varios vecinos que se toparon con un consigna.

Yolanda Mastruzzo ahora vive un poco alejada. Está vieja, pero todavía memoriosa. Además de contarle a Patricia el episodio por el que casi la matan, le dijo que ese día estuvo tomando mate con la persona que quedó de consigna. Y que ese consigna le dijo que si llegaban otras personas a la casa no dijera nada, no dijera que él era policía, porque “querían agarrarlos vivos”.

Durante la declaración, Patricia sumó fotos. Imágenes de la estación de San Vicente adonde Walsh iba a tomarse el tren. Tomas del trayecto hasta la casa y el camino de la vía del tren, que era el lugar que recorría los días de lluvia. Sumó además, como se dijo, la documentación municipal como prueba de que los terrenos están a nombre de Norberto Pedro Freyre. La casa fue declarada patrimonio histórico por la Municipalidad de San Vicente, pero ahora se impulsa un proyecto para darle alcance nacional.

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.