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El país|Martes, 30 de noviembre de 2010
El secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde, y su relación con Diego Muniz Barreto

“Un espíritu libre, un hombre de bien”

Ante el tribunal que juzga a Luis Abelado Patti y sus jefes por el secuestro y asesinato del ex diputado nacional, Duhalde lo describió como “un hombre de gran bonhomía” que decidió quedarse a pesar del riesgo que corría su vida.

Por Alejandra Dandan
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Eduardo Luis Duhalde ayer en Tribunales, luego de recordar a su amigo Muniz Barreto.

Eduardo Luis Duhalde habló de la ruptura de Diego Muniz Barreto con lo que le había sido transmitido por su propia condición social. De su desencanto con la autodenominada Revolución Argentina, del contacto con los detenidos políticos en la cárcel de Rawson que hacia el ’72 terminó acercándolo al peronismo. “Era un hombre de gran bonhomía, alegre e irónico”, dijo Duhalde al Tribunal. “Nunca lo escuché hablar mal de nadie, era un espíritu libre y además un hombre de bien, sencillo, pero con algunos gustos refinados: uno podía decir que no era miembro de la oligarquía, pero conservaba el sentido aristocrático de la vida.”

Duhalde declaró en la causa contra el comisario Luis Abelardo Patti y otros represores acusados por el secuestro y asesinato de su muy amigo –como lo describió–, el ex diputado Muniz Barreto. El secretario de Derechos Humanos de la Nación, que sacó de la cárcel a Muniz Barreto en la época de Rawson y confirmó el nombre de Patti en el secuestro de su amigo, construyó una biografía íntima, pero además una lectura política.

En 1972, a raíz de una solicitada, Muniz Barreto quedó detenido a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, primero en Devoto y luego en Rawson. Le abrieron una causa penal en un momento que la hija ya había descripto como la época en la que estaba haciendo un giro ideológico, de ser alguien que había sido miembro de la secretaría de la Presidencia del dictador Juan Carlos Onganía a enrolarse entre los que peleaban por la vuelta de Perón. “La cárcel de Rawson era el lugar donde estaban casi todos los detenidos por motivaciones políticas con lo cual –dijo Duhalde– él trabó relación de amistad con muchos militantes que fueron amnistiados el 25 de mayo de ’73. Muniz Barreto salió antes y continué viéndolo en forma personal, fuimos amigos, y diría muy amigos.”

Tras el golpe del 24 de marzo de 1976 sus encuentros se hicieron menos frecuentes. A mediados de septiembre, Duhalde lo vio por última vez: “En esa última entrevista yo intenté convencerlo de que su vida corría peligro, él ya lo sabía, por supuesto. La idea era que abandonara el país, yo estaba a punto de salir de Argentina, discutimos. El tenía razones personales, como no querer separarse de sus hijos; ya estaba divorciado de Teresa Escalante, los chicos estaban con su madre, aunque permanecían mucho tiempo con él y ésa era una razón fundamental, pero también estaba el fatalismo de Diego: una idea de que ‘bueno, que pase lo que pase, no quiero irme del país’. Esa fue la última vez que lo vi, era un hombre muy especial, con una vida muy intensa en lo personal y en lo político”.

Orígenes

“Era un hombre proveniente de una familia tradicional de Argentina, descendiente de los primeros conquistadores del Brasil”, dijo Duhalde. Esa familia con actividades agropecuarias, de sólida fortuna, lo crió entre sectores terratenientes y una prestigiosa casa de remates que lo convirtió en un gran especialista en teorías de coloniaje y muebles coloniales con los que convirtió de alguna manera su casa de la calle Posadas en un museo. Pero Duhalde ubicó la ruptura de Diego en su lectura del trabajo del Ministerio de Economía: las administraciones de Adalbert Krieger Vasena y Eduardo Salimei, dijo, lo llevaron a su cambio ideológico. “Cuando Krieger Vasena y Salimei prácticamente destruyeron la economía y la industria argentina con los planes del Fondo y las recomendaciones de los organismos internacionales, se separó del gobierno pero mantuvo buena relación con algunos sectores militares”.

Hacia 1972, Diego había llegado a la conclusión de que sólo la vuelta de Perón y el levantamiento de la proscripción de 18 años podía dar una salida a la Argentina que no fuera en los términos de una violencia extrema, explicó Duhalde. Muniz Barreto se acercó al incipiente Frejuli con una relación muy cercana a los dirigentes de la Juventud Peronista. “No pertenecía orgánicamente a la Juventud Peronista –aclaró–, además estaba cerca de los 40 años, pero sí estableció una relación política muy cercana que lo llevó a ser elegido el 11 de marzo del ‘73 diputado nacional y a formar el bloque único con los diputados de la JP y que se sintiera obligado hacia ellos compartiendo sus posiciones, al punto de renunciar a la diputación cuando lo hicieron los diputados peronistas en el mes de mayo de 1974.” Su banca la asumió en junio de 1974 Rodolfo Ortega Peña, socio de Duhalde.

En el exterior

Duhalde fue una de las personas que recibieron en España a Juan José Fernández, el secretario personal de Diego Muniz Barreto. Y otra de las víctimas de la causa. Ambos fueron secuestrados el 16 de febrero de 1977 en una carnicería de Escobar por Luis Abelardo Patti. Estuvieron secuestrados juntos, primero en la comisaría de Escobar, luego en la Unidad Regional de Tigre y en Campo de Mayo. Finalmente, los trasladaron en el baúl de dos autos hasta el río Paraná, les inyectaron un líquido blanco para adormecerlos y los tiraron al río. El relato de Juan José, que sobrevivió de lo que la dictadura presentó como un accidente, es una de las pruebas más importantes de la causa. Fernández dio su testimonio primero en Buenos Aires ante un escribano y luego en el exilio ante la Comisión Argentina de Derechos Humanos donde estaba Duhalde.

La comisión recogía en España denuncias en forma directa desde Argentina, otras a través de quienes llegaban al exilio y transmitían las informaciones de secuestros o asesinatos. Para entonces, habían de-sarrollado un sistema de urgencias al estilo de Amnistía Internacional: un sistema que les permitía dar a conocer rápidamente la noticia a la prensa y a organismos internacionales, sobre todo de las personas más notorias, indicó Duhalde. Desde fines de 1976, las denuncias se mandaron a la división de derechos humanos de Naciones Unidas, la Unión Parlamentaria Internacional y, según el caso, a la Organización Internacional del Trabajo.

En España, además de Duhalde estaba Gustavo Roca, abogado y amigo personal de Muniz Barreto; también Alipio Paoletti del ex diario independiente de La Rioja; Lidia Mazzaferro y el artista plástico Ricardo Carpani. Ese mismo trabajo se repetía en París con Rodolfo Mattarollo y en México con Carlos González Garland. “Teníamos larga experiencia como abogados, y algunos también en el Poder Judicial, no era fácil tomar los testimonios por el estado traumático en que llegaban esos liberados en algunos casos o fugados como (Juan Carlos “Cacho”) Scarpati de Campo de Mayo.” “Un verdadero descenso a los infiernos como señaló la Causa 13” recordó Duhalde, en alusión al Juicio a las Juntas Militares de 1985.

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