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El país|Lunes, 24 de octubre de 2011
Poco ánimo para ir a votar en la zona más antikirchnerista de la Ciudad

Clima de velorio en la Recoleta

“Más que todo venimos a votar por los diputados”, decían en la Facultad de Derecho, uno de los lugares de votación más fieles al macrismo. En las primarias ganó Duhalde, pero ayer fue Binner el elegido para el corte de boleta.

Por Alejandra Dandan
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En la Facultad de Derecho hubo menos caniches que en las primarias y menos bronca, pero más resignación.

Una de las fiscales del Frente para la Victoria todavía se acuerda de las primarias: viejitos dócilmente arrastrados hasta las urnas por alguno de sus hijos, la sensación de que “traían a todo el mundo”. Más invierno, mucho tapado piel. Caniches con sacones exuberantes: “Una fiesta del Jockey Club”, dice. El voto masivo a Eduardo Duhalde convirtió ese día a la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires en el espacio de una derrota de clase. Ayer, muchos votos pasaron a Hermes Binner, en el ritual de un duelo murmurado con pésames desgraciados de boca en boca. Las mujeres hablaban bajito y el único símbolo político fue el sombrero de chacarero de un hombre que dejó la explanada de la facultad medio agarrado de los hombros de su mujer, como en los entierros: “No tengo ganas”, decía. “De verdad, no tengo ganas de hablar.”

Chaqueta rosa ajustada, el pelo rubio, corte carré. Cuatro de la tarde, exterior, explanada Facultad de Derecho. “¡La gente está menos entusiasmada por la sensación de voto cantado!”, dice la mujer. “Más que todo venimos a votar por los diputados.”

Más tarde, misma explanada. Otra mujer. Voz Barrio Parque: “Es un día muuuuuy desgraciado”, explicó. “¿Si pensé en no votar? Claro que sí. Pero siento que es un deber mío: esto así es un problema para toda la República Argentina.” Bastante después, apurada, una de pantalón crudo, aros anaranjados a tono con un saco entallado, aclaró que sí tenía “¡muchísimas ganas de venir!”. Aunque, dijo, sabe muy bien que las cosas a partir de ahora se van a volver muy complicadas: “No cambié mi voto, voté para darle más fuerza a un grupo de diputados para que haga las cosas en las que creo. ¿Si estoy enojada con ella? No: me gustaría que no esté tan enojada con la ciudadanía, aunque ahora seguro que la cosa se acentúa, pero espero que haya más de diálogo, que es lo que precisa una democracia”.

Atrás de ella uno de los ancianos se fuga del velorio a todo lo que le da su paso, lento. Al lado camina un hombre, lo sigue, le abre la puerta del auto. “¡Pésimo!”, dice, marcial. “¡Un desastre, así le va al país!”, protesta. “¡Y cada vez vamos peor, y a la mayoría no le importa. Tengo 84 años, siempre he votado, pero, mire, note a los jóvenes de 30 años: no saben nada, de quién fue Perón ni Evita. ¿De qué saben? De rock, les importan la noche y otras cosas. ¿Yo? ¿Qué pienso? ¡Yo no opinaba como ellos! Respeto la opinión de todos, pero no opinaba como ellos.”

El hombre se mete en el auto. Una pareja deja la facultad. Unos cincuenta años. Ella está contenta, en las primarias no tenía el documento, pero ahora sí y dice que votó a Cristina Fernández. Enrique Re pasa por atrás. Ellos siguen hablando. Hablando de las políticas de derechos humanos, de la brecha, de lo que falta. Re pregunta. Quiere saber si alguien está haciendo una encuesta. Se pone a hablar.

“Yo estoy contento –dice–: tengo 70 años y por primera vez en toda mi vida voto a una peronista.” Radical, afiliado al partido desde 1983, con amigos exiliados y desaparecidos, martillero público, entusiasmado porque acaba de cortar su boleta para darles la otra mitad a los diputados de Ricardo Alfonsín, barba blanca, corte de cara a lo Julio Cortázar, flaco y huesudo en París. “La voté porque me parece que está haciendo algo bien”, explica. “En derechos humanos realmente nadie hizo lo que hizo ella, cuando Kirchner derogó la ley que puso Menem ahí empecé a pensar: no lo voté hasta ahora y la voto a Cristina, no a Néstor, porque sé que Cristina no es peronista, es más inteligente.”

Puertas adentro, los fiscales cuentan. Un representante de Binner no puede creer cómo vienen las cuentas. A las cuatro de la tarde, suman 50 por ciento de asistencia. Había dudas: ¿Más o menos personas que la última vez? ¿Muchos no quisieron venir por el duelo? Las certezas decían que había menos tapados y glamour y se habían extinguido los niveles de combate. La Facultad de Derecho recibe para los días de elecciones a los dos extremos del mundo: mucho Recoleta y pocos vecinos de la Villa 31 y del barrio Saldías. Para las primarias, la presencia en la presidencia de una de las mesas de una de las mujeres de la Villa 31 enfureció a las votantes, que se quejaron y pidieron en voz alta si no había alguien más preparado para el cargo. Esta vez, nadie gritó.

Afuera otra vez. Dos amigas salen con equipo de gimnasia. Un rubio le dice a su teléfono celular que “relax, okey, all right, all right”. Un hombre de 42 años con la correa de una caniche en la mano se queja porque “todo bien con la democracia, pero cuatro veces en un año es demasiado”. Las amigas se toman dos minutos para hablar. La rubia de pelo corto tomó la decisión de votar durante el almuerzo con sus hijos: ella no tenía ganas, ellos le dijeron que si no votaba no tenía derecho a quejarse. “Este es un voto cantado, no sabe si por derecha o por izquierda, pero ya sabemos quién ganó, así que no hay ánimo de nada.”

Derecho fue uno de los lugares donde Mauricio Macri sacó más votos a jefe de Gobierno. El número se revertía completamente veinte cuadras al sur: una escuela de la Villa 31 se convirtió en la única escuela de la victoria para Daniel Filmus. En las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias en Derecho ganó Duhalde. Ayer ganó Binner, aunque uno de sus fiscales estaba cada vez más convencido de que era fracaso: a las ocho de la noche el recuento daba ganadora a la fórmula Hermes Binner-Federico Pinedo. Binner se convirtió en el voto resorte. Y, a lo mejor, Duhalde en un muerto de esa ceremonia del duelo.

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