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El país|Sábado, 24 de diciembre de 2011
Panorama político

La “Gran Cristina”

Por Luis Bruschtein
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Aunque el culto a la personalidad tuvo su expresión explícita y elaborada en el estalinismo, se supone que la construcción de la figura del caudillo populista también se basa en gran medida en este mecanismo esencialmente comunicacional que fue practicado con tanto esmero por el extinto dictador soviético.

Desde publicaciones opositoras se explica de esa manera el gobierno de Cristina Kirchner como un populismo conservador asentado en el unicato autoritario de un caudillo, que en este caso es una mujer que promueve el culto a su personalidad.

Desde esa verdad, que suponen axiomática, existe el afán casi ingenuo por tratar de contrarrestar lo que consideran la poderosa construcción de un relato kirchnerista. Frente a ese relato que, desde la mirada del periodismo dizque independiente, exagera y agranda todo lo relacionado con la Gran Cristina, se trata de elaborar otro relato, que no se llame relato porque ese término ya lo mansilló la mini Cristina, pero formulado, ese sí, por profesionales del relato, o sea lingüistas y escritores.

Este no relato o relato vergonzante o “descripción científica del fenómeno” buscaría demostrar que todo lo que hace esta mini Cristina es pequeño y engañoso: dice a, pero hace menos a. Habría siempre una gran mentira que esconde una realidad oscura que estos científicos tratan de develar ante la opinión pública y para la historia, y que en el mejor de los casos, el relato de la Gran Cristina oculta a una verdadera mini Cristina y es nada más que un hilván de burradas y mezquindades.

En este juego semántico, relato sería todo lo que hable bien de medidas del Gobierno, ya sea la negociación de la deuda, la Asignación Universal por Hijo, la reestatización de las jubilaciones o los juicios y la cárcel a los que violaron derechos humanos. Aunque no lo terminan de explicar bien, para ellos todo eso es ficción: un relato. En cambio, el no relato es lo verdadero, lo científico. Todo lo que demuestre que las medidas mencionadas más arriba, y en general todas las que tomó el Gobierno, son muy chiquitas en términos absolutos y mucho más si se las compara con las medidas que no tomó, eso es lo verdadero. El verdadero relato hoy está lamentablemente oculto, según ellos, detrás de una cortina de ignorancia y demagogia.

Cuando se habla del culto a la personalidad, lo real es que ninguna publicación de las calificadas como oficialistas por los medios opositores ha hecho seguidillas de tapas sobre la presidenta Cristina ni grandes notas de exaltación. La revista Noticias, en cambio, muy opositora, le acaba de dedicar tres números con sus tapas a Cristina Kirchner. Se supone que lo hace para minimizar, pero en realidad termina contribuyendo más que ninguna otra a ese culto a la personalidad. Algo debe tener para que le dediquen las notas principales de tres números seguidos del semanario, aunque los tres hayan significado un gran esfuerzo intelectual para tratar de demostrar la pequeñez de la mini Cristina. Tanto hablar de la mini Cristina convoca la sospecha de que puede haber una Gran Cristina.

El lenguaje de la política es el que describe mejor a la política porque expone al que se está describiendo pero también al que describe. Los otros lenguajes, el supuestamente científico, el engañosamente eticista, o cualquier otro, son tangenciales. Por lo general son muy parciales y se usan para ocultar detrás de una construcción técnico-científica-profesional el trasfondo político del que la está utilizando.

Si un intelectual es peronista, habla a los demás en representación de ese universo. Si es antiperonista sucede lo mismo: su universo de representación no es toda la sociedad, por más que se quiera maquillar con cinco doctorados en sociología o filosofía o cualquier otro conocimiento.

Hay un dicho famoso que se le atribuye al Mono Gatica: “Yo nunca me metí en política, siempre fui peronista”. Es un mecanismo de naturalización que se podía producir en alguien de origen muy popular. Algunos intelectuales de clase media y alta lo dirían al revés: “Yo nunca me metí en política, soy antiperonista”. Aquí, lo que está naturalizado como algo que iría junto con el saber y la ciencia sería el antiperonismo y también el antikirchnerismo.

Cuando un historiador antiperonista, por ejemplo, busca en la historia, está en desventaja porque cree que su antiperonismo es nada más que buenos modales. Sin embargo, todas las lecturas que haga estarán atravesadas por esos “buenos modales” y serán también interesadas y parciales (militantes) aunque trate de demostrar su universalismo con discursos científicos elegantes.

Cada quien podrá pensar si se trata de la Gran Cristina o de la mini Cristina, o la graduación que se le quiera aplicar, lo que nadie podrá negar es el gran debate que se abrió en este escenario. Una de las consecuencias principales de ese gran debate es que ya nadie cree en esos espacios que en forma equívoca se quiere definir como “neutrales”. Y no es una polarización –que además se ha dado–, sino el sinceramiento de algo que trataba de taparse.

En ese sentido, fue reveladora la encuesta de Ibarómetro entre periodistas, en la que apenas el 0,4 por ciento se animó a definir como “independiente” su actividad. Aquí la idea de “independiente” estaba enfocada de manera similar a como hacía el Mono Gatica con su peronismo. Esa idea de independencia no es sinónimo ni equivalente de lo profesional y siempre es bueno que un periodista tenga un concepto y tome partido sobre lo que escribe.

El “no relato” se queja de la obsecuencia del “relato” y se esfuerza por encontrar siempre una explicación conspirativa en todo lo que haga el kirchnerismo, al que pone en tela de juicio en forma permanente, como si fuera el único actor en escena. Se ofende, por ejemplo, si el Gobierno se apresura para aprobar antes de fin de año doce leyes, la mayoría de ellas muy importantes.

Pero no dice nada acerca de que esas leyes estuvieron cajoneadas durante un año y medio por la oposición. Si las tuvo un año y medio frenadas, es lógico que se apure después a aprobarlas. No es lo mejor en ninguno de los dos casos. Pero para frenar esos proyectos de ley, la oposición paralizó durante dos años toda la actividad parlamentaria, o sea: anuló el Congreso. Si la oposición hubiera tenido una mayoría real como para frenar unas y aprobar otras y acordar otras, habría sido más legítimo que paralizar todo sobre la base de una mayoría artificial.

El “no relato” se alarma por la fuerza del relato kirchnerista y denuncia el monopolio estatal de medios. Considera a todos los medios que no tienen sus mismos planteos como parte de ese monopolio. Si tuviera razón, aun incluyendo a todos ellos no alcanzan a tener ni la centésima parte de la potencia de los grandes medios que en forma corporativa coinciden en respaldar a ese no relato artificial.

El “no relato” minimiza la ley de medios que democratiza una actividad central en las sociedades modernas, diciendo que es parte de una pelea del Gobierno con un monopolio mediático. Y explica con ese mismo argumento la nueva ley para regular la producción, comercialización y distribución del papel para diarios: es una pelea con Clarín. Todas las acciones que tomó este gobierno, y que no se animó a realizar ninguno de los anteriores, son explicadas con motivos minimalistas, algunos verdaderamente estúpidos.

Se supone que hacen eso para desmitificar la acción que despliega el Gobierno. Pero de esta forma describen a un minigobierno que, por minimotivos, realiza cosas que otros grandes personajes ni se animaron a realizar teniendo grandes motivos. Los simpatizantes de estos grandes pero improductivos personajes ahora están adscriptos a ese “no relato” y votan en contra de todo lo que dijeron alguna vez que iban a hacer y nunca hicieron, como la Ley de Tierras o la de papel para diarios. El “no relato” pareciera entonces una forma de expresarse elegida por los que no hacen. O sea, los que no hacen o no han hecho, eligen como forma de expresarse el “no relato”, que es negar lo que hace el otro, porque al mismo tiempo no soportan que haya otro que sí haga las cosas.

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