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El país|Jueves, 2 de agosto de 2012
Opinión

A propósito de Moyano

Por Oscar Valdovinos *

Los discursos y declaraciones de Moyano han sido glosados hasta el hartazgo. Sin embargo, hubo un párrafo de sus palabras en Plaza de Mayo que todavía justifica un breve comentario, porque excede lo coyuntural de las peripecias sindicales.

Dijo entonces que hablaba en nombre de todos los trabajadores, de los trabajadores con trabajo y de los sin trabajo, de los desocupados, de los marginados. Tal afirmación supone, como mínimo, un grave desconocimiento de la realidad de nuestro tiempo. En el pasado, en la llamada sociedad industrial, podía hablarse de ese modo. Todos los pobres –los proletarios– eran trabajadores dependientes de un empleador o estaban llamados a serlo. La condición normal del funcionamiento de ese capitalismo eran el pleno empleo y la producción en masa de productos de costo unitario decreciente para el consumo también masivo de mercados en constante expansión. En esa etapa el sindicato efectivamente era “el caudillo” de los pobres y los unía en una fuerza transformadora que constituyó el más efectivo factor de democratización social. Los trabajadores eran el eje excluyente e insustituible de la lucha por una sociedad mejor, que en una parte del mundo apuntaba a la construcción del socialismo, en otra a la profundización de un vigoroso Estado de Bienestar en un capitalismo maduro, regulado y bajo control estatal y en otra –como en nuestro caso– a desarrollar plenamente el potencial productivo y acrecentar la riqueza socialmente producida, al mismo tiempo que mejorábamos su distribución por medios directos e indirectos, construyendo nuestro propio Estado Benefactor bajo la conducción política del peronismo y con los trabajadores sindicalmente organizados como “columna vertebral”.

Pero eso ya no es cierto. A partir de las últimas décadas del siglo pasado el mundo cambió y el capitalismo también. Los países socialistas se derrumbaron y las grandes potencias occidentales quedaron sin oponente militar, sin contradictor ideológico y liberadas de la obligación de competir mostrando que se podía sustentar una sociedad equitativa aun sobre una estructura capitalista. Los círculos financieros desplazaron a los industriales, independizando a las finanzas de la economía real. El mercado reemplazó al Estado en la asignación de los recursos y un alucinante proceso de innovación tecnológica permitió, por una parte, producir mucho más con menor cantidad de trabajadores y, por otra, variar constantemente las modalidades de los productos, concentrándose en series cortas de alto valor unitario destinadas a mercados segmentados, volátiles, fluidos y mutables. Esta modalidad productiva en una economía dominada por formidables activos financieros especulativos ya no precisa, en general, mercados masivos en ampliación constante y puede coexistir con una desocupación estructural y crónica. Los trabajadores en blanco, con contratos regulares y estables, enmarcados efectivamente en la normativa laboral y con cobertura social, se han integrado a las capas medias. Esos trabajadores son los que forman parte de los sindicatos y éstos se dedican, esencialmente, a negociar sus salarios para mantenerlos actualizados. De ahí que el umbral del Impuesto a las Ganancias –sin perjuicio de su legitimidad– se haya convertido en la reivindicación fundamental. Y los trabajadores en negro, los desocupados, los que changuean y todos cuantos apenas sobreviven aferrados a formas diversas de economía de subsistencia, porque la sociedad del conocimiento los dejó al costado del camino, conforman un nuevo sector social, se expresan en nuevos movimientos sociales, exigen un cambio sustancial cada vez más impostergable y aportan un dinamismo transformador del que no podrá prescindirse en el futuro. Esos millones de seres humanos marginados de la producción y del consumo ya no son trabajadores circunstancialmente desempleados, constituyen un nuevo proletariado y han dejado de sentirse representados por el movimiento sindical.

No será fácil modificar esa realidad. Es cierto que en América del Sur pugnamos por avanzar contra la corriente en un mundo todavía organizado con el diseño de la matriz neoliberal. Pero también lo es que sólo concretaremos la emancipación de nuestros pueblos si, junto a los demás países emergentes, logramos imponer el cambio de esas reglas de juego, como correctamente lo planteó Cristina de Kirchner en el G-20.

Y en ese empeño es preciso tener en cuenta que los líderes por sí solos no cambian la historia cuando no existe un sujeto social maduro para convertirse en sujeto político de la transformación. Es la coincidencia del sujeto histórico y los líderes lo que aproxima la victoria. En la Argentina ese sujeto está en construcción y requerirá, necesariamente, de la dinámica incomparable de los movimientos sociales que representan al nuevo proletariado y de la presencia consciente y activa de los trabajadores sindicalizados. De la confluencia de esa base imprescindible con la juventud organizada, los intelectuales, los profesionales y los productores urbanos y rurales dispuestos a hacer un país mejor, surgirá el nuevo sujeto político. Apurar su construcción, dotarlo de conciencia, imprimirle sentido es el imperativo de esta hora, al que deben subordinarse las aspiraciones personales, los intereses grupales y las visiones parciales. Esa tarea sustancial no implica renunciar a las reivindicaciones fundadas, ni al señalamiento de errores, ni a la formulación de propuestas. No supone declinar el ejercicio legítimo de la libertad crítica, ni la participación en la toma de decisiones, ni el debate enriquecedor. Ni siquiera impone abandonar aspiraciones personales compatibles con los objetivos del conjunto. Pero sí exige tener muy claro el orden de prelación que subordina lo individual a lo colectivo y las partes al todo, representado éste por la construcción definitiva de la Nación y la realización plena del pueblo y de cada una de las mujeres y cada uno de los hombres que lo forman.

* Abogado. Director ejecutivo del Centro de Estudios Socioeconómicos y Territoriales de Buenos Aires.

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