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El país|Domingo, 19 de agosto de 2012
Opinión

Hay que rodear a Mauricio

Macri, Olimpia de Plata de los medios. El relato que lo embellece, lo protege, lo conduce. La violación de un acuerdo firmado, reducida a un “ingenuo error”. Tregua en el conflicto de los subtes. Triángulo y pentágono: distinta estabilidad. A demonizar a los muchachos. Fantasías sobre una medida burocrática de la Corte. Y otros detalles.

Por Mario Wainfeld
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“Hay que rodear a Marcelo (Torcuato de Alvear)”, cuentan que dijo el dos veces presidente Hipólito Yrigoyen, hombre de pocas palabras. “Rodear”, retraducimos, era sinónimo de apoyar, de bancar, también de entornarlo. Los grandes medios han decidido, un tocazo de tiempo después, rodear a Mauricio (Macri). “Rodearlo” es protegerlo, embecellerlo, darle letra, tutelarlo con coartadas, inventarle virtudes, esconder defectos. Conducirlo, también.

La ambición es tan alta como la que decidió don Hipólito para Alvear: un presidente “del palo”. No es una misión sencilla: el jefe de Gobierno es un dirigente de baja intensidad, gánico con propensión a la abulia, enfurruñado, indeciblemente porteño de Palermo Chico. Su imagen, su estilo, sus modismos “garpan” mal allende la avenida General Paz. Pero cualquier bondi viene bien para destronar a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Y, de eso habla también en esta nota, no hay tantos bondis que funcionen bien en la Argentina.

El conflicto de los subtes arribó a una tregua prendida con alfileres. Es un alivio compartido por todos los actores en juego, desde sus distintas perspectivas. Y un regreso a la ardua normalidad para millones de usuarios de la zona metropolitana, porteños y bonaerenses. Ellos son los principales damnificados por los cortes del servicio y por sus deficiencias: gentes de a pie, laburantes por definición, sacrificados usuarios de un servicio mediocre en el mejor de los casos.

La Vulgata mediática decidió endiosar a Macri por la pausa. Fue un triunfo, se embelesan y propagan empinados formadores de opinión. La apología se nutre de simplismos extremos: el sindicato de los trabajadores del subte se describe como un hato de soldados de la Casa Rosada, sin identidad gremial ni trayectoria propia. La empresa Metrovías se saca del relato, para lubricar su pueril sencillez.

Se escamotea el acuerdo que suscribió el Gobierno de la Ciudad con el nacional haciéndose cargo del servicio. Un acuerdo firmado, dicen las normas, “es ley para las partes”. Máxime si una de ellas toma decisiones que son “principio de ejecución”, como aumentar las tarifas. El periodismo amarillo (por los colores de PRO, se entiende) sustrae a la ley y al acuerdo de su explicación. Lo hace con argucias de lenguaje. Se alude al documento pero se lo describe (y minimiza) como “un error político”. El manual de estilo de Clarín impone consignar en negritas esa expresión. Y ahí termina todo. El “error” se agota en sí mismo: no opera efectos institucionales. Lo firmado no vale nada, un pensamiento exótico entre quienes se embanderan con la transparencia, el apego a la ley y la lógica republicana. La firma, escriben los que estaban habituados a ganar, no compromete al gobernante. Un editorial de La Nación pinta el desliz de Macri en términos paternales (que no suscribiría papá Franco): fue una “ingenuidad”. Ah, bueno. Un editorialista de ese medio da cuenta del “error” y luego emprende una explicación digna del Guinness de las falacias mediáticas: consigna que Macri “devolvió” el Acuerdo. Listo el pollo, pelada la gallina. ¿Qué querrá decir “devolvió”, se interroga este cronista, hablando en serio? ¿Que lo rompió, que lo vomitó? No se sabe ni hay modo de darle sentido que no sea admitir que una esperanza blanca está por encima de la ley.

Si se pensara en contrario, vaya un consejo para deudores de bancos, de particulares, de cuñados, de proveedores, de los mismos grupos económicos. Devuelva el contrato, cuando le cause problemas, y queda desobligado. Achalay.

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Tres puntos y cinco partes: Tres puntos no alineados determinan un plano a que pertenecen enseñaba (si el cronista no memora mal) la geometría clásica. De ahí que un trípode o una mesa de tres patas bien hechitos sean especialmente equilibrados. El trilateralismo es clave en los conflictos sindicales, si los sectores están bien precisados: la patronal, el sindicato, el Estado que puede intervenir, bajo reglas precisas. El cuento de los medios es que las partes son dos: Macri versus el gobierno nacional que lleva de la nariz a los dirigentes de la Asociación Gremial de Trabajadores del Subte y el Premetro (AGTSyP).

Lo real, que tiene su encanto aunque no esté de moda percatarse de ello, es que las partes son cinco, cifra peliaguda para alcanzar equilibrios.

Metrovías no aparece mucho en el escenario, aunque es la principal responsable. La patronal luce pintada en el entredicho, no tiene derecho a actuar ese rol. Alega sequía económica pero no da cuenta de cuánto acamaló en tiempos recientes. Los concesionarios de servicios públicos, prebendarios y habituados a una excesiva tutela del Estado, son máquinas de evadir, entre otras cosas, responsabilidades. Si la empresa no da la talla para seguir costeando el servicio debe cancelarse la concesión. Metrovías es una muestra más del modus operandi de concesionarios que se sustraen a sus deberes básicos. Y una señal de cuán desvencijado está el “sistema” de transporte público que clama por una reforma sustancial. El subte y Metrovías no son datos aislados, sino parte de un problema mayor, que será uno de los desafíos a resolver en el segundo gobierno de Cristina Kirchner.

La Unión Tranviarios Automotor (UTA) acordó con Metrovías un aumento virtual que sólo se pondría en práctica si la patronal consigue plata. Será cuestión de que patrones y empleados oren juntos. Una nueva versión de la comunidad Organizada, acaso. Y una novedad paritaria, que el Guinness miraría con interés.

Los trabajadores de la Agtsyp levantaron la huelga tras haber obtenido varias mejoras en condiciones de trabajo. La pugna salarial continúa en veremos. Los muchachos, según la versión de sus referentes, depusieron su actitud para distender, porque estaban exhaustos tras mantenerla tantos días en los lugares de trabajo, porque barruntaban que “la gente” iba virando parte de su enojo hacia ellos. No tienen la menor gana de volver al paro, agregan, pero no son los únicos responsables de sostener la tregua. Su matriz de lucha, su ADN los compele a mantener vivo el conflicto y a apelar a la acción directa si se los desaira.

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Olimpia de plata: Macri recibe el Olimpia de Plata de Clarín por una nueva disciplina olímpica que es “torcerle el brazo a Cristina”. El jurado no es neutral, precisamente. Asimismo suma puntos por demonizar a la AGTSyP. Les impuso una multa varias veces millonaria, le pidió al Ministerio de Trabajo nacional que les quite la personería, fiscales telecomandados articulan denuncias penales contra los referentes de los trabajadores del subte.

El retiro de la personería va a una vía muerta, la multa fue apelada por los abogados del gremio. Se hará una denuncia contra el Gobierno ante la Organización Internacional del Trabajo (OIT), se efectivizará el miércoles. Los denunciantes dicen ya contar con la adhesión de Hugo Moyano y Hugo Yasky, mientras van por la de Pablo Micheli. La CGT no moyanista transita por un andarivel parsimonioso que la confina a un no lugar, hoy y aquí.

El gobierno nacional hubiera preferido que la AGTSyP consintiera el llamado a Conciliación Obligatoria del macrismo: se hubiera ratificado que el subte es plena responsabilidad porteña. Los “metrodelegados” concuerdan en ese punto pero no en la táctica, justamente porque tienen objetivos propios, distintos a los del oficialismo.

Por un lado, afirmaron en un comunicado que “Macri sabe perfectamente que tarde o temprano tendrá que hacerse responsable del funcionamiento del Subte, cuya propiedad y jurisdicción corresponden a la ciudad de Buenos Aires. Y (...) no soporta la idea de tener que tratar con un sindicato profundamente democrático, y con dirigentes probadamente honestos”. Pero diseñan su táctica de no someterse a una Conciliación con quien “es juez y parte”: la administración PRO.

La relativa normalización es, en esencia, provisoria y depende de que haya respuesta patronal. Mucho queda por recorrerse.

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Otro triunfo virtual: La euforia de la vanguardia opositora encontró otro pretexto: la Corte Suprema admitió la demanda interpuesta por la provincia de Córdoba contra el Estado nacional. En puridad, la admisión es un trámite que sale “por ventanilla”, obvio: el tribunal es competente en tales reclamos por mandato constitucional. La finalidad de la algazara es endiosar al gobernador José Manuel de la Sota, que viene siendo un taita en su distrito y un perdedor en materia nacional, pero que funge de muleto.

Para realzar un proveído burocrático de la Corte, los medios distorsionaron declaraciones del supremo Eugenio Raúl Zaffaroni. Este repitió un mantra de los magistrados: las disputas políticas deben resolverse en su terreno y no judicializarse. El presidente de la Corte, Ricardo Lorenzetti, prodiga ese pensamiento en público y en charlas privadas con protagonistas de postín. De ahí a negarse a aceptar demandas media una distancia colosal que magistrados serios jamás recorrerán. Tampoco pueden negarse a sentenciar, aunque sí harán los mayores esfuerzos para promover instancias conciliatorias en aras de provocar mejores vías de solución.

La Corte tiene ya a sentencia una demanda de Santa Fe. Cualquier resultado será interpretado como precedente, aunque las circunstancias no son para nada idénticas. Los magistrados saben esto, reciben suaves presiones cruzadas, confían en darse tiempo para armar una mayoría sólida que fortifique el veredicto.

Corrientes se prepara, avisó su gobernador, para colocarse en la lista de litigantes. La proliferación describe una tensión de la época. El esquema de coparticipación y ayudas del Estado nacional entró en crisis. Quizá no tanto por razones principistas cuanto por la cuantía de los recursos en danza. La desaceleración de la economía cunde por doquier, la necesidad pone en estado de asamblea pactos expresos o tácitos.

La tendencia a los conflictos por el reparto estará, piensa el cronista, supeditada al devenir cercano de la economía. En el gobierno conviven visiones divergentes. Hay quien calcula, como el aguzado consultor Miguel Bein, que lo peor ya pasó, que los meses que faltan serán de módica aunque sostenida mejora. Guillermo Moreno atisba un horizonte distinto, más borrascoso. Su mano derecha, Beatriz Paglieri, lo comentó en público en estos días. La mayoría de los restantes funcionarios es más optimista. El debate tiene como contorno muchos otros entre el Mega Secretario y sus compañeros de gestión.

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Dale campeón: Rodear a Mauricio es un proceso dialéctico. Se le “da letra”, se le “baja línea” y se lo enaltece cuando acata. El episodio de “La Cámpora en las escuelas” es ilustrativo. Una denuncia en la cadena de tele, diarios y radios culmina en una acción entre patética y preocupante. El Gobierno de la Ciudad habilita una línea telefónica gratuita para hacer denuncias contra actos de militancia juvenil. La tapa de Página/12 motejó adecuadamente: “0800-BUCHON”. En la narrativa dominante, hay un sospechoso de fascismo: el gobierno nacional. En fin.

Macri se transforma en el campeón del establishment, el prospecto deseado para el 2015. El sitial no se basta para cosechar los votos necesarios. Baste recordar a quienes antecedieron a Mauricio: Julio Cobos, Carlos Reutemann, Ernesto Sanz, Elisa Carrió, Ricardo Alfonsín, Eduardo Duhalde. La historia no se repite forzosamente. Esas referencias no sellan la suerte de un partido que empieza recién a jugarse. Pero son un precedente sugestivo.

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