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El país|Lunes, 26 de mayo de 2003
KIRCHNER ASUMIO CRITICANDO “LAS GANANCIAS
DE LOS GRUPOS MAS CONCENTRADOS DE LA ECONOMIA”

“Llegamos sin rencores y con memoria”

Con un tono socialdemócrata, de peronista laico, Kirchner prometió mantener el equilibrio fiscal, ubicó el Mercosur como proyecto estratégico y lanzó el compromiso de no basar el combate a la inseguridad en el Código Penal y el de “traje a rayas” para los grandes evasores. Reivindicó la generación de los ‘70, la épica de la inmigración y la escuela pública.

Por Martín Granovsky
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Un testigo muy confiable acercó anoche un dato que hará sonreír al nuevo presidente Néstor Kirchner. En la tarde de ayer los clientes de Saráchaga, una casa de antigüedades de Juncal y Libertad, escucharon un análisis certero sobre su discurso en el Congreso: “Dice Walter Klein que peor no pudo haber sido”. En la última dictadura, Guillermo Walter Klein era el viceministro de Economía de José Alfredo Martínez de Hoz. El discurso de Kirchner estuvo centrado en la crítica al “Estado desertor”, la promesa de poner “el consumo interno como centro de una política de expansión” y construir un “capitalismo nacional” y el compromiso de “no volver a pagar deuda a costa del hambre de los argentinos”.
Lucía alegre el Presidente. Incluso suelto y con humor sobre sí mismo. TVR se dará una panzada con la imagen de Kirchner saludando con el bastón en alto, asido a medias con Eduardo Duhalde, y después con el bastón al revés, hasta darse cuenta del blooper y reírse como lo hubiera hecho Bat Masterson. Con Kirchner entre la gente. Con Kirchner golpeado por un teleobjetivo, con Kirchner dotado de curita en la frente, con Kirchner llamando “colegas” a los gobernadores cuando él ya era Presidente. Era un día para darse todos los gustos, como la provocación suave del traje cruzado abierto, al contrario de lo que recomienda lo políticamente correcto de la elegancia, o la mención de un avance “paso a paso”, como quería Reinaldo Merlo cuando era DT de Racing.
Kirchner marcó la identidad de su proyecto usando la historia, tanto en términos personales como políticos.
“Formo parte de una generación diezmada”, dijo. “Castigada con dolorosas ausencias. Me sumé a las luchas políticas creyendo en valores y convicciones a los que no pienso dejar en la puerta de entrada de la Casa Rosada.”
El Presidente fue miembro de la Juventud Peronista en los ‘70. Más tarde, luego del juramento en la Casa de Gobierno, recordó la imagen de la asunción de Héctor Cámpora el 25 de mayo de 1973, cuando él tenía 23 años y en el balcón estaban el chileno Salvador Allende y el cubano Osvaldo Dorticós. “Con Cristina estábamos lágrima en mano cuando salimos del Congreso y volvimos a ver gente esperanzada en la calle”, dijo. “Me hizo recordar que hace 30 años yo también estuve en la Plaza acompañando a un gobierno constitucional en el cual puse toda mi fuerza y toda mi fe.”
Sin embargo, Kirchner no hizo ninguna propuesta transportada en paracaídas desde los ‘70. Por ejemplo, criticó la idea de un Estado “omnipresente”.
En la parte histórica de construcción de identidad el trayecto duró menos de 30 años. Veinte.
Primero, la etapa de Raúl Alfonsín: “A comienzos de los ‘80 se puso el acento en el mantenimiento de las reglas de la democracia, y los objetivos planteados no iban más allá del aseguramiento de la subordinación real de las Fuerzas Armadas al poder político”. Por eso, la medida del éxito de esta etapa no exigía, según Kirchner, “ir más allá de la preservación del Estado de Derecho y la continuidad de las autoridades elegidas por el pueblo”.
Kirchner fue más indulgente con Alfonsín que con Menem. El objetivo de los ‘90, explicó, fue controlar la inflación, pero la medida del éxito la dio no solo el aumento de precios sino “las ganancias de los grupos más concentrados de la economía, la ausencia de corridas bursátiles y la magnitud de las inversiones especulativas, sin que importaran la consolidación de la pobreza y la condena a millones de argentinos a la exclusión social, la fragmentación nacional y el enorme e interminable endeudamiento externo”.
Sobre la Alianza, que no mencionó por su nombre, dijo que se redujo el gobierno “a la mera administración de las decisiones de los núcleos de poder económico con amplio eco mediático, al punto que algunas fuerzas políticas en 1999 se plantearon el cambio en términos de una gestión más prolija pero siempre en sintonía con aquellos mismos intereses”.
Esta parte estuvo al principio del discurso, que exhibió un tono de peronismo laico. Para el final quedó el registro de que “llegamos sin rencores pero con memoria”. La memoria sería “no sólo de los errores y horrores del otro sino también memoria sobre nuestras propias equivocaciones, aprendizaje político, balance histórico y desafío actual de gestión”.
“Cambio es el nombre del futuro”, fue una de las consignas de un discurso socialdemócrata que sacó de la teoría la “movilidad social ascendente” y la convirtió en lema junto con su traducción: un país donde los hijos vivan mejor que sus padres. El Estado de bienestar como nostalgia de país cohesionado y proyecto político serpenteó por todo el discurso presidencial y fue fuerte, por ejemplo, en el capítulo educativo. “El sistema de formación docente de nuestras viejas y queridas maestras normales fue criticado por enciclopedista, memorista y repetitivo, pero nuestra generación fue la última formada en esa escuela pública, y la calidad de la educación era superior a la que hoy tenemos”, dijo Kirchner, que prometió combatir la atomización educativa para que “un chico del Norte argentino tenga la misma calidad educativa que un alumno de la Capital Federal”.
La reivindicación del Welfare State fue integral. Kirchner dijo que la crisis no se soluciona “desde las políticas sociales sino desde las políticas económicas” y desmitificó la idea del clientelismo, que ata la asistencia social a los favores hacia un cacique, como una maldad intrínseca de la política. “Es fruto de la desocupación”, afirmó.
La parte dedicada a la seguridad tuvo la misma explicación social. “La solución de la inseguridad no es solo el Código Penal”, para Kirchner, sino el cumplimiento de los derechos de la Constitución. En cuanto al delito, fue amplio. Habló del de guante blanco, el delito común y las mafias organizadas. También criticó el uso de “necesidades de los pobres para fines partidistas”, en lo que pareció una alusión a la franja más radicalizada de los piqueteros.
El paquete económico fue una combinación de objetivos. Por un lado, el control del gasto: “No gastar más de lo que entra” y “traje a rayas para los grandes evasores”. Por otro, el uso de los fondos externos de inversión para destinos productivos, y siempre como complemento y no centro del desarrollo de los mercados locales. También, el estímulo del consumo pagando más salarios y aumentando la productividad.
Al revés de Fernando de la Rúa y Carlos Menem, que hablaron del pago de la deuda como una cuestión de honor, dijo que “no se puede volver a pagar deuda a costa del hambre de los argentinos”, versión inversa de una famosa frase del presidente Nicolás Avellaneda.
“Los acreedores tienen que entender que solo podrán cobrar si a la Argentina le va bien”, dijo Kirchner.
El Presidente criticó dos veces en el discurso las políticas que llamó de “ajuste permanente”, y articuló ese cuestionamiento con un marco regional de integración al mundo.
La presencia extranjera fue la más fuerte de los últimos años. Pero fue, sobre todo, la más homogénea. Se advertía felicidad en las caras del brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, el chileno Ricardo Lagos, el ecuatoriano Lucio Gutiérrez, el venezolano Hugo Chávez e incluso el cubano Fidel Castro, aliviado por el surgimiento de presidentes que critican el fusilamiento de opositores pero no quieren sumarlo a una campaña de reforzamiento del bloqueo a la isla. El único que desentonaba era Jorge Batlle, que se dedicó a hacer chistes a sus colegas. Batlle, del Partido Colorado, puede perder las elecciones del año que viene a manos del Frente Amplio, con lo cual la homogeneidad será aún mayor. Antes, los presidentes eran los golden boys mimados por Wahington: Carlos Menem, Carlos Salinas de Gortari, Fernando Henrique Cardoso. Ahora hay una camada de presidentesnacida de la crisis de la etapa de apertura salvaje de la economía y modelo basado en la adicción al ingreso de capitales externos. El giro fue de la derecha conservadora de Menem o el centroderecha de Cardoso hacia el centroizquierda de estos presidentes.
Eduardo Duhalde yéndose a descansar a Brasil en el avión de Lula es mucho más que el ahorro de un pasaje de ida o un gesto personal. Lo podrá comprobar en estos días Juan Pablo Lohlé, que este fin de semana quedó confirmado por Kirchner como embajador en Brasil.
“Partidarios de una política mundial de multilateralidad como somos, no debe esperarse de nosotros alineamientos automáticos sino relaciones serias, maduras y racionales que respeten las dignidades que los países tienen”, dijo Kirchner en una alusión a las relaciones carnales, y mencionó de nuevo los tres adjetivos para hablar de los Estados Unidos. Adelantó que la prioridad “será la construcción de una América latina políticamente estable, próspera y unida con base en los ideales de democracia y justicia social”.
La política apareció en todo momento en la propuesta diplomática, donde el primer punto de la agenda es “nuestra alianza estratégica con el Mercosur”.
Kirchner se permitió un único instante de nacionalismo puro, propio, además, de un político de la Patagonia. “Venimos desde el sur de la patria, desde la tierra de la cultura malvinera y de los hielos continentales, y sostendremos inclaudicablemente nuestro reclamo de soberanía sobre las Islas Malvinas.”
El resumen de la política exterior sería “pensar el mundo en argentino”.
El último tramo de Kirchner tomó prestado a Martin Luther King y su famoso mensaje “I have a dream”, “Tengo un sueño”, en el que hace 40 años el líder de los derechos civiles llamaba a terminar contra la discriminación a los negros. “Tengo el sueño de que...”, empezaba cada frase al final del discurso de Luther King.
“Con mis verdades relativas –en las que creo profundamente pero sé que se deben integrar con las de ustedes para producir frutos genuinos espero la ayuda de vuestro aporte”, dijo Kirchner. “Vengo a proponerles un sueño”, comenzó entonces a repetir. Y enunció: “Reconstruir nuestra propia identidad como pueblo y como nación”, “construcción de la verdad y la justicia”, “recordar los sueños de nuestros patriotas fundadores y de nuestros abuelos inmigrantes y pioneros”, “de nuestra generación, que puso todo y dejó todo, pensando en un país de iguales”, “una Argentina unida, una Argentina normal”, “un país serio pero también un país más justo”.
Si se tiene en cuenta que este programa, en caso de obstrucción seria, podría refrendarse con mecanismos constitucionales como la consulta popular, a los que Kirchner se refirió oblicuamente pero sin duda, se explica el día triste de Guillermo Walter Klein.

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