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El país|Lunes, 9 de junio de 2003
OPINION

La interna de la CEANA

Por Sergio Kiernan
El secretario de Cultura de la Nación es apenas el más conocido miembro de la CEANA que anda enojado y rezongando. Torcuato di Tella escribió hace dos semanas una carta de protesta al diputado norteamericano Maurice Hinchey, autor de un proyecto de declaración para que su Congreso pida al gobierno argentino una verdadera liberación de los archivos nazis. Esta iniciativa responde a su vez a un pedido realizado aquí en Buenos Aires por el Centro Simon Wiesenthal. Y el Wiesenthal decidió pedir los papeles después de leer el libro La verdadera Odessa, del periodista argentino Uki Goñi, que detalla cómo Perón creó una red internacional de agentes para traer a los criminales de guerra nazis a la Argentina, explica cómo los archivos siguen cerrados a cal y canto cuando se trata de ese tema, y hace un deprimente mapa de qué colecciones aparecen expurgadas, quemadas, destruidas. El tema fue publicado por Página/12 en una serie de notas publicadas a partir de diciembre, y en marzo fue recogido por el New York Times, donde lo leyó Hinchey.
Fue entonces cuando empezaron a volar las cartas.
La de Di Tella es la más conocida, por su cargo y por su inesperada defensa de dos criminales de guerra croatas a los que considera inocentes calumniados por el Centro Wiesenthal. Fue precedida por una de Robert Potash, el académico norteamericano autor de una excelente obra sobre los militares en la política norteamericana, enviada y publicada en el diario Buenos Aires Herald. Pero la más importante es la de un miembro menos conocido de la CEANA, Ignacio Klich, que desde mayo recorre diversos mails del país y del mundo, y es un guión de qué hacer.
La CEANA –Comisión para el Esclarecimiento de las Actividades del Nazismo en Argentina– fue creada por Menem luego de que nadie se quedara muy impresionado por su publicitada apertura de archivos nazis que resultaron carpetas de recortes periodísticos. La Comisión tiene un rutilante elenco de referentes internacionales, es ciertamente una buena idea y ya logró algunos avances, como empezar a compilar una lista de criminales de guerra llegados al país. Su sola existencia marca una diferencia en un país en el que hasta Illia se hizo el distraído con los nazis.
Sin embargo, la Comisión parece tener un techo de cristal: Perón.
En las publicaciones de la CEANA –de las que Di Tella hace una lista al final de su carta– los nazis siguen “llegando” y hasta “inmigrando” a Argentina. Es el lenguaje de siempre, el de la casualidad, como si los verdugos belgas, alemanes, italianos, croatas y holandeses nos hubieran elegido por el asado y el clima. Los temas que tratan los colaboradores de la CEANA –en libros como Sobre nazis y nazismo en la cultura argentina, compilado por Klich y editado en EE.UU. en castellano por Hispamérica– pasan por la cultura y la cultura política argentina, la prensa, la jurisprudencia, la ficción y hasta por el ya olvidado Borges militante antifascista duro y coherente.
Lo que la Comisión no toca ni de refilón es la gigantesca estructura que creó el gobierno argentino para que los nazis no “llegaran” sino que fueran traídos con dinero, papeles y empleos que los esperaban. Justamente, el tema del que sí trata el libro de Goñi. Por eso, la carta de Klich dice que La verdadera Odessa es un mal libro, poco serio y de baja venta en Argentina, y que el Wiesenthal –una entidad “acostumbrada a levantar polvareda” sin evidencias– hace escándalo “para levantarle las ventas”.
¿Pequeño, no? Esta interna no merecería mayor atención si no fuera por la firma de un secretario de Estado en uno de sus capítulos y por lo que demuestra sobre en qué términos se maneja un tema que sí es importante, el de la complicidad que tuvo este país con los criminales y las políticas del Tercer Reich. El libro de Goñi es excelente. Objetarlo en estos términos sólo muestra mala fe y el deseo de tapar la falta de voluntad política de otros. Dice Klich en su carta-guión que “la Comisión no tiene poderes de policía” como para arrancarle papeles a entes del Estado. PeroGoñi tampoco tiene poderes de policía, ni siquiera es miembro de una comisión oficial. Y sin embargo encontró pruebas de lo que realmente pasó. Eso se llama voluntad, no amarillismo.

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