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El país|Martes, 10 de junio de 2003
UN ALBAÑIL DE CIPOLLETTI GANO EN “OPERACION TRIUNFO”

El auténtico sueño del pibe

La gala final del programa reflejó un país bien latinoamericanizado, con multitudes copando las calles y varios contratos firmados a ciegas.

Por Julián Gorodischer
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Claudio, ganador del reality, es un albañil nacido en Cipolletti.
El programa se parece a la Argentina: la pantalla se divide en cuatro y la leyenda avisa: 120 mil personas movilizadas para apoyar a los cantantes. La gala de definiciones de “Operación Triunfo” hace alarde federalista, y se ven plazas y clubes de movilizados pueblos y ciudades de provincia: Cipolletti, Santa Rosa, La Plata... Es la vuelta de las multitudes, pero también del programa ómnibus, estirado desde las 20.30 hasta pasada la medianoche, agobiante. La intriga se prolonga, y Marley dice que lo están insultando, pero propone un nuevo corte porque no es cuestión de que se sepa el ganador –Claudio, de Cipolletti, Río Negro– tan rápido. Las galas (y eso lo enseñó “Gran Hermano”) suman público y se comentan durante toda la semana: entonces que cante el jurado, y que cante el ex participante hasta hacer del enigma una cuestión de Estado. ¿O acaso no es un modelo de país el que propone “Operación Triunfo”?
En el país de “Operación...”, los contratos de trabajo no se negocian ni se discuten, y ni siquiera se leen sus cláusulas. Se obsequian como un souvenir en versión agigantada, con la birome servida. A los favorecidos se les pide una firmita para legitimar las condiciones de “la regalía”. El trabajo se decide por imposición o como premio, y se define a ciegas. Pues bien, vean si no lo que sucede con la ex alumna que salió cuarta según los votos del público, Andrea, que recibe como premio no sólo el viaje al recital en el extranjero sino también su lanzamiento como artista de la compañía Warner Music, salvada por la fusión estratégica entre la tele y los discos, pero compulsada a aceptar el empleo como milagro. Andrea firma, y se repite el esquema con el tercero y el segundo, Emanuel y Pablo, en ese orden, que reciben un poco más: más plata, un auto y contratos más favorecedores para hacerse artistas como se hacen los chorizos: en serie y rapidito. Ellos son, de repente, artistas en la Argentina de “Operación Triunfo” que promueve la posibilidad de volver a pensar el ascenso social.
Existe aquí una sola posibilidad para dejar de ser el albañil, Claudio y Pablo, según cuenta Marley, y posar en el Citroën último modelo e imaginar el fajo de veinte o treinta mil. Para salvarse en el país quebrado, la tele los convoca de a miles y después les describe el proceso: “Pasaste de principito a rey”, le dicen a Pablo, segundo, pero también premiado como los últimos cuatro finalistas, que se llevan viaje, dinero y contratos flexibilizados. El país de “Operación...” es elitista y monárquico: una masa movilizada en sus lugares de origen asiste a la ceremonia de consagración de “El Rey” (Pablo) o del Pinocho (Claudio). Por compensación, los ascendidos dedicarán el triunfo a su cohorte que aclama o llama por teléfono. Las autoridades de provincia (intendentes y gobernadores) suman apoyos y declaraciones de honor a la consagración del soberano: llegan cartas, títulos, adhesiones desde San Juan, La Plata o Vicente López, todas firmadas por políticos en busca de figuración que declaran a estos nuevos ciudadanos ilustres y agradecen la representación.
El país de “Operación...” abandonó los sueños de grandeza, la mirada en el Norte o en Europa: latinoamericanizado, impone el canon del pop latino y busca referentes en Shakira y Ricky Martin, pero también en el mexicano “El Rey” o en el folklore revisitado. Al ganador es imposible imaginarlo como un popstar, pero a cambio canta “Carito”, de León Gieco y Antonio Tarragó Ros y, según Marley, “pone la piel de gallina”. La nación televisiva es iletrada y radial: la norma llega por las FM, que señala el camino y estipula maestros que, ahora sí, toman contacto. Ricardo Montaner y Patricia Sosa, pero también Juanes o Diego Torres, alguna vez les dedicaron una palabra de aliento, y los finalistas dicen que ése es el verdadero premio.
Parece claro que a estos artistas las FM les impusieron un ritmo y una forma de cantar, de decir, de expresarse, tan rápida de memorizar como lofue su consagración. Y hacia allí van, como cantaron una vez en una gala, sin filtración, la letra de un hit: “Yo quiero tener mi primer millón”. Se camina rápido y a los tumbos, se ocupan espacios de una semana a la otra, y lo que aparece es esta camada de empleados ejemplares (Claudio, Pablo, Emanuel, Andrea), sin apellido, con la individualidad que les otorga apenas la representación. Así es el trabajador en el país de “Operación Triunfo”: manso, pero sobre todo agradecido. Cualquier similitud con la Argentina no parece una coincidencia.

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