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El país|Martes, 7 de mayo de 2013
Los testimonios de la familia Salcedo sirven para revelar los primeros operativos en la ESMA

El inicio del modus operandi del horror

Los Salcedo fueron una familia arrasada a mediados de 1976. Los efectivos de la Marina volteaban casa por casa de los parientes de los hermanos Gregorio y Edgardo Salcedo. Ayer declaró Mirta Romero, hija de Dora Salcedo.

Por Alejandra Dandan
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Los Salcedo fueron desapareciendo en el momento en que se organizaban los grupos de tareas en la ESMA.

María Mirta Romero es hija de César Romero y de Dora Salcedo, parte de una familia arrasada a mediados de 1976 en los comienzos de la Escuela de Mecánica de la Armada. Su madre Dora era hermana de Gregorio y de Edgardo Salcedo. En 1966, Edgardo había plantado una bandera argentina en las Islas Malvinas en un legendario acto de reivindicación de la soberanía organizado por la resistencia peronista. Diez años más tarde, los marinos volteaban casa tras casa de sus parientes para encontrarlo. En el medio fueron secuestrando a parte de la familia. Un día llegaron a la casa de Dora y María Mirta. María Mirta declaró ayer en el juicio oral por los crímenes de la ESMA. En el invierno de 1976, ella tenía 14 años. “Adelante nuestro revuelven todo, tiran las bibliotecas, llegan a desarmar el teléfono para que no nos podamos comunicar. Me preguntan a mí por Edgardo Salcedo, les digo que no sé nada, dicen que si no contamos dónde está iban a llevarme. Esposan a (mi tío) Gregorio Salcedo y en ese momento yo, con Gregorio esposado, termino de atarle los cordones. Nunca me voy a olvidar de esa mirada”, explicó.

El operativo iba a marcar la historia de quienes estuvieron en la casa ese día. Estaba María Mirta. Su abuela de 72 años y una bisa-buela. Una tía llamada Celia Salcedo que se había escapado un día antes de otro allanamiento vecino a su casa. Celia estaba en una pieza del fondo con sus cuatro hijos: Juan Manuel, Daniela, Verónica y Mariano. También estaba su tío Gregorio Salcedo al que se llevaron esposado y un bebé recién nacido: Gerardo Salcedo, hijo de Edgardo y de Esperanza Cacabelos, que en esos días estaban buscando un lugar para poder refugiarse porque sabían que cuando la Marina los encontrara iban a matarlos. Lo sabían porque poco antes, el 7 de junio, la Marina secuestró a José Cacabelos, el hermano más chico de Esperanza. La semana pasada una las hermanas de José y de Esperanza contó en el juicio la historia de ese secuestro durante el cual los marinos obligaron a José a comunicarse con su familia al comienzo una vez por semana y luego cada quince días para intentar convencer a sus hermanas de que debían entregarse. Le dijeron que era la única condición de salvarlas. Mientras José seguía secuestrado y empezaban sus llamadas, llegó el operativo contra la casa de María Mirta en una noche a lo largo de la cual iban a repetirse los ingresos y las volteadas de otras cosas de la familia.

El hilo familiar

Un esquema que en estos días puede verse detrás de varios testimonios de familias y es una clave para entender cómo en los comienzos se aceitaba la máquina de matar. “Yo vivía en un mismo domicilio con mis abuelos, en Boulogne Sur Mer”, dijo María Mirta. “Me crié con Edgardo y Gregorio Salcedo. El 7 de junio de 1976 es secuestrado José Cacabelos y el 12 de junio nuestra casa es allanada por un grupo de tareas a las 10.30 de la mañana. Golpean la puerta. En ese momento, (Gregorio) Goyo Salcedo al escucharlos se va hacia el fondo y cuando se va, ve que estaba rodeada la medianera por personas vestidas de fajina y con ropa militar apuntando hacia la casa”, dijo Mirta entre lágrimas.

Una parte de la familia estaba adelante de la casa y otra atrás. Adelante estaban Gregorio, el bebé Gerardito, la abuela y la bisabuela de Mirta y ella misma. Celia con los chicos estaba al fondo. “Entran estas personas, había una vestida de civil que los dirigía y se dan dos escenas al mismo tiempo. Cuando Gregorio sale corriendo lo apuntan y lo esposan. Preguntan por Edgardo, y Celia les dice que no sabemos nada. Se burlaban. Le decían a los chicos: ‘se van a quedar sin su mamá, si tu mamá no dice la verdad’. En ese momento, mi tía tenía a su hijo de dos años en los brazos. Y le decían, ‘qué lindo llevarme una nena’, porque tenía rulito, y seguían: ‘qué lindo que te quedes sin tu mamá, yo necesito un chiquito’.” En tanto esposaron a Gregorio. “Había muchas cosas que pensar –dijo ella–. En la casa estaba el hijo de Edgardo, era peligroso que estos hombres se enteraran de que era el hijo de Edgardo el que estaba ahí. Cuando yo lo voy a abrazar a Gregorio, estando esposado, me hacen a un costado y se lo llevan. Esto fue a las tres y media de la mañana aproximadamente, queda toda la casa revuelta, se llevan el intercomunicador del teléfono, lo hacen adelante mío, nosotros no teníamos ninguna posibilidad de avisar lo que había pasado. Salgo corriendo a ver quién me puede prestar el teléfono y una vecina, sin dejarme pasar a su casa, me dice: ‘Bueno, dame algún teléfono que yo aviso que vinieron a allanar tu casa’.”

La seguidilla

Se llevaron a Gregorio esposado hasta la calle Liniers 709 en San Isidro, la casa de otra de las hermanas, Alba Salcedo. Alba vivía al lado de su suegra en una pieza con su hijo de siete meses y su marido. La patota llegó a las 4.30 de la mañana y le preguntaron por Edgardo. “Le dicen: ‘no sabemos nada’, los siguen interrogando, siempre apuntándolos con armas largas.” Después van a la calle Cangallo 987 en Martínez, donde estaba Hebe Salcedo, su marido Esteban de Pedro y sus cuatro hijos: Fernando de Pedro, Javier, Laura y David. “Cuando golpean, las chicas se asustan y van a la cama de su mamá. Esteban abre la puerta. Lo entraron a Gregorio, lo hicieron ir hasta la habitación de Hebe y le preguntan por Edgardo. Mientras tanto, otro grupo de personas le hacía las mismas preguntas a Esteban, él les dijo que hacía meses no sabía nada. Uno de los chicos, Fernando, que tenía 10 años, vio por la ventana de la casa una furgoneta blanca con un conscripto adentro.”

De Cangallo se van a San Antonio de Padua, la casa de Inés Salcedo. Inés vivía con su marido Esteban y cuatro hijos: Silvia, Jorge, María de los Angeles y Ariel. “Tocan la puerta y entran por el costado y lo entran a Gregorio esposado, les preguntan por Edgardo. Mi tía se pone nerviosa. Gregorio Goyo le dice: ‘Inés quedate tranquila, contestá lo que te preguntan’. Hacía mucho tiempo que mi tía Inés no veía a Edgardo, así que contesta que no sabía nada. Ellos estaban construyendo una habitación arriba de la casa. Los hombres con armas intentan abrir la habitación de arriba y mi primo Jorge los acompaña. Mientras tanto, mi tía pone la Biblia sobre la mesa, se pone a rezar y uno de ellos le dice al otro: ‘¿Te gusta? Está linda’. Y se reían mientras ellas rezaba. Hacía mucho frío, así que les piden a ver si podían ponerle un saco a Gregorio, ellos (los marinos) acceden. Eso es lo último que sabemos de Gregorio, nunca más volvimos a saber de él.”

Gregorio está desaparecido. El 12 de julio de 1976 acribillaron a Edgardo Salcedo y a Esperanza en el departamento de la calle Oro 2511, piso 11, departamento C, adelante de Gerardo que ya estaba con ellos, y estaba por cumplir dos años. Tardaron cinco días en entregar sus cuerpos a los familiares. El 11 de octubre, la Marina secuestró a dos hermanas de Esperanza: Cecilia sigue desaparecida y a Ana María la liberaron después. Secuestraron al novio y al padre del novio de Cecilia. A los que le prestaron el departamento a Edgardo y Esperanza. A los compañeros del colegio Ceferino Namuncurá donde ella daba clases. “Yo vengo de una familia que perteneció a la resistencia peronista”, dijo María Mirta cuando le preguntaron por la militancia de su tío. “En mi casa era un orgullo ser militante peronista.”

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