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El país|Miércoles, 9 de julio de 2003

Un supremo que sigue aferrado al menemismo

Eduardo Moliné O’Connor confía en que el menemismo lo salve del juicio político y Carlos Fayt espera un “acercamiento” con el Ejecutivo.

Por Irina Hauser
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A pesar de la experiencia de su amigo Nazareno, Eduardo Moliné O’Connor cree que tiene vida útil.
Eduardo Moliné O’Connor salió de la reunión semanal de la Corte Suprema con una mueca de satisfacción. Su sonrisa no remitía a nada que hubiera ocurrido en ese acuerdo, en el que permaneció mudo todo el tiempo, sino a la reciente promesa de un legislador que le dijo que el menemismo en el Congreso logrará salvarlo en su juicio político. Los demás supremos, incluso alguno de sus viejos amigos, lo miraron desconcertados y recordaron en voz baja que Julio Nazareno, dos semanas antes de renunciar, pensaba exactamente lo mismo. Así terminaba el primer encuentro del tribunal bajo la presidencia de Carlos Fayt. Fue un plenario que anotó, entre la mayor de sus proezas, como si fuera un milagro de la Virgen de San Nicolás –que se alza en el hall de Tribunales–, el hecho de que algunos jueces entablaran un pequeño debate de contenido jurídico.
En el diagnóstico de quienes lo conocen, Moliné O’Connor “está retirado” dentro de la Corte, sin Nazareno y con un enjuiciamiento a cuestas. Lo sorprendente, explican, es que logra mantenerse en una burbuja, convencido de que el tribunal goza de prestigio y enojándose con quienes le exhiben los cálculos que demuestran que los diputados lo acusarán. El dirigente del tenis fue, en base a esos criterios, el peor consejero de Nazareno en sus días de derrumbe. Primero lo llamó desde el torneo Roland Garros, para sugerirle que agitara la redolarización. Ante el ataque del Gobierno, le decía que no renunciara, que él ya había pedido ayuda a sus amigos jueces norteamericanos que, en su modesto entender, respetan nuestra institución cortesana. “Moliné no tiene tacto político, algo que a todo juez de Corte le conviene tener”, lo pintan colegas que creen que tardaría en renunciar.
De por sí, la pérdida de protagonismo de los viejos automáticos imprime una atmósfera diferente dentro de la Corte. La presencia de Fayt en la presidencia, dispuesto a hacer buena letra, goza de bastante aceptación en el tribunal. Aunque venía apoyando algunos fallos de la mayoría menemista –pese a que históricamente la había criticado– su nuevo rol lo vuelve a despegar. Ayer planteó en la reunión plenaria que quiere “acortar la brecha” en la relación con el Poder Ejecutivo y con el Congreso en plan de recomponer los lazos tan deteriorados. También dijo que quiere agilizar el trámite de expedientes, aunque los temas más sensibles van a tener que esperar, al menos hasta que se incorpore Eugenio Raúl Zaffaroni al cuerpo.
En los reclamos contra la pesificación o los pedidos de nulidad de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, cuando todavía estaba Nazareno entró en acción una minoría –Antonio Boggiano, Enrique Petracchi, Augusto Belluscio y Juan Carlos Maqueda– con capacidad de bloquear. En las causas del corralón, la apuesta de algunos ministros es esperar a que alguna nueva medida económica oficial las vuelva abstractas. En cuanto a las leyes de impunidad, están atentos a los pasos del Gobierno en materia de extradiciones, aunque una posibilidad es la de girar el caso a la Cámara de Casación Penal, con el argumento de que debió pasar por allí con anterioridad. Los temas que atañen al menemismo también aguardarán: la Corte tiene, por ejemplo, un amparo de Pedro Pou contra su remoción del Banco Central, otro de los jueces removidos del Superior Tribunal de La Rioja a instancias del menemismo, y un recurso de Carlos Menem en una querella por calumnias e injurias contra Hebe de Bonafini.
En sus tiempos de dominación en la Corte, ni a Nazareno ni a Moliné les interesaba discutir temas jurídicos. Ayer por primera vez en mucho tiempo, un planteo de Boggiano disparó un debate interno sobre la constitucionalidad de una norma. Los propios ministros quedaron asombrados por el momento que protagonizaron. Lo deseable hubiera sido que fuera algo natural.

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