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El país|Miércoles, 7 de agosto de 2013
Opinión

¿Cuál es la racionalidad del voto?

Por Jorge Halperín

¿Cuál es la racionalidad del voto? ¿Cuál es la lógica que lo motiva? La pregunta viene de observar el fenómeno de la ciudad de Buenos Aires, el distrito que presenta el perfil educativo más alto de los votantes del país.

Si se siguiera la idea antidemocrática del voto calificado, que cada tanto reaparece, la Capital, siguiendo el promedio educativo, votaría mejor que el resto del país. Más aún: aquí en la ciudad está la mayor masa de caceroleros, que claman por virtudes republicanas. Sin embargo, algunos de los candidatos a las primarias que tienen mayor intención de voto según las encuestas (Gabriela Michetti, Elisa Carrió, Sergio Bergman) son de los legisladores que menos han concurrido a las sesiones, que menos iniciativas han aportado y que han estado ausentes de la votación de leyes fundamentales.

No es el caso, por cierto, de Daniel Filmus y Juan Cabandié, candidatos del Frente para la Victoria con mucha actividad legislativa. Imaginamos que sus votantes aprecian la gestión, aunque su alta medición podría tener más que ver con otra cosa: con asociarlos a la imagen del gobierno nacional, en cuyo caso también aparece, aunque indirectamente, el factor “gestión”.

Justamente en su edición del lunes 5 de agosto, el diario La Nación señala que gran parte de los legisladores de la oposición concurren poco a las sesiones. Desde luego que no se puede absolutizar el tema “gestión” para evaluar la intención de voto, porque, en ese caso, ningún nuevo dirigente, ninguna fuerza ajena a las que hoy habitan la Legislatura tendría chance alguna en el futuro. Sería completamente injusto. Pero es razonable imaginar que la gestión importe en los casos de dirigentes que forman parte del elenco legislativo.

Si la gestión no es decisiva en la intención de voto de algunos de quienes recogen más apoyos, ¿qué es lo que importa? Podríamos imaginar que juegan la trayectoria y el protagonismo. No cabe duda de que Elisa Carrió mantiene un alto protagonismo en sus trece años de legisladora. Y también se puede hablar del protagonismo del rabino Bergman, y hasta de Gabriela Michetti, esta última visible cuando hay campañas electorales.

Pero el protagonismo no necesaria ni prioritariamente alude a trayectoria, sino a una presencia activa en los medios. Está claro que para el ciudadano de Buenos Aires es más sencillo reconocer el protagonismo en los medios que la labor parlamentaria de sus dirigentes, para lo cual necesita una información más profunda y pormenorizada.

También está claro que el protagonismo en los medios demanda cualidades diferentes de la trayectoria. El primero supone saberes ligados al lenguaje dramático de la televisión y la radio, una fluida capacidad de comunicar a auditorios masivos, ciertas dotes de carisma y otros aspectos de la personalidad que trasmiten atributos reales o imaginarios que “llegan” a la gente: bonhomía, honestidad, transparencia, serenidad, sabiduría, coraje, etc. Desde luego que el ciudadano no dispone de información real para evaluar si el candidato posee realmente estos atributos; más bien se trata de personajes que disparan subjetivamente –y los medios refuerzan– esas proyecciones.

Hasta ahí el protagonismo, un asunto mediático, un componente que se construye con la ayuda de los medios. Pero, si de lo que se trata es de elegir parlamentarios, nada indica que la habilidad mediática sirva para hacer una buena gestión. De hecho, en los casos citados no hay buena gestión.

Otra cosa es la trayectoria, que remite a resultados, a la manera en que se ejerce la función pública, el grado de compromiso, la eficacia, la firmeza, el poder de iniciativa, las capacidades que se han demostrado en el logro de objetivos comunes, el modo en que se ha sabido o no articular voluntades, la capacidad de liderazgo. Pero, reiteramos, el votante medio tiene menor acceso a esa otra información que, por otra parte, quizá le resulte demasiado compleja para evaluar.

Podríamos imaginar otra cosa: que una masa grande de los votantes no estén eligiendo sus legisladores a partir de sus virtudes, sino que estén votando hábiles portavoces de discursos, y allí nos amigamos con las cualidades mediáticas. Es más, la virtud oratoria sí es un valor legislativo.

Pero la labor política no es simplemente formular discursos, sino producir iniciativas y llevarlas adelante, controlar los oficialismos, apoyar acciones positivas, frenar acciones negativas, concretar acuerdos que se traduzcan en nuevas políticas de Estado dirigidas a modernizar la sociedad y ampliar derechos.

Si uno termina por ver tan precaria la racionalidad del voto, se vuelve evidente el problema de la falta de información del votante. Y allí queda comprometido el papel que están jugando los medios de comunicación, que prefieren el impacto dramático de los candidatos a la información rigurosa. Allí, como señalaba SátiraI12 hace una semana, Elisa Carrió va ganando en los canales.

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