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El país|Lunes, 9 de septiembre de 2013
Opinión

Círculos

Por Eduardo Aliverti
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Mauricio Macri fue uno de los protagonistas informativos de la última semana, a través de dos dichos públicos que algunos títulos periodísticos y analistas elevaron al rango de “revelación”.

Si se aplica a ese término su significado de “descubrimiento” y salvo para cierta gente desprevenida o que prefiere hacer que no sabe, de mínima cabe poner en duda que el alcalde porteño haya revelado algo. Pero, a pesar de eso, sus afirmaciones son interesantes porque exceden al mismo Macri al ratificar unas certezas que, esta vez, no pueden ser atribuidas a portavoces del kirchnerismo. Lo dijo Macri, no Carlos Kunkel, ni Diana Conti, ni Aníbal Fernández, ni cualquiera de los funcionarios, legisladores o periodistas que defienden con mayor elocuencia las posiciones del Gobierno. Macri dijo que la alianza con Sergio Massa se termina al día siguiente de las próximas elecciones legislativas, porque –agregó– el único objetivo de ese acuerdo es ponerle un freno al kirchnerismo. Fue más lejos aún. Añadió que es factible verlo al intendente de Tigre convertido en un adversario estratégico del PRO. Pino Solanas también había sostenido que su insólito matrimonio político con Elisa Carrió se acababa el 28 de octubre, con la diferencia de que lo notificó antes de las primarias. Después guardó violín en bolsa, debido al resultado favorable obtenido por Unen. Los comicios fueron igualmente propicios para Massa y todos los sondeos indican que el mes venidero le irá mejor todavía, pero Macri –aunque esto no lo afirmó él, sino que es señalado off the record desde su circuito íntimo– ya se despertó de sus fantasías y cayó en la cuenta de que el peronismo opositor nunca le irá al pie. No hace falta aguzar ningún análisis para anotar que, de lo contrario, jamás hubiera dicho lo que dijo, situándose de punta contra el candidato que representa a la nueva gran esperanza blanca. Sin embargo, este sinceramiento público de Macri no va en perjuicio de algunas preguntas que hacen a lo que tanto menta la derecha como condiciones imprescindibles para restituir la República, y otras vaguedades redundantes por el estilo: la calidad de las instituciones, la honestidad de las propuestas, los pactos a la luz pública, la claridad frente al electorado. Candidatos macristas fueron colados en decenas de listas bonaerenses de lo que –gracias a la horrible y extendida costumbre de rematar con “ismo” al apellido de todo cacatúa ensoñado con la pinta de Gardel– se denomina “massismo”. Y ahora resulta que viene Macri y les dice a los/sus votantes de esas nóminas una de cuatro cosas. Las que cada quien de esos sufragantes prefiera, bien que todas son concurrentes. (A) Votaste por algo que nunca quiso existir más allá del día después de mañana. (B) Si querés insistir, hacelo pero sabé que, en verdad, estarás votando a quien probable o seguramente será mi antagonista clave. (C) Yo dije que el massismo podía ser un freno al kirchnerismo, pero de golpe me di cuenta de que no o, en todo caso, como no me animé a armar lista propia en la provincia, no me quedó otra que sumarme a lo que no suma. (D) Las listas ya fueron votadas, son las que son, no hay modo de cambiarlas, qué se le va a hacer. En honor a la más estricta castidad descriptiva, Darío Giustozzi, intendente de Almirante Brown y segundo postulante de la lista de Massa, había avisado durante la campaña que con el PRO no regía acuerdo alguno, pero el jefe municipal tigrense prefirió seguir atado a la semillita que pueden sembrar todos aquellos que lo deseen, aceptó que los macristas se metieran en sus boletas y la cuestión –para reiterar– es que ahora esas sábanas llevan a quienes lo ven como el adversario estratégico. O eso dice el ¿jefe?, Macri. Por lo pronto, tras el resultado de las primarias y a pesar de que el intendente porteño tomó distancia del de Tigre hasta el extremo señalado, varios aspirantes macristas de pago chico saltaron al bote de Massa. He aquí, un vez más, la calidad de las instituciones; la clarividencia conceptual que se opone al travestismo ideológico kirchnerista. He aquí el interrogante de cómo se hace para no definir al Frente Renovador como el de los Rejuntados (que, natural y peronísticamente –por más gorila que suene– incluye al de numerosos kirchneristas de circunstancia, capaces de cruzar la vereda ante el primer olor a peligro. O a derrota).

En la misma entrevista en que desplegó sus “revelaciones”, Macri aludió a un “círculo rojo”. Dijo que la definición le pertenece. Sus propios simpatizantes ponen en tela de juicio que tenga estatura intelectual para animársele a una imagen retórica de esa naturaleza. Hay una película francesa de 1970, Le Cercle Rouge, cuyo argumento anida entre policías, ladrones y fauna de ese tipo, pero no se presume que Macri la haya visto, ni que sepa de qué se trata. Se especula con que puede ser una de las ocurrencias de su asesor publicitario ecuatoriano, Jaime Durán Barba, para referirse al establishment de dirigentes políticos, empresariales, periodísticos, que intentan fijar cuál es el sentido que el conjunto de la sociedad debe adoptar como común. Macri dijo que el círculo ese lo conforman “distintas personas del mundo del hacer, del pensar”, que quisieron convencerlo de juntarse a como fuere para liquidar al kirchnerismo. Jorge Fontevecchia, director de Perfil, le preguntó si Clarín integra ese grupo. Macri contestó que “no lo personalizaría”, con lo cual lo admitió de modo tácito. Y se remitió a un más enfático “puede ser”, cuando le preguntaron si el círculo rojo es el mismo que hace dos años quiso pegarlo a Eduardo Duhalde (la cena en la casa de Héctor Magnetto, para ser precisos, fue el 3 de agosto de 2010 y, además de Macri y Duhalde, estuvieron el senador Carlos Reutemann y los diputados Francisco de Narváez y Felipe Solá, a quienes el mandamás de Clarín exigió dejar de lado sus campeonatos de egos, y unificarse para enfrentar al Gobierno contra viento y marea). Macri concluye por reconocer, entonces, en la entrevista con Fontevecchia, que hay un ánimo destituyente, promovido por sus socios ideológicos. Y que él cometió el error de prestarles atención. En otras palabras, les pasó la pelota, y se mostró como alguien que quiere otra cosa (una renovación, así dijo), que no puede ni debe intentarse con el peronismo adentro. Allá él, Macri, si realmente cree que eso es posible y que, de serlo, su figura puede ser la constructora de semejante quimera. Por lo pronto, ni siquiera viene preocupándose por armar una estructura nacional que lo proyecte más allá de sus amigos mediáticos. Un cómico santafesino y un ex referí de fútbol, en Córdoba, son sus únicas y tímidas proyecciones para “morder” algo por fuera de la CABA. Habrá que ver pero –por lo menos hasta acá y no es poco– toda experiencia histórica se reveló fracasada al momento, o luego, de decidirse a jugar sin tener dinámica pejotista involucrada. Los radicales, las viudas peronistas, y algunos falsos progres que insisten en presentarse como de centroizquierda andan ahí para demostrarlo. Ya probaron con una UCR filo K que aceptó a Julio Cobos de vicepresidente transversal; flirtearon con De Narváez y Lavagna, para que el primero se acostara con Moyano y el segundo se recueste en Massa. Binner hizo sus palotes, pero no se anima a edificar afuera de Santa Fe. Y ni hablar de quienes se entusiasmaron con un “lulismo” vernáculo que no llega al 2 por ciento de los votos. Pero más concreto que todo eso es el hecho de que, por primera vez, un gallardete de la derecha –Macri, al margen de sus capacidades políticas– reconoce la existencia de una usina de poder que trabaja para socavar a un gobierno elegido democráticamente.

Hágase el ejercicio de abstraer al autor de las siguientes descripciones, acerca de quiénes integran el “círculo rojo” enunciado por Macri: “Banqueros, dueños de medios, sus loros mediáticos, empresarios monopólicos, sindicalistas quemaurnas. O expertos en bloqueos, saqueos y otras yerbas. O hierbas y algo más. Algunos reúnen todos los instrumentos”. Si se prenuncia o posdatea que fue Cristina Fernández, a través de sus tuits rumbo a San Petersburgo, las citas quedarán invalidadas por el aborrecimiento que despierta la Presidenta entre amplias franjas sociales, amanuenses del odio de clase, que proclaman la necesidad de que se vaya con Néstor, aunque en su vida económica les siga yendo chiche bombón. Pero si el autor de esos retratos permaneciera anónimo, ¿quién se arriesgaría a desmentir que ésos son, y así operan?

El docente e investigador Sebastián Carelli, de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP, recordaba por estos días una definición de Jorge Luis Borges: “El periodismo se basa en la falsa creencia de que todos los días sucede algo nuevo”. Carelli se aplicó en realidad a que, “en plena era digital, los plazos se acortan. Aunque no haya nada que decir, hay que actualizar la web cada diez, veinte minutos; hay que transmitir noticias 24 horas al día. El resultado podríamos definirlo como inseguridad informativa: abunda el `sería, habría, podría’; sobran conjeturas y presunciones” (Página/12, sección La Ventana, miércoles pasado). La frase de Borges, empero, es más abarcativa que la muy adecuada forma en que Carelli la usó para relatar a la industria bastarda del rumor, el trascendido, el apuro por primiciar así sea a costa del chequeo riguroso.

Sin ir más lejos, eso de creer que todos los días sucede algo nuevo es aplicable a las “confesiones” de Macri de la semana pasada. Llamaron la atención. Pero, ¿confesó algo que alguien no supiera? ¿O simplemente puso negro sobre blanco lo que sabemos todos?

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