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El país|Lunes, 28 de octubre de 2013
La trayectoria de Sergio Massa, sus años en la UCeDé y el discurso de la vigilancia

El hombre que no quiere mirar atrás

Hijo de inmigrantes, formado en escuelas católicas y recién graduado en Abogacía, el intendente de Tigre comenzó su militancia con Alsogaray, pasó al PJ de la mano de Barrionuevo y llegó a la Anses con Duhalde. Rompió con el FpV tras ser jefe de Gabinete.

Por Marta Dillon
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En la era de las redes sociales hay un gesto, el más usado, que sirve tanto para subrayar una experiencia penosa –la muerte de un familiar, por caso– como la belleza de la foto en la que el gatito juega con un ovillo de lana: el puño cerrado y el pulgar hacia arriba, el “me gusta” de Facebook –que no admite contrarios–, el gesto que usa Sergio Tomás Ma-ssa para conquistar a la contenida muchedumbre de los actos minimalistas que caracterizaron la campaña. No es una mala elección ese gesto descargado de ideología para un político cuya pasión más visible es el métier mismo, la praxis del poder, el caluroso abrazo no tanto de las masas como de la fama. No en vano el intendente de Tigre y primer candidato a diputado por la provincia de Buenos Aires de su propia fuerza, el Frente Renovador, tiene en su Blackberry –la mención de la marca le pertenece, lo hace cada vez que puede– una aplicación que mide el “minuto a minuto” del rating. Aplicación que, de tan usada, le suelta la lengua y suele descomponer su imagen de buen muchacho, campechano, conciliador y respetuoso de sus mayores. “¡Les rompimos el ojete”, puede gritar de pronto, como el martes pasado, de pura euforia por tres puntos de diferencia a su favor y en contra del candidato del FpV, Martín Insaurralde. Pero no es cuestión de asustarse por un “ojete” dicho fuera de cámara, aun con público presente. No estando asomado al “balcón de la plaza de estos tiempos” –los medios, según el candidato–, puede descansar ese gesto tan suyo de ceño fruncido y boca abierta en la pausa reflexiva pidiendo serenidad, como las carpas del jardín japonés piden comida, antes de contar las dos anécdotas más contadas desde agosto hasta acá: la de la chica que se baña con la alarma puesta por miedo a que la roben y la anciana que agradece que no la mataron durante el asalto. A mujeres como ésas abraza muy fuerte en las fotos proselitistas como un patriarca protector, les dice “mi amor” en las recorridas de campaña, les ofrece cámaras de seguridad en las calles –su gran caballito de batalla– y por ellas habla de “unión en la diversidad”, según él parafraseando al papa Francisco para referirse a un armado que combina candidatos del PRO, del PJ y de la tele. Pero fuera de cámara, ahí sí, el ánimo pendenciero puede fluir tanto y tan bien como él mismo ha fluido sobre el terreno político empujado por la corriente de su ambición y su habilidad para hallar la pendiente que construyen los “me gusta” de la gente. “A la gente no le importa la ideología, la gente es más llana, te levanta el dedo o te lo baja, como en el Facebook –le dijo a Alejandro Fantino en charla frente a frente antes de las PASO–, la gente quiere que le resuelvan el problema del pavimento de su cuadra, que le resuelvan la inseguridad, que le alcance el sueldo; no que estemos peleando entre nosotros.” La definición sobre las pequeñas necesidades prácticas y el fin de la ideología de la plebe fue en respuesta a la pregunta sobre su pertenencia al peronismo, algo que nunca fue contestado, al menos en esa entrevista, y que tampoco es del todo fácil contestar revisando su biografía, mucho menos su propio relato sobre su biografía.

“Tuve un pequeño paso por la UCeDé a los 15 años y a los 18 comencé a militar en el justicialismo. Tiene que ver con las cosas que te van conmoviendo en cada momento de tu vida”, le dijo un extremadamente sonriente Sergio Massa, con el traje de la Jefatura de Gabinete de Cristina Fernández de Kirchner recién estrenado, al diario Clarín en julio de 2008. Sin embargo, aunque tal vez el liberalismo lo haya subyugado de purrete, su participación en el ala derecha del partido de Alvaro Alsogaray se extendió bastante más allá de 1990, cuando cumplió los 18. Dicen las crónicas de la época que se lo vio festejando en 1993 cuando se inventaron por ley las AFJP. Ferviente ultraliberal, el grupo de Massa –que lideraban el propio Alsogaray y Francisco Durañona– había ganado la pulseada con mano ortodoxa dentro del partido y la afiliación compulsiva al sistema privado –propuesta de máxima del grupo– había llegado a incorporarse en el cuerpo de la ley aun después de un corto período habilitado para optar por el sistema de reparto. Ese triunfo engalanado con los reflejos del brillo menemista de entonces le alcanzaron al joven Massa para presidir la Juventud Liberal entre 1994 y 1996, seis años más de los confesados por él mismo.

Habrá sido un desliz, un error de cálculo o falta de memoria. Como cuando se dejó tratar de licenciado por los periodistas serios que saludaban su llegada a la Rosada porque, por fin, había un interlocutor olvidando que no tenía título universitario y no terminaría su carrera de abogado hasta julio de 2013. En definitiva, el candidato del Frente Renovador no ha dejado de despreciar el pasado en pos del futuro a lo largo de la campaña. Suya es la frase “hay que mirar siempre por el parabrisas y no por el espejo retrovisor, porque es muy chiquito”. Tan pequeño que hasta tuvo que borrar de ahí su desmentida sobre sus reuniones con la embajadora de Estados Unidos, Vilma Martinez, todavía siendo jefe de Gabinete de CFK, en las que, según Wikileaks, calificó a Néstor Kirchner de “psicópata, de monstruo y de cobarde, cuya búsqueda del enfrentamiento político disimula una inseguridad profunda y un sentimiento de inferioridad”. El periodista Diego Schurman le pidió este agosto que le refrescara lo que había dicho entonces para desmarcarse de los cables filtrados en una entrevista por Radio Continental y Massa se negó rotundamente: “Es parte del pasado, si quiere saber, vaya a los archivos”. Para el intendente, el pasado, pisado o i-nundado, como quedará el predio de astilleros Astarsa, donde los obreros desaparecidos durante la última dictadura hacían sus asambleas, cuando se realice el coquetísimo proyecto inmobiliario Venice Tigre. La señalización y protección de la anguilera es una demanda sin respuesta desde 2008. La Comisión Memoria, Verdad y Justicia de Zona Norte se reunió con Massa varias veces por esto, pero sólo consiguieron la recomendación de hablar con la empresa. Y cuando Raquel Witis, su titular, buscó eco en los medios a falta de respuesta del intendente, todo empeoró. “Es campechano, sabe venderse, pero cuando le llevás la contra, aparece su lado áspero y corta toda comunicación”, dice Witis.

Sin embargo, ese “lado áspero” también se filtró al aire llevado por su entusiasmo de mostrar mano dura con los que delinquen, a quienes planea dejarlos sin defensa técnica, anulando del Código de Procedimientos “las morigeradoras para que no puedan salir más de la cárcel”. Es que las garantías –de eso se trata– “deben ser para la gente” y no para los infractores. Y no importa quién sea el infractor: si encontrara a su hijo fumándose un porro, él “lo cagaría a trompadas”, exabrupto pedagógico de temer, aunque para Massa sea sólo “una frasecita de la que ahora se agarran”, aunque está muy a tono con su idea de “ley de derribo”, para disparar sin aviso sobre aviones sospechados de ser del narcotráfico, violando acuerdos preexistentes firmados por el país, violando el más llano sentido común de los derechos humanos, pero, bueno, sería por proteger a los jóvenes de la droga, incluso de sus padres bienintencionados.

Dicen los que lo conocen que Sergio Massa no es exactamente un buen conductor –algo fácil de intuir en quien no gusta mirar por el retrovisor–, aunque hasta ahora la suerte lo haya acompañado en los volantazos: de dirigente de la UCeDé a justicialista después de un viaje a Mar del Plata en el que intimó con Luis Barrionuevo y su esposa Graciela Camaño –viaje del que en su biografía oficial, El salto del Tigre, se lo describe volviendo con una bombacha roja colgada del adminículo del auto que menos le gusta–, de asesor de Ramón “Palito” Ortega en el Ministerio de Desarrollo Social –cuando Carlos Menem deseaba que Palito opacara a Eduardo Duhalde para su sucesión– a diputado provincial en las listas duhaldistas con sólo 27 años, de ahí a la dirección de la Anses durante la presidencia sin elecciones previas del viejo caudillo y después, cuando Néstor Kirchner lo ratificó en el cargo –y entonces, según él, se dio “el gusto de aumentar las jubilaciones doce veces”, como si fuera una idea propia– y hasta estuvo en el lugar correcto cuando se estatizaron las AFJP, hecho que festejó tanto como su creación más de una década antes, aun cuando la idea de Amado Boudou le pareció descabellada en un principio.

Massa supo capitalizar cada puesto político, tuvo la habilidad de combinar puestos altos y visibles en la función pública –que él, con su obsesión mediática, podía volver destellantes como en la época de la Anses, cuando iba a los programas de radio con su computadora y contestaba de inmediato las dudas de los jubilados– sin descuidar el anclaje a un territorio (Tigre) definido en cónclave familiar en la casa materna de su esposa desde 2001, Malena Galmarini, hija del funcionario menemista Pato Galmarini y de Marcela Durrieu, joven revolucionaria en los ’70 y menemista en los ’90. La espigada Malena, de gesto angelical y temple de puntera, dicen en Tigre, tiene la secreta convicción de que ella y su familia lo hicieron a él. Y, en tanto creación propia, tiene que velar por él, tratando de “forro” a Daniel Scioli en un cruce de pasillos o mandando mensajes de texto a los comerciantes de Tigre que en plena campaña celebraron un acuerdo con la Anses y el Ministerio de Desarrollo Social para el uso de la tarjeta Argenta y no sólo recibieron la palabra “traidor” en sus teléfonos, sino también la clausura de sus comercios en la previa del último fin de semana largo.

Ese territorio –ahora engalanado con las pintadas para el Frente Renovador que firma el barrabrava de Tigre, Lázaro Flores– no se distingue, llamativamente, por la tasa de mortalidad infantil del 12,9 por ciento, una de las más altas de la provincia de Buenos Aires y que en dos períodos de gestión Massa no ha sabido bajar, o por la falta de agua potable y cloacas, sino por las cámaras de seguridad capaces de registrar asaltos y robos de autos, aunque insuficientes para seguir las andanzas de los desarmaderos, por ejemplo. Massa despotrica contra la sensación de inseguridad, pero ofrece “sensación de cuidado”. Y esa sensación del ojo protector del Centro Operativo de Tigre, donde convergen las imágenes que el candidato supo ofrecer con éxito de reality a los noticieros, conmovió al mítico alcalde de Nueva York de la tolerancia cero al delito, Rudolph Giuliani, quien también vino a hacer campaña para el intendente de Tigre y a quien Giuliani le ve “un gran futuro”. ¿Le habrá dado letra la ex embajadora Vilma Martinez?

Hijo de inmigrantes italianos, de educación católica y privada hasta el final en la Universidad de Belgrano, Massa no cerró su campaña en el estadio donde levantó el puño cerrado y el pulgar en alto para arengar a sus seguidores en medio de un folklore de papel picado, música pegadiza y karaoke que nadie termina de aprender, estética que se parece –como la de sus afiches– tanto a la del PRO como a los shows de Marcelo Tinelli, los últimos y los anteriores donde la cofradía de varones de barrio llegados a la fama a fuerza de tratarse de “gomazos” y de franelearse masculinamente con palmadas y puñetazos. No, Massa cerró su campaña en el living de Alejandro Fantino, “Ale” para él, ese otro muchacho salido del llano de la clase media, hijo –como dice el periodista Martín Rodríguez– de la “cópula entre Cavallo y Doña Rosa”, que disfruta de que “pibes como nosotros” estén llegando a puestos de decisión y disfruta con la anécdota que describe a Massa sentado en calzoncillos y tomando mate en su casa, atendiendo por teléfono a la Presidenta. Ahí es donde fragua a la perfección su mensaje, mezcla de ondas de amor y paz y panóptico forjado a fuerza de camaritas en los centros comerciales, ahí es donde se valora haber pasado del barrio al country que en Tigre se da tan bien –son el 60 por ciento del territorio–, aun a costa del hacinamiento y la parasitosis por falta de agua potable de asentamientos humildes como Villa Garrote, a escasas ocho cuadras del Puerto de Frutos. Ahí es donde se valora haber levantado cabeza y se reconoce el esfuerzo personal, el esfuerzo empresarial y la renta que produce. Ahí, con “Ale” como compinche, puede endulzar los oídos del país empresario y el agropecuario que gusta vivir en barrios privados, y que no le toquen lo suyo. Ahí, este hombre de la clase media le puede hablar a “la enorme clase media” y soñar con 2015, porque al final le “sobran huevos para todo en la vida”. Aun cuando para 2015 faltan todavía dos años, tan poco y tanto para quien está acostumbrado a conducir a gran velocidad por el terreno político y sin mirar por el espejo retrovisor, ese espacio chiquito donde tal vez podría avizorar que ninguna alianza es eterna y que dar el volantazo de cambiar los dedos en V por el marketinero “me gusta” podría en la próxima curva sacarlo del camino.

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