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El país|Martes, 11 de febrero de 2014
Opinión

Mentiras y relato

Por Washington Uranga

Quien conoce mínimamente el funcionamiento de los medios periodísticos sabe que la nota principal de la tapa de un diario –máxime de una edición dominical– no puede ser nunca el resultado del desliz o la equivocación personal de un periodista. Ese título es siempre la consecuencia de una decisión editorial de la que participan los máximos responsables del medio. Dicho esto no cabe sino pensar que la especulación –disfrazada de noticia– acerca de una presunta reunión del papa Francisco para promover el “diálogo social” en la Argentina publicada el domingo por el diario La Nación (también se hizo eco Perfil) es una pieza más de la estrategia de la oposición mediática para instalar el relato de la crisis. Y, más allá de los señalamientos que se le pueden hacer al periodista que firma la nota (avalado también por uno de los columnistas más destacados del medio), existen, sin duda, responsabilidades ineludibles de las autoridades editoriales respecto de conductas profesionales reñidas con la ética.

“Para muestra basta un botón”, dice el adagio popular para indicar que, en muchos casos, no es necesario mostrar todo y que de un ejemplo se puede deducir lo que aún no se ha descubierto. Puede ser riesgosa la aplicación del refrán cuando, por ejemplo, se trata de cuestiones sometidas a la Justicia y para las que se necesitan pruebas para derribar la presunción de inocencia a la que tiene derecho toda persona. Pese a eso el “botón de muestra” suele ser un recurso habitual de los opositores mediáticos. Sin embargo, en el caso de la desmentida reunión en el Vaticano la falsedad quedó a la vista, descubierta y denunciada por todos los supuestos actores y hasta por el propio Papa. Y puede servir para mostrar la metodología utilizada por ciertos medios de comunicación y por determinados periodistas para intentar desprestigiar y desacreditar al Gobierno.

Son precisamente aquellos que tanto han insistido en denunciar el “relato oficial” quienes intentan, por los medios que fueren, instalar el “relato de la crisis” para indicar que la Argentina está pasando por un momento caótico, con rumbo incierto y con pérdida de poder político por parte del Gobierno en general y de la Presidenta en particular. Los datos macroeconómicos –incluso los elaborados por economistas que se afilian en la oposición– y políticos –también reconocidos por figuras opositoras– no indican eso. Y muchos titulares apocalípticos de medios impresos y zócalos de televisión no condicen con lo que después se presenta como noticia. Pero “el relato” de la crisis está instalado y se reitera –sin fundamentos a la vista– tratando de imponer aquello de que “algo queda”.

Valga decir que quien escribe estas líneas está lejos de afirmar que no existen errores en la gestión de gobierno. Los hay. Muchos están a la vista y es importante señalarlos. Para que rectifique el mismo gobierno o para encontrar alternativas. Pero la mentira reiterada como recurso constante no sólo es un atentado contra la ética, sino que es un método de operación política instalado en los medios en la Argentina. Lo que enfrentamos no es una crisis en el sentido que se la quiere mostrar, sino la manifestación clara de un enfrentamiento por el poder y la avanzada de grupos muy poderosos que quieren recuperar influencias perdidas, hacer toma de ganancias y recomponer el nivel de lucro que tuvieron antes y que se ha visto apenas recortado por la gestión de los últimos gobiernos. Ya no son los militares las caras visibles de estas operaciones. Tampoco los partidos políticos de manera institucional (por más que ciertos personajes se presten al juego y se dejen utilizar a cambio de ganar algún titular). Son los medios de comunicación.

Pero no se trata apenas de mentiras aisladas. Es un método que intenta condicionar al gobierno actual, debilitarlo y, si es posible, doblegarlo. Pero deberían estar atentos también los opositores que hoy creen ganar terreno sumándose al discurso terrorífico. Porque quienes hoy les abren las pantallas y los titulares de los medios son los mismos poderes que desde ahora intentan condicionar y disciplinar a futuros gobiernos dejando en claro quién manda en la Argentina, para que no se repitan situaciones como las vividas. Para tenerlo en cuenta.

Caen en la misma trampa discursiva quienes, desde el oficialismo o desde posiciones cercanas, también apelan al lenguaje del terror para no admitir errores ni explicar de manera suficiente, política y técnicamente, los cambios de rumbo. No se puede subestimar la madurez política y la capacidad de discernimiento de la ciudadanía.

La obsesión y la necesidad de la oposición mediática por mantener el relato de la crisis son tan grandes que aun la desmentida más rotunda de los protagonistas se califica de “supuesto”, sosteniendo además que “podría haber un cambio de fecha y de formato del encuentro, una suspensión o un intento de bajarle el voltaje político” a una reunión que nunca existió. Otros, desde el mismo frente de medios opositores, se ven obligados a desmentir la información, pero aprovechan, aun reconociendo la evidente mentira mediática, para afirmar que es “Cristina (quien) no está dispuesta a abrirse al diálogo” y que el poder se le escurre dado “que encabeza un gobierno débil y en retirada”.

Se trata de nunca renunciar al relato de la crisis. No importa si se apoya o no en la verdad de los hechos. Hay muchos capítulos para revisar en los códigos de ética periodística, pero mucho más para escribir acerca del papel que juegan los medios de comunicación en la política actual, actuando como voceros de poderes que casi nunca dan la cara.

¡Ah! Equivocarse no es grave. Basta con rectificarse y pedir disculpas. Insistir en el error denota falta de honestidad.

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