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El país|Lunes, 28 de julio de 2014
El lanzamiento de la iniciativa Consenso Argentino por la Paz Palestino-Israelí

“La región tiene un rol positivo que jugar”

Integrado por personas de origen árabe y judío, el Cappi apuesta a la “diplomacia ciudadana” frente a la violencia en la Franja de Gaza. Repudia la naturalización de las violaciones a los derechos humanos y reclama “volver a negociar la Justa Paz”.

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La ciudad de Gaza, ayer, tras un ataque aéreo (más información en páginas 20 y 21).

“Exportar convivencia en lugar de importar el conflicto.” La frase resume la esencia de la iniciativa Consenso Argentino por la Paz Palestino-Israelí (Cappi), integrada por personas de origen árabe y judío que apuestan a la “diplomacia ciudadana” como contracara de la violencia y ante el fracaso de la diplomacia política. El Cappi difundió la semana pasada su primer documento público, titulado “El conflicto inaceptable”, en el que repudia la naturalización de las violaciones a los derechos humanos y pide “volver a negociar la Justa Paz”, clama por “el reconocimiento pleno y legítimo del Estado de Israel por parte del Gobierno de Unidad Palestino”, por “el fin de la ocupación poblacional y militar israelí de Cisjordania y la creación y reconocimiento internacional pleno y legítimo del Estado Palestino”, así como marca “la asimetría entre ocupante y ocupado y la progresión de las colonias” israelíes como “principal causa” actual del conflicto.

El mentor del Consenso por la Paz Palestino-Israelí fue el profesor Edward “Edy” Kaufman, de las universidades de Haifa (Israel) y Maryland (Estados Unidos), donde comparte una cátedra sobre resolución de conflictos mediante la “diplomacia multivías” con Manuel Hassasian, actual embajador palestino en Londres. “Ellos identificaron el rol clave que juegan las diásporas judías y árabes en el conflicto, y la importancia de revertir el nacionalismo de larga distancia que las coloca en posiciones a veces más radicalizadas que los propios protagonistas del conflicto. Así impulsaron el concepto de armar ‘clubes de primos’ en toda la región”, recuerda Mariela Volcovich, miembro del capítulo argentino del Cappi.

“Edy convocó a personas que, por distintas circunstancias, consideró que podíamos estar interesadas. Yo vengo del palo de la comunidad judía, trabajé en Bet El y escribí un libro sobre Marshall Meyer, que en dictadura ayudaba a jóvenes a salir del país y a que Amnesty los recibiera en Israel”, explica. “Omar Al Kaddour y Pablo Lumerman venían trabajando juntos desde 2006, construyendo diálogo orientado a prevenir la importación del conflicto árabe-israelí en la Argentina luego de que la guerra del Líbano impactara aquí tan fuerte, alejando a las instituciones comunitarias árabe y judía y rigidizando sus posiciones. Ellos habían iniciado un proceso de encuentro abrahámico que resonaba con la propuesta de Edy, quien me los presentó, y comenzamos a trabajar juntos. Después se incorporó Ignacio Asis y con el apoyo de la Fundación Cambio Democrático constituimos el grupo promotor del Cappi, involucrando a cada vez más primos y amigos.”

El rechazo a la militarización como vía de solución de conflictos no es el único punto de unión de los miembros del Cappi. “Los cuatro nos dábamos cuenta de nuestro origen abrahámico, somos primos de raíz abrahámica, hay una cuestión identitaria y no religiosa, ya que hay gente de diferentes creencias y hasta ateos. Tiene más que ver con una cuestión identitaria e ideológica del derecho a la vida de cualquier ser humano y el derecho de ambos pueblos de tener un territorio y un Estado”, explica Al Kaddour. “Por otro lado está la idea de mostrar que el modelo militarizado de resolución de conflictos no dio ninguna solución, van 60 años sin resultados, entonces ¿qué tenemos para decir desde la diáspora latinoamericana más allá de hacernos eco y recibir el impacto de lo que pasa allá?”

El trabajo del Cappi “fue muy silencioso, fue una construcción lenta, en la que el desafío era construir una narrativa que vaya más allá de un clamor superficial por la paz. Buscamos involucrar ciudadanos más que instituciones, que muchas veces son más difíciles de involucrar; ciudadanos pertenecientes a ambas diásporas y otros que por razones religiosas o ideológicas se sienten interpelados o conectados con el conflicto árabe-israelí”, advierte Asis. “En el marco de la actual crisis nos encontramos con un apoyo sorprendente, desde organismos de derechos humanos a muchos ciudadanos que incluso integran la DAIA o la AMIA, Fearab o el Centro Islámico, pero a título individual. Es todo un desafío para nosotros convencer a las instituciones sobre el rol pro paz que pueden cumplir desde aquí”, señala.

En 2013, invitados por Cancillería, miembros del Consenso por la Paz liderados por los profesores Kaufman y Walid Salem (Universidad de Quds, Jerusalén) participaron de un seminario sobre diplomacia multivías para estudiantes del Instituto de Servicio Exterior de la Nación, que se va repetir este año. La última semana fueron invitados por el diputado Guillermo Carmona a participar de una jornada en la Cámara de Diputados. En marzo, invitado por la ONU, el Cappi participó en Ecuador de una convención por los Derechos

Inalienables del Pueblo Palestino. “Ahí –recuerda Volcovich– empezamos a pensar la necesidad de profundizar la idea de un Consenso regional, latinoamericano.”

–Al fundamentar la razón de ser del Cappi explican que el “nacionalismo de larga distancia” provoca polarización y violencia entre las comunidades árabe y judía, y que la idea es revertir esa influencia negativa y aprovechar la distancia con el fin opuesto. ¿Qué balance hacen de la experiencia concreta en la Argentina?

–Hasta ahora lo que hicimos fue generar consensos, derribar barreras de prejuicios, lograr que se acercara gente que no sabía que existíamos. Nuestro lema es “dos Estados para dos pueblos”. Desde ese lugar no puedo hablar de un resultado, más allá de haber podido construir una narrativa compartida que busca despolarizar y alojar a buena parte de la sociedad argentina, promoviendo una mirada de paz y justicia en relación con las causas y soluciones del conflicto. Estos años nos llevaron a solidificarnos como grupo, a clarificar algunas cuestiones para ver qué queremos y hacia dónde vamos. Obviamente no vamos a resolver el conflicto, pero sí podemos influenciar cada vez en más lugares. Empezamos por el prójimo más cercano, empezamos por la cuestión regional a partir de la noción de Patria Grande, pero la idea es generar contagio.

–Una carta de Leonel Groisman, del capítulo uruguayo del Consenso, describe la situación como la de dos pueblos rehenes de minorías extremistas. ¿Comparten esa caracterización?

–Sí, entendemos que hay promotores de la violencia de los dos lados, víctimas y victimarios de los dos lados. También somos conscientes de que la prolongación del conflicto genera un gran escepticismo en los pueblos respecto de las posibilidades de construir la paz y los inclina a la radicalización y la violencia. No creemos que Hamas represente cabalmente al pueblo palestino, como tampoco creemos que (el primer ministro israelí Benjamín) Netanyahu y (su canciller Avigdor) Lieberman representan a todo Israel. Sería como pensar que durante la última dictadura en la Argentina toda la sociedad apoyaba al gobierno de facto o que todos los alemanes eran nazis. No creemos eso, pero en definitiva sabemos que en la medida en que los pueblos se movilicen clamando por el fin de la violencia las autoridades políticas y sociales de cada lado se verán impulsadas a la paz. Existe una gran cantidad de iniciativas sociales en Palestina e Israel que demuestran que el campo de la paz no está muerto allí. Nosotros trabajamos activamente con organizaciones israelíes y palestinas que trabajan por la paz y la justicia, como el Foro de ONG por la Paz o el Israeli Palestinian Creative Regional Initiatives.

–El año pasado caracterizaban como contexto favorable para la iniciativa el momento crítico que atravesaba la relación entre ambos pueblos y manifestaban la convicción del rol que puede jugar América del Sur. ¿Qué expectativa tienen hoy en los gobiernos y en las sociedades civiles de Sudamérica?

–Es fundamental que nuestras sociedades y gobiernos tomen conciencia de que la región tiene un rol positivo que jugar en este conflicto. Latinoamérica conoce lo que es el colonialismo y no tiene intereses militares en Medio Oriente, ha recibido grandes contingentes de árabes y judíos migrantes a lo largo del siglo XX que conviven en paz y que tienen influencia con los pueblos en conflicto. Es una región que se integra de forma acelerada, que no tiene guerras entre países y en la que el último conflicto armado, en Colombia, hoy está en proceso de resolución negociada. La democracia prevalece en todos los países y el enfoque de derechos humanos permea cada vez más a las políticas públicas. Nuestra expectativa es poder hacer algo desde la sociedad civil, poder pensar otra modalidad de abordaje de las diplomacias, poder contagiar que hay otro modelo posible. Dejar de ser parte del problema para comenzar a ser parte de la solución.

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