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El país|Domingo, 14 de septiembre de 2003
BARRA Y MACRI EN EL PRIMER GRAN BALLOTTAGE DE LA HISTORIA ARGENTINA

Los votantes de Zamora tienen la llave

En la primera vuelta Macri aventajó a Ibarra: 36,44 contra 32,50. Para hoy Macri busca quedarse con la mayoría de los votos de Bullrich (9,8) e Ibarra con la mayoría de los de Zamora (12,3), agregados al 1,91 de Caram y el 1,24 por ciento de Izquierda Unida. Con menos votantes que la bonaerense, las elecciones porteñas son cruciales para el espacio de centroizquierda.

Por Martín Granovsky
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Ibarra y Macri buscan quedarse con una elección de ballottage típico. Gana el que logre el 50 por ciento más un voto.
Por primera vez en la historia argentina, un distrito clave como la Capital Federal llega a un ballottage como el de hoy entre Aníbal Ibarra y Mauricio Macri. Para sumar intensidad se añaden dos condimentos: las últimas encuestas daban una intención de voto muy pareja para los dos candidatos, y salvo para Luis Zamora, aunque tal vez no para la mayoría de sus votantes, ambos representan proyectos opuestos. La originalidad porteña queda aún más marcada en comparación con otra gran elección del día, la bonaerense, donde sólo la suspensión de los comicios podría impedir un triunfo cómodo de Felipe Solá.
En la Capital Federal, cada postulante realizó un esfuerzo distinto entre la primera vuelta y la segunda.
Macri profundizó su perfil de candidato victimizado. En lugar de contestar por sus puntos débiles –la relación de las empresas del grupo Macri por el Estado, su relación con los viejos punteros radicales y peronistas– prefirió colocar toda referencia histórica como un ataque y pedir una oportunidad. Su juego fue presentarse como un fenómeno nuevo de la Argentina, un recién llegado a la política que disimula su falta de articulación en el discurso explicando que su vocación es hacer y no decir. Así, Macri no era el interlocutor del moronense Juan Carlos Rousselot ni del misionero Ramón Puerta, y tampoco el aliado de Enrique “Coti” Nosiglia, sino un actor virginal con experiencia en Boca.
Seguro de retener el capital político de la primera vuelta, que Macri buscó morder solo al principio, con elogios al presidente Néstor Kirchner, Ibarra apostó a los votos de Zamora, los del estratégico 12,3 por ciento de la primera vuelta. Habló de los derechos humanos, auspició la participación de colaboradores suyos en un acto del Movimiento de Empresas Recuperadas, recitó a Pablo Neruda en el homenaje a Salvador Allende. Su cálculo es que Zamora logrará imponer el voto en blanco o la abstención sólo a un pequeño porcentaje de quienes lo eligieron en la primera vuelta. Los ibarristas estiman que el diputado no cuenta con un voto cautivo, aunque su influencia es alta, y que el aroma de Macri a menemismo podrá más que el repudio a la política tal como existe realmente.
Macri poco podía hacer por el voto zamorista, salvo sacar de quicio a Ibarra utilizando, por ejemplo, un episodio interno de la Universidad de Quilmes, el enfrentamiento entre el rector Julio Villar y el vicerrector (y asesor de Macri) Mariano Narodowski, como si fuera el cumplimiento de una orden porteña de discriminar a un pobre pedagogo de provincias. En esa franja, al macrismo sólo le quedaba cruzar los dedos y esperar que algún votante menos politizado tomara en serio la propuesta de elevar a Zamora como defensor del Pueblo porteño. ¿Lo habrá conseguido? El resultado se sabrá hoy. También se sabrá cuántos votantes de Patricia Bullrich en primera vuelta (9,8 por ciento) privilegian un perfil ideológico de centroderecha y desdeñan la importancia de vinculaciones de Macri que no atribuyen a Bullrich o a Ricardo López Murphy, hábiles en cultivar la imagen de liberales en economía y transparentes en política.
¿Y los votos que en primera vuelta fueron a Cristian Caram, dueño del escudo radical? Caram sólo consiguió el dos por ciento. Poco, pero mucho cuando las encuestas dan diferencias muy pequeñas de un candidato sobre otro.
Los votantes radicales son, en general, una incógnita. El radical típico de la Capital integra ese 25 por ciento de clase media media, a veces profesional independiente, que se siente identificado con algunos valores: la escuela pública, la posibilidad de progreso económico, la separación de poderes. Un candidato típico para ese sector es Marcelo Stubrin, que aparece cada vez más lejos del nosiglismo. Otro, a nivel local, Héctor Constanzo, legislador porteño. Los asesores de Macri conocen esa tradición y le insistieron para que repitiera como un slogan su promesa de mantenerla escuela pública y gratuita. Sólo le agregó un aditamento: “De calidad”. ¿Digerirán los radicales típicos a Macri? ¿Cuántos de esos votantes sufragaron ya por Ibarra y cuántos lo harán hoy por primera vez? ¿Cuántos se aventurarán a Macri? Otro enigma. Para conquistar parte de ese voto, Macri apeló en los últimos días a la ayuda de Nosiglia, que le acercó una red de eficaces punteros. Página/12 publicó ayer la participación del comerciante de chatarra Norberto “El Beto” Larrosa, de Pompeya. No es el único. También actuaron en el armado macrista de último momento Enrique Benedetti, de la primera circunscripción, Rafael Pascual (segunda), Eduardo “Cachorro” Pacheco y Jorge Enríquez (delarruista relacionado con Carlos Corach, tercera), Rubén Gabrielli (quinta), Cristian Caram (sexta), Santiago Lestingi (octava), Hugo Donatelli (la 11), Pedro Calvo (la 12), Héctor Fernández (la 13), Rubén Veiga (la 14), Carlos Louzán (la 18), Nosiglia (la 20, con su zona rica en el Socorro y su área pobre de las villas), Larrosa (originario de Pompeya, pero activo en la 22), Adrián Porro (la 24), Roberto Vázquez (la 25) y el médico Rubén “Campitos” Campos (la 27).
Ajeno a la opción entre Macri e Ibarra, Zamora basó su campaña para la segunda vuelta en la intención de establecer un hito mundial: un voto en blanco para el ballottage cuando es obvio que las segundas vueltas son para que los votantes elijan sólo a quien es, a su juicio, el menos malo de los dos.
La estrategia del diputado de Autodeterminación y Libertad parece la búsqueda de un voto francés a destiempo, como si la primera vuelta fuese la segunda y la segunda fuese la primera. El año pasado en Francia se enfrentaban por la candidatura a la presidencia el socialista Lionel Jospin, el gaullista Jacques Chirac y el fascista Jean Marie Le Pen. Muchos votantes de izquierda se quedaron en su casa en la primera vuelta. Les disgustaba Jospin, a pesar de que había hecho el mejor gobierno posible en los últimos años. Jospin no consiguió disputar el ballottage, en parte por el ausentismo de la izquierda chic y en parte por el crecimiento de Chirac gracias a su campaña basada en el aprovechamiento de la sensación de inseguridad. Recién cuando Chirac y Le Pen quedaron frente a frente los abstemios se acercaron a la realidad y cayeron en la cuenta de lo que habían hecho: sus recelos contra el centroizquierda habían dejado a esa franja, y a ellos mismos, sin otra alternativa que la derecha democrática y la derecha xenófoba y racista. Los votantes antes irritados se taparon la nariz y votaron por Chirac, que así pudo aplastar a Le Pen. El ballottage los había puesto ante una opción sin tercera salida y lo entendieron de ese modo. Zamora, en cambio, cree que, para hoy, la tercera, es decir el voto en blanco, el impugnado o la abstención, es la salida. Un “Que se vayan todos” sólo aparente: si llegara a cumplirse, solo marcaría la ida de Ibarra y la llegada de Macri.
Zamora no solo lo dijo. Hizo campaña incluso con afiches, aunque en soledad. Fue imposible ver en movimiento por el voto en blanco a las figuras más conocidas de entre quienes lo acompañaron, por ejemplo Eduardo Pavlovsky y Norman Brisky, y hasta la primera diputada nacional electa, Mirta de Brasi.
El 1,24 de Izquierda Unida podría ir, también, para Ibarra.
El ibarrismo busca para hoy una victoria nítida que evite forcejeos y suspicacias. En los últimos días entrenó a sus fiscales para detectar fraudes e impugnaciones y hoy estará muy atento al único tramo en el que no hay fiscalización. Es la carga de datos por parte de la jueza electoral, María Romilda Servini de Cubría, de excelente relación con Miguel Angel Toma.
Un triunfo de Ibarra en la capital consolidaría el espacio nacional de centroizquierda, desde Kirchner a Elisa Carrió, pasando por los socialistas del fortalecido Hermes Binner, llamado a ser una figura paratodo el país después de sus votos en Santa Fe. Un triunfo de Macri colocaría en el panorama una chance de rearme del menemismo o el neomenemismo, con todo el sistema político de los últimos 20 años otra vez en primera línea. El arco va desde los viejos punteros hasta el rejuvenecimiento de dirigentes como Nosiglia o Toma, en una posibilidad de armado al que terminarían agregándose referentes del interior y políticos más permeables a los deseos de los grandes grupos económicos.
Solá suele irritarse con este tipo de descripciones. “Las elecciones más importantes son las de Buenos Aires, por peso electoral”, suele decir. Y tiene razón, solo que ya no hay emoción previa. El derrumbe de Carlos Menem y Adolfo Rodríguez Saá en primera vuelta arrasó con Aldo Rico y Luis Patti.
El triunfo de Solá es una buena noticia para Kirchner a corto plazo. Todavía falta mucho para el 2007. También es una buena noticia para Eduardo Duhalde. Otra vez el corazón del peronismo, el PJ bonaerense, habrá sido decisivo, aunque tanto Kirchner como Solá podrán reivindicar su peso en el resultado.
Sergio Acevedo abrumará en Santa Cruz. No puede ser menos con un pingüino de Presidente. En Jujuy el favorito parece ser Eduardo Fellner, que pelea por la reelección con apoyo de Kirchner. Y Chaco podría seguir en manos del radicalismo, donde Roy Kikisch es el candidato del gobernador Angel Rozas frente al peronista Jorge Capitanich.

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