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El país|Sábado, 4 de octubre de 2003
RAUL ALFONSIN ANALIZA AL GOBIERNO Y SE QUEJA DE QUE NO CONVOCA A LOS POLITICOS

“Yo no recibí ni un llamado de Kirchner”

El dirigente radical reivindicó las líneas directrices de la política del actual gobierno pero al mismo tiempo se quejó por el lugar que ocupan los políticos. Reiteró que envió las leyes de Punto Final y Obediencia Debida “para salvar la democracia”.

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El ex presidente Raúl Alfonsín reparte sus días entre la lectura, el diálogo y las charlas.
“Kirchner no recibió a ningún político. Eso es muy malo y eso es lo que más me tiene preocupado.”
Por Carlos Ares*

Cada día, al amanecer, el ex presidente argentino se viste con el chándal, se ajusta en los tobillos y en las muñecas fajas que suman ocho kilos y sale a correr en círculos, entre el comedor y la cocina de su casa durante media hora. “A este ritmo, ¿ve?”, dice al corresponsal de El País de Madrid, y hace una demostración. Completa su rutina de ejercicios, desayuna y luego se sienta en su escritorio “a trabajar”. Escribe, lee, analiza, viaja, atiende sus obligaciones como miembro de la Internacional Socialista. Con 76 años, no aspira ni espera ya nada, pero recibe cada día a todos los que van y lo consultan.
–¿Kirchner es al peronismo lo que fue usted al radicalismo?
–No, no, no me haga comparaciones odiosas. El peronismo también tiene su ala derecha, ¿verdad? Bien de derecha.
–¿A quién ubica en ese lugar?
–A Menem, sin duda ninguna. Lo demuestra en todas sus actitudes. ¿Por qué uno no debería desear ahora que triunfe Kirchner? Yo creo que es el último escollo para la derecha.
–¿El último? ¿No hay más esperanzas?
–No, no, se une la derecha y nos puede ganar si seguimos todos divididos como estamos. Kirchner es una luz de esperanza que se abre al país.
–¿Cuál es su opinión de estos cuatro meses de gestión de Kirch-ner?
–No me gustan las improvisaciones en algunas cosas que dice, ese espontaneísmo permanente que a veces supera lo prudencial en un presidente. Pero estoy de acuerdo en muchas cosas. Me parece que se ha manejado con mayor dignidad en las negociaciones con el FMI. En realidad su programa electoral era muy parecido al nuestro y su discurso inaugural lo podríamos haber firmado todos. Así que ésas son las cosas positivas que tiene. No me gusta que esté en campaña electoral estos meses. El Presidente es el presidente de todos. Vamos a cuidarnos también de cualquier actitud hegemónica o autoritaria.
–¿Tuvo la oportunidad de hablar personalmente con el Presidente sobre estos u otros asuntos?
–Nunca. El conversa con todo el mundo. Recibió a la CGT, que está muy bien, a las Abuelas de Plaza de Mayo, que me parece muy bien, a las Madres, recibió a los piqueteros, yo creo que la legalidad debe alcanzarles también a ellos. Ahora recibió también a los empresarios, pero... ningún político. Eso es muy malo. Eso es muy malo. Y eso es lo que más, a mí particularmente, me tiene preocupado.
–¿Usted no ha recibido ningún mensaje?
–Ni un mensaje de él.
–¿Ni una llamada?
–Ni una llamada.
–La revisión de las leyes y los juicios a los militares parecen retrotraer el tiempo a los primeros años de su gobierno. ¿Las condiciones han cambiado?
–La situación en la que yo estaba es muy distinta a la actual. Yo quisiera que sean juzgadas algunas personas, pero también considero un error que se llame a todo el Ejército... Se está hablando ahora de 2000 militares, a qué persona que hoy tenga más de 40 años podría ocurrírsele que yo podía llamar entonces a 2000 personas a declarar. Si cuando empezaba a llamar a los oficiales subalternos se me metían en los regimientos y no acudían. Eso me degradaba el poder en seis meses. Entonces tuve que sacar estas leyes. Con dolor, pero... Yo tengo un gran orgullo con relación a la política de derechos humanos que he llevado adelante, un gran orgullo personal. Nunca se había hecho antes una cosa igual como el Juicio a las Juntas. Y en América latina, en todas las transiciones, había que conversar con los dictadores. Creo que ahora hayuna ilusión comparable con la de aquellos años. El Gobierno tiene, por lo menos de mi parte, y del radicalismo en su conjunto, la mejor voluntad en la medida que haya un comportamiento que no exceda los límites de la actividad política y de la libertad. Nosotros consideramos que la democracia significa al mismo tiempo una lucha por la libertad y por la igualdad, no puede separarse una cosa de la otra.
–¿Qué opina de la anulación de las leyes por parte del Congreso?
–Yo creo que en definitiva tiene que decidir y resolver la Corte (Suprema de Justicia). Nosotros votamos en contra porque no creemos que el Congreso pueda anular una ley. Pero sí sirve como declaración. Es una expresión de voluntad muy fuerte.
–Y como presión sobre la Corte para que las declare inconstitucionales.
–La presión es algo indebido, pero es una toma de posición que debe tenerse en cuenta. Para mí las leyes son constitucionales. Sobre todo por ser absolutamente necesarias en aquel momento. Al mismo tiempo tengo deseos de que se juzgue a algunas personas y creo que se puede buscar la forma de lograr una solución.
–¿Cómo sería esa solución intermedia?
–Ah, no sé, eso lo resolverá la Corte... Creo que puede establecerse, a mi criterio, que aun siendo constitucionales están condicionadas por la situación del momento, para salvar la democracia. Puede establecerse que, en algunos casos, deben considerarse abiertos los procesos debido a las circunstancias en las que yo aprobé la ley. Digo yo, no sé... Y además, falta resolver el problema de los indultos, que es una cosa tremenda porque se indultó a personas que estaban procesadas. Porque no es cierto que habíamos juzgado solamente a los comandantes. Por eso varios decretos de indulto de Menem abarcaron a tanta gente. De todos modos, yo considero factible que se pueda tener otra opinión acerca de la constitucionalidad de las leyes. Mi deseo es que haya gente que sea juzgada. Pero creo que al mismo tiempo hay que tener prudencia y no llamar a todo el Ejército, aunque el noventa por ciento o más sean retirados.
–¿Las leyes fueron dictadas bajo presión?
–Yo no las hubiera mandado nunca al Congreso si no hubiera visto que tenía que defender la democracia, porque se me desgranaba el poder como le explicaba recién. No hubo una extorsión en los términos de los que habla el Código Penal. No hubo nadie que vino a decir: si no hace esto, hacemos el golpe de Estado. Pero... había una situación general, evidentemente, que me condicionó. Así que eso, en fin, también puede ser considerado, en algún sentido...
–De aquel Alfonsín al actual, si usted pudiera poner distancia, si se mira desde fuera de sí mismo, ¿cómo se ve?
–Yo me veo como alguien que ha mantenido siempre sus convicciones. En ese sentido tengo una enorme tranquilidad de conciencia. A pesar de que atravesé episodios muy dolorosos. Pero yo no cambiaría ningún aspecto fundamental de mi vida política porque nunca traicioné mis convicciones. Me considero un hombre grande ya, entrado en años, que siempre procuró cumplir con su obligación. No tengo ningún bache de oportunismo, ni de fallas de carácter ético. Eso es al final lo que queda de uno.
–¿Hay una nueva generación política que reemplaza a la suya, la de Menem, Duhalde, De la Rúa y demás?
–Yo creo que algunos merecemos ser reemplazados... Pero, desgraciadamente, no creo que esté pasando eso. Ya quisiera yo que hubiera surgido en el radicalismo una cosa de éstas porque tengo 76 años y no soy nada ni aspiro a nada, pero siempre me siguen consultando. Y esto es una lástima porque tendría que haber ya un líder fuerte, con carisma y con inteligencia suficiente, en el orden de los 50 años. Pero los muchachos más jóvenes se han peleado mucho entre ellos, desgraciadamente. Yo tengo gente en la que confío y que va a andar muy bien.
–Algunos medios y periodistas portavoces de la extrema derecha económica y financiera lo maltrataron mucho.
–Y me siguen maltratando.
–Pero usted cuenta con el aprecio de la gente.
–Yo creo que, en general, la gente me respeta.
—¿Siente que ha pagado en votos su esfuerzo por consolidar la democracia?
–Estoy convencido de que las medidas que yo tomaba porque eran racionales no se compadecían con la actitud emocional de la gente en ese momento. El Pacto de Olivos, por ejemplo, le costó muchos votos al radicalismo.
–No tuvo denuncias de corrupción.
–No, no, Dios me libre.
–Habrá que ver qué dice la historia.
–Ah, sí, pero la historia la escriben los triunfadores... Lo que es seguro es que la historia no tiene nada grave de qué acusarme.

* De El País de Madrid. Exclusivo para Página/12.

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