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El país|Domingo, 27 de septiembre de 2015

El estado de la política

La city en campaña, tras los resultados de Tucumán y Chaco. Un recorrido por la política económica kirchnerista. Distintas versiones del Estado, según pasan los años. La inversión social y la defensa de los puestos de trabajo, dos claves. El desarrollo, palabra de moda con distintas interpretaciones. Distintas tácticas frente a las elecciones.

Por Mario Wainfeld
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“El desarrollo no se importa. Es, en primer lugar, un proceso de construcción dentro de cada espacio nacional, una responsabilidad que no puede delegarse en factores exógenos.”
“Cada país tiene la globalización que se merece en virtud de una condición decisiva, su densidad nacional. Esta es determinante de la calidad de las respuestas a la globalización”.

La economía argentina en el siglo XXI, Aldo Ferrer

En la medianoche del domingo se había escrutado casi el cien por ciento de los votos de la elección en Chaco. Casi en simultáneo la Corte Suprema de Justicia tucumana dejaba sin efecto el desquicio producido por una Cámara inferior, validaba el resultado de los comicios locales y autorizaba la proclamación de las autoridades electas. Los dos rotundos triunfos del FpV obraron un efecto relativamente balsámico, que sin duda será provisorio. Aunque el opositor Acuerdo del Bicentenario recurrió ante la Corte Suprema nacional todo indica que Juan Manzur asumirá como gobernador en la fecha prevista. En Chaco, la actitud digna de la oposición perdedora ahorró el escándalo y la mala fe.

Los medios dominantes relegaron a la opo tucumana a un lugar subalterno. La “política” cedió espacio a “la economía” que es también un territorio en disputa. El establishment –que se afincó sin admitir matices en la cúpula de Unión Industrial Argentina (UIA)– se mudó, pongamos, de San Miguel de Tucumán a la city porteña, donde juega de local y usa el gas pimienta a discreción.

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Los que revuelven el río: Una modificación de la valuación de los bonos en cartera de los Fondos Comunes de Inversión motivó una ofensiva de especuladores financieros. La decisión de la Comisión Nacional de Valores fue bien analizada por los periodistas de la sección Economía de este diario. A ellos se remite el cronista profano. Lo que sí le compete es la enésima maniobra desestabilizadora con fines políticos o electorales. El río fue revuelto por pescadores que buscaron su ganancia en plata y en otras ligas.

La instalación de un rumor poco verosímil formó parte de la táctica. El Estado, divulgaron y atemorizaron, no pagaría en tiempo y forma los Boden 2015 próximos a vencer. Esa hipótesis contradice la política económica oficial que pagaría esa deuda con puntualidad, haciéndose cargo de las dificultades y costos consiguientes. El ministro de Economía, Axel Kicillof, ratificó que se honraría la deuda, como siempre se hizo. De cualquier forma, los rumores fueron propagados por aquellos a quienes les convenía y acaso creídos por algunos zonzos que se perjudicaron.

En el manual argentino de las vísperas electorales están las fugas de capitales y todo lo que pueda hacer zozobrar la gobernabilidad. Esta fue una de sus expresiones, relativamente novedosa en su articulación.

El Estado, en tanto, recupera parte de los Boden recomprándolos y reserva la posibilidad de suscribir un nuevo bono para los tenedores que tengan la voluntad de trocar los bonos por vencer.

El Gobierno juega a mantener la dinámica económica cotidiana. El contexto difiere mucho del microclima electoral. Tranquilidad social, estabilidad en el empleo, ventaja considerable (aunque no decisiva, hasta ahora) del gobernador Daniel Scioli en las encuestas y suba de la imagen la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Ese esquema signará las semanas por venir que serán seguramente movidas, por valerse de un eufemismo.

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Empleo, avances y meseta: El Ministerio de Trabajo divulgó un informe sobre el “Crecimiento del empleo registrado del sector privado en el total del país”. Los datos llegan hasta junio de 2015 y son irrebatibles porque su base es la totalidad de las declaraciones juradas que realizan las empresas al Sistema Integrado Previsional Argentino (SIPA). La creación de puestos se debe principalmente al dinamismo de las grandes empresas y en parte de las medianas. La construcción es el sector que la explica en mayor medida. Hay algunas pequeñas empresas con menos de ochenta empleados que contrataron nuevo personal en razón de los estímulos sectoriales que les otorga la Ley de Promoción del trabajo registrado y prevención del fraude laboral, relativamente reciente.

Las cifras puestas en contexto revelan que se mantiene el núcleo duro de alrededor de un tercio de la clase trabajadora laborando en la informalidad. Es una proporción preocupante porque contradice los objetivos del “modelo” y porque se mantiene muy estable desde hace años.

El kirchnerismo creó millones de puestos de empleo en sus mejores años en los que redujo (atacó) en alta proporción la informalidad. Esas variables se amesetaron lo que genera desigualdad entre los propios laburantes. Los ingresos son muy diferentes tanto como la posibilidad de “defenderlos” frente a la patronal y contra la inflación. Obras sociales, vacaciones, sueldo anual complementario acentúan las diferencias.

La necesidad de pasar a otro estadio económico, de cambiar herramientas, de innovar es uno de los desafíos para la próxima administración, cualquiera fuera su signo. El kirchnerismo tiene una trayectoria que la ranquea como la más calificada para procurarlo, lo que no garantiza el éxito pero sí la voluntad.

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Desarrollo, en versión actual: En los ratos libres que dejan el personalismo, las chicanas, las denuncias y cierta ligereza promedio, los candidatos comienzan a enunciar vocablos comunes, el desarrollo es uno de ellos. La palabra es idéntica aunque distintos los emisores, su trayectoria y los apoyos sociales. Eso induce a pensar que no expresan lo mismo, sobre todo cuando se pasa a analizar (de modo muy incipiente) cuáles serán los instrumentos para llegar al objetivo.

Un nuevo libro del maestro Aldo Ferrer fuerza a recomendarlo y a leerlo saludando su aporte a un proyecto nacional y su indeclinable espíritu crítico. Ferrer señala los riesgos crónicos de la “restricción externa” (carencia de divisas) y su correlación con una estructura productiva que se debe reformar.

Liberemos desde ahora a Ferrer del resto del recorrido, que agradece su influencia pero quién sabe si la honra debidamente. La industrialización del siglo XXI cumplió metas formidables como la reactivación económica, la recuperación de la autoestima colectiva y de los trabajadores en particular, la generación de empleo.

El lapso más fructífero en esos aspectos fue la presidencia de Néstor Kirchner, en el que se alinearon virtuosamente otros indicadores como la acumulación de reservas, los superávit gemelos y la baja inflación. Ese período empezó a cesar en 2008 en parte por la crisis mundial, acaso en parte por el conflicto con las patronales agropecuarias que hizo zozobrar la gobernabilidad e impuso el primer freno severo a las políticas públicas del FpV.

Durante el mandato de Kirchner, puesto de un modo simplificador, el oficialismo confió más en el gobierno que en el estado. Hasta la famosa Resolución 125 se transformó en mucho más pero despuntó siendo solo un incremento en las alícuotas de las retenciones.

El cimbronazo de ese conflicto y de la derrota electoral de 2009 más el nuevo esquema internacional motivaron cambios cualitativos a los que el kirchnerismo había sido ajeno o hasta refractario. Los tenía en carpeta a todos, por ahí, pero no resolvió llevarlos a la práctica hasta entonces. La re estatización del sistema jubilatorio (recuperación de la Anses incluida) y la Asignación Universal por Hijo (AUH) demarcan hitos del viraje (salto de calidad) operado durante la primera presidencia de Cristina Fernández de Kirchner.

Hubo re estatizaciones previas (AySA, Correos) pero fueron más derivación de los desaguisados salvajes de los concesionarios que de un plan consistente. Hasta Aerolíneas Argentinas puede colocarse como parte de esa etapa.

A partir de 2011, en el mandato actual de la presidenta Cristina, se acentuó el protagonismo de lo público, produciéndose la recuperación estatal de YPF y de las líneas ferroviarias. El rol del estado se acentuó. Las grandes políticas sociales universales (jubilaciones y AUH) fueron enriquecidas y mejoradas. Una nueva moratoria, generosa y eficaz, por un lado. Por otro, el Progresar y la actualización de la AUH mediante coeficiente estipulado por ley. El Pro.Cre.Ar introdujo otro derecho social accesible mediante requisitos objetivos, claramente estipulados minimizando o anulando la discrecionalidad de funcionarios o punteros.

El punto flaco hoy día, concuerdan observadores afines al gobierno pero no cerrados ni obsecuentes es, nos repetimos, la estructura productiva. Una industria necesaria pero deficitaria a la hora de generar divisas que ha tocado con un techo para generar empleo digno, en las cantidades imprescindibles.

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Puestos a elegir: Joan Manuel Serrat cantó sus predilecciones, puesto a escoger. Es sencillo preferir un buen polvo a un rapapolvo. En política económica, en circunstancias difíciles, las opciones son menos satisfactorias. El oficialismo se inclinó por sustentar el empleo, la demanda masiva, resignando desempeños en materia de inflación y aún en reservas, cuyas fluctuaciones obsesionaban a Kirchner. La idea es tutelar el trabajo y el consumo masivos, considerados pivote y motor de la economía. No es ideal pero se embellece comparado con las alternativas propuestas por la oposición con más votos. Los críticos del oficialismo vaticinaron que esas políticas estaban condenadas de antemano a producir “caos”, default y desolación. Los plazos de los vaticinios ya se cumplieron sin que acontecieran las catástrofes bíblicas.

El empleo se defendió con uñas y dientes, praxis desconocida por los gobiernos anteriores. Desde el Repro que paga parcialmente salarios en coyunturas de suspensiones o mermas de actividad hasta la protección novedosa a las empresas recuperadas, transitando un abanico muy amplio de política laboral-sociales. Carecen de precedentes por decir poco: reman en sentido contrario a lo que se hizo a partir de los ‘90. Los ejemplos muy conocidos de Kraft Foods o Donnelley (ahora MadyGraf) son emblemas pero no casos aislados. Apoyo técnico, capacitación y aportes de plata (en MadyGraf se llevan invertidos más de dos millones y medio de pesos) se conjugan con la combatividad y creatividad de los laburantes. Las relaciones entre el estado, sindicatos o delegados distan mucho de ser edénicas pero cuando se observe el conjunto en unos años se verá que hubo más armonía que la aparente y más resultados que los que se reconocen.

El ahínco en defender el empleo existente no encuentra parangón y es virtuoso... pero no basta. Si se admite una metáfora futbolera es como esos equipos que ganan de locales en la Copa y en el segundo partido se defienden, aspirando como mucho a un golcito para redondear la ventaja.

El consumo popular “tampoco” es la mano invisible que organiza la economía. El kirchnerismo se transformó en más estatista, asumió la propiedad o control de empresas públicas, suenan las alarmas para que cambie de pantalla asumiendo que la planificación es imprescindible. Y, como pregona Ferrer, que la hará el Estado o no será nada.

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Cómo hacerlo, las divergencias: Un riesgo acecha a los gobiernos prolongados y exitosos: enamorarse de las herramientas aun cuando estás pierden eficacia. Con los funcionarios puede suceder algo similar: el avance estatal del kirchnerismo se consolidó con la llegada de Kicillof y su equipo tanto como con el retiro del hipersecretario Guillermo Moreno. El activismo y personalismo asistemático de éste fueron suplidos por labor colectiva y programas de mediano plazo. El relevo fue consistente con la mutación cualitativa.

El primer kirchnerismo, escaldado por la experiencia que lo antecedió, fue refractario a la toma de crédito. La narrativa presidencial de los años recientes delineó una diferencia más precisa: endeudarse puede ser válido si se hace para activar la economía u obras de infraestructura pero nocivo si es para entrar en el círculo vicioso de la dependencia financiera. Los acuerdos con Repsol y con el Club de París se concretaron pensando en ese objetivo ulterior. La coyuntura jugó en contra, los críticos del gobierno piensan que además se manejó mal. Como fuera, se quiso reconducir la economía y no se pudo.

Scioli introdujo en su campaña la convocatoria a inversores. El óptimo, que en general no se consigue, sería el retorno de la plata fugada de argentinos. Como fuera, las inversiones o aún la toma de crédito se supeditan a un modelo de desarrollo que se enuncia grosso modo, por ahora. Se recomienda el panorama económico de Raúl Dellatorre en Página/12 de ayer que recorre el tema.

Scioli enuncia un conjunto de tópicos: innovación, investigación, elección de sectores del aparato productivo, planificación. Son interesantes si se los profundiza y explicita.

El candidato menta “la segunda reindustrialización” insinuando los límites de la actual. Ferrer y el Grupo Fénix, entre otros, defendieron contracorriente tales conceptos. El punto central es construirlos en amalgama con objetivos logrados por el kirchnerismo: derechos adquiridos por los trabajadores y el esquema de protección social, incomparable con el heredado en 2003. Ese es el nodo diferenciador con las propuestas opositoras, aunque estas pregonen lo contrario, con entusiasmo dispar. La inversión social creciente y muy sesgada “hacia abajo”, a los sectores más rezagados es, en concepto, intocable.

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El retroceso o los canjes dudosos: Quizá sea impropio señalar que el PRO quiere volver al neo conservadorismo noventista. Es impreciso describir de modo tan simple esos giros reaccionarios. El pasado no se repite en calco entre otras causas porque ya ocurrió. Lo que sí retornaría es una ideología pro mercado y un afán de desmantelar o congelar conquistas. No hay modo de imaginar que una victoria de Mauricio Macri no generara un combo de políticas conducidas por los grandes capitales. A mayor velocidad de implementación, mayor sería la reacción de los argentinos perjudicados cuya capacidad de movilización está en nivel alto, muy diferente a la que topó el ex presidente Carlos Menem en 1989. Un giro a derecha obrado por un gobierno minoritario en el Congreso y en gobernaciones no se parecería tanto al menemismo cuanto al delarruismo en su faz final. Suponer un escenario de ingobernabilidad no es un chantaje como clama la oposición sino manejar una hipótesis verosímil.

La reducción drástica de impuestos (ganancias y retenciones) repercutiría, sí o sí, en la recaudación y en “el gasto social”, con su tendal de perdedores heridos. El diputado Sergio Massa trata de transitar su avenida del medio pero devoción por restar ingresos al fisco no es tanto menor que la de Mauricio. Massa propugna reemplazar los impuestos derogados con imposiciones al juego y a la actividad financiera. Son propósitos compartibles y hasta deseables a condición de hacer números para saber si las cuentas cerrarían. Varios tributaristas serios no lo creen, ni ahí.

A título de paréntesis. El ex ministro y candidato presidencial radical Roberto Lavagna acuerda con la propuesta massista, lo que desdice su praxis cuando acompañaba a Kirchner. En ese entonces era frontalmente refractario a cualquier reforma fiscal, por progresista que fuera. Explicaba que con el sistema vigente sabía bien con qué recursos contaría el Estado. Las reformas, a su vez, eran cajas de Pandora en la que jamás los cálculos de laboratorio coincidían con los resultados contantes y sonantes. Tal vez los años cambiaron su parecer, tal vez funcione en su magín el teorema de Baglini, tal vez piensa (como prometió hace años) no volver a la función pública sino como titular de un ejecutivo.

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Mandatos y poderes: La globalización se saltea fronteras, arrasa con lo que conoce como soberanía, es dominada por poderes fácticos sin rostro ni escrúpulos. La respuesta para tener la globalización que los pueblos merecen se construye dentro de los límites de los estados nacionales. Compete a “la política” contrarrestar la correlación de fuerzas. Los estados deben fortificarse, ampliar su repertorio y su poder. Entre tantas razones por eso son necesarios gobiernos legitimados, con convicciones y afán de pujar.

Está de moda encontrar parangones subjetivos entre Macri, Massa y Scioli. Los hay, por cierto, entre ellos los de alterar ciertas condiciones de los presidentes ungidos por el voto desde 1983. Todos hasta ahora fueron profesionales formados en la universidad pública e iniciaron su trayectoria militando desde muy jóvenes en partidos populares. Los tres presidenciables carecen de esas características, valiosas para el imaginario de este cronista.

Todo modo, conviene evitar el simplismo. Diferentes son los estamentos sociales que los apoyarán, diversos los territorios que le darán más votos, polarmente disímiles sus contratos electorales. Esos datos son conocidos por quienes prefiguran un horizonte de deslegitimación del veredicto popular para vaciar de poder a Scioli si gana. O para condicionarlo, como mínimo.

Garantizar elecciones libres con participación masiva es un objetivo perdurable del sistema democrático, que se alcanzó desde 1983. Revalidarlo no alcanzará para que se cumplan los retos que afrontará el próximo mandatario. Pero son un paso necesario. Hoy y aquí algunos apuestan a la libre expresión popular y otros a las movidas de “los mercados” o a la mala praxis de algunos jueces.

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