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El país|Domingo, 1 de noviembre de 2015
LA HISTORIA DEL INSTITUTO DE MENORES MERCEDES DE LASALA Y RIGLOS

Un sitio en el que se recuperó la memoria

Por ese instituto de Moreno pasaron hijos de desaparecidos, cuyas historias fueron recuperadas por jóvenes de una escuela de la zona. En su lugar funciona ahora una universidad pública y comenzó a ser señalizado con inscripciones artísticas sobre su pasado.

Por Alejandra Dandan
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Las instalaciones del instituto de menores son hoy sede de la Universidad de Moreno.

El Instituto de Menores Mercedes de Lasala y Riglos fue un lugar de leyendas tenebrosas entre los vecinos de Moreno. Sus pabellones de varios pisos de altura, construidos en peine con patios internos, alojaron hasta 600 niños al mismo tiempo mientras estuvo abierto, entre 1940 y el año 2000. Las leyendas de la zona lo señalaban como un espacio por el que habían pasado hijos e hijas de los desaparecidos de la dictadura. Jóvenes de la escuela pública 35 de Moreno y de la Asociación Civil Moreno por la Memoria comenzaron a investigar esta historia hace unos años, en un camino en el que se fueron encontrando testimonios de algunos de aquellos niños, hoy adultos, secuestrados por el sistema tutelar represivo y encontrados casi al azar por las familias. El Riglos que hoy es sede de una universidad pública de Moreno comenzó a ser señalizado con inscripciones artísticas sobre ese pasado. A esta primera intervención se sumarán las marcaciones con pilares de la Secretaria de Derechos Humanos de Nación.

Andrea Herrera es profesora de historia y coordinadora del grupo de jóvenes investigadores. “El Riglos siempre fue en nuestra zona una suerte de mito urbano –dice–. Siempre se decía que por ese lugar habían pasado además de los miles de chicos que existieron, hijos e hijas de detenidos desaparecidos. Este era el mito. Alrededor había una suerte de monte, donde no se podía ir, sólo iban a veces los varones, a jugar con cascotes, pero siempre era como un lugar donde no te podías acercar. Estaban los peines. Los patios. Unas cinco alas con cuatro patios y unos 600 chicos a la vez. Cuando empezamos a trabajar con esto y a conocer todo te da escalofríos porque además de estos casos, pensás que millones de chicos pudieron haber pasado por ese lugar.”

Camilo Ríos volvió al Riglos por primera vez hace muy poco convocado por estos jóvenes. El es hijo de Carlos Ríos y Juana Armelín, militantes del PCML, secuestrados entre febrero y mayo de 1978 y trasladados al circuito ABO. Camilo tenía 5 años y su hermana Pía tenía 3. El día del secuestro de su madre, a Camilo y a Pía los llevaron a una comisaría y más tarde los derivaron al orfanato. Camilo recorrió lo que ahora es la universidad. “El hogar era un lugar con pasillos largos, yo lo tenía en la memoria”, dice. “Tengo grabado a fuego esos pasillos. Ahora los vi. También reconocí la cocina. Ahora son tres departamentos, pero están los mismos azulejos donde comíamos con los chicos. Después, entre el segundo y tercer piso, estaban las habitaciones. Ahora hay divisiones de Durlock, pero si las sacás, te das cuenta de que eran las mismas habitaciones. Había seis o siete camas de un lado y siete camas del otro. Pero hay ahí un dato. En el orfanato estaba prohibido estar nenes y nenas, pero yo estaba con mi hermana, quiere decir que nosotros estábamos bajo un resguardo del Ejército para tenernos así.” Para Camilo el lugar era un edificio cerrado porque “nunca mirábamos afuera. A pesar de eso, recuerdo jugar en el patio, entre diente y diente, porque eran juegos fuertes. A veces había que jugar y a veces no sé cómo decir, había como que marcar territorio”.

Hoy se sabe que por el Riglos también pasaron Sebastián y Nicolás Koncurat Urondo, los nietos de Paco Urondo, que quedaron en un jardín de infantes, a la deriva, cuando el Grupo de Tareas de la ESMA cercó a sus padres, Mario “El Jote” Koncurat y Claudia Josefina Urondo. “Quisiera tener más recuerdos de esa época pero no los tengo”, dijo Sebastián en su declaración en el juicio de la ESMA. “Lo que me contaron es que mi hermano estaba bastante enfermo y en el hogar lo sedaban para que no llorara. De eso se dio cuenta mi abuelo, que era médico. Yo no hablaba. Reconocía a mi abuela materna, a mi tío Javier Urondo, pero no reconocía a mis abuelos paternos, porque no tenía mucha relación con ellos. Eran nuevos en mi vida. Esa transición horrible fue difícil, la fuimos armando.”

También se sabe que por el Riglos pasó Yamila Zavala Rodríguez, hija de Olga Irma Cañueto y de Miguel Domingo Zavala Rodríguez, diputado del PJ electo en 1973. El 22 de diciembre de 1976 vivían en un departamento de Lambaré y Corrientes, en Almagro. Faltaban tres días para la Navidad, dice Yamila en un escrito. “Ese día mamá, mi hermana que en ese entonces tenía 2 años y yo casi de 4, íbamos caminando a nuestra casa después de haber comprado gaseosas para las fiestas.” En ese momento paró un auto. Miguel se puso en el medio para protegerlas cuando las vio y lo mataron. A Olga la metieron en un auto. Las dos hermanas se sentaron en el escalón de una puerta. “No puedo expresar lo que sentí en ese momento, pero sabiendo lo que vimos con mi hermana, que maten a nuestro papá delante de nosotras y que se lleven a nuestra mamá con tanta violencia quedándonos solas en el lugar, sin que los secuestradores tengan piedad de semejante crueldad, me conmueve todos los días de mi vida y no puede creer que eso lo viví.” Yamila estuvo tres meses. El grupo de jóvenes también encontró el paso de la hija de una pareja del PRT-ERP secuestrados el 29 de marzo desde una quinta, cinco días después del golpe.

“Tengo recuerdos de la cocina, en particular”, continúa ahora Camilo. “Eran mesas redondas de cinco chicos. Y una señora con guardapolvo celeste pasaba y nos servía la leche. Nosotros tardábamos o nos distraíamos y a la leche se le hacía la nata. Me acuerdo un día, que dos o tres nos mirábamos, así como diciendo ¿qué hacemos con esto? Uno, que era un bardo, y me lo acuerdo porque estaba contra los azulejos, dijo algo, y hace como un doble en la boca y se la traga. Nosotros lo miramos. Dijimos: ¡ah, esto se hace! Y todos hicimos lo mismo. Para mí fue impactante. Eso que parecía medio feo, que te da como asco, el pibe rompió todos los códigos del asco, se la bancó y se la tragó. Un código de cinco años. Era como empezar a saber qué hacer con esto, y ese gesto era una cosa bien simbólica en el orfanato.”

Otro de los recuerdos “no tan metafórico”, dice, aparece el cuarto. “El tema era que nos teníamos que vestir y yo tenía como una presión porque tenía que ponerle los cordones a mi hermana pero no le podía poner las zapatillas. Me puse muy nervioso. Un chico del lado o de enfrente de donde dormíamos, me llama. Hablamos. Me dice no sé qué, cómo te llamas y qué te pasa. Le digo que no sé qué hacer con esa zapatilla, que no me sale ponerle los cordones. ‘¡Vení que yo te ayudo!’, me dijo él. ‘Vos tenés que tranquilizarte, me dijo, porque a vos te van a venir a buscar’.”

Durante el juicio ESMA III, la fiscalía probó el vínculo del Riglos con el GT. “Los institutos de menores no fueron centros clandestinos de detención fueron espacios públicos que facilitaron el ocultamiento de los menores”, señala la fiscal del juicio Mercedes Soiza Reilly.

“Permitieron la continuidad de la privación, en la medida en que las Fuerzas Armadas de un gobierno que subvirtió el orden constitucional, fueron las que autorizaron la entrega de niños a quienes previamente les habían asesinado a sus progenitores. Ilegal por donde se lo analice.”

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