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El país|Lunes, 23 de noviembre de 2015
Gabriela Michetti, la vicepresidenta electa

Sin banderas colectivas de género

Por Luciana Peker
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–Mirá, papá, no te hagas ningún problema. Yo sé que es complicado, pero no te preocupes que yo en mi vida voy a ser feliz igual, aunque sea en una silla de ruedas –le dijo Gabriela Michetti a su padre, el 20 de noviembre de 1994, el día del accidente automovilístico que le costó dejar de caminar, en Laprida, su pueblo natal de la provincia de Buenos Aires. Esa felicidad –no sin sinsabores, lágrimas y mucho dolor– la llevaron a bailar el domingo 22 de noviembre ya no como candidata, sino como la segunda mujer en llegar a la vicepresidencia y la primera persona en silla de ruedas con lugar en la Casa Rosada.

Veintiún años después de volcar con el Fiat Duna Blanco que manejaba convirtió sus debilidades en fortaleza y las palabras para serenar a su padre en una metáfora pública. Su arenga optimista hizo eco en la arena política. Pero no convirtió sus rasgos físicos ni de género en una bandera colectiva sino en su propio “Sí, se puede”, el lema triunfal –no casualmente– coreado por la tribuna de Cambiemos en el escenario inflado de globos de Costa Salguero.

Ella buscó ser la heroína del “si sucede, conviene” en sintonía con una era de marketing de la proespiritualidad. “No me gusta posicionarme ni como feminista ni como discapacitada: prefiero mostrarme como soy, sin los rótulos de mujer en la política o discapacitada en la política. Y desde ese lugar peleo el día a día”, le dijo a Para Ti, en Punta del Este, en enero del 2006. La pelea la llevó al centro del escenario. “Queremos agradecer, agradecer, agradecer a todos los argentinos y argentinas”, dijo en el discurso triunfal del domingo a la noche como antecesora en el micrófono de Mauricio Macri, el star de la noche ya sin más vueltas, de las elecciones 2015.

“Vamos a trabajar con el corazón. No hay nada que temer. Todo es esperanza, todo es alegría”, arengó en un discurso político a sólo veinte días de asumir el segundo cargo de máxima responsabilidad en la jefatura de Estado cargado de palabras de culebrón del hop hop electoral: corazón, esperanza, alegría. También agradeció a su novio –Juan Tonelli, presidente de la Cámara de Medicamentos de Venta Libre–, a su hijo –Lautaro– y a Mauricio Macri, “que confió en mí una vez más”, según remarcó.

En realidad, la confianza no había sido tanta. Mauricio le había pedido que ella fuera su candidata a vicepresidenta y ella le había dicho que no. Ella le había pedido ser jefa de Gobierno y él le había dicho que no. Michetti decidió enfrentar a Horacio Rodríguez Larreta y conoció la otra cara de Mauricio y el aparato de las sombrillas en la vereda contra su candidatura. También que Macri declarara públicamente –y en la mesa de Mirtha– que convocaba a votar por Rodríguez Larreta en las PASO porteñas del 26 de abril. Lloró en privado y se desblindó en Intratables cuando, frente a Santiago del Moro, se le inyectaron los ojos de humedad emocional por la falta de apoyo del hombre a quien ayudó a llegar con su propia imagen positiva. No se bajó, pero jugó el juego soft. Llevó adelante un debate diplomático con Larreta en TN. Y después de la derrota la moderación angelizó el enfrentamiento interno. Mauricio le volvió a proponer el mismo lugar y ella le respondió con el “sí, se puede” a la vicepresidencia.

Quería ser intendenta de Laprida y no pudo ser. Quería ser jefa de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires y tampoco. Aunque, finalmente, llegó mucho más lejos. Primero fue vicejefa de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, después ocupó una banca en el Senado y, ahora, al segundo puesto en el Poder Ejecutivo. Su propio carisma, su filosofía optimista y su historia de vida y de superación a los obstáculos le sirvieron a Mauricio Macri para humanizar su imagen de empresario de familia de cuna rica. Y el PRO también le sirvió a ella para avanzar en una carrera política que ahora la coloca en el segundo lugar en la sucesión presidencial.

No es que ser mujer no tenga costos para ella. Desde el principio la jaquearon por su condición femenina, aunque no sean pancartas que ella levante para que avancen más mujeres en la esfera pública. “La primera elección en la que Michetti participó como candidata fue la del Centro de Estudiantes de Laprida en Buenos Aires. El presidente que dejaba el cargo era su amigo, Carlos Diez, a quien le decían Patón. Pero, alarmado por la posibilidad de que la presidencia quedara en manos de una mujer, Carlos junto con otros estudiantes convocó a los graduados para que votaran por su hermano, Oscar. Debido a esa maniobra, Michetti perdió y se quedó sin el puesto”, según el relato del libro Gabriela, historia íntima de la mujer detrás de la política, de Fernando Amato y Sol Peralta, editado por Sudamericana. Después de eso su ingreso formal a la política lo tuvo cuando su hermana se puso de novia con Javier Auyero, el hijo de Carlos, el dirigente histórico del Frepaso. Y poco a poco se convirtió en una figura clave para el macrismo. Aunque, cuando tuvo ambición propia, Jaime Durán Barba la ninguneó cuando declaró que ella no era “nada más que una buena militante”.

Ella ejerció el no rencor y siguió adelante. Votó en contra del matrimonio igualitario, pero en 2015 dijo que se arrepentía. Y el zigzag –donde la flexibilidad PRO fue un eje fundamental en la subida de Cambiemos– la llevó a bailar, otra vez, el hit de Gilda “No me arrepiento de este amor” en un escenario que ahora deja el amarillo por el rosado y el marketing happy por la prueba del poder sin escenografía.

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