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El país|Lunes, 23 de noviembre de 2015
Opinión

Bienvenidos a la oposición

Por Sandra Russo

La moneda estaba en el aire y algo implícito, algo difuso pero palpable nos decía que iba a caer del lado de Cambiemos. En principio, así es la democracia y así la hemos aceptado, como siempre, muy lejos de los fantasmas que los “republicanos” agitaron siempre que la moneda estaba en el aire y parecía que iba a caer del lado del FpV. Y si Cambiemos ganó de una manera limpia, como lo hizo, no hay otro camino, hoy, que elaborarlo, procesarlo, reconocerlo y preguntarse por qué.

Si uno se pregunta por qué, es debido a que el resultado, que se respeta, no modifica la opinión que millones de argentinos tenemos de Mauricio Macri, y de la construcción política que lo llevó a la Presidencia. No modifica la regla de tres simple que hace que uno sospeche que esa presidencia a lo que básicamente estará dirigida será a restaurar la derecha que salvo en estos doce años y en el primer peronismo estuvo encaramada en el poder de este país, para beneficiar el poder concentrado de las elites locales y las corporaciones transnacionales. No modifica ni la perspectiva ni las convicciones de millones de argentinos que creemos que la redistribución de la riqueza no es un “prólogo”, sino un objetivo, y que esta etapa que comenzará en diciembre abortará muchos sueños, muchos proyectos, y que relocalizará a la Argentina en un lugar en el mundo que no es el que cambia, sino el que conserva recetas fracasadas.

Lo que dirimen las elecciones son cuáles son las preferencias de una mayoría, o mejor: dirime cuál es la mayoría en un corte espacial y temporal. Ayer, quedó absolutamente claro que hay una mayoría que confía en que Macri le hará la vida más ligera, que fomentará “la unión entre argentinos”, que “modernizará” o quizá “posmodernizará” la política argentina, aunque los que no lo votamos lo que vemos es marketing, y nunca el marketing ha hecho nada valioso por los pueblos. No está en su naturaleza.

Cambiemos ha contado con algo mucho más poderoso que un programa de televisión oficialista y demonizado. Ha contado con un poderosísimo aparato de medios concentrados que ha disimulado sus contradicciones y ha minimizado las consecuencias de las políticas económicas previstas. Contra eso no es mucho lo que se pudo hacer, como no es mucho lo que se puede hacer en otras latitudes en las que en este mismo momento se lucha contra el dominio de los mercados y las ideas que agita Macri.

Es ciclópea la tarea de concientización necesaria para que aquellos que no se interesan en política adviertan qué significa votar en defensa propia. Para los simples, para los vulnerables, eso implica siempre votar en contra de la concentración del capital, en contra del libre comercio, votar a favor de su propio empoderamiento. No es mala onda: es lo que, si uno es intelectualmente honesto, dice porque lo piensa y lo dice hoy, lo ha pensado y lo ha dicho con la Alianza, el menemato, la dictadura. Pero el voto popular dice otra cosa, y hay que tragarse las lágrimas para aceptarlo, porque el voto popular es a lo que, por otra parte, siempre nos hemos remitido como última palabra, y eso tampoco cambia.

A partir de ahora habrá que revisar qué cosas se pudieron hacer y no se hicieron, qué “tonos” o “modos”, que se le han reprochado tanto al kirchnerismo, no se agotaban en “tonos” o “modos” sino que eran síntomas de desconexión con cualquiera que no fuera propio. Habrá que revisar qué bordes de soberbia y endogamia se rozaron para dejar de escuchar demandas que estaban en el aire, qué destratos y subestimaciones dejaron heridos en el camino innecesariamente. Habrá que reenfocar también la escena de Cristina con los jóvenes militantes que, sin duda, han sido el motor de una fuerza política en los últimos años, el corazón de esa fuerza política de cara al presente y al futuro, pero que nunca dejó de ser una escena recortada de la realidad. La realidad es siempre transgeneracional.

Por lo demás, al menos para los que pasamos los 50, estos doce años han sido una excepción a la regla que nos mantuvo opositores todas nuestras vidas. Han sido doce años felices. Y si muchos pusimos el cuerpo y las ideas al servicio de un proyecto político al que obviamente uno no renuncia por perder una elección, fue porque juzgamos que valía la pena, y hoy, en la derrota, seguimos sintiendo lo mismo. Valió la pena cada instante transcurrido desde el 25 de mayo de 2003, como a partir de ahora valdrá la pena seguir insistiendo desde donde se pueda en las ideas inclusivas, solidarias, transgresoras, que ampliaron derechos como nunca antes desde el regreso de la democracia.

Cambiemos tiene a su favor que nadie intentará desestabilizarlo, y Macri tendrá a su favor que los grandes medios le harán tapas elogiosas y disimularán sus errores. Eso ya lo vivimos y lo sabemos. Está en nosotros no desandar la conciencia que hemos acumulado en estos años, y tratar de expandirla desde donde podamos, como lo hemos hecho siempre, contra viento y marea, desde espacios alternativos, en los ámbitos que podamos construir. No son pocos y somos muchos. Ahora empieza otra etapa, en la que se comprobará que no era interés, sino amor y convicción lo que nos inspiraba.

El triunfo de Mauricio Macri y sus socios radicales es efectivamente, tal como afirman ellos, una bisagra muy fuerte. Y porque es la democracia el único sistema en el que creemos, la nobleza obliga a admitirlo y a no simplificar ni banalizar nosotros esta derrota. Lo que sigue es, decía, una profunda mirada hacia el espacio del FpV para entender mejor cómo se movieron algunos hilos viscosos que restaron fuerza y votos. El escenario imaginable es complejo y será duro también para muchos votantes de Cambiemos, sobre todo si son trabajadores.

Esta bisagra nos indica que para reenergizar nuestras ideas no nos vendría mal a todos un baño de humildad y también nos señala que esos verdaderos cambios estructurales por los que hemos luchado, sólo serán posibles con una sociedad altamente politizada, incluida también en la escucha cotidiana de cada dirigente, y está pendiente un monumental trabajo de base que, por lo visto, ha quedado a medio hacer.

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