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El país|Domingo, 30 de noviembre de 2003
LA REPRESION EN NEUQUEN Y LOS MOVIMIENTOS PIQUETEROS EN DEBATE

Cuando los hermanos no son unidos

Jorge Sobisch no se equivocó, fue congruente cuando comandó una represión feroz. Pero sí se equivocan los sectores medios, el gobierno nacional y los dirigentes del movimiento de desocupados que no encuentran modos de articulación y de respeto mutuo. Las razones y sinrazones de cada cual. Y algo sobre el flamante gabinete de Ibarra.

Por Mario Wainfeld
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El estadio Ruca Che está enclavado, valga la expresión, en la zona oeste de la ciudad de Neuquén, el más pobre y (por ende) el más poblado. Es un enclave porque se trata de un elefante blanco. Se construyó a todo trapo en 1995. Se lo construyó en tiempo record para el preolímpico de básquet y diz que costó seis millones de pesos cuando un mango equivalía (es una licencia poética) a un dólar. En ese ámbito primermundista Jorge Sobisch, gobernador del Neuquén, quiso iniciar un trámite de reempadronamiento de desocupados de cara a bancarizar el pago de los planes sociales. Una propuesta propiamente de plástico con la que también coquetea el gobierno nacional y que suscita rechazos masivos en las organizaciones de desocupados, mayoritarias críticas en especialistas en políticas sociales... pero que cuenta con el aval incondicional de las asociaciones de bancos y de periodistas de derecha o posmos, encarnizados luchadores contra el clientelismo político.
Las organizaciones piqueteras resistieron la medida, el gobierno provincial comandó una represión feroz que se dispersó por los barrios aledaños al estadio y se prorrogó por muchas horas. Diarios, canales y radios de la derecha hablaron de piqueteros armados. Lo cierto es que el saldo, un carajal de heridos todos civiles y casi todos militantes, muchos de ellos con bala de plomo, desnuda que los tiros salieron del lado de las “fuerzas del orden”. Orden neoconservador, ya se sabe. Este diario publicó una secuencia de fotos que prueba que el joven Pedro Alveal, que iba solo e inerme fue perseguido como si fuera una fiera por efectivos policiales que lo cercaron, lo balearon a quemarropa y le vaciaron un ojo. El diario de negocios Ambito Financiero utilizó la (ligeramente psicobolche) expresión “contención suave” para describir a la represión neuquina.
Ruca Che, en mapuche, quiere decir “casa de la gente”. La realidad, ingeniosa, suele propiciar símbolos ilustrativos. Que una política social segregacionista (¿qué otra cosa es, primero que nada, una “pobre-card”?) se ponga en acto en un circo romano fastuoso, fuera de contexto, menemista por decirlo en fácil, es todo un detalle.
Hasta acá, parafraseando a Rodolfo Walsh, los hechos.
Complejidades
Los hechos –reclamo social, policía brava, balacera contra pobres en barriadas ídem– pueden inducir a conclusiones demasiado lineales o maniqueas si no se analiza el contexto en el que se inscriben. El primer dato que no puede soslayarse es que Sobisch ha sido reelecto, por paliza, gobernador hace un ratito breve. Eso pese a que su provincia alberga a sindicatos de estado especialmente aguerridos y muy dados a ganar la calle. Mayorías silenciosas, aplastantes, ajenas casi siempre a la gimnasia de ocupar físicamente el espacio público, revalidaron al mandatario.
A Néstor Kirchner no le gustaría nada la comparación pero héte aquí que, visto desde ese ángulo, el escenario nacional no es tan diverso del neuquino. Consensos vastísimos acompañan la gestión presidencial, pero las calles son ocupadas cotidianamente por opositores cerriles, drásticos, tenaces. Kirchner sudaría la gota gorda si quisiera conseguir multitudes favorables en la calle, parangonables a las que lo desafían e irritan a diario. Es más: cabe imaginar que jamás podría lograrlo sin el concurso del aparataje del PJ bonaerense.
Suele haber quien lee el conflicto ninguneando a alguna de las dos representaciones, la política y la gremial de desocupados. Hay quien recusa sin más a la democracia formal o burguesa. Y sobran los que niegan toda legitimidad a los representantes de los sin trabajo. Si se piensa, como lo hace quien escribe estas líneas, que los dos tipos de mandatarios tienen legitimidad, el panorama empieza a revelarse complejo.
“La gente” y los otros
Los sondeos de opinión revelan que una luenga mayoría de los encuestados piensa: a) que los reclamos de los piqueteros son legítimos y deberían ser atendidos por el Estado; b) que sus métodos son inaceptables; c) que sus dirigentes son deleznables y d) que las cuestionadas protestas no deben ser reprimidas.
Se dirá que ese parecer no cierra. Que d) no va en línea con b) y c). Pero así opinan los encuestados, enconados pero temerosos de la barbarie policial, que conocen bien. La mayoría de la prensa llama a los encuestados “la gente” lo que implica por exclusión que los piqueteros y los desocupados no son gente. La prensa, en buena medida, no está de acuerdo con d).
Mucha prensa viene diciendo en estos días cosas bastante espantosas. Hay analistas que comparan a los pobres que manifiestan por las calles con zombies, siendo que negar condición humana al “otro” es el primer, ineludible paso del racismo y de la justificación de la violencia más cerril. Hay quien se enardece porque quienes marchan consumen “vituallas”. Ese vocablo es inadecuado, pues parece aludir a catterings del Gato Dumas y no a gaseosas o jugos de segunda o tercera marca y sandwiches nada fastuosos que son la pitanza de los humildes. Pero es aún más grave proponer que hombres, mujeres y niños recorran la ciudad durante horas sin beber ni comer. Si así se hiciera, los dirigentes piqueteros condenarían al hambre y la deshidratación a sus bases. Esa tarea compete a otros sectores de la sociedad, que la vienen haciendo bastante bien.
Los conservadores argentinos suelen ser ignorantes, violentos y racistas. Sectores progres suelen adornar a sus adversarios con la omnisciencia y decidir que todo lo que hacen es hábil y astuto. Quizá no sea tan así. La intolerancia y el sectarismo de la derecha a veces consulta sus intereses estratégicos y a veces los perjudica. Si fueran sensatos sopesarían los pros y contras del Plan Jefas y Jefes de Hogar y de los movimientos piqueteros como dique de tensiones sociales. Y concluirían que han sido mucho más funcionales al mantenimiento de la paz social que al de la violencia (que casi ninguno de ellos predica y casi ninguno practica) o al de la revolución (que varios predican pero que pocos acompañan con prácticas consistentes).
Un conservador (popular) que sí entendió la función de contención social, de integración de los movimientos de desocupados fue Eduardo Duhalde, quien negoció con ellos y les abrió espacios de poder en pos de evitar males mayores. En la virtud está la penitencia: en los febriles días de 2001 y 2002, la negociación con los piqueteros fue vivida con alivio por “la gente”. Pero, una vez alejado el fantasma de la insurrección y los saqueos, el temor cede paso a la segregación y la mala onda.
A guardar la cacerola
Es un tópico destacar que los sectores medios urbanos (núcleo duro del consenso a Kirchner) y en especial los porteños están que trinan contra los piqueteros. Lo que no se hace tanto, tampoco en los despachos oficiales, es darle contexto histórico a esa bronca y ponerla en cuestión. Sin embargo, no hace falta una memoria portentosa para recordar la consigna “piquete y cacerola/ la lucha es una sola” que acompasó varias caminatas piqueteras hace poco más de un año. Eso ocurrió cuando la clase media blandió cacerolas y salió a la calle en defensa de intereses propios y generales. Ahora, casi todas las marmitas se han enfundado, como posible consecuencia del repunte de la economía que ha calmado muchos nervios yenviado al freezer muchas lealtades y alianzas. Seguramente la tangible crispación de muchos porteños medios y de a pie es exagerada e intolerante. Todo indica que estos actores, cuya rabia es adulada y acicateada por comunicadores de derecha, se equivocan de enemigo y dejan en el altillo solidaridades mínimas que hacen a la idea de nación y de comunidad.
Los dirigentes piqueteros, en su casi totalidad, también parecen errar en su táctica y en a quiénes eligen como enemigos. La reputación de una fuerza social no depende sólo de cómo la miran los otros, sino también de lo que hacen los cuadros que las conducen. La protesta recurrente, fastidiosa, al servicio de consignas demasiado surtidas, carente de toda consideración por el conciudadano afectado se viene transformando en una errónea rutina. Los piqueteros salen a la calle para hacerse visibles, reclamar derechos, articular con otros sectores. Hacerse ver y escuchar por quienes son iguales (todos somos gente, también los transeúntes) exige el arduo esfuerzo de ver y escuchar al otro, sus necesidades, sus criterios, sus ansiedades. Aún sus errores o desmesuras cuando de un aliado potencial se trata. El enemigo no está, de ordinario, parado a metros del piquete despotricando porque no puede llegar al trabajo. Está en otro lado y la protesta no siempre toma razón de ese dato, primario por demás. Demonizar a un gobierno que buena parte de la población, incluyendo capas medias y bajas por ingresos, mira con esperanza y hasta con afecto, es una reiteración poco racional de conductas anteriores desplegadas en otros escenarios políticos. No detectar el cambio de clima es, para un dirigente popular, un error.
También contribuyen al descrédito de las organizaciones las peleas sectarias, brutales, internistas de muchos de sus dirigentes. Como suele suceder con tantas divisiones del “campo popular” las invectivas cruzadas no se anulan sino que se suman alimentando el desprestigio de todos los contendientes. Se trata de un debate ilustrativo de la sabiduría de Martín Fierro: todos los antagonistas pierden y ganan los de afuera. Quienes, en este caso plenos de astucia, hacen de portavoces estentóreos de la grita.
Y por casa (Rosada), ¿cómo andamos?
Muchos integrantes de la clase media se han replegado a un individualismo poco deseable. Mucha dirigencia piquetera parece encaprichada en radicalizar el hostigamiento a quienes debería interpelar para sumar. El Gobierno tampoco las tiene todas consigo.
El Presidente acuñó una consigna referida a qué hacer con la protesta piquetera: “ni palos, ni planes”. La idea básica es sencilla (quizá demasiado sencilla), la ejecución deja bastante que desear.
Por lo pronto, ya se ha dicho, no es real que el Gobierno no reparta planes. No los hay en el Jefas y Jefes cuyo padrón (desnaturalizando su valiosa condición original de plan universal) se ha congelado. Pero hay otros planes y éstos sí se han entregado aquí y allá con escasa transparencia y con prodigalidad muy variada. Los más favorecidos han sido las agrupaciones más oficialistas. La continua gimnasia de reclamar y entrar a los despachos oficiales no es una liturgia hueca ni la búsqueda exclusiva de orejas amigas. Eso siempre vale en política pero más valen las manos abiertas.
Palos no hay y lo bien que hace el Gobierno. Pero lamentable y contradictoriamente el oficialismo, empezando por su vértice presidencial, está demasiado enfurecido con los piqueteros. Kir-
chner es muy celoso de la autoridad presidencial y vive como un desafío intolerable que otros le ocupen la calle, máxime porque percibe que sus bases (un apoyo social muy vasto pero diseminado) son silentes. Además, el patagónico es muy tributario de los (malos) humores de las clases medias urbanas, de las que ya bastante se dijo.
Pero la principal falencia del Gobierno no es otorgar algunos planes o estar demasiado erizado. Lo peor es la falta de una política social vasta y abarcante para la contingencia, que tiene trazas de durar mucho tiempo. Las acciones de Desarrollo Social (que tomará a su cargo en breve el Jefas y Jefes) son en general minimalistas, enderezadas a crear una cultura cooperativa y de trabajo. Todo eso está muy bien pero abarca universos muy acotados de beneficiarios.
La decisión de Economía es escatimar nuevos planes porque la generación de empleo viene a macha martillo. Un cálculo que parece pecar de optimista y algo desaprensivo respecto de la situación de millones de desocupados que (en el mejor de los casos) seguirán siéndolo en 2007, cuando termine el mandato de Kirchner.
Pueden decirse muchas cosas contra los subsidios al desempleo y el Gobierno expresa, desde distintas ópticas, argumentos sugestivos. Pero es disputable que, en el corto lapso de tres años, haya un modo superador para paliar los efectos de la falta de trabajo. Aunque en la Rosada y aledaños se piense diferente y aunque irrite el sentido común de muchos ciudadanos de a pie, la Argentina necesita ampliar la cantidad de personas subsidiadas en su necesidad en el corto plazo. Porque para que haya trabajo falta más tiempo de lo que suele discurrirse en algunas mesas de arena y porque hay millones que no pueden esperar hasta ese entonces.
Una voz en el portero
El politólogo sueco que escribe su tesis de posgrado sobre la Argentina sale transpirado, feliz de dar la vuelta olímpica con Boca. Pero no todo es euforia. Trémulo, acelera el paso hacia la casa de su más que amiga, la prima pelirroja progre. La muchacha no lo atiende y nuestro científico quiere revertir la situación. Toca el timbre, ramo de fresias en ristre, y espera ansioso. Una voz de hombre le responde y le espeta que la pelirroja salió vaya a saber dónde. La voz está impostada, en falsete, pero el politólogo no se engaña. Hay erres mal pronunciadas, proliferan jotas no previstas en el Diccionario de la Lengua. Quien está en casa de la colorada es su ayudante, el pasante noruego. El hombre le ha salido contrera e hincha de River y, alejado contingentemente de la pasión deportiva, parece haberlo primereado. “Desafortunado en el juego...” ríe el pasante y cuelga el tubo.
El politólogo, perdido por perdido, resuelve abocarse a terminar su informe para su padrino de tesis, el decano de Sociales de Estocolmo. Pero carece de data básica y hasta de imaginación. Así que vuelca su fastidiosa saga de lugares comunes. “La democracia argentina tiene muchas asignaturas pendientes. La clase política está desacreditada porque no escucha las demandas de la sociedad. Y según las encuestas, la gente apoya a Kirchner pero está furiosa con los piqueteros que, según he leído en una reciente nota periodística, no son gente.”
Un cacho de transversalidad
En una semana colonizada por la violencia en el Neuquén y las polémicas sobre los piqueteros, fue interesante la designación del gabinete de Aníbal Ibarra. El jefe de Gobierno encarna el logro electoral más claro de Kirchner después de su propia elección y el intento más patente del nuevo espacio transversal.
Ibarra le debe su reelección al apoyo de Kirchner, así como Kirchner le debe su presidencia al apoyo de Duhalde. Si Kirchner llegó a la Rosada sospechado de ser el Chirolita del bonaerense, Ibarra reentraba en Avenida de Mayo 525 sospechado de estar telecomandado por el patagónico. La simetría se prolonga pues la conformación del equipo de gobierno dispensa, por ahora al menos, de toda sospecha al porteño. Ibarra rearmó su staff dando claras trazas de continuidad y de autonomía. Mucha de su gente fueconfirmada, eventualmente cambiada de función. Y las concesiones al kirchnerismo en la primera línea fueron francamente módicas.
Ibarra reconoce que Kirchner, explícitamente, lo instó a obrar así. “No dejes que nadie te forme el gobierno”, le predicó y él mismo obró en consecuencia. Aparte del designado Héctor Capaccioli portavoces de Alberto Fernández formularon lo que el mismo Ibarra describió ante sus huestes como “sugerencias”, nada impositivas: Jorge Coscia o Julio Alvarez para el área de Cultura, Pedro Cámpora para el área social. Pero en esa área Ibarra tenía a su baraja más llamativa, Rafael “Balito” Romá, un peronista que milita en el ARI y que tiene vasta experiencia de gestión. Una designación audaz, que parece expresar bien lo que el jefe de Gobierno llama “la transversalidad en clave porteña”.
La alianza entre Ibarra y Kir-
chner funcionó pues, sin dedos cargosos y sin sobreactuaciones de adhesión. “A Kirchner le conviene que seamos autónomos –pontifica Ibarra–, incluso que lo critiquemos. Si no se mira con miopía hasta le conviene que Vilma (Ibarra, su hermana senadora) critique la designación de María Laura Leguizamón. Eso demuestra que no somos obsecuentes y valoriza más nuestros apoyos a otras decisiones.”
Aunque los protagonistas lo nieguen muchos ya tienen en mira la sucesión de Ibarra que no puede reelegir en 2007. El jefe de Gabinete Alberto Fernández se ha puesto en la pista pero tanto en la Rosada como en el gobierno de la ciudad niegan que exista ya algún pacto que defina su candidatura. “Falta mucho”, dice Ibarra y asegura a su gente que Jorge Telerman sigue en carrera, que Roberto Feletti es un prospecto interesante y que Daniel Filmus también podría pintar en un escenario abierto.
Las tres ciudades más grandes de la Argentina son manejadas por figuras alternativas a los grandes partidos. Allí anida en huevo la renovación de la política que propone Kirchner. Las primeras movidas del renacido jefe de Gobierno parecen augurar un futuro interesante en el más grande de los tres.
Retomando
Pero el tono de la semana estuvo dado por la discusión sobre los piqueteros, sus modos de protesta, su pertinencia como dirigentes. Una discusión central en la que, como se dijo, ni los piqueteros ni el Gobierno ni los sectores medios dan del todo en la tecla. En ese terreno, la desguarnecida derecha nativa, esa que perdió a manos de las coaliciones Kir-
chner-Duhalde e Ibarra-Kirchner recupera una indeseable hegemonía. Que se expresa en la derechización del discurso público y en las balas que asolaron los pobres barrios que entornan el fastuoso estadio Ruca Che.

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