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El país|Domingo, 27 de diciembre de 2015
Los límites de la politización de las causas AMIA y Nisman, un dilema para Malcorra

En la cuestión iraní el diablo está en los detalles

¿Buscar un cambio de percepción en los Estados Unidos e Israel para negociar mejor con los buitres? ¿Redondear la imagen de presidente distinto en Sudamérica? ¿O quedar bien con Netanyahu al punto de enfrentarse con su enemigo Barack Obama? Dilemas entre el realismo y las presiones externas.

Por Martín Granovsky
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La canciller, Susana Malcorra, todavía no definió la política exterior respecto del gobierno iraní.

La canciller Susana Malcorra aún no diagramó su estrategia para una de las cuestiones más sensibles de la política exterior como la cuestión iraní. O, con más precisión, la cuestión iraní unida a las relaciones con otros dos países, los Estados Unidos e Israel. Es que el gobierno de Mauricio Macri en su conjunto no parece haber decidido la respuesta para una pregunta previa: ¿el complejísimo entramado que tiene a Teherán en el centro y aristas en Jerusalén y Washington será parte de la diplomacia o solo un tema de política interna para marcar diferencias con el kirchnerismo e incluso producirle costos?

El asunto no fue ni de lejos el tema principal en el almuerzo que la canciller ofreció a sus ex colegas presentes en la Argentina, Susana Ruiz Cerrutti, Domingo Cavallo, Adalberto Rodríguez Giavarini, Carlos Ruckauf, Rafael Bielsa y Jorge Taiana. Dante Caputo y Héctor Timerman se excusaron porque no estaban en Buenos Aires. El de mandato más largo, Guido Di Tella, con casi nueve años en el cargo, murió.

Según lo conversado en esa reunión, Malcorra parece más enfocada a lograr un acuerdo con la Unión Europea en coordinación con Brasil que a enfrascarse en las complejidades del Medio Oriente. Y sus interlocutores también. Qué hacer con los acuerdos ya firmados con China sin interrumpir las buenas relaciones con Beijing fue otro de los puntos de una charla que, al contrario de lo que trascendió en algunos medios, no se centró en Venezuela ni recogió otro consenso que el respeto por los derechos humanos. No hubo, por ejemplo, y tal vez no era la idea original, un acuerdo para combatir a la oposición venezolana. Por lo menos tres de los presentes (Rafael Bielsa, Jorge Taiana y Susana Ruiz Cerrutti) son partidarios históricos de ayudar discretamente a países sudamericanos en crisis sin presiones públicas.

Cómo meter en el tablero del nuevo gobierno el asunto iraní es difícil. Involucra por lo menos un plano de investigación judicial sobre el atentado de 1995 contra la AMIA y otro plano de relaciones con el mundo. El primero puede seguir su curso natural. Después de la muerte de Alberto Nisman un nuevo equipo de fiscales no cuestionados profesionalmente en su momento ni por el PRO ni por la UCR se propuso revitalizar la causa AMIA con la idea de descontaminar el expediente de indicios de inteligencia ajenos a la pesquisa o de mentiras sembradas durante 21 años de causa sin resultados. La salida de Antonio Stiuso de la ex SIDE en principio debía favorecer la descontaminación.

En realidad cualquier gobierno que sucediera al de Cristina Fernández de Kirchner, uno de Daniel Scioli u otro de Mauricio Macri, supondría un cambio automático en el tablero.

La ex presidenta estaba muy comprometida al menos con dos hechos. Uno, el decomiso de material de comunicaciones en un avión militar norteamericano estacionado en Ezeiza en 2011. Otro, el acuerdo con Irán de 2013. El primer hecho supuso un enfriamiento de las relaciones con Washington que el arreglo con el Club de París, el pago a Repsol y el acuerdo con Chevron con Vaca Muerta atenuaron pero no llegaron a terminar. El ex canciller Héctor Timerman siempre sostuvo que el acuerdo con Irán respondió solamente a la intención de encontrarle una vuelta judicial al estancamiento de la causa AMIA, parada en la visión del gobierno por la imposibilidad de interrogar a sospechosos iraníes. El punto es que el pacto Teherán-Buenos Aires cayó justo en el momento de mayor ofensiva de los ultraconservadores israelíes de Benjamin Netanyahu no solo contra Irán sino contra el propio Barack Obama. El presidente norteamericano, además, estaba jaqueado internamente por los mismos fondos buitre que amenazaban y aún amenazan a la Argentina. Por un lado, los fondos de Paul Singer atacaban cualquier atisbo de regulación financiera incluso o en primer lugar en los Estados Unidos. Por otro, tal como publicó este diario cuando reveló varios artículos de la revista ultraconservadora Commentary, Singer y los poderosísimos hermanos Koch jugaron abiertamente por Netanyahu en las últimas elecciones israelíes. También se oponen de manera virulenta al acuerdo entre los Estados Unidos e Irán basado en la prevención administrada con paraguas internacional para que Teherán no se convierta en potencia nuclear.

Ni para Macri ni para Scioli, con sus diferencias, el pacto argentino con Irán era central. Incluso es probable que un triunfo de Scioli hubiera bajado los decibeles del tema. Para Scioli la defensa del arreglo del 2013 no era en absoluto un tema de agenda futura. Scioli tenía decidido que sus prioridades serían Brasil, Sudamérica, América latina, China, Rusia, Europa y la recomposición gradual de relaciones con los Estados Unidos. También con Israel. Pero como en este caso no había habido un decomiso ni un conflicto bilateral el juego consistiría en quitarles argumentos o excusas a los duros más duros de Jerusalén. De hecho. Sin discutir. Sin grandilocuencia. A lo Scioli.

El candidato del Frente para la Victoria no llegó a decir qué haría con el trámite judicial del Memorándum de Entendimiento firmado con Irán. Macri, que ganó, lo hizo. Desistió de la apelación ante el fallo de la Cámara Federal que en mayo de 2014 declaró inconstitucional el acuerdo. La movida, que había sido anunciada previamente por el ministro de Justicia Germán Garavano, es una señal política que la maquinaria de la Justicia tradujo en una resolución de media carilla de la Cámara de Casación Penal. Si el Gobierno pensara que es más fácil negociar con los holdouts en condiciones más favorables que las antiguas siempre que antes mejoren las relaciones con los Estados Unidos e Israel, o que al menos es más fácil si antes se remueven las excusas para la propaganda falsa de los buitres asimilando a la Argentina con el negacionismo iraní, luego debería decidir hasta dónde llega. ¿Actuará, como hasta ahora, dando señales? ¿O sobreactuará? ¿Buscará salir silenciosamente del conflicto de Medio Oriente o se meterá de lleno pensando que a la Argentina le conviene? ¿Se pondrá a tono con Obama o seguirá de largo y terminará jugando con quienes desean un final vergonzoso del presidente norteamericano para que en enero de 2017 los republicanos Marco Rubio, Ted Cruz o Jeb Bush sean sus reemplazantes y no la demócrata Hillary Clinton?

Será interesante observar los movimientos de Mario Cimadevilla, designado para la nueva secretaría de Estado para seguir las causas AMIA y Nisman. El ex senador chubutense puede caer en la tentación de sobredimensionar el caso Nisman, en la línea de los fiscales como los florecidos Raúl Plée y Germán Moldes, para propinar un castigo a Cristina y al cristinismo, que se comprometieron con el Memorándum como si fuera un acto clave de política exterior soberana comparable a la integración sudamericana. Si al politizar las causas Cimadevilla terminase inscribiendo aún más que ahora los dos casos en la crisis del Medio Oriente o en la puja norteamericana, el Gobierno podría terminar en una paradoja. Seguirá atado a una lógica que un país con la ubicación geopolítica y el porte de la Argentina no está en condiciones de dominar. Y, para peor, es posible que seguir los deseos de Bibi Netanyahu como si fueran órdenes no sirva para negociar mejor con los buitres. Ni siquiera la transferencia de ingresos al sector financiero o a las cerealeras requieren meterse a tal punto en un escenario inmanejable que, por lo que se ve, al menos hasta ahora no sedujo a Malcorra.

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