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El país|Viernes, 5 de diciembre de 2003
EL CAMBIO DE HUMOR SOCIAL SOBRE LOS PIQUETEROS

Vaivenes de la clase media

Un sondeo de Graciela Römer muestra cómo el fenómeno piquetero cayó en la ponderación social desde 2001. El dilema del Gobierno.

Por Raúl Kollmann
En los últimos dos años cambió fuertemente la mirada sobre el fenómeno piquetero. En 2001, más de la mitad de la gente lo consideraba expresión de un reclamo legítimo de los que no tienen trabajo, pero hoy la opinión varió y más de la mitad cree que los piqueteros están manejados por activistas y no representan al pueblo. En consonancia con esa óptica, ha crecido en forma nítida la proporción de ciudadanos que considera que el Gobierno debe ponerse firme y evitar que obstaculicen el tránsito. En este momento, la mitad de los consultados tiene esa postura, aunque prácticamente la otra mitad cree que se debe negociar y buscar con ellos una solución.
“El Gobierno está en el dilema del prisionero. Si toma el camino de la represión, corre el riesgo del desborde de las fuerzas policiales y eso impactará en su contra como impactó contra Fernando de la Rúa o Eduardo Duhalde. Si, en cambio, el Gobierno toma el camino del diálogo, y no consigue cierto orden, también le va a jugar fuertemente en contra. El desafío hoy es justamente cómo salir de ese dilema”, sostiene la consultora Graciela Römer.
Las conclusiones sobre la opinión de la gente sobre los piqueteros surgen de una encuesta realizada por la consultora Graciela Römer y Asociados. En total fueron entrevistadas, en sus domicilios, 300 personas de la Ciudad de Buenos Aires. El objetivo fue justamente calibrar la opinión de los porteños, ya que es en su territorio donde se producen la mayoría de los cortes y movilizaciones piqueteras. En el estudio realizado por Römer se respetaron las proporciones por edad, sexo y nivel económico-social.
“Nos interesó evaluar la opinión de los porteños, no sólo porque es acá, en Buenos Aires, donde se producen los cortes, sino también porque, entre otras cosas, ha sido el bastión del progresismo –explica Römer–. Lo que vemos es una tensión entre lo que esa gente progresista considera políticamente correcto y las molestias que objetivamente le plantean las movilizaciones piqueteras. Existe una fatiga en la mayoría de la población por lo que producen los piqueteros, pero atención que en su momento despertaron bastante simpatía. Creo que hace dos años la gente veía reflejado en ellos su propio temor al desempleo y al empobrecimiento. Esa simpatía se ve en forma clara en nuestra encuesta.”
Römer considera que “el movimiento piquetero ha sido poco inteligente. No logró capitalizar aquella simpatía por lo molesto de la forma de protestar y ahora se empiezan a poner la gente en contra. El movimiento piquetero está perdiendo una oportunidad importante”.
“Yo creo que todavía está muy presente y vigente la posición de que el Estado debe llevar adelante programas de ayuda a los sectores desprotegidos. Más allá de lo que se diga, en nuestras encuestas, existe una amplia mayoría a favor de los planes sociales. Es cierto que también se percibe manipulación, capitalización política vía el clientelismo. Pero eso no es obstáculo para que la gran parte de los consultados reafirme su pensamiento sobre el papel que el Estado debe jugar respecto de la pobreza. Hay otro elemento: la gente ve que el hambre es un problema que no se solucionará a corto plazo y por ello justamente respalda la idea de que el Estado se tiene que ocupar. Contra lo que muchos dicen, es muy minoritario el sector que, con el argumento del clientelismo, plantea que el Estado no debe intervenir, se tiene que retirar de la cuestión social.”
“Con todos esos elementos sobre la mesa, yo diría que la posición del porteño es ambivalente –redondea Römer–. Está convencido de que los piqueteros son usados políticamente, pero desconfía del uso de las fuerzas de seguridad. No sólo porque están cuestionadas éticamente, sino también porque no las considera idóneas. El ciudadano común piensa que si intervienen habrá desbordes, como el 20 de diciembre, como en Neuquén o Salta. La imagen es que habrá muertos. Por ello, espera que el Gobierno ponga orden, quiere posturas más duras, pero sin llegar a una represión que provoque desbordes. ¿Cómo se logra eso? Yo diría que la gente no lo tiene claro. Ve que la negociación de la que habla el Ejecutivo tampoco prospera y que no hay resultados efectivos. O sea, al porteño le gustaría que hubiera negociación, pero con resultados. Quiere políticas efectivas para sostener el orden y por eso yo insisto en que el Gobierno está en el dilema del prisionero: si reprime y hay desbordes, habrá efectos muy malos en su contra: si negocia, pero no consigue orden, también habrá efectos negativos sobre el Gobierno. Yo diría que harán falta talento, creatividad y estrategia para salir del dilema.”

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