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El país|Domingo, 7 de diciembre de 2003
OPINION
EL TITULAR DE LA UIA SE PLEGO A LOS RECLAMOS DE REPRESION

Pidiendo leña desde el Sheraton

No son burgueses ni nacionales pero están siempre cuando se pide represión. El ejemplo de esta semana, un discurso incoherente. Duhalde también dijo lo suyo y logró encolerizar a Kirchner. Las razones de la incomodidad oficial. Las tensiones entre Duhalde y Solá y el nuevo gabinete bonaerense. Un vistazo sobre el Congreso que se viene.

Por Mario Wainfeld
Alberto Alvarez Gaiani es un digno representante de la llamada “burguesía nacional”, cuya primera característica es no ser ni burguesía ni nacional. El hombre preside la Unión Industrial Argentina (UIA) y es menemista, es decir partidario del régimen que arrasó con el patrimonio público, renunció a la moneda argentina, entregó por monedas (y coimas) el petróleo y resignó de por vida la renta petrolera. También el propulsor del modelo que expulsó a millones de argentinos del mercado de trabajo.
Más personalmente, integra un sector que careció siempre de conciencia nacional y aun de clase, que consintió que se desbaratara la industria local, resentida por la entrada sin control de productos foráneos. Un sector que aceptó pasiva, cuando no alegremente, entregar fábricas y empresas venerables a advenedizos financistas o a extranjeros algo más schumpeterianos. Si se mira un poco más atrás, la “burguesía nacional” fue instigadora y cómplice del golpe del ‘76, del que esperaba (y obtuvo) que desbaratara el esquema proteccionista y distributivo que rigió desde el ‘45 hasta el ‘75. En aquel entonces la susodicha corporación, exagerando apenas, impulsó y consintió un genocidio porque le molestaban el control de precios y los delegados de fábrica. Hoy, fiel a su historia, ni burguesa ni nacional pero sí derechosa y represora, pide leña. Trabajadores dependientes fueron la mayoría de los desaparecidos, sin que la dirigencia corporativa empresaria, salvo módicas excepciones, se rasgara las vestiduras. Ahora, cuando el desempleo (cerrando el círculo abierto por el terrorismo de Estado) domesticó bastante a los asalariados, piden sangre de piqueteros.
Santa es la democracia e intocable el derecho de cualquier ciudadano a opinar sobre cualquier tema. Esto dicho, subleva que alguien tan poco legitimado se dedique a pontificar sobre políticas sociales, sobre desempleo, sobre represión. Los argumentos de Alvarez Gaiani están a la altura de su catadura. El hombre afirma que los piquetes de desocupados resienten la producción, sin molestarse en arrimar datos que den arraigo a tamaña conclusión. Y (en un giro macartista que tuvo su indeseable eco en la voz de Gustavo Beliz) mezcla la inseguridad urbana, policausal y compleja con la protesta social. Esto es, estigmatiza como delincuentes a quienes ocupan el espacio público para hacerse visibles y audibles. Su arenga no explica qué podrían hacer para dar a conocer sus reivindicaciones y su mera existencia. Habría que recordarle que no todo el mundo puede instalar una tribuna en el Sheraton de Pilar, donde un almuerzo bien regado supera el montante de una quincena de un Jefe de Hogar.
El Gobierno, medido de acuerdo con sus propios criterios, fue blando con el troglodita líder de la UIA. Cierto es que Néstor Kirchner, que conocía de antemano la arenga, no asistió al cónclave. Pero sí hubo varios ministros, incluido Julio De Vido, que habló después de Alvarez Gaiani y no le replicó una palabra. Medido de acuerdo con los códigos impresos por el actual oficialismo –que hace un culto de regañar de cuerpo presente a presidentes, empresarios y diplomáticos–, De Vido se achicó. Calló (y por ende otorgó) que en la bucólica escena de Pilar quedara como única voz la que pide, aunque esquive la palabra, represión para los que cuestionan las más chocantes injusticias del capitalismo argentino.
A Kirchner y su círculo más íntimo no suele preocuparlos ser corridos por derecha, un temor que formateó al menemismo y a la Alianza. Pero sí los estremece no tener el consenso altísimo (y por ello, ¡ay!, perecedero) que acompaña al Presidente desde que lo es. El debate público sobre los movimientos de desocupados añade una novedad a lo ocurrido desde el 25 de mayo: las críticas por derecha tienen más consenso que la posición oficial. Y eso, en la Rosada, pone en estado de asamblea los esquemas y altera los nervios.
Mano de seda o manopla
Que alguien lo corra por derecha y cuente con el aval de “la gente” enfurece a Kirchner. Para qué contar cómo tomó ser corrido por Eduardo Duhalde. “Estaba rabioso. Es la primera vez que lo escucho insultar a Duhalde”, cuenta un confidente presidencial. “Estaba exacerbado”, relata, a su vez, un ministro. La bronca era tal que un duhaldista de ley, José Pampuro, salió a ponerle un límite al ex presidente. Este pareció registrar el mensaje, tanto que habló desde algún lugar de El Líbano (seguramente similar al Sheraton de Pilar) donde comparte un periplo con Lula da Silva, para bajar el tono de la polémica.
“Duhalde se lleva bien con Néstor pero le presta demasiado la oreja a hombres que están en las antípodas del presidente”, dice un protagonista que conoce y quiere bien a ambos. “Carlos Ruckauf y Alfredo Atanasof son, hoy por hoy, interlocutores principales de Duhalde, que aspira a que sean presidentes de sendas comisiones en Diputados... y ellos no se llevan nada bien con Kirchner”, redondea. Y luego filosofa “aunque parezca lo contrario, Duhalde no sabe bien qué hacer ahora, no sabe dónde está parado. Por eso lo hizo enojar gratis a Lupín. Y por eso lo asfixia de más a Felipe (Solá)”.
El duhaldismo y
Duhalde mismo
“Elegí al Presidente y al vicepresidente de la Nación, al gobernador de la provincia y a la vicegobernadora. ¿Cómo no voy a elegir a las autoridades del Senado de la provincia?” El silogismo político, cuentan allegados muy allegados, brotó de Duhalde cuando se le preguntó si no estaba limitando demasiado el poder de Solá. Duhalde y Solá comparten algo: están muy enfadados con el otro. Al cierre de esta nota (sábado al mediodía) llevan largos días sin cruzar palabra.
El gobernador sufrió la anunciada baja de Juan José Alvarez, herido de muerte por el gobierno nacional. Tal como vino anunciando desde el vamos este diario, Kirchner le bajó el pulgar muy pronto, una decisión que combina desconfianzas varias, cuya proporción es difícil de ponderar, aun por los mismos protagonistas. El Presidente no cree que Juanjo esté comprometido en su cruzada contra el delito y la corrupción policial, por un lado, y esto es lo que extrovierte ante quien pueda oírlo. Pero también guarda enconos de la campaña pre-electoral pues sospecha que Alvarez operó de consuno con Ruckauf y algún periodista para imponerle un vicepresidente (el propio Juanjo o Roberto Lavagna). Y, por último (en esta enumeración, no necesariamente en la escala de valores del presidente), no le cae nada bien el pasado político de Alvarez, muy vinculado a la derecha peronista. Demasiados lastres para un hombre solo ... Alvarez cayó casi sin haber gestionado el área de Seguridad de la provincia, un trabajo por demás insalubre.
Lo sustituirá un amigo personal, compañero de facultad y de militancia del gobernador sin experiencia en su puesto, que debe ser el más duro e ingrato del sistema político argentino. A Juan Pablo Cafiero –un político valiente, tenaz y derecho como pocos– le costó literalmente jirones de su cuerpo, sin haber conseguido cambiar mucho la historia y sin cambiar nada la sensación térmica ciudadana.
Raúl Rivara metió las de andar haciendo alarde de su falta de conocimiento previo en su área de gestión. Es real que muchos aprendieron esas tareas haciéndolas (es el caso del propio Alvarez o León Carlos Arslanian, hoy reputados expertos), pero no es sagaz confesar eso ante la opinión pública.
Solá asegura que no sólo lo puso por la enorme confianza que le tiene sino también porque Rivara tiene probada aptitud para desempeñarse en el Estado, amén del imprescindible coraje personal. También sopesó que Rivara, desde la gestión, ha hecho excelente migas con De Vido, un pingüino de la mesa chica de Kirchner, quien aprobó al flamante ministro.
Otro nombramiento que, cuentan en La Plata, fue consultado con el gobierno nacional es el de Jorge Sarghini en el Banco Provincia. “El oveja”, que así lo llaman, contó con el apoyo expreso de Lavagna, refieren muy cerca del gobernador.
Aun mediando estos cuidados es claro que Solá y Kirchner no terminan de tenerse confianza, si es que han empezado. Kirchner lo distingue positivamente del duhaldismo, pero a veces lo moteja de indeciso. Y Solá piensa que muchos funcionarios nacionales le tienen inquina y que el propio Presidente acepta con demasiada facilidad denuncias sobre la provincia y les da curso (sobre todo mediático) sin chequearlas a fondo y sin consultarlas con él.
En el gabinete bonaerense, Rivara es la regla y Sarghini la excepción. El nuevo equipo de gobierno es netamente felipista, revelador de la intención del gobernador de cerrar filas con su gente, ante lo que él lee como un hostigamiento cerril del duhaldismo y de Duhalde mismo. Manuel Quindimil, un emblema de lo más rancio del peronismo bonaerense, se permitió desairarlo con estrépito durante un acto. La bronca alude al reparto del Ejecutivo provincial, pero también a la detención del intendente de Malvinas Argentinas Jesús Cariglino. Esas batidas, que interesan y hasta entusiasman a Kirchner, suscitan reacciones fenomenales de la tropa de Duhalde. Solá está apresado en esa compleja puja.
“El gabinete está compuesto por buenos tipos, pero revela poca convocatoria. Es un grupo muy cerrado. Es el gabinete de un gobernador que está de salida, no el que debe tener uno que empieza su gestión”, fulmina un duhaldista no enconado con Solá, o sea una minoría dentro de su sector. El gobernador confía en que le irá bien en su gestión. Las encuestas dicen que su imagen pública no constela tan alto como la de Kirchner, pero sí supera a la de la mayoría de los políticos, ni qué decir a la de sus antagonistas territoriales, Duhalde incluido.
La provincia de Buenos Aires fue el punto de partida de los manifestantes del 17 de octubre del ’45, obreros orgullosos y en ascenso. Y por años fue albergue de la Argentina fabril, de los sindicatos poderosos, del vandorismo, de los gremios combativos. Ahora es el territorio donde moran más desocupados, más piqueteros. Y donde el delito es más salvaje. O sea, fue la provincia del peronismo de los 40 y 50 y es la provincia de lo que deja el de los 90. Solá debe andar y desandar ese laberinto. Le quedan cuatro años muy duros por delante. Porque, aunque así no lo parezca, su mandato recién comienza el miércoles que viene.
Los que quedan
y los que hay
El 10 comienzan muchos mandatos, incluido el de cuatro años de Kirchner. El peronismo gobierna la mayoría de las provincias pero el radicalismo conserva cinco. El Congreso nacional tiene mayoría justicialista y la segunda fuerza es la de los boinas blancas. En las intendencias ocurre igual, el radicalismo conserva centenares. El bipartidismo sigue existiendo, con un partido dominante y uno que (siguiendo a pies juntillas el mandato de Ricardo Balbín) se dedica a perder y acompañar.
Las tres ciudades más grandes de la Argentina serán gobernadas por figuras que no militan en esos partidos: Aníbal Ibarra en Capital, Miguel Lifschitz en Rosario y Luis Juez en Córdoba. Kirchner aspira a que esos tres “transversales” crezcan en las elecciones de 2005, parlamentarias y por ende más propicias para el voto expresivo. Sueña con comandar en 2007 un frente ideológicamente más coherente que el que, tras una conjura de astucias, azares y defecciones, lo depositó en la Rosada. Su intención es tener un pie en el PJ y otro fuera de él pero, como buen peronista, sólo considera buenos aliados a los que son “buenos” y aportan poder, prestigio y apoyo popular.
Los referentes progresistas que no integran el PJ tienen por delante un desafío interesante y complejo. No están frente a un gobierno conservador, reaccionario, ni medroso. Ni siquiera frente a uno sordo a su prédica y sus críticas. Se trata de un escenario exótico para los hábitos de la centroizquierda nativa, habituada a hacer de telebim de sucesivos oficialismos, muy proclives a estar en off side. El sector a menudo se ha apoltronado o profesionalizado en la crítica de gobiernos al unísono intratables y poco permeables. Muchos de sus dirigentes no terminan de aceptar o de creer que ese tiempo es pasado.
Elisa Carrió optó por dejar el Parlamento, el lugar en el que acumuló prestigio político de rango nacional y el que más se aviene a sus condiciones de opositora visceral, crítica consistente y oradora impar. La líder del ARI dice estar muy conforme con su decisión. No es fácil compartir su satisfacción y su optimismo. Cuesta mantener predicamento público desde el mero llano, se depende demasiado de la presencia mediática que es muy tributaria de la agenda institucional. El tiempo y las circunstancias dirán, pero da la sensación que el Congreso la va a extrañar muy pronto y que ella va a extrañar al Congreso no muy tarde.
Hermes Binner deja la intendencia de Rosario, en la que cimentó un prestigio que le hizo acariciar la gobernación de Santa Fe. La Ley de Lemas, ese portento al que Kirchner también algo le debe, le birló en mala ley el gobierno. Proveniente de una tradición de hombres nobles pero con escasa vocación de poder y de excesivo sectarismo, el socialista deberá bregar por trasladar a la escena nacional su capacidad de sumar y de tener “una cultura de coalición” que él siempre pregona y que muchos de sus aliados no profesan.
Ibarra reasumirá en Capital más cerca, geográfica y políticamente, a la transversalidad que propone Kirchner. Ambos protagonizaron una coalición electoral exitosa y el armado del gabinete porteño, aunque como cuadra dejó heridos, da algunas señales interesantes de pluralismo. Pero nada será sencillo en la Reina del Plata. Ya antes de la jura del jefe de Gobierno, un pésimo manejo de sus distintos aliados en la Legislatura permitió que el macrismo le ganara ese espacio, nada desdeñable en poder y en manejo de recursos económicos. Toda una advertencia acerca de los tiempos por venir y de los riesgos que arrastra el internismo.
Los que quedaron
Se ha hecho un lugar común denostar a los ingresantes al Congreso. Cierto es que hay muchos impresentables y (vale diferenciar) mucho peor, varios represores indignos de ocupar una banca en democracia. Esto dicho, cabe reconocer que el actual Congreso refleja con bastante precisión a las fuerzas políticas existentes en la Argentina. El peronismo, en rigor, con la sola excepción de Duhalde, tiene a todas sus figuras protagónicas ocupando espacios institucionales. A veces la mirada crítica suele ser algo lineal. Cualquiera (el propio autor de estas líneas) puede discrepar con, por dar un par de ejemplos, Adolfo Rodríguez Saá o Carlos Reutemann. Pero es del caso señalar que sacaron muchos más votos que los estrictamente necesarios para llegar a sus bancas y que les sobra piné para ser legislador.
La oposición tiene dos ausentes importantes, Carrió y Ricardo López Murphy, quienes cometieron un error similar, cuyo precio se sabrá andando el tiempo. Pero hay en el actual Parlamento consistentes representantes de fuerzas alternativas al PJ: Miguel Bonasso, Claudio Lozano, Juliana Marino, Patricia Walsh, Luis Zamora por citar los más conspicuos.
Kirchner cuenta por ahora con la aquiescencia del duhaldismo que desembarca con un colectivo de ex ministros, cuadros formados y con relaciones que serán muy útiles si operan para el oficialismo y serán muy duros de roer si se dan vuelta. La derecha peronista tiene ahí también a dos de sus posibles adalides, Reutemann y Rubén Marín. En el Gobierno ya tienen largavistas para espiar si se arma “el eje Córdoba-Santa Fe” entre De la Sota y Lole. Y tienen un ojo muy atento sobre Jorge Busti, sobre quien anudan algunas desconfianzas. Y hay (una forma de decir) excaliburs a la pesca de si desde ese eje hay llamadas para darle a Solá un lugar bajo el sol.
Coda
Esperando a Lole y De la Sota... la derecha argentina está bastante perdida. Sus adalides perdieron las presidenciales y tras ellas el rumbo. Mauricio Macri capotó en Capital. La política económica del Gobierno, sin déficit, sin inflación, con dólar estable y crecimiento abre más resquicios a la crítica progresista (por su costado social) que a la del establishment. La presencia piquetera en las calles le permite algo inusual que es conciliar sus prédicas brutales y cierto consenso. También tener un espantajo revolucionario con el que asustar a la gilada. Desde su debilidad se enanca en ese issue para recuperar posiciones, de cara a volver a esos viejos buenos tiempos, los de la dictadura, los del menemismo. Demasiados argentinos le hacen de claque. Esta semana le tocó a la corporación industrial que bien podría dejar de mirar la paja en el ojo ajeno y preocuparse por el desempleo, la evasión fiscal y el trabajo. Gigantescas vigas de estructura que penden de su propia cavidad ocular.

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