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El país|Miércoles, 10 de diciembre de 2003

Ibarra vuelve a asumir con la obra pública y la política como banderas

En su primer turno sorteó la desintegración de la Alianza y el derrumbe del país. Consiguió armar una coalición con la que se impuso a Macri. Ahora empieza su último plazo. Las claves.

Por Santiago Rodríguez
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Ibarra empieza su último mandato en la ciudad. Por la Constitución, no tiene reelección.
Aníbal Ibarra jurará hoy a las 10 para un nuevo período como jefe de Gobierno porteño y dos horas más tarde tomará posesión de su cargo. A partir de entonces habrá quedado atrás su primera gestión al frente de la Ciudad de Buenos Aires, al cabo de la cual su principal virtud fue sobrevivir primero a la desintegración de la coalición que lo llevó al poder y después al derrumbe económico e institucional de la Argentina. Pero ese momento marcará también para Ibarra el comienzo de una nueva etapa en la que ya no tendrá excusas para justificar las cosas que no pueda hacer y en la que deberá dispensar a la política tanta atención como a la gestión para quedar bien instalado en el escenario nacional el día que concluya su mandato.
No hay político con vocación de poder que no aspire a gobernar un distrito como la Ciudad de Buenos Aires, pero si existiese la posibilidad de decidir cuándo hacerlo, pocos o tal vez ninguno hubieran elegido los años que le tocaron a Ibarra. “Qué vivo. Ahora que la crisis ya pasó y hay posibilidades de hacer cosas, yo también quiero ser jefe de Gobierno”, solía repetir con cierta bronca el mismo Ibarra durante la campaña cada vez que escuchaba promesas electorales de boca de Mauricio Macri.
Cuando Ibarra ganó el 7 de mayo de 2000 las elecciones para su primer mandato como jefe de Gobierno porteño el país era otro. Fernando de la Rúa venía de ganar las presidenciales, la Alianza estaba en pleno auge y el ex fiscal derrotó a Domingo Cavallo con casi el 50 por ciento de los votos. Tan contundente fue su triunfo que el ex ministro de Economía tiró la toalla y renunció al ballottage.
Antes de fin de ese mismo año el escenario, sin embargo, ya no era el mismo. Ibarra asumió el 6 de agosto y no había llegado a acomodarse en su cargo cuando la renuncia de Carlos “Chacho” Alvarez a la vicepresidencia precipitó la ruptura de la sociedad entre la UCR y el Frepaso. Aun cuando meses más tarde la coalición dejó de funcionar a nivel nacional, Ibarra –quien de entrada incorporó también a su gabinete a los peronistas Daniel Filmus y Jorge Telerman– mantuvo a los radicales en su gobierno, pero se topó con la crisis que finalmente determinó la caída de De la Rúa.
“La crisis nos obligó a parar determinadas cosas, pero atendimos lo esencial, aunque todos me preguntaban por los baches”, diría después durante la campaña para su reelección cuando le reprochaban no hacer más obras en la ciudad. Su decisión fue mantener en funcionamiento la educación, la salud, la asistencia social y la cultura.
Aunque continuó con la ampliación de la red de subterráneos, el grueso de las obras que Ibarra se proponía encarar en la ciudad quedaron para el futuro. Por eso, tanto el propio jefe de Gobierno como quienes lo acompañan saben que la obra pública debe ser el sello distintivo de la gestión que hoy comienza. Es que, superada la crisis, Ibarra no tendrá el día de mañana argumentos para justificar aquello que no haga.
El eje del discurso que Ibarra dará después de su jura será que ya se ha salido de la crisis y que ahora están dadas las condiciones necesarias para encarar la reconstrucción de la ciudad. En ese contexto, hará un esbozo de los planes que tiene para los próximos cuatro años y expondrá lo que se propone hacer en los primeros doce meses de su segundo mandato.
Ibarra no puede, de todos modos, encerrarse únicamente en su gestión porque su futuro no sólo dependerá de cómo le vaya en la ciudad. “Ahora está condenado a hacer política”, dicen quienes lo rodean a propósito de su imposibilidad de ser reelegido cuando termine su mandato. Así es que Ibarra ya está dedicado a tratar de articular al centroizquierda, pero el principal obstáculo que se le presenta en ese camino es nada menos que Elisa Carrió, una referente ineludible para ese espacio político que podría llegar a disputarle poder en la ciudad en las elecciones legislativas de 2005. Lo que los separa –o mejor dicho, quien los separa– es Néstor Kirchner: mientras Ibarra fortalece su relación con el santacruceño y enarbola la bandera de la transversalidad, la chaqueña parece cada vez más decidida a jugar el rol de opositora al Gobierno.

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