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El país|Domingo, 20 de marzo de 2016

Un mapa con división política

La discusión y los votos en Diputados. Perspectivas en el Senado. El bloque del Frente para la Victoria, la unidad extraña, de qué depende que siga. La interna del peronismo, las huellas de la derrota. El discurso de “la traición”. La ilusión del macrismo y los gobernadores. La esperanza oficialista, colocada a corto plazo.

Por Mario Wainfeld
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El oficialismo ganó holgadamente la votación de la “ley Buitre” en Diputados, con el apoyo de aliados francos, opositores tibios y compañeros de ruta culposos, anche unos cuantos peronistas que revista(ro)n en el Frente para la Victoria (FpV).

En el Senado los alineamientos se mantendrán aunque cambiando los números. El escenario más factible es que se apruebe la ley, aunque con margen menos rotundo. Cambiemos tiene quince senadores propios, a los que suman seis aliados firmes entre ellos los dos del Movimiento Popular Neuquino (MPN) que sabe sostenerse incólume de local y bascular en lo nacional. Faltan diecisiete senadores para hacer quórum y mayoría.

Lo más previsible es que algo más de un tercio de la bancada del FpV contribuya en ambos sentidos. La prédica de los gobernadores ante las comisiones es un estímulo potente.

A los kirchneristas más convencidos les queda tratar de conseguir apoyos del resto de su bancada. No para un rechazo, filo imposible dada la correlación de fuerzas. El arduo objetivo de máxima podría ser una modificación del texto aprobado en Diputados haciendo menos gravoso el acuerdo con los Fondos buitres y menos fastuosa la emisión de deuda. En tal situación, el proyecto debería volver a la Cámara Baja. Es una labor difícil para la que cuentan con buenos argumentos y con el optimismo de la voluntad, que nunca debe resignarse.

El mapa del Congreso y de los Diputados se corresponde bastante al de los realineamientos políticos posteriores a las sorprendentes y drásticas victorias del presidente Mauricio Macri y de la gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal. Las preferencias ciudadanas impactan en el cuadro político y en el imaginario colectivo. O, más bien, reflejan tendencias que estaban en ciernes y fueron consolidadas en las urnas.

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Debates y tendencias: El debate ilustró sobre la reconfiguración del sistema político. El oficialismo levanta la mano al proyecto del Ejecutivo o a sus reformas, como cuadra en un sistema presidencialista. Auto elogia y pinta un porvenir venturoso. Es su rol, al fin y al cabo.

Los opositores que acompañan se permitieron ser más cautos para elogiar la muñeca de los negociadores en Wall Street. Hasta hay “osados” que la cuestionan, sin elevar mucho la voz. Los massistas Felipe Solá y Facundo Moyano se abstuvieron de votar, un modo de distinguirse apenas de su bloque y su líder. No era imprescindible que levantaran la mano, la postura del Frente Renovador (FR) había primado igual.

En el colectivo que fue opositor acérrimo al kirchnerismo y no está en Cambiemos campeó el esmero de distinguirse del gobierno anterior. Lo zarandearon de lo lindo y se entretuvieron en saludar cuánto cambió la dinámica parlamentaria. Una narrativa forzada porque, a la hora de la verdad, la norma salió como quiso el oficialismo y en los plazos impuestos por el juez Thomas Griesa. Las correcciones que aceptó el Gobierno son más aparentes que efectivas. Maquillaje o chafalonía: las potestades del Ejecutivo las acomodarán a su gusto y paladar.

Margarita Stolbizer, referente del GEN, encareció al macrismo que corrigiera la normativa de los Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU) autolimitándose y que enderezara su política económica pensando en los más humildes. La prédica contradice todo lo emprendido por Macri: se asemeja más a un atenuante que a una demanda seria.

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¿Peronistas somos todos? El FpV y sus desprendimientos trasuntan la crisis, consecuencia de cualquier derrota. Dos posturas se enfrentaron: cuando se vota es inexorable jugarse por el sí o por el no.

Axel Kicillof y Máximo Kirchner pronunciaron los discursos más interesantes. El ex ministro, por su densidad conceptual y su formación que reluce en el promedio de la Cámara.

Máximo siempre da con un tono racional, coloquial y hasta tolerante sin perder la firmeza que difiere hasta de muchos de sus colegas de bancada o de sector.

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Desfile de estrellas: El titular del bloque de Senadores del FpV, Miguel Pichetto, acordó con las autoridades oficialistas del cuerpo una agenda recargada.

El procurador del Tesoro, Carlos Balbín, defendió mejor a Balbín que al proyecto. Tal vez sea el signo de los tiempos: el interés personal es, caramba, pilar del liberalismo tan en boga. Balbín evitó firmar un dictamen aseverando que no habrá nuevos juicios de bonistas contra Argentina. Evitó hacer el ridículo, macanear aunque también comprometerse. Ni puso el gancho ni se embanderó con la confianza falaz del oficialismo... ni cumplió acabadamente su labor. Las morisquetas del ministro de Hacienda y Finanzas, Alfonso Prat-Gay durante la resbaladiza intervención de Balbín revelaban que el Ejecutivo esperaba más de él.

Los gobernadores, a su vez, bancaron el endeudamiento externo porque quieren valerse de la herramienta en sus distritos. La santacruceña Alicia Kirchner y el sanluiseño Alberto Rodríguez Saá constituyeron excepción en minoría flagrante. Vidal colocó bonos endeudándose por 1250 millones de dólares y prometió a intendentes de camisetas variadas aplicarlos a obras públicas.

Ciertos mandatarios provinciales del peronismo variopinto son líderes en su territorio. El chubutense Mario das Neves, el pampeano Carlos Verna, Alicia Kirchner... el formoseño Gildo Insfrán y los hermanos Rodríguez Saá desde siempre. El cordobés Juan Schiaretti comparte cartel con el ex gobernador José Manuel de la Sota.

En otras provincias los “gobernas” heredaron el poder de figuras más consolidadas. Piénsese por ejemplo en Chaco, Tucumán, San Juan, Entre Ríos, Misiones. Los recién llegados cargan con el peso de construir legitimidad propia y de competir contra la de sus precursores que gestionaron en años más propicios, todo lo sugiere, que los que vendrán.

Los senadores que les reportan se plegarán a la táctica de los mandatarios provinciales. Su hipótesis de gobernabilidad conjuga una relación estable con la Nación y la posibilidad de tomar crédito externo. El correntino Carlos Mauricio “Camau” Espínola pretende revancha en las elecciones para gobernador en 2017: está persuadido de que le conviene acompañar el sentido común de los mandatarios locales.

El plantel de gobernadores peronistas mezcla taitas locales con novatos en la función. Los recién llegados de Cambiemos accedieron al gobierno con capital propio, desde la oposición: la bonaerense Vidal, el jujeño Gerardo Morales, el mendocino Alfredo Cornejo. Arrancan con un margen político mayor que el de unos cuantos colegas peronistas y le adicionan la condición de oficialistas. Son menos, pero cuentan con más capital.

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Divisiones y porvenires posibles: El estado de asamblea en el peronismo se tradujo en división del bloque de diputados nacionales. En el Senado nacional y en la Cámara Baja bonaerense la unidad subsiste. ¿Tiene algún sentido si el bloque se fragmenta a la hora de votar? Inquirir por “sí” o por “no” induce a respuestas tonantes. Puede ser un abuso de simplismo. A menudo la respuesta está vinculada a desempeños futuros, su primera palabra debe ser “depende”. El bloque es, en el contexto, más grande que poderoso. La división eterna es una hipótesis a corroborarse.

En el Senado nacional hay kirchneristas que suponen que el bloque marcará límites o diques al macrismo haciendo valer el peso de su mayoría.

Un desafío que ya lanzado son las reformas judiciales que promueve el gobierno vía el ministro de Justicia, Germán Garavano. Muchas son un esfuerzo para colonizar (aún más) al Poder Judicial. Los compañeros senadores, promete Pichetto, opondrán una valla. Entre otras ambiciones está la de crear centenares de juzgados. Un modo de engrosar el gasto público y un fomento a la industria textil porque las fábricas podrían poner en venta muchos lotes de camisetas amarillas.

El tratamiento de los pliegos de Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz puede ser otro caso testigo.

En un porvenir nada fantasioso el macrismo puede impulsar normas laborales regresivas, que restrinjan los derechos de los trabajadores recuperados en la etapa kirchnerista. La competitividad neoliberal contiende con los altos sueldos y con conquistas que “ahuyentan a los inversores”. Ese devenir, más que probable, sería una prueba de fuego para que los compañeros senadores no repitieran la oprobiosa conducta de sus pares durante el gobierno de la Alianza. Los sobornos y la célebre Banelco fueron la frutilla de la torta: lo peor fue el retroceso que apoyaron. Ahora dicen que jamás reincidirán en tamaña defección. Habrá que ver: si los senadores impusieran límites mantendría sentido la unidad pegada con dificultad.

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La traición no es todo: La derrota promueve transfugueadas, cooptaciones por el adversario, sospechas. Reducir la complejidad de una etapa difícil a la búsqueda o denuncia de traidores es una tentación, pobre para comprender lo que pasó y lo que vendrá. Y, en particular, para recomponer la fuerza propia asumiendo fallas y dedicándose a recuperar apoyos ciudadanos. Las argumentaciones “ad hominem” o “ad feminam” son reduccionistas al mango.

Tal vez el diputado Diego Bossio o el ex gobernador sanjuanino José Luis Gioja no sean cuadros revolucionarios o progresistas convencidos hasta ayer, que viraron de sopetón por codicia, “carpetazos” o egocentrismo. Acaso su deriva expresa algo más estructural que súbitas flaquezas personales.

El amplio abanico kirchnerista refleja debilidades potenciadas por el contexto adverso pero quizá engendradas antes. El diputado bonaerense de La Cámpora José María Ottavis es un ejemplo preocupante porque concierne y daña a una agrupación que propone pertenencia y militancia con convicciones. Su caída viene de cajón pero no releva de corresponsabilidad al colectivo que integra.

La vida privada de los protagonistas merece ser preservada, a menos que ellas o ellos la ostenten. Recaer en un individualismo berreta es una conducta “menemista” que conserva seguidores en el siglo XXI. Las piruetas políticas atañen en parte a sus compañeros.

Debatir en público las carencias propias es una necesidad que se acrecienta cuando se transita el árido llano. Mandato que concierne a esa agrupación juvenil y al resto del kirchnerismo convencido.

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El Partido, hasta ahí: Las divergencias dentro del espectro peronista no se zanjarán por encanto ni en un ratito. Tampoco parece que, en la oposición, pueda emerger un liderazgo que sintetice o conduzca a todas las facciones.

La renovación de autoridades del Partido Justicialista nacional (PJ), forzada por orden judicial tampoco será panacea como mucho una ocasión para medir fuerzas aunque siempre es positiva una experiencia de participación masiva.

Ningún perdedor condicionaría su manejo futuro al resultado de la compulsa. El PJ jamás definió mucho en la disputa del justicialismo, esa tradición perdura.

El plazo de afiliaciones terminó: todavía no se conoce el número exacto que van suministrando de a uno los Partidos de cada provincia. Las estimaciones (pendientes de corroboración) rondan las 200.000, una cifra interesante aunque no espectacular.

Los disensos acentuados por el debate sobre la deuda externa azuzaron la perspectiva de confrontación. El marco previo era propicio a una lista de unidad amplia pivoteada por los gobernadores.

Con plazos exiguos, sigue pareciendo difícil armar una elección nacional representativa aunque la idea de unidad se melló. Habrá que ver. Gioja era el candidato favorito de la lista de unidad con primacía de los gobernadores. El alineamiento con el macrismo en el Congreso por ahí mella el consenso y reanima perspectivas de Daniel Scioli, que resulta menos chocante a quienes votaron “negativo” en Diputados.

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Coda transitoria: Macri utiliza, al servicio de otro paradigma, mecanismos de poder ya existentes. La gravitación de la Nación sobre las provincias, el manejo de “las cajas”, la iniciativa para hacer agenda, la cooptación.

El kirchnerismo consiguió perdurar con esas herramientas porque las aplicó a medidas que causaron sustentabilidad económica y política. Se sostuvo tres períodos merced a ampliación de derechos y mejoras de las condiciones económicas y sociales para los trabajadores.

Ganar una elección no alcanza para consolidarse, tampoco votar una ley deseada en el Parlamento. La legitimidad es la medida de la viabilidad de un gobierno democrático.

Muchos sectores de privilegio han mejorado su posición relativa en el reparto de ingresos y poder mientras los indicadores sociales y económicos van en baja. Las propias voces oficialistas asumen que estos meses son difíciles. El macrismo profetiza el fin de la caída en el segundo semestre. Ponerle fecha a la esperanza, sobre todo si se hace a corto plazo, es muy arriesgado.

El acuerdo con los buitres y el endeudamiento fastuoso son para el macrismo la clave del crecimiento y la distribución, que derramarán después. Conlleva riesgos y costos colaterales, como serían demandas por cifras siderales.

La amenaza más severa no son esos avatares sino que se concreten y se repitan constantes históricas conocidas y padecidas por la mayoría de los argentinos.

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