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El país|Lunes, 18 de marzo de 2002
LA DESERCION ESCOLAR EN EL SEGUNDO NIVEL SE DISPARO EN EL ULTIMO AÑO

Pobres en vías de extinción en la secundaria

Con su efecto concentrado en las familias más pobres, el abandono de la escuela secundaria subió explosivamente: un 30 por ciento en la provincia de Buenos Aires. Según Unicef, la mitad de los chicos de 13 a 17 años del país no terminan.

Por Alejandra Dandan
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Si se proyecta la tasa, en pocos años no habrá pobres en la escuela.
¿Puede desaparecer el secundario en sectores populares? O mejor: ¿desaparecerán los pobres de las escuelas? No es un absurdo, y no tiene nada que ver un despegue mágico de la economía: no habrá más escuelas para pobres porque los pobres dejarán la escuela. Aunque parezca una alucinación, algunos piensan que de continuar la tendencia de abandono, en unos cuantos años la escuela media se quedará sin los sectores populares. La hipótesis surge cuando se proyecta la tasa de deserción y repitencia: una muestra tomada en la Región I de la Provincia de Buenos Aires indica que en un solo año –entre el 2000 y el 2001– esa tasa se disparó un 30 por ciento. En este contexto, Unicef está a punto de concluir un informe sobre los aglomerados del país, según el cual el 50 por ciento de los adolescentes de entre 13 y 17 años que ingresa a la escuela no egresa.
Este proceso de desintegración comenzó a mediados de los ‘90 y ahora avanza entre los pobres al galope de la crisis. Aunque ninguno de los especialistas se sorprende con las evidencias, el futuro los desvela. En estas condiciones, afirman, la única institución capaz de retener a los adolescentes será la calle. Y formados en la cultura de la calle, la cadena de exclusiones llevará a los pobres (viejos, nuevos y próximos) a la “desaparición como seres sociales”.
El diagnóstico de la Dirección General de Cultura y Educación bonaerense y el de Unicef son sumamente críticos. Allí se coteja el aumento de la tasa de deserción pero además los niveles de pobreza y la relación entre la escuela y el trabajo infantil. Todas estas variables sirven para analizar el fenómeno: ni la escuela tiene toda la culpa de estas cifras, ni tampoco las familias, sumergidas en un proceso de pauperización extrema y prácticamente desintegradas. Las causas son múltiples.
Elena Duro, consultora de Unicef para Educación y Erradicación del Trabajo infantil, estuvo al frente del estudio del organismo elaborado con los datos de las áreas de Educación de cada provincia. En esa compilación se encontró con que casi la mitad de los adolescentes entran a la escuela pero nunca egresan. ¿Por qué la dejan? Si bien es cierto que el trabajo infantil es una causa, para Duro no todas las familias pobres usan la mano de obra infantil como estrategia de supervivencia: “En este casi cincuenta por ciento que no termina la escuela media, lo que está pasando -sostiene– es que es el sentido de la escuela lo que está en crisis”.
¿Entonces la escuela tiene la culpa? Sí y no. Para los especialistas que están un poco más lejos del mundo escolar, el problema es de estructura. Por eso cuando Alcira Daroqui, investigadora del Instituto Gino Germani de la UBA, entra en la facultad, siempre dice lo mismo: “No es que los pobres no entran a la universidad porque es burguesa y elitista: los pobres están excluidos desde antes”. Para esta socióloga, que fue directora de la carrera en la UBA, “un estudiante necesita 200 pesos en el bolsillo para cursar, comprar los apuntes y tomarse el colectivo hasta la facultad. No se puede responsabilizar a la escuela de un proceso que va por carriles paralelos”.
Los datos
Mientras existe todo un grupo que abandona la escuela en los primeros años, otra parte va alejándose gradualmente. En el informe producido por la Dirección de Educación bonaerense aparecen escuelas donde existen varias comisiones de primer año y una sola de tercero. Para la investigación, el organismo rastreó datos sobre deserción escolar en las escuelas medias de la Región Primera entre los que está La Plata, Berazategui, Florencio Varela y otros distritos más chicos como Presidente Perón, San Vicente, Punta Indio y Chascomús.
Los datos miden tres variables: promoción, repitencia y deserción, y compara los resultados del 2000 y el 2001. Allí se observa que en un soloaño la tasa de egresos cayó del 88,7 por ciento al 65. Y ese indicador global se confirma en la comparación de las distintas escuelas: en la media común, la tasa fue del 65 por ciento pero en las técnicas bajó al 53 y en las agrarias al 51. De acuerdo a esos valores, el año pasado hubo al menos un 40 por ciento de alumnos que por deserción o repitencia no terminaron la escuela.
Los datos de ese estudio, retomado por el diputado Horacio Piemonte del ARI, también pueden leerse así: el año 2000 un 4.2 por ciento de los estudiantes repitió y un 7,1 por ciento dejó la escuela. Un año más tarde, los dos parámetros sumaron un 35 por ciento sólo entre los bachilleratos comunes. “Esto está marcando un aumento de casi treinta puntos en un solo año –dice el diputado–: Y esto empezó a notarse hacia abril cuando dejaron de entregarse las becas destinadas a las familias: así como en el ‘99 la matrícula aumentó estimulada por ese incentivo, el año pasado se precipitó mientras el Estado sigue corriéndose.”
Pero ni siquiera ésa es la única razón de este agujero cada vez más profundo. El informe de Unicef se vuelve crítico cuando deja por escrito la evolución de la pobreza entre los menores de 18 años entre 1991 y 2001. Los datos parecen una radiografía de una década: la menemista. En 10 años los menores bajo la línea de pobreza pasaron de 22.1 por ciento al 52.7 por ciento con una precipitación brutal en el último tiempo: del 2000 al 2001 la tasa trepó del 43 por ciento al 52. Es decir uno de cada dos menores de 18 años del Gran Buenos Aires es pobre.
Mientras el universo de los pobres avanzaba de ese modo, en la escuela crecía la franja de los “activos”, es decir, los chicos con trabajo o desocupados pero que dedican parte del tiempo a conseguirlo. Ellos tienen el índice de abandono escolar más importante: en mayo de 2001 el 33 por ciento de los adolescentes activos había dejado la escuela. El informe de Unicef los compara con la tasa de deserción de los que sólo estudian, entre ellos el índice es apenas del 3 por ciento.
El huevo o la gallina
La historia y el camino de los pobres dentro de la escuela no fue siempre igual. Mientras la escuela se mantuvo como una alternativa de ascenso social más o menos legítimo, la deserción no era alarmante. A mediados de la década del 90 ese consenso empezó a fracturarse y ahora las tasas de abandono son su emergente.
Históricamente el país tuvo un sistema de educación de avanzada: desde los `30 los sectores populares fueron incorporándose lentamente a los circuitos de educación formal en medio de un proyecto guiado por el modelo desarrollista y poco más tarde impulsado por el peronismo. Incluso las matrículas y el tipo de participación solía ser mucho más democrático que, por ejemplo, el europeo: “Recién en los ‘70 Europa hizo una apertura bajo una reforma que se llamó ‘recuperativa’, pero hasta ese momento no lo tenía”, explica Gabriela Dueño, una de las psicopedagogas preocupadas por la vuelta a un modelo que considera casi “preconciliar”: “Porque ahora mismo estamos volviendo a un sistema mucho más elitista y más restrictivo que el que tenía Europa”. Un solo ejemplo le parece clave: los requisitos que pide la escuela para el cambio de ciclo: “Los chicos que terminan noveno con una materia pendiente no pueden ni repetir ni pasar de ciclo: o sea que en ese año ¿qué hace? –dice–: nada, se va, abandona. Una vez que pierden el ritmo se van”.
De hecho, la mayor parte de las bajas se produce alrededor de los 13 o 14 años, es decir durante el cambio de ciclo. Esa franja es clave y blanco de todo tipo de análisis. Y no es lo mismo tener 13 años en una escuela de Palermo que en una de Florencio Varela: “Los de 13 en las clases populares son adultos, la autonomía es absoluta y los adultos ya no se ocupan de ellos: son tratados como grandes, crecidos”, dice Daroqui analizando ahoraa los jóvenes “no mirados”: “Como son considerados adultos, los padres se dedican a cuidar al resto de los hermanos; ellos ya no tienen a nadie que les diga qué hacer ni qué no hacer, deciden y se tienen que hacer responsables de lo que eligen. Nadie los mira”.

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