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El país|Sábado, 4 de junio de 2016
Opinión

El desafío es la igualdad

Por Natalia Gherardi *

Erradicar la violencia contra las mujeres requiere un cambio profundo en la cultura en la que vivimos. Es un objetivo que requiere un esfuerzo de largo aliento, sólido, coordinado, sostenido. Para llevarlo adelante, es preciso tener en cuenta la enorme diversidad de nuestro territorio y de nuestra gente.

Las investigaciones nos dicen que solo 1 de cada 10 mujeres en la Ciudad de Buenos Aires que ha vivido situaciones de violencia física, psicológica o sexual por parte de una pareja o ex pareja, busca ayuda en las instituciones públicas. Este tiene que ser un enorme llamado de atención, particularmente considerando que se trata de la ciudad que mayor disponibilidad de recursos tiene. ¿Qué será de otras jurisdicciones más pequeñas, más distantes, donde la oferta de servicios es mucho menor? ¿A cuántas mujeres no están alcanzando los servicios de asistencia, de justicia?

La convicción de que la violencia es un problema social frente al cual no debemos permanecer indiferentes está lejos de ser una idea generalizada. En la Ciudad de Buenos Aires, 3 de cada 10 mujeres creen que es un problema privado, que solo debe ser conversado en un ámbito de confianza. En las provincias de Jujuy y Chaco, solo la mitad de la población cree que frente a un problema de violencia en la pareja se debe intervenir. Y mientras que dos de cada 10 personas cree que lo que ocurre en una pareja siempre es privado, un 25 por ciento cree que depende si se trata de una pareja cercana.

Mientras tanto, en las parejas se consolidan vínculos de dependencia emocional y económica que hace que muchas conductas no se perciban como violentas. Son pocas las mujeres y varones encuestados en Jujuy y Chaco que consideran que el control sobre el dinero es una forma de violencia, algo que sólo tienden a vislumbrar con mayor frecuencia las mujeres adultas que conviven con sus hijos e hijas. Es decir, las mujeres con responsabilidades de cuidado que tienen mayor dificultad para insertarse en el mercado de empleo y por lo tanto encuentran reforzados esos lazos de dependencia que muchas veces perpetúan la violencia.

Si comprendemos el continuo de violencias que afectan las vidas de niñas, adolescentes y mujeres, en el contexto en el cual crecen los niños y se construyen las masculinidades, queda claro que lo que se busca poner en el debate con movilizaciones como la de “Ni una menos” es un cambio cultural hacia una sociedad más justa y equitativa, para todas las personas. No solo en las familias y en las relaciones de pareja, sino en la calle, en el trabajo, en la educación, en la cultura. Trabajemos contra las violencias, en un marco más amplio que exija equidad.

* Directora ejecutiva de Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA).

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