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El país|Domingo, 25 de enero de 2004
A PURA POLITICA, EL MERCOSUR INVADE LA AGENDA LOCAL

Hay que agrandar la mesa, mama

El reclamo de Gelman, un caso piloto innegociable, que no amerita un griterío. Vientos de fronda en Bolivia, un desafío para la Argentina. Los riesgos con Chile. Las surtidas presiones del Norte. Y algo sobre la causa de las coimas y las solidaridades de todo tipo.

Por Mario Wainfeld
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“El hecho de haber encontrado los restos de mi hijo y de haberlos podido enterrar cerca de los mis padres me trajo un cierto alivio. El dolor no desapareció pero se mitigó, puedo vivir mejor con él porque sé que hay un lugar donde está su memoria. Es, además, la reinstalación de alguien no sólo en su historia sino en la historia de la civilización, en la historia de nuestra cultura. Es imposible que alguien desaparezca. El derecho a una tumba es el derecho tal vez más elemental de cada ser humano que viene desde el fondo de los siglos.”
Juan Gelman, entrevistado por Página/12, 22 de enero de 2004


La pertinencia, la profundidad y la belleza de las palabras del mayor poeta vivo de lengua castellana contrastan ferozmente con la prosa ramplona, burocrática y escondedora del gobierno de Jorge Batlle. Entre la calidad de las palabras de uno y otro media igual distancia que la que separa a la dignidad de los que procuran verdad y justicia y la estulticia de quienes encubren los crímenes de lesa humanidad.
La procura de los restos de la nuera de Gelman es un cabal caso piloto del nuevo estado de cosas en el Sur. Los estragos del Plan Cóndor, una internacional del terror, sólo pueden ser paliados por una acción internacional de signo inverso. La decisión política del gobierno argentino de ponerse a la cabeza del reclamo (algo que no hicieron, ni siquiera pensaron hacer, anteriores gobiernos) es, pues, ejemplar e indiscutible.
Más opinable y seguramente menos feliz es el tono de la discusión mediática que dominó la semana que hoy termina. Las chicanas, la búsqueda del “quiero retruco” o de la “falta envido” que acalle al adversario no mejoran las posiciones de fondo, amén de ofrecer el riesgo de hastiar a la opinión media. Batlle es, directamente, inimputable pero eso no exime la responsabilidad del gobierno argentino de guardar estilo y forma de cara a quien, guste más o menos, es el presidente de un país hermano y vecino.
“Aníbal Fernández se fue de boca y lo hizo por la suya, interpretando que eso era lo que quería el Presidente”, susurran en Cancillería. En la Rosada hay quien replica que el ministro del Interior sólo obra en línea con lo que le propone Néstor Kirchner. Pero en todas las oficinas del Gobierno se coincide en un temor a futuro que es el que una híper presencia de voces argentinas a su favor sea un lastre para la candidatura presidencial de Tabaré Vázquez. Si algún acierto tuvo el obtuso comunicado del gobierno oriental fue el de mencionar la libre determinación de los pueblos, un principio que reenvía a las mejores tradiciones de Sudamérica y que aún entibia muchos corazones nacionales y populares. Ese principio debe repensarse en el actual contexto internacional, como se dirá en el párrafo siguiente, pero debe tenerse en el caletre cuando se habla de (y por ende se interviene en) la política de los vecinos. Kirchner ya ha dicho que Tabaré es su favorito, pero su gobierno debería medir qué más (o qué menos) hace y dice a futuro si no desea serle un salvavidas de plomo. Demasiada presencia de argentinos en una campaña electoral uruguaya puede avivar reacciones localistas. El silencio de Vázquez en medio del intercambio de invectivas a ambas márgenes del Plata debería sonar a advertencia para la Casa Rosada.
Sin ir más lejos, en varias oficinas oficiales se tabula si –asumido que con el Partido Colorado no hay asunto– Kirchner debería recibir a algún candidato del Partido Blanco si (hipótesis inminente o que acaso ya ha ocurrido) éste se lo solicita.

Lula conduce, Evo dignifica

La cautela imprescindible para no resultar prepotente o invasivo no debe ocluir un dato de época que es la mayor porosidad y cercanía política entre los integrantes del Mercosur. Lula da Silva no trepidó en apoyar claramente a Kirchner en las elecciones presidenciales argentinas, en tanto Batlle jugó sus fichas a manos de Carlos Menem. Tales definiciones públicas, inimaginables veinte años atrás, tienen una lógica irrefutable. El proyecto estratégico de Lula, por decirlo con un eufemismo, no es indiferente a las diferencias entre Kirchner y Menem. Hay, entonces, incipientes pero innegables alianzas políticas que rebasan las fronteras nacionales. El cambio, empero, debe computar y tratar con mano de seda las costumbres, las tradiciones, los pruritos y aun los prejuicios de épocas de mayor aislamiento.

Bin Laden en el Altiplano

Los chisporroteos entre gobernantes argentinos y uruguayos pueden distraer la atención, pero el más urticante conflicto local se afinca en el Altiplano. La crisis política y económica de Bolivia se complejiza con la radicalización de su reclamo de salida al mar. Y la mirada del Tío Sam actúa como una lupa gigantesca aumentando la dimensión del conflicto, si tal cosa fuera posible.
El gobierno de Estados Unidos, con la visión simplista que es cifra de su política exterior, viene decidiendo y prediciendo que Bolivia es el inminente polvorín de América latina, el caso más preocupante que aflige a la afligida región. Venezuela y Colombia han sido desplazadas a (los lejanos) segundo y tercer lugar del podio. No es que en esos dos países hayan mejorado las cosas. Apenas que la Casa Blanca percibe que, de haber algún recambio en Venezuela, ésta virará a derecha. Y que Colombia caerá más o menos en el mismo lugar. En cambio, en Bolivia el líder campesino Evo Morales es el gran favorito a suceder al actual presidente provisional Carlos Mesa. Y la gestión George W. Bush, que inventa un Frankenstein por semestre, ha elegido a Evo como su bestia negra.
“Por poco creen que Morales es lo mismo que Bin Laden” chancea (apenas) un experimentado diplomático latinoamericano acreditado en la Argentina.Un colega suyo, preservando igualmente el anonimato, opta también por la ironía: “Bush viene a coincidir con el Che Guevara. Ambos percibieron a Bolivia como el foco de la revolución socialista en América latina”.
La caricatura resalta con ternura los rasgos esenciales de lo real. Estados Unidos demoniza a Morales. El inquisidor, enorme y sordo, no registra que el demonio no funge como tal. Morales, con irrefutable lógica política, ha atemperado su discurso en proporción directa a su cercanía al poder lo que ya le vale “ser corrido por izquierda” por el líder aimara Federico Quispe y por el conductor de la aguerrida Confederación Boliviana (COB), Jaime Solares.
El presidente Mesa, en tanto, viene virando peligrosamente su rumbo. Cuando sucedió a Gonzalo Sánchez de Lozada (Goñi) prometió para presidente elecciones más o menos cercanas, una reforma constitucional tendiente a favorecer la descentralización de un Estado casi unitario y una ley de hidrocarburos, precedida de una consulta popular. A fin de año anunció su intención de permanecer hasta 2007, fin del mandato inconcluso de Goñi. La consulta popular, y por ende el nuevo estatuto legal de la riqueza gasífera, se traspapelan en la enmarañada política local. Y la Constituyente tampoco integra la agenda de los próximos meses.
A su vez, tras viajar al Norte de América y dialogar con el inefable Anoop Singh, Mesa ha desandado sus promesas iniciales y acomete un severo plan de ajuste.
Goñi, un intelectual orgánico del neoliberalismo, era tristemente famoso porque hablaba español con un marcado acento inglés. Ya eyectado del poder ejerció una sutil autoironía “yo creí que sería mejor escuchado por los americanos porque hablaba español igual que ellos pero me equivoqué”. Mesa, que habla con el delicioso tono hispano que suelen conservar muchos de sus compatriotas, también parece haber empezado a mirar al Norte. El ajuste que tienta lo pone en crisis con la mayoría que lo recibió con alivio y que aún le prodiga alta credibilidad. Su implementación exige un fenomenal “apoyo” de los organismos internacionales de crédito. A cambio, ya se sabe, de una módica libra de carne.
Para compensar el drenaje de aval popular que le impone su nuevo rumbo político y económico Mesa ha acudido a la más sensible y unificadora reivindicación nacional boliviana que es la recuperación de la salida al mar. Lanzó una escalada que tuvo rápidos ecos en todos los sectores políticos y sociales calentando una cuestión que es muy peliaguda de implementar en términos políticos porque involucra no sólo a Chile, el actual ocupante de las costas reclamadas sino al Perú, tercero ineludible. Y el gobierno peruano, cuya aceptación dista de llegar a los dos dígitos según todas las encuestas, no está dispuesto a hacer nada que implique algún riesgo interno. O sea, no está dispuesto a hacer nada.
Chile se muestra formalmente dispuesto a reanudar relaciones con Bolivia y habilitar una discusión “sin exclusiones pero sin condiciones” (es decir sin límite temático, aunque sin imposiciones previas), pero su gobierno está en un año preelectoral y los sondeos revelan que más del 80 por ciento no quiere ni hablar de hacer alguna concesión territorial. En un sistema político bipartidista eso habla de una uniformidad ardua para desafiar.
Hace apenas unos meses González de Lozada dejaba el gobierno y decenas de muertos en su fuga. La belicosidad popular que lo derrocó trocó en espera y tregua pero ahora los tiempos parecen acortarse y los vientos de fronda vuelven a soplar. Ninguna profecía es certera, pero algunos tiempos parecen acortarse rápidamente. Las agencias noticiosas internacionales de noticias, cuyo olfato no es infalible pero tampoco despreciable, han vuelto a poner cámaras y acreditados en Bolivia.
El Gobierno tiene bastante para preocuparse y bastante para hacer respecto de Bolivia. Una nueva crisis en un país limítrofe, en el actual escenario, tiene el rango de un problema local. El gobierno de Kirchner, en una medida sin precedentes en añares, envió una misión conjunta con elde Brasil en los estertores del gobierno de Goñi, para proveer a la transición y a la pacificación. Ahora tiene en carpeta nuevas misiones de primer nivel de la Cancillería y un encuentro entre Kirchner y Mesa, más pronto que tarde. Entre tanto, la Casa Blanca, como una madre que regaña a sus hijos para que no se junten con los reos del barrio, viene rezongando en forma discreta pero audible por la buena relación que entablaron Kirchner y Evo Morales. El pressing viene en yunta con reclamos sobre la condena en la ONU a la situación de los derechos humanos en Cuba.
El crecimiento de la hostilidad entre Bolivia y Chile es un issue para Argentina que mantiene, y aspira a conservar, excelentes relaciones con ambos gobiernos. El Gobierno acepta sobre el tema una verdad de libro: nada podrá hacer Argentina en el intríngulis entre Bolivia, Chile y Perú sin que la habiliten los países implicados. La Cancillería argentina y la chilena coinciden en algo: que sería deseable que el conflicto se encauzara sin que intervinieran países ajenos a la región, condición (la de extraño) que abarca a México, amén de Estados Unidos. Discrepan algo sobre Hugo Chávez a quien los chilenos no pueden ni ver y sobre los cuales los argentinos no terminan de cerrar un juicio de valor.
Pero entre vecinos tan intervinculados el conflicto entra más allá de lo que prevengan los primeros niveles de la política. Un diputado boliviano, Rodrigo Paz Pereira, ha venido a buscar apoyo de los centenares de miles de bolivianos que viven acá. En las crueles vísperas de la renuncia de Goñi miles de ellos poblaron las calles argentinas, porteñas en especial, exigiendo, en conmovedora marea, el cambio de gobierno y el cese de las matanzas. La perspectiva de que eventualmente se movilicen en plan antagónico con Chile es otro dato que ponderan los estrategas oficiales.

Surmenage

El politólogo sueco que hace su tesis de posgrado sobre la Argentina, en pos de ganar puntos con sus comitentes, acometió un trabajo que presumió sugestivo y, al unísono, sencillo. Quiso analizar el estudio de la creciente integración argentino-brasileña con un estudio de campo. Se abocó al lenguaje y el estilo con que la mayoría de los medios dio a algunos problemas de índole policial que afrontaron argentinos en el país hermano. También escuchó las transmisiones deportivas del Preolímpico de fútbol. Se encontró con un rosario de frases descalificantes, chauvinistas, cuando no racistas que parecían surgir de la época del Tratado de Tordesillas. Ese que en la Colonia dividía al continente en línea recta entre lusitanos y españoles. Trató de entender algo, de explicarlo en base a la racionalidad cartesiana de su ciencia y de su cultura. El resultado fue patético: el hombre padece surmenage, ataques de pánico, tiembla y en su delirio febril propone invadir el Brasil.
La pelirroja progre que se ha vuelto kirchnerista nada sabe del entuerto. Lejos de su (de momento) ex más que amigo, hace turismo revolucionario en El Calafate.

Cierren filas

La semana política epilogó con el procesamiento de Emilio Cantarero, Fernando de Santibañes, José Genoud y Mario Pontaquarto en la causa que investiga las coimas senatoriales. La confesión de este último, arrepentido, ha sido la piedra basal del razonado pronunciamiento de Rodolfo Canicoba Corral. No deja de tener su miga que los más obvios implicados, allende el confeso, sean outsiders de la actual clase política. El relato de Pontaquarto es largamente creíble pero tiene toda la traza de ser incompleto. Se detiene, precisamente, en los lindes de algo que debía conocer muy bien que era el reparto del financiamiento espurio de la política al interior de su propio partido, el radical.
Lo que también ocurrió es que la solidaridad corporativa o mafiosa (tache el lector lo que estime no corresponda) se mantuvo incólume tras elbaldazo de agua fría que fue la declaración de Pontaquarto. El bipartidismo, a quien muchos han dado una prematura extremaunción, vive y colea. El Gobierno mismo parece darse por conforme con que la vindicta se limite a los procesados o como mucho se expanda a Fernando de la Rúa o Alberto Flamarique, otros dos outsiders. A medida que pasan los días los actuales senadores, directores del Banco Central o gobernadores concernidos en el escándalo, empiezan a respirar con más calma. Un clima republicano ameritaría que los dirigentes renovadores o transversales no aflojaran la presión, ni se escudaran en el “libre funcionamiento de la Justicia”, viejo sonsonete del no te metás y acicatearan un debate público más vasto sobre lo ocurrido.
La relación entre el ágora y Comodoro Py es dialéctica. Así lo ha registrado Fernando de Santibañes. Tan luego él, un novato en política, que llegó a ligas mayores por esos avatares del amiguismo y de la omnipresencia de los lobbies. El millonario ex Señor Cinco ha contratado para su defensa, amén de a un estudio jurídico, a una consultora de imagen, Mansilla y asociados. Es curioso que un profano registre algo que políticos más profesionales y comprometidos con valores bien distintos a él parecen olvidar en estas últimas semanas: que el estado de la opinión pública permea los despachos de Sus Señorías.
La causa de las coimas, como ha ocurrido otras tantas en la reciente historia argentina, tiene el tufillo de una oportunidad acechada por el peligro de una nueva defraudación. La corporación política ha cerrado filas, como era de prever. De Santibañes ha apelado al maquillaje experto. Habrá que ver qué se hace del otro lado, para evitar que la omertá vuelva a cosechar sus nefastos frutos.

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