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El país|Domingo, 25 de septiembre de 2016
OPINION

El debate Castro-Kicillof

Por Horacio González

Evidentemente, faltaba un debate así, porque hasta el momento los cruces de posiciones eran reiterativos, chicaneros y previsibles. Tenían la estructura de lo obvio. En cambio, Kicillof y “Castro” fueron hasta los estratos más profundos de las medianeras efectivas que nos separan. En primer lugar, la distancia absoluta entre ambos personajes, pero no una distancia destructiva, sino la que desnuda quién se es realmente. En el programa, los habituales climas televisivos no conseguían ocultar un verdadero dramatismo que emanaba precisamente de las condiciones argumentales puestas en juego genuinamente, no de las pautas temporales y discursivas impuestas por las tecnologías mediáticas. Así, “Nelson” convertía la diluida familiaridad de su nombre en “Castro”, un verdadero personaje de la política, obligado a revelar su estricta condición de profesional de una argumentación específica, con sus filiaciones a la vista.

Había momentos de cólera, pero contenida -tal como indica el buen manual de la televisión- aunque no se podía evitar la marca más profunda que movía a Castro, su destino último de hablar para un público ya configurado. Se mostraban los twitters en el zócalo yendo en auxilio del favorito en la contienda, era su casa. El desafiante era consciente que hablaba para la platea del otro, le recordaba, con ligeros toques en el hígado, que él también se había mostrado crítico con políticas del macrismo. Sí, pero…

Varias veces Kicillof dijo “su público”, refiriéndose a la audiencia de Castro. Esta era la percepción de que cualquier juicio político podía sucumbir de inmediato en una maquinaria interpretativa. Kicillof la ponía de manifiesto con constantes alusiones a las condiciones del debate. Porque hoy no es posible ir a la televisión sin discutir las condiciones de emisión de la imagen y poner en examen la estructura de la pregunta, al mismo tiempo que se argumenta sobre un problema específico. Esto ocasionalmente pasa, pero es anulado por el modo ya prefigurado en que se presentan las imágenes y latiguillos, el principal de los cuales es la fortísima metáfora de los “bolsos sobre el muro del convento”, donde se forja la idea de una putrefacción de las almas que arrasa los altares. Pero Kicillof pudo frente a Castro reemplazar ese previsto cadalso por una auténtica confrontación de dos estilos de reflexión, dos mundos políticos, dos formas de invocar un ámbito de diferendos.

Si con “Nelson” ya está todo juzgado, Kicillof obligó a que resurgiera “Castro” como un agente político cabal, comprometido a responder, no solo como un ideólogo que convierte en metáforas médicas las condenas políticas y las evocaciones moralistas en patíbulos aleccionadores. Tuvo que aceptar que la persona civil llamada Castro invadiese la magia conminatoria de Nelson, y que lo que se discutía fuese en verdad la verosimilitud de una época histórica, despojando a los hechos de sus melosos arquetipos y a rescatando las palabras del pantano de la cosa juzgada.

No habrá una posibilidad más amplia de enunciar soluciones políticas de fondo, si no se penetra en el íntimo secreto, no obstante conocido por todos, de cómo se forjan los lenguajes en los tribunales de primera y última instancia de los magistrados togados de la televisión central. Debatir es develar, dar a conocer los factores encubiertos o ya resueltos de una supuesta afirmación política. Eso es lo que consiguió Kicillof, hasta que forzada compostura de Castro quedó al descubierto con la aparición póstuma del fantasma de Nelson, que apeló al último recurso que hasta el momento no había usado… “¿y qué me dice de la corrupción?”. Con eso, salía del cuadrilátero para agarrar la toalla salvadora, el óleo póstumo ante el cual los creyentes deben callar y orar. Entonces, fue ahí que Kicillof demostró en el debate cuerpo a cuerpo, cuáles son las verdaderas condiciones del debate en la Argentina. Su aporte a la verdad, entendida como develamiento de los efectos que la encubren, es el importantísimo resultado de la intervención de Axel en el programa del doble de Nelson.

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