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El país|Martes, 4 de octubre de 2016
Opinión

La fábrica de subjetividad

Por Ricardo Forster

El macrismo, sus frases y sus gestos que, de tanto repetirse, van vaciando su capacidad para sorprendernos pero no para ir generando un clima de época que entremezcla el revival de los 90 y la novedad de una nueva derecha cool, naíf y revanchista. Repasemos algunas de las más ilustres: “Los patriotas habrán sentido angustia cuando declararon la Independencia” (Macri), “El carnicero es un buen vecino que merece estar tranquilo con su familia” (Macri), “La nueva campaña del desierto, esta vez sin espadas, con educación” (Esteban Bullrich), “Vengo a pedirles perdón a los empresarios españoles”, “La grasa militante y los ñoquis de la administración pública” (Alfonso Prat Gay), “La clase media baja pensó que podía comprarse un plasma y viajar a Miami” (González Fraga), “Los pobres tienen que entender que van a seguir siendo pobres” (Gabriela Michetti) y siguen las frases a gusto del lector. O esas puestas en escena que nos muestran a Macri y su mujer paseando en bicicleta por el Central Park, besándose en medio de la asamblea de las Naciones Unidas o inventando un viaje en colectivo, rodeado de vecinos, en el Gran Buenos Aires. Una alquimia de desenfado new age, espontaneidad preformateada cuidadosamente en los laboratorios del duranbarbismo, falsa credulidad, ignorancia, sentido de clase, agresividad edulcorada, desprecio y revanchismo convertidos en “políticas del consenso y la diversidad” son, apenas, algunos de los giros y tropos lingüísticos del presidente y sus funcionarios.

¿Errores? ¿descuidos? ¿ingenuidad del recién llegado a las mañas y los disfraces de la política? ¿ejemplo, como muchos tienden a creer, de chatura intelectual y de desprecio por la memoria histórica? ¿descuidos públicos de quienes han sido educados en los peores clishes de la clase dominante? Preguntas inmediatas de quienes sienten un rechazo visceral por lo que está ocurriendo en el país. Que nacen al toparse con un tipo de práctica política y de semblante mediático que, en general, prefiere optar, en muchos críticos del macrismo y porque resulta más fácil, por el desprecio ante la barbarie de una derecha sin pátina alguna de cultura, expresión sin más de la nueva clase de gerentes de empresa que solo tienen tiempo para los negocios y el consumo de alta gama. Preguntas que quizás pierden de vista lo que hay detrás de esas frases y esos gestos, que prefieren la respuesta fácil a la indagación más ardua y compleja que conduce al reconocimiento de nuevas prácticas cuya capacidad para incidir en el sentido común y en los imaginarios sociales es enorme.

Tendemos a olvidar que la operación política y económica que se está desplegando en el país apunta no sólo a producir cambios estructurales encapsulados en el indescifrable mundo de las altas finanzas, el mercado mundial y la circulación del capital, sino que, junto con esas transformaciones, se vuelve necesario, para garantizar esos patrones de acumulación, trabajar en la producción de nuevas subjetividades, en la invención de nuevas relaciones entre las personas, en el desmantelamiento de memorias y gestualidades que remiten a otras historias y a otras prácticas sociales e individuales. La “ingenuidad” y la supuesta “ignorancia” de muchas de las frases que escuchamos cotidianamente se vinculan con la imperiosa necesidad de construir personalidades que se correspondan con las novedades que trae esta nueva derecha. Hay una búsqueda sistemática de identificación y empatía especular.

En un libro fundamental dedicado a desentrañar la historia, las estrategias y la potencia hegemónica del neoliberalismo, los franceses Christian Laval y Pierre Dardot se detienen en el análisis minucioso de la dimensión cultural-simbólica, en las estrategias que sigue el capitalismo en su actual fase depredadora y expansiva para fabricar un “hombre nuevo” que pueda adaptarse a la vertiginosidad y a la potencia desestructurante que emanan de esa colosal mutación de la vida, en todos sus aspectos, que es la máquina neoliberal. El neoliberalismo se basa en la doble constatación de que el capitalismo ha abierto un período de revolución permanente en el orden económico, pero que los hombres no se han adaptado espontáneamente a este orden de mercado cambiante, porque fueron formados en un mundo diferente. “Esta es la justificación –sostienen Laval y Dardot en La nueva razón del mundo– de una política que debe tener como objetivo la vida individual y social en su conjunto. Esta política de adaptación del orden social a la división del trabajo es una tarea inmensa, escribe William Lippmann (uno de los primeros teóricos en fijar, desde una perspectiva que luego sería definida como neoliberal, el desafío del capitalismo ante el escenario abierto por la “Gran depresión” y la caída del viejo liberalismo del laissez faire en los años 30), que consiste en ‘dar a la humanidad un nuevo género de vida». Es particularmente explícito en cuanto al carácter sistemático y completo de la transformación social que se debe producir. Más todavía, la política neoliberal debe cambiar al hombre mismo. En una economía en perpetuo movimiento, la adaptación es una tarea siempre actual con el fin de recrear una armonía entre la forma en que se vive y piensa y los condicionantes económicos a los que hay que someterse. Nacido en un Estado antiguo, heredero de hábitos, de modos de conciencia y de condicionamientos inscritos en el pasado, el hombre es un inadaptado crónico que debe ser objeto de políticas específicas de readaptación y de modernización. Y estas políticas deben ir hasta la transformación de la forma misma en que el hombre se representa su vida y su destino”.

“Cambiar el hombre mismo” he ahí una decisión extraordinaria que nos muestra la complejidad del experimento que, desde hace por lo menos cuatro décadas, ha desplegado a nivel global el neoliberalismo. Cambio que debe operar en lo más íntimo de la personalidad, que debe permitirle al individuo sentirse identificado y atraído por las señales y demandas que emanan de la sociedad de consumo. Pero, sobre todo, una mutación en el vínculo con los demás que ya no puede responder, como antiguamente, a valores de solidaridad, participación y desprendimiento. Lo que se exige ahora es una personalidad que se lance a la competencia, que piense primero en sí mismo, que se disponga al goce incesante y que habite una cierta dimensión paranoica en la que los otros son portadores de riesgo. Sociedad de la fragmentación, hipérbole individualista que transforma a cada quien en supuesto administrador y gerente de su vida.

Las frases del macrismo, variopintas, apuntan a instalar un nuevo sentido común asociado a la meritocracia, el esfuerzo individual, la ética del emprendedor que se lanza a la conquista de los mercados, el repudio del populismo “asistencialista” que le impide a los pobres asumir una “cultura del trabajo”, la rebaja sistemática de la idea y la importancia de la soberanía, la admiración del éxito y la riqueza como valores supremos, el sueño de una libertad sin frenos ni límites que, en general, se asocia con la libertad de consumir y de comprar dólares aunque no se lo pueda hacer porque se carece de los recursos para ello, el aplanamiento de la memoria histórica, su pasteurización y el abrumador dominio del instante presente como centro absoluto de toda referencia. “Seguir creyendo –sostienen Laval y Dardot– que el neoliberalismo se reduce a no ser más que una ‘ideología», una ‘creencia’, un ‘estado de ánimo’, que los hechos objetivos, debidamente observados, bastarían para disolver de la misma manera que el sol disipa las nieblas matinales, es equivocarse de combate y condenarse a la impotencia”. El neoliberalismo, piensan los autores, es un sistema de normas ya profundamente inscritas en prácticas gubernamentales, en políticas institucionales, en estilos empresariales. “Y también hay que precisar que este sistema es tanto más ‘resiliente’ cuanto que excede ampliamente a la esfera mercantil y financiera donde reina el capital: lleva a cabo una extensión de la lógica del mercado mucho más allá de las estrictas fronteras del mercado, especialmente produciendo una subjetividad ‘contable’ mediante el procedimiento de hacer competir sistemáticamente a los individuos entre sí. Piénsese, en particular, en la generalización de los métodos de evaluación, surgidos de la empresa, en la enseñanza pública: la larga huelga de los profesores de Chicago en septiembre de 2012 puso freno, al menos momentáneamente, a un proyecto de evaluación de los docentes en función de la tasa de éxito de sus alumnos, valorados mediante tests hechos a medida para permitir la calificación de los profesores por parte de sus alumnos, con la posibilidad de despedir a aquéllos cuyo alumnado obtuviera resultados insuficientes. Piénsese, igualmente, en el modo en que el endeudamiento crónico es productor de subjetividad y acaba convirtiéndose en un verdadero “modo de vida” para cientos de miles de individuos”. En casi todos los países del mundo (ricos y pobres) la política de endeudamiento somete a los ciudadanos a un régimen de chantaje del que no pueden escapar.

El macrismo apunta a convertirse en un cultura, no simplemente en un partido político más que se alterna con otros en el ejercicio del gobierno. Su principal objetivo es modificar el paisaje de la sociedad, es apropiarse de las subjetividades para adaptarlas a las exigencias de la sociedad del conocimiento, de la información y de la competencia. Busca naturalizar los valores que se desprenden del capitalismo neoliberal capturando lenguajes y cuerpos, deseos y sueños. Y para ello echa mano de sus estrategias discursivas, de sus frases hilarantes, de su “ingenuidad” de recién llegado al que quieren hacerle pagar el derecho de piso pero que logra la simpatía del hombre y la mujer comunes. El macrismo es el intento de transformar la política en un instrumento jurídico-administrativo y en una retórica de gerentes de empresa. Discípulo fiel del neoliberalismo busca instalar una fábrica inmaterial que produzca los insumos simbólicos indispensables para la consumación de la servidumbre voluntaria.

* Filósofo y ensayista, ex secretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional.

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