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El país|Jueves, 21 de marzo de 2002

De cómo los asambleístas apagaron la luz y encendieron las antorchas

Once asambleas barriales organizaron un apagón y una marcha de antorchas contra los abusos y un eventual tarifazo de las privatizadas. Terminaron con un escrache a Edenor.

Por Irina Hauser
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“No al tarifazo, no pagamos un carajo”, cantaban los vecinos con euforia y una cierta alegría.
Las luces se apagaron ayer a las ocho de la noche en cientos de viviendas de Palermo, Belgrano, Núñez, Chacarita y Colegiales. Once asambleas barriales se reunieron en ese momento, encendieron antorchas y marcharon hasta encontrarse, todas, en el corazón de Plaza Italia. A tres meses de la masacre que precedió la caída del gobierno de Fernando de la Rúa, los vecinos se manifestaron “contra el tarifazo de las empresas privatizadas y contra todos los abusos”. La protesta nocturna terminó con un escrache a la sede de Edenor. Los caceroleros llenaron la fachada de velas, como un en un ruego de piedad.
La idea había surgido más de dos semanas atrás en la asamblea de Palermo Viejo y prendió rápidamente en los barrios cercanos, que decidieron sumarse. Eligieron la fecha a propósito, como para conmemorar el 20 de diciembre en una semana clave en la negociación de las empresas privatizadas con el Gobierno. “Los resultados de estas negociaciones ya están pesando en nuestros bolsillos con aumentos que nuestros ingresos cada vez más magros no pueden soportar”, brotaba una voz femenina por un altoparlante que proponía, además, una “revisión integral de los contratos”.
“No al tarifazo, no pagamos un carajo”, cantaban unos cien autoconvocados mientras llamaban al apagón recorriendo la calle Bonpland, en la zona de Palermo Hollywood. “Que de Hollywood no tiene nada”, mascullaba Juan, un empleado público que marchaba con sandalias y pantalón cargo. Llevaba, como muchos de sus compañeros, un cartel a modo de pechera con las propuestas de la asamblea: “Participación de los vecinos en los organismos de control, no al corte por falta de pago, tarifas sociales a jubilados y desocupados, nacionalización de empresas de servicio privatizadas”. A medida que avanzaba la procesión, encabezada por dos chicas que hacían malabares con clavas encendidas, se iba apagando alguna que otra luz por cada cuadra. En algunos grupos discutían sobre la conveniencia de dejar de pagar o no los servicios, un tema de rigor en la mayoría de las asambleas barriales.
Mientras caminaban, los asambleístas seguían repartiendo antorchas. Las habían armado con bases de botellas de plástico, arena y velas en el centro. Entre la gente había perros, bicicletas, chicos con redoblantes y familias con bebés. Había cierto clima de celebración. “Es que los que estamos acá venimos también a apoyar este movimiento y nos alienta ver tanta gente. Estas actividades fortalecen a las asambleas”, explicó María Cristina, una profesora de matemática de 31 años, pequitas y pantalones rojos.
–Para que nos perdone Anoop (Singh, el enviado del FMI)– dedicaba en broma sus cantitos un chico alto, de barba y rulitos que cargaba un cartel contra el ajuste al marchar por la avenida Santa Fe.
–No vamos a poder ver ningún partido de fútbol por falta de energía eléctrica– le seguía el juego otro vecino que hablaba por megáfono.
–Es lo peor que nos puede pasar –contestaba, entre risas, una señora mientras con sus manos protegía su antorcha de la brisa fría.
Las asambleas de los distintos barrios norteños se empezaron a cruzar a la altura de la Rural. Se saludaban al distinguirse a lo lejos. Allí comenzaban a sonar algunos cánticos para “que se vayan todos” y otros dirigidos al Gobierno de turno. “Salta, salta, salta, pequeña langosta, Duhalde y Edenor son la misma bosta”, fue uno de los preferidos. En Plaza Italia una fogata marcaba el lugar de reunión. Un grupo de mujeres llevaba rosas iluminadas por dentro. Más de 500 personas llegaron hasta ahí. De pronto comenzaron a lloverles papelitos desde los edificios. Alguien agarró el megáfono que circulaba y pidió un homenaje a las víctimas del diciembre. Los caceroleros hicieron un aplauso de un minuto. “Yo sabía, yo sabía, que a los pibes los mató la policía”, cantaron.
Con el mecanismo de todas las asambleas, los presentes votaron marchar hasta Edenor, en Bulnes entre Charcas y Mansilla. Al llegar, se toparoncon un cordón de policías. “Hay una asamblea policial, pero no sabemos de qué barrio es”, comentaban. Pegaron papeles a los vidrios, gritaron, cantaron el himno e hicieron de la empresa de energía un altar lleno de vela.

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