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El país|Lunes, 29 de marzo de 2004
GATIC, UNA EMPRESA RECUPERADA QUE PRODUCE 300 PARES POR DIA

“Acá nos ponemos y las cosas salen”

Licenciataria de Adidas, Gatic fue favorecida durante el menemismo. Igual no alcanzó. Ahora sus empleados tomaron una de las fábricas y la están haciendo producir. El conflicto con Gotelli.

Por Irina Hauser
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Además de zapatillas, hicieron shorts para los jugadores de Vélez y ahora preparan una camiseta.
La edad promedio de los obreros que intentan autogestionarse en esta fábrica supera los 35 años.
Cristina Osuna da una puntada tras otra, corta hilitos sobrantes y prueba los cierres. En cuestión de segundos pasa por sus manos una montaña de equipos de gimnasia que terminan prolijamente apilados al costado de un tablón. En la sala de costura del primer piso de la fábrica sobran máquinas de coser y suena Bandana a todo lo que da: “Hoy tu sueño es real”. Cristina tiene 43 años, marca el ritmo con el pie y dice que no puede parar, que tiene una entrega, y que es lo mejor que le puede pasar. Abajo, en el galpón principal todas las máquinas de confección de zapatillas están en marcha. Son 260 personas trabajando, pero sin empresario. Lo hacen desde el año pasado, cuando ocuparon la sede de San Martín de Gatic tras soportar meses de parálisis y de no cobrar nada. Es una empresa con una capacidad productiva inmensa, pero arrastra una deuda millonaria producto de los favores recibidos de la banca pública durante el menemismo. Un grupo inversor pelea en la Justicia por quedarse con cuatro plantas, pero los obreros buscan mostrar que pueden autogestionarla.
Gatic tuvo su época de oro durante la convertibilidad y fue famosa por ser licenciataria de grandes marcas como Adidas, Nike y La Gear. En manos de la familia Bakchellian, recibió en aquellos tiempos junto con los Yoma, los créditos públicos más desorbitantes. La caída fue directamente proporcional y hoy tiene una deuda de 529 millones de pesos. Está en concurso desde fines de 2001, tiene cerca de cien pedidos de quiebra y sus principales acreedores son la AFIP y los bancos oficiales. Pero la deuda también es bien grande con los 4500 trabajadores de todas sus plantas productivas, que atravesaron suspensiones, despidos y reincorporaciones con promesas incumplidas hasta quedar arrojados a la incertidumbre total. Todas las sedes de Gatic están paradas, excepto la de San Martín, donde los operarios formaron la Cooperativa Unidos por el Calzado (CUC), ocuparon las instalaciones en octubre y se pusieron a producir por su cuenta, alentados por el Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas (MNER). Pese a ser ésa la única planta activa, la voz de su experiencia corrió. En Pigüé, donde hacen telas y capelladas de zapatillas, los obreros en cooperativa tomaron los talleres. En Pilar se creó un grupo autogestionario, aunque hay una puja con los sindicatos del caucho, dos gremios que extienden su fuerte prédica a la fábrica de Coronel Suárez. En Las Flores manda el sindicato del vestido y en La Rioja el del calzado, ambos con buen diálogo con el MNER.
Desde hace varias semanas, los trabajadores de San Martín elaboran unos 300 pares de zapatillas por día, además de ropa de gimnasia. Sacaron una marca propia con la sigla CUC, la de la cooperativa, que puede verse en un logo ovalado y otro con forma de estrella que decora los productos. Hicieron shorts para los jugadores de la Primera de Vélez y ahora les preparan un modelo de camiseta, que luce colgado de una percha en el sector de costura, con correcciones en birome. Antes de llegar a esto, pasaron guardias cuidando que nadie se llevara las máquinas.
Nélida Corina Molina, de 58 años, sabe manejar cada uno de los aparatos que hay en Gatic, donde trabaja hace 25 años. Es “oficiala maquinista”. Tiene el pelo rojizo encrespado, el cutis lisito y las uñas color violeta. “Decidí quedarme acá adentro porque necesitaba pelear por mi trabajo ¿Quién me va a emplear a mi edad?”, suspira. “Para sobrevivir anímicamente a tanta incertidumbre desde que la empresa cayó en desgracia me puse a terminar séptimo grado. Si no, en los momentos en que me quedaba sola en mi casa creía que se me caían encima las paredes, la pintura, que todo se hacía pedazos. También vendí detergente suelto y así ayudaba a sostener la toma”, se larga a llorar. Cristina, con los ojos delineados de celeste y anteojos grandotes, dice que ella vendió prepizzas e hizo trabajos para talleres de confección. “Fue para subsistir, pero me sentí muy usada. Todo lo que haga ahora aunque trabaje todo el día, es para mí, no me lo van a robar”, dice.
La edad promedio de los obreros que intentan autogestionarse en esta fábrica supera los 35 años. Los varones se presentan diciendo primero el apellido y después el nombre, un resabio de la cultura patronal. Eso puede generar confusión en casos como el de Aldo Franco, que tiende la mano diciendo “Franco Aldo”. Después se ofrece como guía de una caminata apacible. Un balancín corta las partes del calzado que llevan costuras, otro secciona la gomaespuma del talón, otra máquina pega el refuerzo de la puntera, hay una especial para bordar los logos (en lengüetas y laterales), y así sucesivamente. Un zumbido suave acompaña el proceso. A una hilera de máquinas de coser la refresca otra de ventiladores de techo. En un galpón aparte se moldean las plantillas y las suelas.
“Las materias primas que usamos son remanentes que dejaron ellos”, explica Aldo, 52 años, remera verde y bigote. Dice “ellos” –aclara– para evitar, por cábala, nombrar a los históricos dueños. “Igualmente –agrega–, con lo que estamos produciendo ya pudimos comprar algunas cosas y hace tres semanas que cada uno puede llevarse plata a la casa, unos cincuenta pesos, es algo.” En una sala aledaña, un grupo de hombres arma cajas. Usan las sobrantes de años anteriores (como las viejas cajas turquesa de Adidas) pero dan vuelta el cartón. Hacen todo a mano, porque todavía no pudieron comprar el pegamento para la máquina. Uno de ellos, con un aire a John Turturro pero llamado José Cruz, de 43 años, cuenta que le costó hacerle entender a su familia por qué rechazó otros trabajos. “Acá tenemos el oficio, nos ponemos a fabricar y las cosas salen. No necesitamos un empresario”, sintetiza. Pablo Perfumo, 38 años, se compara: “En cambio yo me separé con todo este baile. Es inevitable llevar el malestar a tu casa cuando te estás por quedar en la calle”.
“Lo que corresponde es que el juez dicte la quiebra de una vez por todas y entregue la fábrica a los trabajadores”, reclama José Abelli, vicepresidente del MNER. La situación, en efecto, no es sencilla. En diciembre último hizo su aparición formal un grupo inversor liderado por el ex titular de Alpargatas, Guillermo Gotelli, que hizo un preacuerdo con el dueño de Gatic, Fabián Bakchellian, para alquilar cuatro plantas de la empresa. Esta propuesta fue elevada al juez Juan Manuel Gutiérrez Cabello, que aceptó ponerla en discusión. Si bien la sede de San Martín –dada la autonomía que alcanzó– quedó fuera de las pretensiones de este pool, los empresarios se niegan a acceder a un acuerdo con la cooperativa CUC, en tanto los bancos públicos no acepten su propuesta de arrendamiento. Y por ahora, ni el Banco Nación ni el Ciudad la aprueban. Seguramente será una decisión del Gobierno la que defina el desenlace
Mientras, los proyectos cooperativos se expanden por Gatic. En Pigüé ya hacen números: “A pesar del deterioro de las máquinas, podríamos producir 120 mil kilos de tela teñida en un mes”, proyecta Clemar Litre. En San Martín, Andrés Avelino Juárez recomienda: “Lo que hay que hacer –dice dándose un golpecito– es usar la cabeza.”

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