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El país|Jueves, 1 de abril de 2004
LAS ENCRUCIJADAS DEL GOBERNADOR

Entre Felipe y Solá

Por Sergio Moreno
“Yo aspiro a que en 2007 dependan de mí para ayudar a la gobernabilidad y un poco electoralmente. Voy a construir para conservar algo de poder y jugarme a un proyecto nacional. No estaría mal ser vice de Kirchner para su segundo mandato.” Así hablaba Felipe Solá apenas un mes atrás, en el interregno de jabonosa tranquilidad que se había instalado entre la resolución del secuestro de Ernesto Rodríguez, padre del famoso “Corcho”, y el todavía no producido de Axel Blumberg. Por entonces, el gobernador bonaerense era plenamente consciente de que el estándar de la seguridad de los habitantes de su provincia marcaría su camino en la bifurcación entre la gloria y Devoto y creía que estaba más cerca de la primera que del segundo. Ayer, esa certeza había desaparecido.
La maldita Bonaerense se ha destacado por su poder destructivo. Bien lo sabe Eduardo Duhalde, quien en tres oportunidades estuvo a un tris de perder su carrera política bajo los plomos de la fuerza. Solá no ha sido ajeno a los rigores de esta policía; menos aún a su ineficiencia y/o conducta delictiva.
Esta desgracia, el accionar de esta infausta fuerza de seguridad, no amengua la mirada que la clase política derrama sobre el gobernador bonaerense, visión que no es precisamente benigna. “El peor enemigo de Felipe es Solá”, suele decir Duhalde, uno de sus adversarios más duros al día de la fecha.
Más allá de la visión de sus rivales, otras características imperan en el carácter del gobernador. “Sé que soy irritativo, que muchos me ven como que tengo un pie en cada lugar y que no me defino; es cierto, soy un poco así”, reconocía tiempo atrás el gobernador. Desde ese movimiento pendular en el que se desliza, descripto por él mismo, Solá construyó a sus propios adversarios, poderosos muchos de ellos, como Duhalde. En la provincia más poblada del país, los enemigos del gobernador florecen, tanto más cuanto más profundo uno se interna en el peronismo.
Así, después de haber ganado las elecciones provinciales por más de treinta puntos respecto a su perseguidor inmediato (y de haber realizado una performance mejor que la de la lista de diputados cincelada por el ex presidente), llegó a la asunción desgastado por una batalla inconducente con quien fuera su padrino y dueño de la comarca, Duhalde, por la conducción de las cámaras legislativas del distrito.
Aquella ambigüedad a la que él mismo hacía referencia lo llevó a perder la confianza de quienes intentaron ponerlo a su grupa. Primero fue el propio Duhalde, que lo había elegido para suceder al fallido –y costoso– experimento de derecha llamado Carlos Ruckauf y, según supo decir el propio caudillo, para ocupar su lugar en la cúpula del peronismo bonaerense.
Algo similar –si bien no precisamente lo mismo– ocurre con Néstor Kirchner. Solá se reivindica kirchnerista, se siente mucho más cerca del proyecto de renovación política que encarna el Presidente que del viejo esquema construido por Duhalde en su territorio (esquema que los herederos del caudillo se empeñan en mantener para, entre otras cosas, enfrentar al propio Solá) y dice que adhiere a la gestión ejecutada por el patagónico en justicia, derechos humanos y economía, negociación con el Fondo Monetario Internacional incluida. Así y todo, no consiguió encender los corazones de la Casa Rosada. El zig-zag que efectuó en todo el episodio nacido de la recuperación de la ESMA (llamamiento a los gobernadores a participar del acto, sentimiento de ofensa por el veto de Hebe de Bonafini, solicitada firmada juntamente con, entre otros, José Manuel de la Sota, repudio de los dichos en la solicitada, despegue de la acción del cordobés en elcongreso del PJ) lo volvió a descolocar en el escenario político y en la ponderación presidencial.
“Yo lo quiero a Felipe en este lado”, decía Kirchner cuando, meses atrás, avanzaba sobre el conurbano y la Bonaerense, con una fuerza tal que se llevó puesto a Juan José Alvarez, por entonces ministro de Seguridad de la provincia. Solá, enojado por la blitzkrieg, puso en ese cargo –el más peligroso e inestable de todos los puestos de la política argentina– a Raúl Rivara, un amigo personal suyo que carecía de conocimiento de la materia. No hubiese sido esto último tan importante para ejercer el cargo de marras como su ayuno de poder político. Rivara fue el ejemplo de la profecía autocumplida: duró lo que un lirio, es decir, lo que tarda en producirse en la provincia de Buenos Aires un secuestro que termina con sangre inocente derramada.
Kirchner mantiene su convencimiento de que el gobernador bonaerense tiene que estar de su lado; dicha certeza lo ha llevado a recomponer el diálogo, a su manera. Como bien sabe Solá, el Presidente no es un hombre adepto a dar palmadas en los hombros. Sí le gusta caminar la provincia más poblada del país, hacer actos, fundirse en abrazos y apretones con la gente. Todo ello a la vera del gobernador.
Anoche, el gobernador anunció que, interinamente, Graciela Giannettasio ocuparía el cargo que dejaron vacante tantos en tan poco tiempo (ver nota aparte). La designación de la vice, aunque a plazo fijo, aparece como un intento de contención de la vieja estructura del duhaldismo residual de la que la funcionaria es figura emblemática. El lapso que mediará hasta la designación de quien la reemplace es el que necesita Solá para cerrar trato con el gobierno nacional, a efectos de involucrarlo a fondo en la resolución del problema más acuciante del conurbano.
Por ahora, ese trato no está cerrado.

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