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El país|Viernes, 2 de abril de 2004
FUERON DEPUESTOS Y ESTAN DETENIDOS POR ORDEN JUDICIAL

Viaje sin escalas del poder a la cárcel

La gobernadora y su esposo fueron arrestados a pedido del juez federal de la provincia. Por su edad, les concedieron prisión domiciliaria. Puede ser el comienzo del fin de una dinastía que gobernó la provincia con mano de hierro más de tres décadas. Crónica del día. Las marchas, los cánticos, los recuerdos. El juicio que espera a los Juárez.

Por Alejandra Dandan
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Un puñado de integrantes de la rama femenina, en la vereda de la casa de los Juárez, corea estribillos contra la intervención.
Final. A la una y media de la tarde, como dos prófugos, los Juárez abandonaban escondidos en un auto blanco de vidrios polarizados la casa de gobierno. Sobre los siniestros pasillos cimentados por cincuenta años de rumores, de delaciones, de pactos, de ejecuciones ordenadas por ese vozarrón catedrático del doctor, sólo quedaban sus ecos, sus fantasmas, las leyendas. A esa hora los Juárez ya no sólo eran corridos por la intervención federal que se anunciaba formalmente en Buenos Aires. El juez federal Angel de Jesús Toledo los declaraba formalmente detenidos: ordenó prisión domiciliaria en razón de su edad. El, imputado por los crímenes de lesa humanidad ordenados por su régimen durante 1975. Ella, por defraudación al Estado. Sin fueros, con un poder devastado, deberán presentarse en el juzgado el martes y miércoles de la semana entrante. Quedaron sometidos a un proceso impulsado por las investigaciones de los hombres de la intervención: los nuevos okupantes de su casa.
Durante el día, el interior de la casa de gobierno parecía tierra arrasada. Sobre la explanada semidesierta quedaban los vestigios de la desintegración del régimen: cajas con papeles, bolsas inmensas de papel picado y ella: la imagen de la gobernadora impresa en cientos de cuadernos tirados, con la inscripción “curriculum vitae” sobre el frente y en el interior, los detalles de su primera página negra en la gestión de gobierno: año 1973-1976, el período en el que Santiago del Estero adelantó las políticas de terrorismo de Estado que sistematizaría más tarde la dictadura militar. Los años en los que la ahora ex gobernadora se convirtió por primera vez en funcionaria pública: “Designada subsecretaria de Promoción y Asistencia de la Comunidad”, dice el papel.
Los Juárez terminaron aquel período de gobierno expulsados por el golpe militar. Nina pasó once meses detenida y el doctor refugiado algunos días en Buenos Aires, el único territorio del país donde le aseguraban protección. Diez días más tarde tuvo que irse. Voló a Montevideo y se detuvo en México donde esperó a Nina antes de exiliarse en España. El interventor tucumano general y represor Antonio Bussi y la cabeza del Ejército de Córdoba, Luciano Benjamín Menéndez, lo habían puesto en la mira: Juárez había acumulado cuentas pendientes con los jefes militares del norte del país durante sus últimos tres años de gobierno.
Le quedaron, de entonces, deudas pendientes. Cuatro desapariciones probadas en aquellos años y su responsabilidad con la treintena de detenciones a estudiantes y militantes por razones políticas. Ahora serán revisadas palmo a palmo. La orden de detención dispuesta por el juzgado se vincula con esas causas. Toledo comenzará el martes con la indagatoria por la desaparición del ex concejal Emilio Abdala, una pieza clave para destrabar esta herencia de la violaciones a los derechos humanos aún pendientes en Santiago. Hasta entonces Juárez estará en su casa: un caserón inmenso, amurallado sobre la calle Alem.
“Yo la puse presa a la Nina en el ‘76”, dice Mario Francisco Carabajal, un ex policía ahora de más de 70 años. Este anciano había salido corriendo de su casa apenas escuchó en la radio la orden de detención contra los Juárez. “No es que lo disfrute –explicaba–, es que se lo merecen.” “Tres veces me acerqué a denunciar los crímenes ordenados por Juárez –decía–, tres veces hace veinte años y todavía nadie me ha llamado.” Los Juárez no estuvieron durante estos últimos veinte años en la cabeza ejecutiva del gobierno. Hubo otros gobernadores, pero ellos siempre manejaron los hilos políticos, policiales, judiciales de la provincia desde las sombras. Hace diez años, cuando regresaron después del estallido social conocido como el Santiagazo y después de la primera intervención federal que terminó en el ‘95, recrearon la dinámica de una dictadura con métodos y símbolos. Frente a su casa instalaron uno de esos símbolos: una artillería de policías provinciales protegidos por una carpa gigante, con ventiladores, un televisor, la heladera, cocina, pava, mate, mesa y sillas, lavandina y utensilios de comedor. Todo en la calle, sobre una vereda. Era la “carpa vip”, así la llamaban los santiagueños. Ayer a las 14.30 esa carpa comenzaba a desarmarse.
–Los añosssssss que haceeeeee –se escuchó de pronto en la calle la voz de una mujer. Estaba frenada por la sorpresa. A su alrededor un camión de la provincia comenzaba el desguace de la carpa. “Hace veinte años que quiero pasar por esta veredaaa –gritaba–, hace veinte años. Y nunca nos dejaron.” Con una bandera argentina agitada entre las manos, esa mujer, Berta Lidia Toledo de Padilla, se convertía una de las primeras que poco a poco se iban congregando en la calle. Madres que volvían del colegio con sus hijos, chicos con guardapolvos blancos, viejos, comerciantes, maestros, vecinos, curiosos: todos gritaban ahí frente a la casa de los Juárez “cucarachas”.
Al otro lado, como en otro mundo, en la vereda de los Juárez, se reunían las legiones de mujeres pobres, punteras políticas, ex diputadas y líderes de la rama femenina del juarismo. También gritaban, también batían cacerolas. Pero esta vez no cantaban victoria sino una apasionada y rabiosa crítica. Los blancos: el gobierno nacional, Néstor Kirchner, la intervención. Con bailes, cantos y animadas como en una gran fiesta anticipaban uno de los peligros que deberá afrontar en los próximos días la nueva legión extranjera: “Carnaval, Carnaval –se escuchaba–, si nos sacan a los Juárez/ qué kilombo se va armar”. Eran tonos de barricada, cantos populares de una cancha. Seguían, y anticipaban: “Salten salten, mujeres y varones// los interventores/son todos unos ladrooones”.
En el medio hubo corridas, broncas contra los medios de prensa nacionales, hubo abucheos para los “porteños” mientras se aguardaba la llegada de una comisión de la Policía Federal que debía comunicarles oficialmente a los ex funcionarios que estaban detenidos. La comunicación llegó a las 18.15 media hora antes del aterrizaje de los enviados por el gobierno nacional. A esa hora todavía estaban los vecinos y militantes autoconvocados que defendían al gobierno caído. Prometían “quilombo”. Y pasaban por la calle con un cartel amarillo con letras negras pintadas con fibrón: 2005, decía el cartel. Y ellos ya anticipaban una vuelta: “Volveremos, volveremos –cantaban–/ volveremos otra vez/ de la mano de los Juárez/ volveremos al poder”.
El nuevo interventor okupaba la casa de gobierno.

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