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El país|Lunes, 21 de junio de 2004
OPINION

Oficialismo y oposición del mismo palo

Por Eduardo Aliverti
¿Qué hace un oficialismo cuando no tiene oposición? La inventa. ¿Y existe en este mundo algo más inteligente que el peronismo para inventar su propia oposición? No.
Está bien. La pelea entre el kirchnerismo y la banda duhaldista (o más a secas, entre Kirchner y Duhalde) reconoce elementos objetivos de diferenciación entre uno/s y otro/s. El Presidente y los suyos saben que para acumular capital de liderazgo y confianza popular no deben, de ninguna manera, quedar pegados a la imagen de caudillismo de vieja usanza. Una cosa es que es una mayoría de esta sociedad identifique al peronismo como la fuerza determinante de la posibilidad de gobernar y desgobernar. Y otra muy distinta es que les profese simpatía a quienes son vistos cual espejo de corrupción y decadencia. Duhalde fue apreciado en un momento puntual como el mal necesario para timonear una crisis espantosa. De ahí a valorarlo (a él, al bipartidismo, a los aparatos partidarios) hay una distancia fenomenal. El peronismo bonaerense también lo sabe. Del mismo modo en que no sabe hacer ni más ni mejor de lo que hace. Sus quintas, sus punteros, sus intendentes, sus negocios de pago chico, sus cajas policiales. Y entonces chocan contra Kirchner, en tanto éste representa una obligada necesidad de enfrentarlos.
De allí que, en efecto, son diferentes. Pero no distintos. Distintos significaría que encabezan proyectos claramente enfrentados desde una concepción ideológica. No es el caso. En lo ideológico son casi iguales (aunque el “casi” supone rasgos nada menores, teniendo en cuenta que Kirchner provocó episodios incluso históricos, como los actos en la ESMA y en el Colegio Militar, junto con los cambios en la Corte Suprema, que Duhalde nunca jamás hubiera promovido). La diferencia se da en cómo imaginan la construcción política de lo mismo, con el beneficio de inventario para Kirchner de que todavía tiene resto para mostrar que posee buenas intenciones. Duhalde, en eso, ya fue. Kirchner vive, todavía, la etapa de salir al rescate de un relato con dosis progres y nacionalistas. Duhalde lo único que puede relatar es su aspiración de que se haga el puente entre Buenos Aires y Colonia.
Según la abrumadora mayoría de los análisis circulantes, esas diferencias entre uno/s y otro/s son una madre del borrego que decidirá la gobernabilidad de la Argentina. La especulación es que negocian o todo podría volver a irse al demonio. Porque, dicen, son los dos hombres más poderosos del país y tienen capacidad de destrucción mutua.
O sea que el problema no es que la distribución de la riqueza prosiga pavorosamente injusta, ni que no haya siquiera visos de incluir en alguna esperanza de reparación al 50 por ciento de habitantes caídos en pobreza e indigencia, ni que no existan noticias de algún modelo de desarrollo capaz de no estar agarrado como lechón a la teta del precio de la soja. No. El problema es la pelea entre Kirchner y Duhalde, como si de su resolución pudiera surgir un escenario alternativo al de las injusticias sociales de base.
No es difícil caer en esa trampa, debe admitirse. Hay, en primer lugar, la inexistencia de cualquier tipo de oposición orgánica con chances de jugar en primera. Hacia la izquierda, lo único que trasciende son las estocadas verborrágicas de Elisa Carrió y la movilización callejera de grupos expulsados del mapa que, encima, son cada vez más resistidos por las capas medias. Y hacia la derecha no hay más que las movidas de los dinosaurios filomilicos –patéticos– y una serie de gurkas conservadores, con añoranzas de la rata, de nula aceptación colectiva. Segundo aspecto: es igualmente cierto que el fracaso de Kirchner, en términos de esperanza popular y visto que por izquierda no aparece nada, daría pie para pensar en un avance por derecha. Esos dos factores, la ausencia de oposición y el temor a que un declive del kirchnerismo represente otro retroceso después de ciertos pasos adelante, dejan el terreno libre para que el debate político quede circunscripto a la interna peronista.
Queda dicho que hay matices, enfrentamientos reales e inclusive probabilidades de choques a matar o morir (por ejemplo, si el Gobierno resolviese meter mano en las arcas del justicialismo bonaerense nutridas con las mafias de la policía). Pero por encima de eso lo que hay es oficialismo y oposición al mismo tiempo y desde el mismo palo. Están vendiendo gato por liebre. Que en el caso de esta batalla entre líneas intestinas del peronismo significa hacer creer que se trata de una guerra ideológica de fondo.

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